Hoy domingo, el rey emérito anuncia en una plaza de toros el fin de sus actividades después de cinco años de abdicar en favor de su hijo Felipe. Un escenario muy apropiado, repugnantemente apropiado, para una institución reaccionaria y casposa. Al parecer, el fulano no se retira del todo, sino que sencillamente ya no tendrá la obligación de rendir cuentas de a dónde se dirige en ciertas ocasiones. Vamos, que ya no habrá una agenda oficial de las cositas que hace, aunque todos las sepamos o sospechemos. Entre cacerías repulsivas y cobro indignante de comisiones, cuyas investigaciones has estado adecuadamente blindada por su condición, así transcurre una vida de monarca cualquiera. Muy conocida, o debería serlo por todos, es su cercanía moral y económica a los muy democráticos reinados absolutistas de Oriente Medio. Del mismo modo, tal vez no importe a los botarates que hoy en día se siguen considerando monárquicos, pero el rey Juan Carlos se esforzó siempre en crear todo un conglomerado empresarial todopoderoso capaz de proteger como Dios manda los intereses de la Corona.
A los reyes tal vez se los coloca en el trono por gracia divina, pero quedan bien garantizados y blindados por poderes muy terrenales. Nombres de grandes empresarios, como Villar Mir o Florentino Pérez, junto a reputados banqueros como Alfonso Escámez, la estirpe de los Fierro o la familia Coca, forman parte de esa red de excelentes relaciones que tanto ha cuidado la nada estulta monarquía. Es más, acabo de enterarme, y tampoco puede causar demasiado estupor a quien tenga la mente bien oxigenada, que incluso no pocos dueños de imperios empresariales y financieros han llegado a obtener titulos aristocráticos. Juan Carlos, a quien la endogamia no ha afectado tanto como queremos ver a veces, ha cuidado igualmente los vínculos con los grandes formadores de opinión de la prensa. Es así en todos los casos, no importa si se trata de medios abiertamente coservadores o, como es el caso de Prisa, superficialmente progres. El episodio del 23-F, sobre el que habría muchísimo que hablar e indagar, sirvió para cerrar filas en torno a la monarquía juancarlista.
Solo a partir de ciertos hechos más recientes, abiertamente repulsivos como la cacería del elefante en Botswana, o su relación con la tal Corinna, ocurrido todo en plena investigación del caso Nóos, algunos decidieron volver la espalda al ya anciano monarca. Por supuesto, no es que ningún poder en este país adquiriera ipso facto una lucidez en beneficio de la res publica, sino que había que poner en marcha todo un proceso de renovación institucional y de lavado de imagen de la monarquía. Hay que reconocer que es algo que les ha salido de puta madre en un país sin memoria, con la conciencia al parecer deteriorada y con escasa capacidad de reflexión, en beneficio de ese nuevo engendro institucional, pero estéticamente aparente, que es Felipe VI. Recomiendo la obra de teatro El rey, convertida posteriormente en película, de la que ya hablé en este blog. Siempre digo que no importa demasiado la forma que adopte el Estado, monárquica o republicana, ya que el sistema económico y político va a seguir siendo siendo el mismo. No obstante, no está mal concretar la lucha institucional, por lo que hay que defenestrar para empezar a los borbones y a toda esta caterva nobiliaria anacrónica. Aunque hay que aceptar que una gran parte de la sociedad va a ser siempre conservadora, y consecuentemente algo papanatas, al menos que no se acepte sin más la intolerable condición de súbditos. Parafraseando al clásico ácrata, no somos republicanos, pero aceptamos ese sistema solo como punto de partido de un proceso democratizador más profundo. Así sea.