Madrileño de nacimiento pero con orígenes gallegos, Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política y de la Administración en la Universidad Autónoma de la capital y uno de los principales referentes en España del movimiento que apuesta por el decrecimiento económico, una corriente de pensamiento favorable a la disminución regular y controlada de la producción como método para conseguir una nueva relación de equilibrio entre el ser humano y la naturaleza.
Desde una perspectiva desacomplejadamente anticapitalista, Taibo se muestra crítico con el modelo de Estado del Bienestar y reprocha las «lacerantes desigualdades» que van asociadas al modelo de «pseudodemocracia liberal». En busca de una manera para reducir la dependencia ante el «escenario postfeudal»que vislumbra tras el colapso ambiental del planeta, el pensador apuesta por cinco acciones para combatirlo: «decrecer, desurbanizar, destecnologizar, despatriarcalizar y descomplejizar las sociedades».
– Su presencia en Ponferrada tiene que ver con la participación en unas jornadas libertarias organizadas por el sindicato CGT. ¿Es lo mismo libertario que anarquista?
En la mayoría de los contextos es lo mismo, aunque con leves diferencias. Para mí, el concepto de anarquista es más ideológico, más doctrinal, mientras que el libertario es más vivencial y humano. Un anarquista ha leído a Bakunin o a Kropotkin y se adhiere a las ideas correspondientes. El concepto de libertario, a mi entender, es más abierto: habla de personas que, hayan leído o no a estos clásicos, en su vida cotidiana se adhieren a una propuesta de autogestión, de democracia directa y de apoyo mutuo.
– En un país con la tradición ácrata de España, ¿cuál es la vigencia del anarquismo a día de hoy? ¿El ideal sobrevive en la actualidad en los países emergentes?
España sigue siendo el país del planeta en el que los movimientos de corte libertario son más notables, aunque aquí no se perciba con tanta claridad. Hay sindicatos anarquistas, como la CGT, con peso y presencia en la sociedad. Pero es verdad que el peso mayor de las prácticas libertarias hoy en día se da en países del sur, porque la población está menos corrompida por la filosofía del consumo, la competición y la productividad, que han conseguido instalar en nuestra cabeza en los países desarrollados del norte. Bastaría con recordar ejemplos como los de Chiapas, en México, o Rojava, un movimiento emergente de federalismo democrático en una población fundamentalmente kurda del norte de Siria.
– ¿Esa situación se debe a que en esas zonas pervive mejor el concepto de comunidad?
Estoy plenamente convencido de ello. Muchas comunidades humanas a lo largo de la historia han vivido espontáneamente conforme a códigos fundamentalmente libertarios, algo que no podemos decir de las sociedades opulentas de hoy, marcadas por la lógica individualista.
– La labor educativa y cultural fue uno de los grandes retos del anarquismo en España, a través de ateneos o de instituciones como la Escuela Moderna. ¿Es ese su mayor legado?
Es una de las manifestaciones centrales, pero tengo la impresión de que el ideal anarquista sobrevive en la práctica cotidiana de otros movimientos que no son necesariamente anarquistas. Las organizaciones identitariamente anarquistas son hoy más débiles que en el pasado, sin embargo el influjo de las ideas correspondientes sobre otro tipo de instancias es mayor. Estoy pensando en el pacifismo, en el ecologismo, en el feminismo, en los movimientos por los derechos de los animales o en las iniciativas que apuntan a la desaparición de los poderes efectivos y la descentralización de las relaciones.
Dicho esto, nunca se encomiará lo suficiente el hechizo que la palabra escrita produjo en el mundo libertario. Entre 1868 y 1939, se publicaron 3.000 libros en el ámbito anarquista. Esto quiere decir que había una dimensión de la cultura como herramienta de emancipación de los trabajadores que yo creo que es envidiable desde cualquier perspectiva ideológica.
– La provincia de León ha sido cuna de anarquistas ilustres, como Buenaventura Durruti o Ángel Pestaña. Sin embargo, sus ideas no cuajaron aquí y su actividad política se desarrolló en otros territorios. ¿A qué atribuye esta realidad?
Aunque no soy el más indicado para responder, me imagino que es el sino de las comarcas deprimidas de la Península Ibérica. Aquí había un polo de atracción, que era la minería, pero Durruti o Pestaña tuvieron que emigrar, como tantos otros. No hay mucha sorpresa. Sin embargo, tenemos una visión simplificada, un tópico que sugiere que el anarquismo solo triunfó en Cataluña y Andalucía. Yo soy gallego y en la Galicia occidental el anarquismo tuvo una presencia muy fuerte. Una vez leí que La Coruña era la capital de provincia en la que la CNT tenía mayor presencia en comparación con la UGT y esto convendría no olvidarlo. La presencia del anarquismo en comarcas tradicionalmente deprimidas, está ahí. Era una idea mucho más expandida de lo que podría parecer.
– Es usted uno de los referentes en España del movimiento que apuesta por el decrecimiento económico. ¿Cómo se resume esa idea? ¿Por qué surge?
El decrecimiento es una perspectiva que nos dice que si vivimos en un planeta con recursos limitados no tiene demasiado sentido que aspiremos a seguir creciendo ilimitadamente. El discurso tradicional de la izquierda, incluso en el mundo libertario, ha ignorado la conciencia de los límites medioambientales y de recursos. Nos acercamos al abismo del colapso y eso obliga a articular respuestas que tomen en consideración estos problemas y que le otorguen el relieve que les corresponde. Si aceptamos que hemos dejado muy atrás las posibilidades medioambientales y de recursos que la Tierra nos ofrece, el decrecimiento nos dice que en el norte rico tendremos que reducir inexorablemente nuestros niveles de producción y consumo, pero nos dice también que tenemos que recuperar la vida social que hemos ido dilapidando y apostar por formas de ocio creativo.
– ¿Cuáles son algunas de sus principales propuestas?
En el ámbito social, repartir el trabajo y reducir las dimensiones de muchas de las infraestructuras que empleamos, así como restaurar la vida local. En el terreno individual, apostar por la sencillez y la sobriedad voluntarias.
– Esa perspectiva parece incompatible con actividades como la minería.
La norma general debería ser esa. Tenemos que preguntarnos para qué necesitamos esos recursos. El sistema que padecemos es un genuino maestro en la tarea de conseguir que evitemos las preguntas importantes y una de ellas afecta justo a eso. El discurso dominante nos dice hoy que tenemos que buscar nuevas fuentes de energía que nos permitan mantener la sociedad que hemos alcanzado y expandirla. La pregunta que consiguen que no nos hagamos es si de verdad nos interesa mantener esto o si sería más prudente revisar hipercríticamente muchos de los elementos actuales, lo que probablemente se traduciría en una reducción de nuestras necesidades en materia de consumo energético, con lo cual el debate adquiriría un perfil completamente distinto.
Entiendo que en un lugar con problemas muy graves, donde la minería es una de las pocas soluciones, la gente se aferre a eso, pero habría que plantearlo desde un horizonte más global, que considerase los problemas de esas regiones deprimidas pero que alimentase un proyecto consciente del problema de los límites medioambientales.
– En un momento en el que todas las instituciones promueven el crecimiento y la creación de empleo, ¿no se siente como si predicara en el desierto hablando de un concepto como este?
Yo arrastro un problema, que es que normalmente hablo de decrecimiento ante públicos afines, que simpatizan de manera genérica con la idea. Pero de vez en cuando me toca hacerlo ante públicos si no hostiles tampoco afines y creo que inmediatamente entienden de qué hablo. Todos llevamos en la cabeza cierta conciencia de la sinrazón y el sinsentido de nuestras vidas, por lo que no me siento particularmente solo, pero admito que una cosa es que en el terreno del pensamiento uno llegue a ciertas conclusiones y otra cosa es que sea capaz de llevar a la práctica esas conclusiones. La conciencia de la proximidad del colapso que se avecina, que será cada vez más evidente, probablemente va a provocar sorpresas en la conducta de mucha gente, no necesariamente vinculada a movimientos críticos.