Recientemente, en cierto contexto (muy concreto, pero que no viene al caso aclarar), una persona me acusó de lo que reza el título de esta entrada dentro de este superlativo blog: falta de «humanidad». Bien, adelantaré que hace tiempo que procuré poner cada opinión ajena sobre mí, sin tomármelo demasiado a pecho a nivel personal (un signo, tal vez, de inmadurez y/o de excesiva fragilidad), en su debido lugar. No diré tanto como que no me importan según qué opiniones, a pesar de ser uno un lúcido ácrata de tendencias nihilistas (o, de forma falsamente paradójica, precisamente por eso), pero siempre es bueno contextualizar y profundizar. Así, aclararé en primer lugar que me preocupa dicha opinión, ya que las circunstancias me empujan a tener cierta interacción, incluso cotidiana, con la persona en cuestión. A buen entendedor… Se trata de una persona con la que, muy probablemente, mi camino nunca se hubiera cruzado si fuera exclusivamente por nuestros caracteres y, sobre todo, por nuestros imaginarios (ambos, muy distintos). Muy probablemente, la elección del epíteto en cuestión fue algo precipitado y hubiera sido mucho más ajustado otro término más concreto, pero miremos lo que dice el diccionario de esta lengua tan peculiar tan hablada en este inefable país y en tantos otros lugares del mundo. Así, como era previsible, nos encontramos con hasta nueve acepciones del vocablo «humanidad». Pasaremos por alto la primera, que alude a algo tan cuestionable como «naturaleza humana» (enfrentándonos con ello, con plena consciencia, al dogmatismo religioso), la segunda, que aclara una cosa tan obvia como el «género humano» (al que pertenezco, a pesar de las acusaciones, para bien y para mal), y también la tercera, describiendo simplemente un «conjunto de personas».
La cuarta definición he de reconocer que me sorprende, «fragilidad o flaqueza propia del ser humano»; no creo que le empleemos a menudo en el habla coloquial y estoy prácticamente seguro que a nada de eso aludía la acusación mencionada. Con la quinta, hablando de «sensibilidad» y «compasión» hacia la desgracia ajena, pienso que nos estamos acercando, aunque dudo mucho que se quisiera ir tan lejos. Señalaremos en este caso la familiaridad con otros conceptos religiosos, como «piedad» o «misericordia», que forman parte inevitablemente de nuestro acervo cultural y que no digo yo que no sean aplicables en ciertas situaciones; no obstante, me parece mucho más profundo, con mayores connotaciones sociales y vitales el de «solidaridad», que para mi nada humilde opinión evoca actitudes mucho más profundas y concretas de «fraternidad» y «apoyo mutuo» (condición anarquista obliga a ello). Obvio deliberadamente, solo de momento, la sexta acepción y salto a la siguiente, que incita al ánimo jocoso hablando de «humanidad» como «cuerpo de una persona»; tampoco creo que fueran por ahí los tiros, ya que hay que mencionar que mi persona no está exenta de una grata corpulencia. Vamos acabando, antes de la aclaración final adherida a una brillante conclusión, con dos definiciones muy emparentadas: las que se refieren a eso tan necesario, para bien o para mal, que son las disciplinas que giran en torno al ser humano (literatura, filosofía, historia…) y una que parece en desuso hablando exclusivamente de «lengua y literatura clásicas».
Y, para ya concluir de forma magnífica, recupero el significado que sencillamente emplea sinónimos sin mayores aclaraciones: «benignidad, mansedumbre, afabilidad». Interesante, muy interesante. Vamos a dar por supuestas dos cosas: considerar que, efectivamente, esos tres conceptos están muy emparentados y dar por hecho que la acusación hacia mi persona se refería sobre todo a ellos con lo de «falta de humanidad». Pasaremos por alto, especialmente en el caso de «mansedumbre», las connotaciones de docilidad, sumisión e incluso algo tan ambiguo como «humildad», que conllevan (lo siento, pero por ahí no paso). Trataremos, entonces, como dije al principio, de dar un poco de hondura a la cuestión, abordando el terreno de la moral en un sentido amplio, para quedarnos con acusaciones muy claras de falta de benignidad o benevolencia (es decir, de «buena voluntad»). No obstante, obsérvese que se mete en el saco algo tan epidérmico como la afabilidad, y me parece que algo de eso quería decir cuando se me recriminó. Como conclusión, mencionar que por supuesto, aunque no lo parezca (sin que me importe demasiado que así sea), tengo en cuenta la acusación de que se me hizo objeto (ya que es muy posible que nuestra actitud influya más de lo que creemos en la interacción social y en cualquier ámbito), pero reafirmarme en algo cuando se refiere a llevar a cabo un proyecto común (donde lo moral, inevitablemente, entra en juego): «Vamos a dejarnos de banalidades, dejar de enrocarnos en cómo son los demás a un nivel superfluo, y tratar de hacer un poco mejor las cosas mejorando un poquito nosotros mismos en el empeño». Eso lo dice alguien que, para bien y para mal, forma parte de la «humanidad».
Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2024/12/25/falta-de-humanidad/