No, no me refiero con el título de esta columna a los seguidores del borbón actual en el trono, al que se presume más que deseoso de hacer un nuevo lavado de rostro a la obsoleta y corrupta institución. Hablo del antiguo presidente del gobierno, en este inefable país, durante nada menos que cuatro legislaturas. Este fulano estaba al frente un partido que se decía de izquierdas, pero como cantaba el gran Javier Krahe, ni socialista, ni obrero, ni (aun) español. Como todavía me sorprende la tendencia a la idolatría del género humano, que a mí me gusta más denominar papanatismo, mucha gente, progre e incluso ilustrada, afirmaba sentir poco menos que fervor por el que sería señalado por muchos como el señor X en la guerra sucia contra ETA. Hace no tanto, todavía se le nombraba como ejemplo de gobernante alternativo a la inicua derecha política. Conteníamos la carcajada, o el sollozo, al escuchar esto último, al mismo tiempo que nos preguntábamos si lo de este indescriptible país es solo falta de memoría o algún deterioro cognitivo aún más grave. Hoy, puede escucharse a parte de esos apasionados seguidores lamentarse de la figura actual de expresidente y de sus declaraciones en perfecta consonancia con la derecha más rancia. No, no es algo achacable a la senectud, ya que el conocido antaño como Isidoro se encuentra, estoy seguro, en perfectas condiciones mentales. Perversas condiciones, por supuesto, pero sin deterioro biológico alguno.
Este desmoronamiento de esta figura va, o debería ir, paralelo al derribo de todo ese proceso fraudulento que fue la Transición, relato histórico que todavía condiciona el imaginario colectivo de este insufrible país. Los socialistas más mayores recuerdan cómo, allá por el primer lustro de los años 70 del siglo XX, unos jóvenes prácticamente desconocidos se acabarían haciendo con el poder dentro del partido. Pocos años después, muerto ya el dictador, en un nuevo congreso del PSOE se renunciaría abiertamente al marxismo como parte de un inacabable proceso de revisión ideológica para adaptarse a la llamada democracia. Aclarararé que, ni la política electoral, ni la praxis ideológica de Marx, ni la propia tradición socialista en este país, son opciones que considere de mi preferencia. Sencillamente, repaso lo que fue el asalto a un partido, dentro del universo de la llamada izquierda parlamentaria, y lo que supusieron sus dirigentes, con Felipe González a la cabeza, como parte de un una estafa aún mayor, que fue la conocida como Transición a la democracia. Pero, estábamos allá por el final de la década de los 70, con un paulatino proceso de pérdida de principios ideológicos dentro del PSOE. Y, cuando hablo de ideología, no lo hago en este caso con las siempre criticables connotaciones dogmáticas, sino aludiendo a la más elemental actitud ética.
Pocos años después, en pleno inicio de la modernidad, González se convertiría en presidente del gobierno durante bastantes años. Todo estaba justificado en aras del llamado Estado del bienestar: entrada final en la OTAN, reconversión industrial, entrada en juego de las multinacionales… La luchas de clases parecía ya cosa del pasado y ni siquiera había que combatir ya el capitalismo, parecía importar poco que las crisis cíclicas, o endémicas, no tardaran en vislumbrarse y que ese bienestar fuera más que nada una mera retórica para apaciguar a las masas. Isidoro perdió la batalla electoral muchos años después, cuando el exfalangista José María Aznar se hizo finalmente con el poder y la derecha más dura finiquitó lo que otros habían comenzado. Las dos caras dentro de un mismo sistema. Prácticamente, retirado de la política desde entonces, el expresidente socialista tuvo diversos cargos honoríficos de relumbrón hasta aterrizar, por supuesto, en algún consejo de administración de la empresa privada. Parecía increíble que tantos adeptos felipistas siguieran manteniendo su mito e idolatría; cosas de la mente humana, no siempre guiada por la racionalidad más elemental. Hoy, ya se le perciben las costuras a Felipe al no poder soportar que las primarias dentro del partido las ganara alguien que no era de su cuerda. Y, por supuesto, no justifico en lo más mínimo a ese simple producto de las circunstancias, un tecnócrata y demagogo más en el panorama política, actual presidente del gobierno, llamado Pedro Sánchez. Tampoco, un gobierno de coalición progresista, formado por algunos supuestos marxistas, que poco puede o quiere hacer en aras del progreso. La columna de hoy estaba dirigida a tratar de demoler, por fin, una de las figuras claves de ese gran engaño que es la historia de este (inenarrable) país.