Dicen que lo que ocurrió, hace unos días, en el Capitolio de Estados Unidos fue un intento de golpe de Estado. No hace falta aclarar, para toda mente bien oxigenada, que ni por asomo. Cuando eso se produzca de verdad, intervendrá a la fuerza el Ejército y, seguro, esa cosa que da tanto miedo en USA que llaman la Guardia Nacional. En España sí que sabemos mucho de pronunciamientos militares y golpes de Estado exitosos. Aunque de momento todo está «atado y bien atado» en la llamada Monarquía constitucional, tal y como padecemos últimamente, con el auge de grupos específicos de ultraderecha, con militares diciendo lo que piensan de toda la vida y con crisis de todo tipo, la situación se las trae. No es nada nuevo en este país, desde esa farsa que llamaron Transición, pero sencillamente la mierda está saliendo abiertamente a flote. Todo este ruido de sables, comenzó mediáticamente con la publicación de un chat, en el que un general de división aseguró querer fusilar (de nuevo) a millones de españoles, así como el posterior envío de cartas al rey pidiendo un nuevo pronunciamiento para poner en orden el país.
En un primer momento, no se le quiso dar importancia a semejante grupo de militares, supuestamente retirados, nostálgicos de otra época, e incluso la ministra del gobierno de progreso aseguró que las Fuerzas Armadas, hoy en día, son totalmente democráticas. Con el discurrir de los días, salieron a la luz otras opiniones dentro del Ejército, de miembros totalmente activos, abiertamente ultras y golpistas, junto a eventos donde se observa a soldados saludar al modo fascistas. Ahora, se ha publicado que entre los que enviaron las misivas al Borbón están también algunos miembros del Centro Nacional de Inteligencia, servicio secreto que al menos en sus orígenes era subsidiario de la Fuerzas Armadas. Este organismo, anteriormente conocido como CESID, se dice que tuvo un papel primordial, precisamente, en el proceso de transición y que, incluso, ayudó a elaborar algún punto de la Constitución guardándose las espaldas. La presencia notable de la ultraderecha en el Ejército, por no hablar de una mentalidad abiertamente franquista en la institución armada, parece otra realidad maquillada como ha ocurrido en la propia sociedad de este inefable país.
Los que insisten en no hacer memoria histórica provocan que no pueda entenderse gran parte de los problemas que padecemos en la actualidad. La reacción y los golpes militares son una tradición en suelo español desde, al menos, el siglo XIX en los tiempos de la Primera República. La cosa tuvo su colofón con el alzamiento de 1936, y la consecuente guerra que insisten en describir de forma necia y simplista como «entre hermanos», junto a una dictadura de cuatro décadas. Tras la muerte del genocida dictador, como dijo Vázquez Montalbán, los dirigentes se acostaron franquistas y se levantaron «democrátas». No obstante, cada vez se evidencia más el proceso de maquillaje político que aquel proceso supuso, mientras que el Ejército, tras una depuración de muchos años de elementos democráticos y liberales, no tenía siquiera que disimular su condición ultraderechista. Y no tenía que hacerlo porque la opacidad es lo que caracteriza a esta institución, empezando por su supuesta justicia, hasta el punto de que hay quien habla de Estado dentro del Estado. Sí, la propaganda ha sostenido lo contrario desde hace cuatro décadas «democráticas» hasta el punto de hablar de «ejército humanitario», figura retórica conocida como oxímoron. Yo, que soy profundamente antimilitarista, entendiendo los ejércitos como defensa obvia de Estados y fronteras, y aunque otro tipo de defensa armada no autoritaria fuera necesaria en una sociedad sin privilegios, me limito a señalar lo evidente. Al menos, lo que ocurre en este indescriptible país.