Archivo de la etiqueta: Ultraderecha

La estrecha relación entre el sionismo y la extrema derecha europea

El pasado 28 de mayo Pedro Sánchez anunció al mundo, de manera solemne, que el Reino de España (al igual que lo hacían ese día Irlanda y Noruega) pasaba a reconocer el Estado palestino, aclarando que este gesto (pues eso es lo que es, un simple gesto) no supone un ataque contra Israel. Aunque escuchando al Presidente parecería que con este hito él solito ha resuelto el conflicto palestino-israelí, en realidad España no es pionera en el reconocimiento de Palestina como país propio, pues actualmente son 145 los Estados miembros de los 193 que componen Naciones Unidas los que lo hacen, incluyendo varios europeos como Islandia, Suecia, Polonia, Ucrania, Bielorrusia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Grecia, Macedonia, Bosnia, Montenegro y Albania.

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La internacional (ultra)derechista

Quién le iba a decir a este lúcido escribidor, hace bastantes meses, cuando puse negro sobre blanco aquella indignante mistificación libertaria que no parece tener fin a día de hoy, que alguien tan grotesco como Javier Milei iba a acabar convertido en presidente de la República Argentina. No solo eso, sino que ha sido la máxima estrella, en la capital de este inefable Reino de España, en esa misma donde prolifera la libertad a poco que uno se descuide, en esa reciente convocatoria por parte de Vox a lo más granado de la reacción internacional. ¡Y eso que, hace bien poquito, uno se preguntaba, con un tono no exento de sarcasmo, si de verdad existía eso que llaman ultraderecha! No creo que haga falta presentar a los peligrosos botarates que integran eso llamado Vox, una mera escisión del Partido Popular dentro de un indescriptible país donde derecha y extrema derecha se confunden. Valga solo recordar que este repulsivo evento, que acaba de tener lugar ante la mirada estupefacta de cualquiera con un mínimo de decencia, ha recibido la peculiar denominación de Europa Viva. Parece claro que con eso la ultradiestra hispana deja claro que desean sacar tajada, en la inminente convocatoria electoral, para ocupar poltrona en las instituciones del viejo y mezquino viejo continente.

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¿Existe la ultraderecha?

He oído ya en diversas ocasiones, por parte de algunas voces interesadas o intelectualmente perezosas, que en realidad no existe la ultraderecha en este inefable país. Creo que uno de los responsables de que esto se repita es el pseudosabio, redundante en un maniqueísmo preescolar y con una pléyade de seguidores bastante acríticos, Antonio Escohotado (que en paz descanse, ojo, vaya por delante). Resulta patética esta aseveración, a la par que significativa, en un indescriptible país que sufrió un golpe reaccionario y cuatro décadas de dictadora ultranacionalista y ultraconservadora, es decir, de extrema derecha. Como dijo aquel, un día la clase política se acostó franquista (es decir, de ultraderecha) y al día siguiente se levantó tremendamente demócrata para repartirse porciones del pastel patrio. Es posible que todo esto sea síntoma del muy descerebrado fin de las ideologías, donde se quiere pasar porque ya no existen izquierdas y derechas, por lo que se entiende que mucho menos sus extremos. Pero, no nos pongamos ambiguos y abstractos, acorde con estos tiempos, concretemos y analicemos. Recordaremos que el Partido Popular, la derecha de este país (no sé si cobarde, pero derecha al fin y al cabo), es el heredero más evidente de aquel monstruo franquista ultraderechista y, de hecho, su fundador fue ministro de la dictadura; sí, un heredero que pasa ahora por ser entrañablemente demócrata y constitucional, pero heredero al fin y al cabo.

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Caretas fuera: La ultraderecha nos considera basura

Sin duda, las elecciones del 23-J serán recordadas por muchas cosas. Fueron las elecciones más calurosas de la historia. Fueron las elecciones en las que Pedro Sánchez se paseó por todos los platós de televisión del universo, humilló a Ana Rosa y Pablo Motos, fue a ‘La Pija y la Quinqui’ a que le llamaran guapo y difundió un meme en el Día Internacional del Perro. Las elecciones del “Que te vote Txapote”. El debate a dos entre el PP y el PSOE lo ganaron Vox y Bildu. Feijóo se sacó un máster en difusión de bulos –imitando a Trump, sembró dudas sobre el voto por correo– pero, pese a ello, fue habitualmente eclipsado por Abascal, salvo a la hora de explicar, sin mucho éxito, su relación con el narco Marcial Dorado. Yolanda Díaz rebajó el ya de por sí diluido discurso de la izquierda institucional y, por si fuera poco, abogó por un “feminismo conciliador” –quizás estaría bien que alguien le recuerde que, si no es incómodo, no es feminismo–. Pero, probablemente, por lo que más serán recordadas estas elecciones se deberá a la guerra de las lonas del odio.

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¡Votad, votad, malditos!

La propaganda para que en breve, creo que es a finales de este mes de julio, vayamos a votar es de una ferocidad tal, que en caso de no hacerlo a uno le hacen sentir como un bastardo hijo de perra sin entrañas. Por supuesto, estoy hablando del bando progre, claro, no vale con votar a cualquiera, hay que hacerlo a eso tan difuso que llaman izquierda. No tengo del todo claro si dentro de la misma se encuentra el partido todavía llamado socialista y obrero (e incluso español), pero supongo que sí, que dan por hecho que se va a aliar con todo cristo (incluso con la extrema izquierda, sea lo que sea eso) con tal de que no gobierne la derecha (oficial) conjuntamente con la ultraderecha (que todos sabemos, no es nada nuevo, que son cosas muy parecidas en este inefable país). Y algo que ha contribuido a agitar el miedo, ya a lo bestia, ha sido que en las recientes elecciones locales el Partido Popular no ha tenido problema alguno en gobernar con Vox; lo que no me cabe en la cabeza es que alguien tuviera la más mínima duda. Pues eso, que una vez más el fascismo puede ganar las elecciones y hay que pararlo en las urnas; hasta, no preguntéis por qué y de qué manera, escuché el otro día a Monedero afirmar entusiasmado que en este país de anarquistas la izquierda estaba logrando hacer eso que llaman un «frente amplio». Ojalá, Juan Carlos, ojalá, y me refiero a lo de «país de anarquistas», no a lo segundo.

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¿Izquierda woke?

Hasta hace no tanto, uno permanecía indiferente ante el fluir idiota de según qué términos de nuevo cuño de afán abiertamente insultante. Así, para el que no sepa todavía lo que significa eso de ‘izquierda woke‘, es una de las etiquetas despectivas con los que el facherío patrio cree mofarse de lo que ellos consideran progresía. Eso sí, resulta paradójico, patético y abiertamente grotesco, que toda esta pléyade de defensores caposos de las esencias hispanas adopte un anglicismo de lo más peculiar solo para denigrar al contrario de la forma más burda y necia. Como el público a la diestra, en este inenarrable país, no se caracteriza por su enriquecimiento léxico, y mucho menos por la profundización intelectual, las terminales mediáticas más conservadoras han popularizado un apelativo con aspiraciones de convertirse en etiqueta sarcástica. No creo que muchos de los que lo emplean conozcan que el término alude en inglés a ‘estar despierto’ y que, ya hace décadas, fue empleado por los trabajadores en Estados Unidos como signo de adoptar conciencia, de estar alerta ante los atropellos laborales y políticos. Hace unos años, fue recuperado por movimientos sociales, que luchan contra el racismo, así como por los derechos de las mujeres y de personas de diversa orientación sexual; eso explica el uso denigrante por parte de todos estos bodoques reaccionarios, que no han sido ni capaces de una traducción al castellano.

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Los interminables símbolos de la iniquidad

Se muestra pertinaz el facherío patrio en su insistencia de que el Valle de los Caídos es, además de una obra artística e histórica encomiable, un monumento que rinde tributo a los muertos en ambos bandos y un símbolo de la reconciliación nacional. No es nada nuevo, pero no deja de provocar indignación al que tenga la menor sensibilidad verdaderamente democrática. Y no es que el suscribe tenga la menor confianza en el parlamentarismo como garante de un auténtico avance social, pero un país incapaz de reconocer su propia historia de libertades y refundar la democracia en base a ella no puede ir a ninguna parte. Y es que negar que la obra de Juan de Ávalos es, principalmente, una loa a los que aplastaron al otro bando en la guerra civil, y un lugar donde rinden tributo individuos con el brazo extendido, es síntoma de gente muy reccionaria, muy malintencionada o muy ignorante (o las tres cosas). La argumentación de la supuesta reconciliación no es más que una extensión del discurso franquista, que tuvo su continuidad en esa farsa llamada Transición con la muy rentable máscara de la pseudodemocracia; había que promover la amnesia colectiva y mejorar algunas cosas para que lo importante, que suele ser lo económico a pesar de tanto patriotismo, siguiera igual que en la dictadura.

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Rojos y fachas

Desde que era (casi) un tierno infante, cargué estoicamente con la etiqueta de «rojo» por parte de mi entorno más reaccionario. No es que me disgustase semejante apelativo político, ya que si te denominan así en este inefable país, seguro que es un buen comienzo. Por otra parte, si tenemos que hacer una división entre rojos y fachas, que a nadie le quepa duda alguna de en qué lado de la trinchera se encuentra uno. No, no es una actitud en absoluto beligerante, ni guerracivilista, ni esas sandeces que suelen soltar los poco dotados de recorrido intectual; y, si lo es, solo en un sentido estrictamente moral. De hecho, los que se vuelven locos por la estética belicista, con poco o ningún sentido de la ética, armados hasta las trancas de símbolos, banderas y uniformes, erectores de estatuas infames, ya sabe un lector mínimamente avispado en qué lado se encuentran. Sin embargo, y creo que ya lo he contado en demasiadas ocasiones, uno siempre ha sido más rojinegro que rojo; a ello obligaba un amor incondicionado, y solidario, por la libertad individual. Es posible que ya afrontada la mediana edad, sea más negro que rojinegro, pero eso es cuestión de que uno se esfuerza en seguir el orden inverso habitual: cuando más viejo, más empecinadamente radical. Algunos, no podemos evitar ser inconmensurablemente lúcidos e inhabitualmente irreductibles. Pero, volvamos con toda esa pléyade reaccionaria que no tardaba demasiado en etiquetarle a uno de «rojo».

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Asalto de la extrema derecha a la educación pública en Madrid

Hace unos meses, la presidenta madrileña Isabel Díaz Ayuso anunció que ordenaría a los inspectores de Educación de la Comunidad de Madrid retirar los libros de texto que contuvieran material “sectario” (porque ella, a diferencia del resto, es objetiva y está por encima del bien y del mal). Más adelante, su consejero de Educación, Enrique Ossorio, profundizó en el mensaje de su khaleesi, aclarando que el Gobierno autonómico no compraría libros que contuvieran expresiones como “emergencia climática”, “resiliencia” o “discriminación por razón de género”[1].

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De fascistas y bufones: Los peligros de los bulos y las acciones de la extrema derecha

El pasado mes de mayo se cumplieron dos años de la Revuelta de los Cayetanos, esas concentraciones celebradas en Núñez de Balboa en las que los vecinos del barrio más rico de Madrid salían a protestar contra las restricciones de la pandemia. Nos reímos mucho de las imágenes de los pijos y franquistas trasnochados que golpeaban mobiliario urbano con palos de golf, se desplazaban en descapotables e iniciaban caceroladas con utensilios de cocina recién comprados que todavía tenían la pegatina con el código de barras. Sin embargo, no podemos perder de vista que detrás de estas protestas, impulsadas por una tal “María Luisa de Resistencia Democrática, simpatizante de Vox”, estaba la ultraderecha y su siniestra agenda política.

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