FILOSOFÍA CÍNICOS ANARQUISMO

Historia de la filosofía anárquica 4. Michel Foucault & Michel Onfray. El Cinismo antiguo y la Anarquía. Tercera parte.

Simón Royo Hernández

«Era terrible para denostar a los demás. Así llamaba a la escuela de Euclides biliosa, a la enseñanza de Platón tiempo perdido, a las representaciones dionisíacas, grandes espectáculos para necios y a los demagogos los calificaba de siervos de la masa. Cuando le preguntaron en qué lugar de Grecia se veían hombres dignos, contestó: Hombres en ninguna parte, muchachos en Esparta. Como no se le acercaba nadie al pronunciar un discurso serio, se puso a tararear. Al congregarse la gente a su alrededor, les echó en cara que acudían a los charlatanes de feria, pero iban lentos a los asuntos serios. Cuenta Menipo en su Venta de Diógenes que, cogido prisionero y siendo vendido como esclavo, le preguntaron qué sabía hacer. Respondió: Gobernar hombres. Y dijo al pregonero: Pregona si alguien quiere comprarse un amo. Al invitarle uno a una mansión muy lujosa y prohibirle escupir, después de aclararse la garganta, le escupió en la cara, alegando que no había encontrado otro lugar más sucio para hacerlo. Platón dio su definición de que el hombre es un animal bípedo implume y obtuvo aplausos. Él desplumó un gallo y lo introdujo en la escuela y dijo: Aquí está el hombre de Platón. Desde entonces a esa definición se agregó: y de uñas planas. Era apreciado ciertamente por los atenienses, pues cuando un muchacho rompió la tinaja donde habitaba, a este le apalearon, y le procuraron otra a Diógenes. Dijo que la pasión por el dinero es la metrópoli de todos los males. Cuando a Platón le preguntaron: ¿Qué te parece Diógenes?, respondió: Un Sócrates enloquecido. Al ver a un arquero torpe se sentó junto al blanco, diciendo: Para que no me alcance».

(Diógenes Laercio sobre Diógenes el cínico. Vidas de los filósofos ilustres).

La vida filosófica del cínico se presentaba como una verdadera vida, como una vida auténtica, frente a las imposturas de las demás formas de vida, adaptadas a los poderes vigentes y sumisas a las órdenes que tales poderes exigían. Por ese motivo el cinismo estaba marcado por el rechazo y el repudio de muchos de los que se consideraban buenos ciudadanos, aunque también era apreciado por otros. Como nos recuerda Michel Foucault, filósofos como Epicteto o Séneca, dan una imagen positiva del cinismo, pese a militar entre los estoicos, incluso «Juliano, en el momento mismo de criticarlo, lo reivindica como una actitud universal de todo filósofo, desde el propio origen de la filosofía1». Y es que los cínicos no se atienen a su presente, no reivindican un pasado ni pretenden precipitar un futuro, sino que se consideran atemporales y cosmopolitas, abandonan el tiempo cronológico y se atienen a lo intemporal, acorde con la Naturaleza, lo que les hace vestir con harapos o rusticas túnicas, cuando no ir semidesnudos.

No tienen casa, viven y duermen en cualquier lado, como los mendigos con los que se los confunde en ocasiones, los cínicos habitan en los lugares públicos, las calles, los templos, los gimnasios, la plaza o el ágora, acuden al teatro o a los juegos, van allí donde pueden comunicarse con la más variada gente, comen y hacen sus necesidades por la calle, como los perros, pero habitan entre la gente porque a ese cuidado de sí mismos que los lleva al descuido en el vestir, añaden, sin embargo, el cuidado de los otros, la preocupación por los demás.

Según Foucault la pobreza cínica es un despojamiento real e infinito con una finalidad concreta: «La pobreza cínica debe ser una operación que uno hace sobre sí mismo para obtener resultados positivos, coraje, resistencia y tenacidad2». Foucault se detiene en la paradoja de que una vida autosuficiente parezca tener un resultado contrario, esto es, en lugar de proporcionar una vida bella y soberana, resultar de ello una vida fea y humillada. «La pobreza cínica, al contrario, es la afirmación del valor propio e intrínseco de la fealdad física, de la suciedad, de la miseria3». Sugiere entonces Foucault, preso en la paradoja cínica, que el cínico acepta la esclavitud y la mendicidad, la mayor dependencia, incluso la mala reputación y el deshonor, cuando lo que busca es la mayor independencia.

El filósofo francés no consigue ver al cínico más allá del bien y del mal, no logra verlo como más allá del principio del placer, lo categoriza entre los ricos y los pobres, los bellos y los feos, como pobre y feo lo determina, teniendo luego que explicar esa situación. Las sombras posteriores de la humillación cristiana en la naciente Roma o de los mendicantes cristianos medievales le nublan el juicio, no tanto que no vea que tiene que diferenciarlos, pero al aplicar el baremo riqueza/pobreza se olvida de que el cínico falsificó moneda.

Por eso, nosotros, vemos, que al falsificar la moneda el cínico mostraba y demostraba que el dinero no vale nada, que nada vale, luego la pobreza en la que supuestamente se sumergía el cínico, solamente sería aparente. El cínico aparece como mendigo a los que todavía mantienen que hay riqueza y hay pobreza, no a quienes han roto esa baraja. Efectos de teatralización militante, la pobreza y la crudeza cínicas se destinan a poner en cuestión a los demás, no constituye ninguna esencia del cínico, por más que ese tipo de anécdotas sean las mayormente transmitidas por los textos que restan en la tradición.

El cínico consigue ser libre e independiente y eso le permite estar tanto en palacios o templos como en basureros o barrios bajos. Los cínicos pertenecen a cualquier espacio y a cualquier tiempo porque no se encuentran dominados por una época, un gobierno o una ciudad, por ninguna costumbre ni obligación impuesta, son tan intemporales como lo es lo anárquico.

Eso de que los santos, los comunistas, los verdaderos, han de ser pobres, no es sino una falacia proveniente de principios mercantiles y religiosos. El anarquismo, como puesta en común de toda la enorme riqueza existente, consiste en una sociedad de abundancia no de miseria. Al estar formadas las comunas por personas con muchas capacidades y pocas necesidades siempre serán excedentarias, generarán más de lo que consumen. Y si es difícil concebirlo desde la desigual sociedad de consumo capitalista es porque tal sociedad promueve sin cesar que sea difícil concebirlo.

El anarcántropo, como lo hizo ya el cínico en la antigüedad, puede estar dada una sociedad desigual tanto entre los ricos como entre los pobres, tanto en los palacios como en los tugurios, porque al ganar la independencia, la autarquía, siendo libre, todo espacio y todo tiempo le pertenecen.

El coste de la libertad en sociedades de castas o de consumo suele ser lo que llaman pobreza o escasez, repudio, persecución u ostracismo, pero el anarquista ya maneja otras reglas y otras categorías, como las manejaba el cínico de la Antigüedad. Al situarse en un marco de liberación que es intemporal, su situación no se mide por los baremos de su época.

«La preocupación por lo intemporal permite pertenecer a cualquier tiempo, puesto que libera de la tiranía de corresponder a la propia época y establece una suerte de perspectiva de eternidad allí donde los demás se aglutinan en lo más denso de lo cotidiano. Rechazar la moda implica también no sacrificarse a la uniformidad del momento y a las prácticas de masas, y al mismo tiempo preservar y afirmar una singularidad. De este modo, el comportamiento cínico vuelve inútil la lógica mercantil, ataca al comercio e invita a limitar la circulación de las riquezas y, por lo tanto, el enriquecimiento de los ricos4».

De su vestimenta, acciones, forma de ser y de pensar el cinismo hizo un escándalo inaceptable para la sociedad, un escándalo en el cual, los otros filósofos, se reconocían, pero deformados, exagerados, llevados al límite, como en un espejo cóncavo que les afeaba y mostraba como retratos de Dorian Gray por haber traicionado a la filosofía.

El coraje de la verdad propio del cínico, la osadía política y el escándalo social que provocaban, lo sitúa Foucault como máxima práctica de la parresia, definida por este en primer lugar como «la valentía política del decir veraz», que también había adoptado la forma extrema de la ironía socrática y del escándalo cínico.

El escándalo cínico consiste en promover la anarquía, esto es, en ir contra los principios generalmente aceptados, en poner en entredicho los fundamentos mismos de una vida social establecida de modo piramidal, criticando sus jerarquías y derribando su gobierno.

El cínico no solamente arriesga su vida por decir la verdad, sino que deja su vida expuesta, se expone, pone el cuerpo, como el activista contemporáneo en ocasiones, que arrostra todas las consecuencias de vivir en la verdad y rechazar las mentiras del poder.

El que la filosofía haya pasado de ser una forma de vida a, simplemente, la búsqueda de enunciados verdaderos desligados del vivir se ha debido, a decir con razón por Foucault, a la confiscación por las religiones y las ciencias de ese vínculo entre teoría y praxis que siempre ha tenido el anarquismo, donde, como es bien sabido, la praxis precede a la teoría.

Las religiones y las ciencias parten de principios, como muchas filosofías, mientras que los cínicos, netamente anárquicos, partirán del no-principio, de lo anárquico, lo an-arché, de la libertad del no ser gobernado ni admitir ningún gobierno de unos hombres sobre otros, de su puesta en práctica como modo de vida, como êthos, como carácter, ética y habitación, que esas tres cosas significan esa palabra.

Como ya dijimos, Ciencias y Religiones, secularmente enfrentadas en vistas a ser las que dominen, comparten que se basan en principios, veraces las primeras, ilusorios las segundas, pero principios con los que se pretende tomar el poder, institucionalizar y jerarquizar su práctica y repartir desigualmente las riquezas que se obtengan por su explotación y dominio.

A Michel Foucault le interesa el cuidado de sí que manifestaban los cínicos o Sócrates, pero los ve no como anárquicos, sino como situados en unos principios alternativos a los vigentes. Quizá la mayoría de los profesores universitarios y de los filósofos sistemáticos no puedan concebir que exista una filosofía y una vida sin principios, anárquica, an-arché, y siempre terminen categorizando en el marco de unos principios u otros a todos los demás filósofos.

No forman los cínicos una escuela a la usanza como lo serán la famosa Academia de Platón o el Liceo de Aristóteles, que no serán a sus ojos sino entidades semejantes a las sectas religiosas, es decir, emporios de jerarquía y de poder. Sin cesar se burlaba Diógenes el cínico de la Academia de Platón y de sus enseñanzas. La escuela cínica, asistemática, es forma de vida anárquica, no titulación que habilite para alcanzar ningún puesto social.

Así lo detecta Michel Onfray cuando nos indica lo que el sistemático filósofo universitario Hegel, pensaba sobre los cínicos:

«De modo que el prusiano puede escribir: El cinismo tuvo más la significación de un mero modo de vida que la de una filosofía, y continuar, sin rayar por ello en el ridículo a los ojos de sus colegas: De él [refiriéndose a Diógenes] sólo pueden contarse anécdotas. De los continuadores de Antístenes y su primer discípulo, Hegel llega a decir que con frecuencia no eran más que mendigos obscenos y descarados que obtenían satisfacción en la impudicia de la que daban pruebas ante los demás; no son dignos —concluía con soberbia— de ninguna consideración filosófica (Hegel Introducción a la historia de la filosofía). El documento es contundente: la filosofía no debe hacerse puertas afuera sino en los anfiteatros de la universidad, no debe involucrar a los hombres y mujeres que uno encuentra en la calle, sino a aquellos que se someten a las exigencias de la institución. Y además, circunstancia agravante, los cínicos no tienen un sistema, un pensamiento cerrado, ni conceptos operativos autoritarios. En suma, no hacen más que ocuparse de la sabiduría, la felicidad y la existencia concreta y cotidiana: el colmo para los filósofos. Ahora bien, la disciplina muere a causa de este complejo de clausura: confinada a los espacios en los que se la reduce, se la acartona, termina por convertirse naturalmente en una piel de zapa por culpa de los turiferarios del encierro. La hacen los iniciados para los iniciados y excluye de manera redhibitoria a quienes no tienen la suerte de pertenecer a esa casta. Demos las gracias a Hegel y sus cofrades5».

El pergamino de On The Road de Jack Kerouac.

La vida otra del filósofo cínico, anárquico, ya no será la vida del filósofo académico, ya no será la del profesional inserto en una institución que a la postre se erigirá según un modelo militar y eclesiástico. La universidad, con sus soldados y monaguillos, con sus obispos y coroneles, con sus generales y cardenales, que allí serán entonces licenciados o catedráticos, siempre instituciones organizadas de manera jerárquica y sometidas a los poderes dominantes de su tiempo. La vida cínica es una vida distinta, diferente, otra vida para otro mundo:

«Tal es la paradoja de la vida cínica, como he intentado definirla: el cumplimiento de la verdadera vida, pero como exigencia de una vida radicalmente otra6».

La vida soberana, dueña de sí misma, no puede estar sometida de ningún modo y en ningún sentido. El goce de llevar una vida auténtica es superior a cualquier otro, de modo que asuntos como la riqueza o la pobreza quedan bastante relativizadas.

Alegría y placer conlleva la libertad, la autarquía independiente de una confederación de yoes no supeditada a nada ni nadie.

Un modo de vida favorable a los demás, en ningún caso tóxico, purgado de todo gerontoplasma, vida benéfica para los otros y uno mismo. Una vida de ayuda mutua como la que Kropotkin ya vio en la naturaleza, en los animales, solidaria y cooperativa, tal era la vida de los cínicos de la antigüedad, aunque necesariamente beligerante, combativa, enfrentada a todo poder y todo sometimiento.

Foucault lo dice bien: «Ser soberano de sí y ser útil a los demás, gozar de sí mismo y solo de sí mismo, y al mismo tiempo prestar a los otros la ayuda que necesitan en su apuro, sus dificultades o, llegado el caso, sus desventuras son en el fondo una sola y la misma cosa7». Pero resulta extraño que Foucault no se diese cuenta de que tal cosa era la ayuda mutua, lo que, con un nombre desvirtuado un tanto, como ya dijimos, hoy se denomina, eso de los cuidados.

El cínico, aunque sea pobre es soberano, es más rey que Alejandro Magno, pues el último depende de sus generales, sus siervos y sus esclavos, mientras que el cínico, anárquico, al lograr la independencia, la autonomía, la libertad, no depende de nadie.

«Y bien, en los cínicos reencontramos este tema, la verdadera vida como ejercicio de la soberanía sobre sí que es, al mismo tiempo, beneficio para los otros. Se lo retoma, pero otra vez llevado al límite, acentuado, intensificado. dramatizado bajo la forma de la afirmación arrogante de que el cínico es rey8». Anarquía coronada, por tanto, oxímoron que significa que una vez que todas las monarquías han declinado, eliminados todos los reyes, cada cual será soberano de sí mismo, de su pluralidad constituyente y de las relaciones con otras en igualdad y libertad.

«Esta postulación del cínico como rey antirrey, como el verdadero rey que, por la verdad misma de su monarquía, denuncia y pone de manifiesto la ilusión de la realeza política, es muy importante en el cinismo. Ella explica el hecho de que el célebre encuentro histórico (probablemente mítico, desde luego) de Alejandro y Diógenes constituya una de las escenas matriciales, por decirlo de alguna manera, a las que los cínicos hacen constante referencia. Encuentro histórico: nada excluye, en efecto, que haya tenido lugar. Encuentro mítico, en vista de todos los comentarios, explicaciones, exposiciones que se le dedicaron y se sumaron en la tradición cínica, simplemente porque tenemos allí, en la idea del filósofo como rey antirrey, algo que está en el centro mismo de la experiencia cínica y de la vida cínica como verdadera vida y otra vida, y del cínico como verdadero rey y otro rey9».

Los cínicos se dirán reyes, reyes perros, de manera irónica e insolente, para poner de manifiesto que la figura del rey filósofo de Platón no es sino una careta más del poder para pretender dominar a los demás.

El principio de Razón es también una monarquía que debe ser destruida, de ahí que los anarcántropos, como los cínicos de la antigüedad, acepten lo sin por qué ni para qué, lo que adviene sin causa y no tiene finalidad, y sepan que también eso es parte de la vida y de la naturaleza.

«Al encontrarse con Alejandro Magno, Diógenes: le habría preguntado a boca de jarro: ¿Eres tú el Alejandro del que dicen que es un bastardo? (Dión Crisóstomo, Discursos, IV. 16). Perturbado, si no ya irritado, el ofendido le pregunta al sabio de dónde ha obtenido semejante información. Continuando con la metáfora, Diógenes agrega que la propia madre de Alejandro decía eso de su hijo. Ante el silencio de este, el cínico concluye preguntando irónicamente si, siendo hijo de un dios y él mismo un semidiós, no es propiamente lo que llaman un bastardo10».

No puede soportar Foucault el embate cínico y tiene que llegar a decir que el cínico es rey, sí, pero con abnegación y despojamiento, lo ve como rey de miseria, que renuncia a sí mismo por los demás, y lo tiene así por misionero o militante, al modo anacrónico posterior del cristiano o el revolucionario: «Como ven, pues, si el cínico presta un servicio, no lo hace en modo alguno a través del ejemplo de su vida o los consejos que puede dar. Es útil porque pelea, es útil porque muerde, es útil porque ataca. Y, con frecuencia, los cínicos se atribuían a sí mismos esos calificativos, esa descripción de su misión como la de un combate11».

Los perros, que muerden para defenderse o defender a su manada, no tienen abnegación alguna, ni militancia alguna, simplemente, saben combatir si es necesario, olfatean la maldad y la reconocen, ladran y se hacen oír.

El cínico de la antigüedad es un combatiente, sí, pero más al modo de un pirata o un rebelde, de un insurrecto o un anarquista, antes que al modo del católico o protestante o del comunista del partido, que son autoritarios.

Imagínate tener un entrenamiento militar durante años para que te hagan esto

El combate primordial es contra uno mismo, contra la pretensión de que uno de nuestros egos se torne hegemónico y tiranice a los demás. Una vez alcanzado cierto equilibro entonces se puede ayudar a los demás. Luego, se combaten también las costumbres, humanas demasiado humanas, las que mantienen la explotación y la esclavitud, las leyes, convenciones y gobiernos.

El cínico anárquico es intempestivo y universalista:

«El cínico se dirige a todos los hombres. Y les muestra que llevan una vida otra y no la que deberían llevar. Por eso mismo, es todo otro mundo el que debe surgir, el que debe estar, en todo caso, en el horizonte, y el que debe constituir el objetivo de esta práctica cínica12».

El cinismo antiguo buscó la transformación del mundo y de toda la humanidad en algo más anárquico, más libre, que lo que las ordenanzas sociales de tu tiempo erigían y mandaban.

Por mediación de Epicteto y otros, a los que Foucault presta demasiada atención, los cínicos pudieron también ser reapropiados por los cristianos en clave de ascesis y ejercicios espirituales, de votos de pobreza y otras mandangas, que, si se les quiere restituir en su originariedad anárquica, tenemos que rechazar.

Bastaría que Foucault se hubiese atenido a este punto que supo destacar para que no prosiguiese con la asimilación entre cínicos y anacoretas cristianos: «En el ascetismo cristiano hay, por supuesto, una relación con el otro mundo, y no con el mundo otro13». Y eso que señala además como el principio de obediencia cristiano sería del todo incompatible con la praxis cínica.

No nos interesa por tanto de Foucault su última lección, aquella en la que persigue la supuesta pervivencia cínica en los textos cristianos.

A nuestro juicio la parresia queda totalmente desvirtuada por la introducción de la jerarquía cristiana:

«La parrhesia va a situarse entonces, si se quiere, ya no en el eje [horizontal] de las relaciones del individuo con los otros, de aquel que tiene coraje con respecto a los que se equivocan. La parrhesia se sitúa ahora en el eje vertical de una relación con Dios en la cual, por un lado, el alma es transparente y se abre a Dios y, por otro, se eleva hacia Él14».

Para terminar y cerrar el ciclo de los cínicos de la antigüedad y la anarquía vamos a relatar un último suceso del anecdotario cínico:

Cuando todos siguen a Diógenes el cínico y quieren coronarlo se sienta en cuclillas y comete un acto indecente, lo que significa, que el rey cínico no quiere seguidores sino iguales, no quiere siervos sino compañeros, de modo que esa multitud dispuesta a la adoración se disuelve, al no estar preparada. El rey anti-reyes no quiere erigir ningún nuevo principio, ningún nuevo príncipe o gobierno, sino desea que reine la libertad, que nadie ocupe un trono que ha de quedar, no ya vacante, sino dinamitado.

Chiste soez o broma macabra, los cínicos promovían la anarquía desarbolando las creencias y opiniones que legitimaban el poder y el gobierno. Su adscripción a la Naturaleza les eximía de cualquier tentación religiosa y los denotaba como ateos recalcitrantes, bien dispuestos, respecto a sus dioses, al equivalente a cagarse en Dios y en la Virgen puta, si les hacía falta.

El cínico empleaba como revulsivo social la ironía, como Sócrates, pero también el humor, como los cómicos y los bufones, usaba la sátira, la burla, el insulto, oscilaba para ello desde la inocencia del niño hasta el pleno conocimiento del sabio, pasando por la sabiduría popular:

«¿Es humorismo el que aplica Diógenes cuando le responde a un calvo que lo injuriaba?: «No seré insolente contigo, pero felicito a tus cabellos por haber abandonado una cabeza tan sucia» (D.L.VI.37) ¿Es ironía lo que lo impulsa a decirle al hijo de una cortesana que le arroja piedras a la gente: «¡Cuidado, podrías pegarle a tu padre!»? (Antonio y Máximo, De vituperatione, 260). En ambos casos, hay que precisar la actitud defensiva del filósofo: en el primer caso reacciona ante una injuria, en el segundo fustiga a un aprendiz de linchador.  La dosificación de las indirectas, los anatemas, las burlas y los sarcasmos es delicada. El cínico deambula por este arsenal con la implacable voluntad de lucidez que lo caracteriza. Ninguno de sus gestos puede disociarse de una preocupación pedagógica: el filósofo quiere enseñar, mostrar, desconcertar y despertar la conciencia. El sarcasmo y las bromas, la causticidad y la sátira suponen la psicología, desnudar lo que se presenta como evidente15».

Michel Onfray y Michel Foucault nos dan pistas para, desde una Historia de la Filosofía Anárquica, reescribir la Historia y contarla desde el punto de vista de los representantes de la Anarquía a lo largo del tiempo, representantes como Sócrates y Diógenes el cínico, que hicieron de lo anárquico el tema esencial de sus posicionamientos filosóficos y vitales.

El Anarkobufón retorna con la reminiscencia de lo anárquico en la antigüedad para dar un vuelco a las costumbres de los historiadores en el mejor sentido de los cínicos de la antigüedad16:

«La moderna crítica de la ideología se ha desprendido funestamente tal es nuestra tesis de las poderosas tradiciones de la risa, del saber satírico que arraiga filosóficamente en el antiguo quinismo. La crítica de la ideología más reciente aparece ya con la peluca de gravedad e incluso se ha puesto traje y corbata en el marxismo y, sobre todo, en el psicoanálisis, para que no se le pueda reprochar falta de respetabilidad burguesa. Ha tachado de su vida la sátira para lograr su lugar en los libros como teoría17».

Este texto, final del grupo de artículos sobre los cínicos de la antigüedad y el anarquismo, forma parte de una nueva crítica de la ideología que consiste en un recorrido por toda la Historia de la Filosofía Occidental, en un viaje desde una lectura Anarquista por los textos de los pensadores.

Esto implica una lectura que rechaza de antemano los principios de dominación y selecciona los elementos afines al Anarquismo que se han dado en los pensadores a lo largo de los tiempos.

Consideramos que es una laguna que no exista aún una Historia de la Filosofía que haya sido íntegramente escrita desde el punto de vista de la Anarquía y aspiramos a realizar esa tarea y contribuir de ese modo con el anarquismo actual y con la anarquía intempestiva, tanto en su vertiente política como eminentemente aquí en la filosófica.

Entregas anteriores:
Historia de la filosofía anárquica 3. Foucault y la parresia. El Cinismo antiguo y la Anarquía. Segunda parte.
Historia de la filosofía anárquica 2. Entre Sócrates y Foucault. El Cinismo antiguo y la Anarquía. Primera parte.
Historia de la filosofía anárquica 1. La Anarquía en el Nacimiento de la Filosofía

  1. Michel Foucault El coraje de la verdad. Clase del 14 de marzo de 1984. Primera hora. ↩︎
  2. Michel Foucault El coraje de la verdad. Clase del 14 de marzo de 1984. Segunda hora. ↩︎
  3. Michel Foucault El coraje de la verdad. Clase del 14 de marzo de 1984. Segunda hora. ↩︎
  4. Michel Onfray Cinismos, retrato de los filósofos llamados perros. (1ª ed. Francés, 1990). Buenos Aires: Paidós, 2002, cap.2, p.46. ↩︎
  5. Michel Onfray Cinismos, retrato de los filósofos llamados perros. (1ª ed. Francés, 1990). Buenos Aires: Paidós, 2002, cap.8, pp.111-112. ↩︎
  6. Michel Foucault El coraje de la verdad. Clase del 21 de marzo de 1984. Primera hora. ↩︎
  7. Michel Foucault El coraje de la verdad. Clase del 21 de marzo de 1984. Primera hora. ↩︎
  8. Michel Foucault El coraje de la verdad. Clase del 21 de marzo de 1984. Primera hora. ↩︎
  9. Michel Foucault El coraje de la verdad. Clase del 21 de marzo de 1984. Primera hora. ↩︎
  10. Michel Onfray Cinismos, retrato de los filósofos llamados perros. (1ª ed. Francés, 1990). Buenos Aires: Paidós, 2002, cap.11, pp.167-168. ↩︎
  11. Michel Foucault El coraje de la verdad. Clase del 21 de marzo de 1984. Primera hora. ↩︎
  12. Michel Foucault El coraje de la verdad. Clase del 28 de marzo de 1984. Primera hora. ↩︎
  13. Michel Foucault El coraje de la verdad. Clase del 28 de marzo de 1984. Segunda hora. ↩︎
  14. Michel Foucault El coraje de la verdad. Clase del 28 de marzo de 1984. Segunda hora.
    Situación del curso. Por Frédéric Gros:
    “El curso de 1984 es el último que Foucault habría de dictar en el College de France. Muy débil al comienzo del año, sólo empieza con sus clases en febrero y las termina a fines de marzo. Sus últimas palabras públicas en el College fueron: «Es demasiado tarde. Gracias, entonces». Su muerte en junio del mismo año ilumina este curso con una luz un tanto particular, y suscita la tentación evidente de leer en él algo así como un testamento filosófico. Por lo demás, el curso se presta a ello, porque, al retornar con Sócrates a las raíces mismas de la filosofía, Foucault decide inscribir en ella la totalidad de su obra crítica”. ↩︎
  15. Michel Onfray Cinismos, retrato de los filósofos llamados perros. (1ª ed. Francés, 1990). Buenos Aires: Paidós, 2002, cap.8, pp.119-120. ↩︎
  16. Véase nuestro articulo: Anarkobufonia, en Redes Libertarias: redeslibertarias.com/2025/03/25/anarkobufonia-o-de-la-resistencia-desde-el-pais-de-nunca-jamas/ ↩︎
  17. Peter Sloterdijk Crítica de la razón cínica. Siruela, Madrid, 2003, p.55. ↩︎

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