Indigencia moral

Paseando por un barrio céntrico, de una gran ciudad, uno puede contemplar como una muestra más del paisaje urbano toda una auténtica comunidad de indigentes. Estas personas que viven en la calle, son ya tan habituales, que la actitud recurrente de las personas de una condición social más acomodada es, simplemente, de indiferencia. A lo largo de mi vida, he sentido siempre un profundo rechazo a la pobreza y, quiere creer está claro lo que quiere decir. Alguien me dijo una vez que las clases más conservadoras sienten verdadera repulsión a la pobreza, pero también miedo, de ahí que se esforzaran en mantenerla lejos. Por supuesto, a pesar de que su propia acitud y condición es la que genera y sustenta esa misma pobreza, siempre ajena, claro está. En mi caso, huelga decirlo, rechazo a la pobreza no es aversión al pobre, fobia o actitud que ahora tiene una llamativa denominación en forma de neologismo. Desgraciadamente, ese repudio, desprecio o mera indiferencia a la persona pobre, y más en concreto al abiertamente indigente, es algo profundamente interiorizado en las sociedades mal llamadas desarrolladas. Es así hasta el punto que las superfluas y justificativas opiniones sobre la situación de esas personas pasan por considerarlos vagos e irresponsables, algo que siempre me sorprende, ese aventurarse en el juicio sobre las circunstancias vitales de los demás y, con más saña, en el caso de los más desafortunados. También, se alude en ocasiones a un posible desequilibrio mental o a adicciones habituales al alcohol u otras sustancias, algo que descargaría aún más de responsabilidad al pobre desgraciado.

Sea como fuere, responsabilizar a cada pesona de sus circunstancias sociales, y vitales, nos introduce en nos pocos problemas a poco que utilicemos mínimamente la conciencia y el intelecto. También de forma extremadamente desgraciada para una posible evoución moral de la humanidad, en nuestas sociedades capitalistas y consumistas, en fase ya avanzada de la posmodernidad, esta mentalidad estúpida e inicua sobre los problemas sociales se ha impuesto. Dicho de otro modo, y para que me comprendan ustedes, lo que prolifera es la ofensiva y deshumanizada máxima de que «el que es pobre es porque quiere o no se lo ha currado lo bastante». Estoy hablando, por supuesto, de una gran parte de la sociedad, y concretando también del vulgo más insultante, no de alguien que tenga una mínima conciencia social. Personalmente, no puedo evitar cierta empatía con las clases más desfavorecidas, y no sé si por conservar aún cierta conciencia de clase, aunque este concepto me remite a alguna visión clásica algo rígida sobre el proletariado que también rechazo. Es decir, si en los albores del socialismo se consideraba que la clase trabajadora iba a ser la protagonista de la revolución futura, que todo lo cambiaría, inevitablemente se acabaría despreciando al llamado lumpen, los que situaban más abajo en el escalafón social, los desclasados.

De acuerdo, desde los principios del socialismo, hubo también gratas y lúcidas excepciones. Entre otros, los anarquistas, que siempre vieron con simpatía a esos desclasados. No sé si tanto por ver en ellos cierto potencial revolucionario, como por una amplia visión sobre los prolemas sociales, donde se incluyen absolutamente todos los oprimidos. También, por supuesto, por una enorme concepción de la solidaridad y el apoyo mutuo que abarca a todas las personas. Hoy, bien entrado el siglo XXI, no son buenos tiempos para insistir en valores emancipatorios y el significado práctico de solidaridad no se diferencia excesivamente de la llamada caridad, que siempre parace tener una connotación de clase (otra vez, la inevitable palabreja). Esta comunidad de indigentes, de un céntrico barrio, de una gran ciudad en un país mal llamado desarrollado, suele ser visitada de vez en cuando por ciertas personas preocupadas por su situación. Miembros de ONG, o de algunos colectivos religiosos, suelen departir amigablemente con las personas que malviven en las calles y repartir algo de ropa y comida. No seré yo, venga de quien venga, quien critique esta actitud con los desfavorecidos, que yo mismo mantengo con frecuencia. Sin embargo, a eso hemos llegado, a una sociedad meramente asistencial con la pobreza sencillamente asumida como algo endémico e inevitable Para combatir de verdad los problemas sociales, es necesario cuestionar determindas estructuras de clase y dominación, por muy añejo que suene eso. Y eso, no lo va a hacer ningún colectivo religioso, ni seguramente ONG alguna, que en el mejor de los casos son producto de una sociedad enferma. Particularmente, no deseo simplemente calmar los síntomas, ni mucho menos idealizar la enfermedad. Lo que quiero es acabar con ella, estar razonablemente sano.

Juan Cáspar

Deja un comentario