Hasta hace no tanto, uno permanecía indiferente ante el fluir idiota de según qué términos de nuevo cuño de afán abiertamente insultante. Así, para el que no sepa todavía lo que significa eso de ‘izquierda woke‘, es una de las etiquetas despectivas con los que el facherío patrio cree mofarse de lo que ellos consideran progresía. Eso sí, resulta paradójico, patético y abiertamente grotesco, que toda esta pléyade de defensores caposos de las esencias hispanas adopte un anglicismo de lo más peculiar solo para denigrar al contrario de la forma más burda y necia. Como el público a la diestra, en este inenarrable país, no se caracteriza por su enriquecimiento léxico, y mucho menos por la profundización intelectual, las terminales mediáticas más conservadoras han popularizado un apelativo con aspiraciones de convertirse en etiqueta sarcástica. No creo que muchos de los que lo emplean conozcan que el término alude en inglés a ‘estar despierto’ y que, ya hace décadas, fue empleado por los trabajadores en Estados Unidos como signo de adoptar conciencia, de estar alerta ante los atropellos laborales y políticos. Hace unos años, fue recuperado por movimientos sociales, que luchan contra el racismo, así como por los derechos de las mujeres y de personas de diversa orientación sexual; eso explica el uso denigrante por parte de todos estos bodoques reaccionarios, que no han sido ni capaces de una traducción al castellano.
En otras palabras, considerarse «woke», en su reivindicable uso original, viene a ser lo mismo que presentarse con un mínimo de cociencia, moralidad y conciencia, que sencillamente pretende un mundo sin discriminaciones. Sí, de acuerdo, el asunto es muy matizable, y podemos poner en cuestión a según qué izquierda, pero es que viendo a todo estos berzotas retrógrados uno siento la irresistible tentación de caer en el reduccionismo más atroz. Ya ocurrió con la abreviatura progre, que si bien en no pocas ocasiones el que subscribe tiene que reconocer que la ha empleado con intenciones algo sarcásticas, referida sobre todo a cierta izquierda acomodada en la pose, su uso igualmente peyorativo y distorsionador por el facherío invita a adoptar la etiqueta sin ambages. Me ocurrió en ocasiones en mi tierna juventud, tiempo ha en que uno no era el gigante intelectual y moral que es ahora, ciertos individuos me espetaban cosas como «¡Eres demasiado progre!»; cierta perplejidad, junto a una precaución que hoy me es ajena, me impedían responderles algo así como «¡Ah, claro, y tú eres un botarate reaccionario en un país donde venció el fascismo!». ‘Izquierda woke’, ‘progre’, y algunas otras lindezas por parte de la siniestra diestra, vienen a significar el afán por ridiculizar a todo aquel que cobre consciencia de toda forma de injusticia social; efectivamente, repulsivo, nauseabundo e inmoral.
No es tampoco casualidad que al vocablo woke nuestros inevitables y estultos reaccionarios le añadieran sin pudor lo de ‘izquierda’, queriendo significar con seguridad que detrás se encontraba más una ideología que una sensibilidad social, algo sencillamente falaz. Dudo mucho que entre la progresía hispana se haya adoptado alguna vez semejante etiqueta y, más bien, su uso delata a toda esa horda carente de escrúpulos dispuesta a hacer frente común ante el menor atisbo de progreso social. En estos peculiares tiempos posmodernos, precisamente, lo de considerarse una persona de izquierdas invita a la confusión, si entendemos por tal a especímenes como Pedro Sánchez, Yolanda Díaz o el hoy muy mediático Pablo Iglesias, especímenes humanos con los que Satanás me libre tener poca cosa en común. Por lo tanto, por si a estas alturas del relato no ha quedado del todo claro, no será este acrata feroz que suscribe el que defienda a esta izquierda parlamentaria, que sufrimos a veces en abnegado silencio temiendo que algo mucho peor llegue al poder; no obstante, si el mundo se divide entre progres y fachas, que nadie sepa en qué lado de la barricada se coloca uno. Y es que a veces, viendo el espectáculo que brindan en este indescriptible país las inicuas derecha y ultraderecha, que vienen a ser política y moralmente algo muy parecido, uno se siente provocadoramente maniqueo y desinhibidamente propenso al insulto.
Juan Cáspar
Buen día Juan:
Coincido 100% con los análisis del blog, pero una pequeña sugerencia: no uses la palabra «denigrante», ya que da la idea de que lo malo es negro. Es bueno cuidar el lenguaje racista también.
Saludos desde la República Evangelista de Brasil