Ha habido un conflicto que ha prevalecido por largo tiempo en la historia de la cultura entre la ciencia y la religión, la razón y la pasión. Los teólogos han argüido incesantemente que hay «límites» para la investigación científica y ésta no puede penetrar «el reino transcendental»; los poetas han despreciado la lógica deductiva y el método experimental, los cuales sostienen quitan a las experiencias de sus cualidades sensitivas. La controversia actual entre las dos culturas de la ciencia y las humanidades es por eso familiar.
A pesar de la crítica clásica, la empresa científica ha tenido un significativo progreso en las pasados tres siglos, resolviendo problemas que estaban supuestamente más allá del alcance de su metodología; y la revolución científica que empezó primero en las ciencias naturales, se ha extendido a las ciencias biológicas, sociales y conductuales, con enormes beneficios para con el logro de la educación universal la visión científica eventualmente triunfará y emancipará la humanidad de la superstición. Se pensó que el progreso era correlativo con el crecimiento de la ciencia.
La confianza en la ciencia, sin embargo ha sido malamente estremecida en los últimos años. Aún las sociedades supuestamente avanzadas están inundadas por los cultos de la sin razón y otras formas de insensatez. A principios de este siglo fuimos testigos del surgimiento de cultos ideológicos fanáticos tales como el nazismo y el stalinismo.
Actualmente, las sociedades democráticas occidentales están siendo barridas por otras formas de irracionalismo, con frecuencia marcadamente anticientíficas y pseudocientíficas en carácter. Hay varias manifestaciones de este nuevo asalto a la razón.
Una buena ilustración de esta tendencia es el aumento de la astrología, pero sólo la punta del iceberg. Porque si uno hace encuestas sobre el estado actual de las creencias, uno encuentra que gran número de gente está lista aparentemente para creer en una amplia variedad de cosas, aunque atroces, sin pruebas suficientes. Aún un catálogo al azar de algunos de los cultos y gurúes bizarros ilustran el punto: la consciencia de Krishna, el Maharaj Ji, Aikido, el Maharishi Mahesh Yogi y formas diversas de la meditación trascendental, la Iglesia de la Unificación, el Proceso, los Gurjievianos, el Zen, Arica, los Hijos de Dios y el I-Ching. Desde el punto de vista del escéptico y el humanista científico, estos cultos no son más irracionales que los grupos religiosos ortodoxos. ¿Por qué son las prédicas del más último de los gurúes, más insensatas que una deidad muerta y resucitada, la visita del ángel Gabriel a Mahoma, José Smith y su viaje occidental, Mary Baker Eddy y la Ciencia Cristiana, la Teosofía, los Rosacruces, o la canonización de santos por supuestos milagros? Las religiones tradicionales violentan la credulidad tanto o más que las más nuevas y exóticas religiones importadas del Asia, pero los primeros han estado rondando más tiempo y son considerados parte del sistema social establecido. Lo que es aparente es la tenaz resistencia de las creencias irracionales a través de la historia hasta el presente día -y a pesar de la revolución científica-.
Tomemos el fenómeno de las «nuevas brujas», como Marcello Truzzi las ha llamado, y el reavivamiento del interés en el exorcismo. Sólo unos pocos años atrás habría sido raro haber encontrado algún estudiante universitario que creyera en las brujas. Aún hoy, la creencia en una multitud de brujas y demonios, aún el diablo, ha llegado a estar de moda en algunos círculos. Esta es la era de los monstruos, en la que Frankestein, Drácula, los hombres-lobo llegaron a ser reales para mentes impresionables. La novela y la película El Exorcista estimularon la creencia en el exorcismo; y alguna gente fue incapaz de distinguir la verdad de la ficción. Por eso somos confrontados por una plétora de mitos florecientes, cultivados por una industria editorial y medios de comunicación que buscan el lucro.
Todo esto es sintomático del rechazo actual de la razón y la objetividad. Mientras hace una década hubo un consenso general que al menos existían algunas reglas de evidencia, hoy día la gran existencia de criterios objetivos para juzgar afirmaciones verdaderas es seriamente cuestionados. Uno escucha una y otra vez que «una creencia es tan buena como la siguiente» y que hay una clase de «verdad subjetiva» inmune a la crítica o evidencia racionales. Uno aún encuentra proponentes de formas de subjetividad entre los filósofos de la ciencia, los cuales sostienen que las condiciones históricas o los factores psicológicos son bastante responsables de las revoluciones en el pensamiento científico.
La reacción contra las normas rigurosas asumió otra forma en la década de 1960 en el asalto de la Nueva Izquierda y la contracultura al intelecto. El crecimiento actual de los cultos de la sinrazón es tal vez solamente una consecuencia de ese fenómeno. Dijimos entonces que necesitábamos romper la laxitud de las demandas de la lógica y la evidencia, y «expandir nuestra conciencia» por medio de drogas y otros métodos. Theodore Roszak sostuvo tal posición en sus libros muy leídos La construcción de la Contra-cultura (En inglés Making of a Counter-Culture. New York: Doubleday, 1969) y El Animal no terminado: La frontera de Acuario y la Evolución de la Conciencia (The Aquarium Frontier and the Evolution of Consciousness. New York: Harper & Row, 1975).
La contra-cultura insistió que la objetividad era imposible tanto a causa de prejuicios de clase o profesionales o porque estabamos encerrados en las categorías de nuestra visión científica del mundo. Uno no escuchaba mucha crítica del marxismo [cuando estaba de moda] pero uno escucha que la visión científica existente está confinándose. Y así hay un intento de evadirse por medio de nuevas formas de la experiencia, de las cuales los cultos son sólo una parte: Mantras, meditación, bioenergética, yoga, jardinería orgánica, fotografía kirliana, y la percepción extrasensorial.
Esto existe junto a otra disposición que está evidentemente incrementándose hoy: una aversión a la cultura tecnológica misma.
La ciencia y la tecnología son con frecuencia culpadas indiscriminadamente de la situación mundial actual. Oímos por todas partes acerca de los peligros de la tecnología, la destrucción de la ecología natural, la polución, la depredación de los recursos, los malos usos de la energía, la amenaza de las plantas de poder nuclear, etc. Muchos de estos intereses son legítimos, sin embargo, la postura crítica no es simplemente contra la tecnología sino contra la ciencia y investigación científica. Hay aquéllos de la derecha fundamentalista quienes todavía se oponen vehementemente, sobre bases éticas o religiosas, a la enseñanza de la teoría de la evolución, los cursos comparativos de estudios sociales, y la educación sexual. Pero además, el científico es visto con frecuencia por algunos de la izquierda como una clase de demonio -si se ocupa de la experimentación humana o la modificación de la conducta, o si participa en la investigación genética o desea probar bases genéticas del C.I. [Cociente intelectual]. Y hay quienes de manera creciente opinan y consideran a los médicos y los psiquiatras como sumos sacerdotes malvados u hombres vudú.
Estamos confrontados hoy día con una forma de rectitud moral y anti-intelectualismo -con frecuencia bordeando la histeria- que enjuicia la ciencia como deshumanizante, brutalizadora, destructiva de la libertad y el valor humanos. Esta actitud es paradójica, porque parece ocurrir más virulentamente en las sociedades afluentes, donde han sido logrados los más grandes avances de la investigación científica y la tecnología.
¿Deberíamos asumir que la revolución científica, que empieza en el siglo XVI, es continua? ¿O será oprimida por las fuerzas de la sinrazón? Sin embargo, el cuadro que estoy pintando no debe ser sobreestimado. Junto a los críticos de la ciencia están sus defensores. Y vastos recursos son invertidos en educación, investigaciones, organizaciones y publicaciones científicas. La ciencia todavía es bastante considerada por mucha gente.
Ciertamente, el hecho que la ciencia es esencial para nuestra civilización tecnológica está muy bien reconocido por algunos de los críticos de la ciencia -que me lleva incluso a otra dimensión del crecimiento de la irracionalidad: la proliferación de la pseudociencia-. Aquellos que no son tentados por lo oculto siempre pueden encontrar naves de los dioses, ovnis, triángulos de las Bermudas o continentes perdidos para seducirlos. Los nuevos profetas buscan tener sus teorías especulativas encubiertas por el manto de la legitimación científica; incluyen a von Däniken y aquellos asociados con la dienética, la cientología, y los recientes esfuerzos en desarrollar una «astrología científica».
El crecimiento de la pseudociencia puede ser visto en muchas otras áreas. Hay, por ejemplo, un esfuerzo en explorar el así llamado reino parapsicológico. Los fenómenos psíquicos, que fueron cuidadosamente estudiados en el siglo XIX por la Sociedad para la Investigación Psíquica en Inglaterra y la parapsicología, que fue investigada por muchos años por J. B. Rhine en la Universidad de Duke, han llegado a estar de moda. Uri Geller ha sido examinado por «expertos científicos» y se le ha encontrado que posee sorprendentes «poderes psíquicos», pero sus proezas pueden ser duplicadas fácilmente por magos tales como James Randi usando trucos de magia tradicionales. Estudiantes y profesores igualmente anuncian nuevas investigaciones de la clarividencia, precognición, la telepatía, ensueños, las experiencias incorpóreas, la reencarnación, la comunicación con espíritus de los muertos, la curación psíquica, los poltergeists, y las auras.
Algunos entusiastas sostienen haber descubierto «las grietas del reino de lo transcendental» y nuevas dimensiones de la realidad. El enemigo es siempre el «conductista», el «experimentalista», o el «mecanicista», quienes supuestamente se cierran a tales investigaciones. Estamos, algunos sostienen, en un estadío revolucionario de la historia de la ciencia, la cual ha visto el surgimiento de nuevos paradigmas explicativos. Los críticos insisten que nuestras usuales categorías científicas y métodos son demasiados estrechos y limitantes.
No estoy negando la constante necesidad de examinar la evidencia y mantener una mente abierta. Ciertamente, insistiría en que los científicos quieran investigar las afirmaciones de nuevos fenómenos. La ciencia no puede ser censuradora e intolerante, ni apartarse de los nuevos descubrimientos al hacer juicios que antecedan la investigación. Formas extremas de cientismo pueden ser tan dogmáticas como el subjetivismo. Sin embargo, hay una diferencia entre el uso cuidadoso de métodos de investigación por un lado, y la tendencia a generalizaciones apresuradas basadas en la evidencia insuficiente por el otro. Lamentablemente, también hay con demasiada frecuencia una tendencia de los crédulos en confiar en los datos más insuficientes y elaborar vastas conjeturas, o insistir que sus especulaciones han sido confirmadas concluyentemente, cuando no lo han sido.
Cuestiones serias pueden ser levantadas acerca de la escena actual. ¿Es mayor el nivel de irracionalidad o menor el nivel de irracionalidad en tiempos anteriores, o el nivel de lo insensato ha permanecido medianamente constante en la actitud humana y sólo asumió diferentes formas? ¿Por qué persiste la irracionalidad, aún en las sociedades adelantadas?
Sin duda muchas hipótesis sociológicas y culturales pueden explicar el crecimiento de las creencias irracionales. En años recientes los medios de comunicación han aumentado en influencia. La imagen del científico es frecuentemente esbozada por los periodistas, novelistas y dramaturgos, no siempre por los mismos científicos y lo que la ciencia es o hace ha sido a veces mal elaborado y se le ha dado un mal nombre. O nuevamente, se estima que la mitad de todo el apoyo del mundo para la investigación científica es para el desarrollo armamentista, y la mayoría del resto es para propósitos industriales y pragmáticos. La investigación científica con frecuencia también ha sido controlada por intereses privados para su ganancia o por los gobiernos para la adoctrinación y el control. El investigador científico libre y creativo con frecuencia tiene que depender de la estructura de poder para su apoyo financiero; y lo que sucede a los frutos de su labor está más allá de su labor.
Estas explicaciones son válidas sin duda. Pero también hay, a mi juicio, profundos factores psicológicos en acción; y hay mucha confusión acerca del significado de la misma ciencia. La persistencia de la irracionalidad en la cultura moderna revela algo acerca de la naturaleza peculiar de la especie humana. Hay una tendencia en el animal humano hacia la credulidad -esto es, una facilidad psicológica a aceptar creencias no probadas, a ser crédulo en el asentimiento. Esta tendencia parece estar profundamente engranada en la conducta humana que pocos están sin ella en alguna medida. Estamos tentados a tragar tanto la verdad evangélica que otros nos ofrecen. No estoy hablando simplemente de estupidez e ignorancia sino de ingenuidad acrítica acerca de algunas materias.
Indudablemente hay individuos que se especializan en engañar a otros; proveen dioses falsos y servicios vacíos, pero sin duda hay también creyentes sinceros que se engañan así mismos que quieren creer en ideas sin la evidencia adecuada, y que buscan convertir a otros a sus concepciones equívocas. Lo que está en acción aquí no es el fraude conciente sino el autoengaño. La cosa curiosa es que, algunas veces si un psicótico se repite a sí mismo con la suficiente frecuencia, al tiempo otros llegan a creer y seguirlo. Además, si una falsedad es suficientemente exagerada, alguna gente está más apta para creerla. Además, el herético siempre se arriesga a ser quemado en la estaca, especialmente después que la nueva mitología llega a ser institucionalizada como la doctrina oficial.
Hay, pienso, todavía otra tendencia en la conducta humana que estimula la credulidad: la fascinación por el misterio y el drama. La vida para muchas personas es inútil y aburrida. Derrotados por la anomia y la tiranía de lo trivial, pueden buscar escapar de este mundo usando las drogas y el alcohol, embotando o suprimiendo sus conciencias. Abandonarse a la nada es su propósito.
Otro método de diversión es la búsqueda por placeres hedonistas y las emociones fuertes. Aun otro es el uso de la imaginación. Las artes literarias y dramáticas proporcionan libertad a la imaginación creativa, como lo hace la religión. Es difícil para algunos individuos distinguir la verdad de la falsedad, la ficción y la realidad. Los cultos de la sinrazón y lo paranormal atraen y fascinan. Capacitan a cualquiera a bordear los límites de lo desconocido. Para las personas ordinarias, hay el mundo cotidiano -y la posibilidad de escapar a otro. Y así buscan otro lugar -otro universo y otra realidad-.
Por eso hay una búsqueda que es fundamental a nuestro ser: la conquista por el significado. La mente humana tiene un genuino deseo de sondear las profundidades de lo inefable, de encontrar un significado más profundo y la verdad, de alcanzar otro reino de existencia. La vida no tiene sentido para muchos, especialmente para los pobres, los enfermos, los desamparados, y aquellos que han fracasado o tienen poca esperanza. La imaginación ofrece salvación a las aflicciones y las tribulaciones que se encuentran en esta vida. Por eso, creer en la reencarnación o la supervivencia personal, aún si no es probada ofrece solaz a los individuos que encaran la tragedia, la muerte y la existencia del mal. Por razones ideológicas, el medio de la salvación es la visión utópica de la sociedad perfecta en el futuro. El alma se lamenta por algo mucho más allá, más profundo, más duradero y más perfecto que nuestro mundo pasajero de la experiencia.
De acuerdo con esto, la persistencia de la fe puede ser explicada en parte por características dentro de nuestra naturaleza: la credulidad, la seducción por el misterio, la búsqueda del sentido. La gente tomará la menor pizca de evidencia y construirá un sistema mitológico. Pervertirán su lógica y abandonaran sus sentidos, todo por la Tierra Prometida. Algunos gustosamente cambiarán su libertad con los sistemas más autoritarios, para lograr comodidad y seguridad. Los cultos de la sinrazón prometen solaz; buscan investir al individuo solitario, quien con frecuencia se siente extraño y sólo, de un papel importante en el universo.
¿Qué puede decir la ciencia acerca de aquellas necesidades humanas? ¿Hemos abandonado tal vez los dominios de la ciencia completamente y mudado al de la filosofía? La ciencia debería tener algo que decir, porque lo que esta en juego es la naturaleza de la ciencia misma.
Hay muchos significados para la palabra «ciencia». Algunos que hablan acerca de la ciencia se refieren a las especialidades en un campo específico, tales como la endocrinología, la microbiología o la econometría. Otros que hablan acerca de la ciencia tienen en mente las aplicaciones tecnológicas y experimentales de las teorías científicas a problemas concretos. Sin embargo, estas opiniones de la ciencia son excesivamente estrechas; porque es posible para una sociedad lograr progreso masivo en ciertos campos tecnológicos estrechos, sin embargo, perder el punto total de la empresa científica. Las sociedades totalitarias en nuestro tiempo invirtieron bastas sumas de dinero en investigación técnica y lograron un alto nivel de competencia científica en ciertos campos, pero la visión científica no prevaleció en ellos. No es suficiente el nuevo entrenamiento de la gente para que sean especialistas científicos. Una cultura puede estar llena de técnicos científicos, sin embargo, seguir siendo dominada por lo irracional. Debemos distinguir la ciencia como una empresa técnica estrecha de la actitud científica. Pienso que aquí no hemos establecido un propósito importante. Desafortunadamente, tener credenciales científicas en un campo no significa que una persona incorporará una actitud científica a unas partes de su vida.
La mejor terapia para la credulidad y la imaginación desenfrenada es el desarrollo de la actitud científica, como se aplica no solamente al campo especializado de uno de la experiencia sino también a cuestiones más amplias de la vida misma. Pero hemos fracasado en nuestra sociedad en desarrollar y expandir la actitud científica. Es evidente que uno puede ser un especialista científico pero un bárbaro cultural, un experto tecnólogo en un campo particular pero ignorante fuera de él.
Si vamos a responder el crecimiento de la irracionalidad, necesitamos desarrollar un aprecio por la actitud científica como parte de la cultura. Debemos aclarar que el principal principio metodológico de la ciencia es el que no se justifica al sostener una afirmación verdadera a menos que uno pueda apoyarla por medio de la evidencia o la razón. No es suficiente estar convencido interiormente de la verdad de las creencias de uno. Deben, en algún punto, ser verificables objetivamente por investigadores imparciales. Una creencia que está garantizada no lo está porque sea «verdadera subjetivamente», como pensaba Kierkegaard; si es verdadera lo es porque ha sido confirmada por una comunidad de investigadores. Creer válidamente que algo es verdadero es relacionar las creencias de uno a la justificación racional; es hacer una afirmación acerca del mundo, independientemente de los deseos de uno.
Aunque, los criterios específicos para probar una creencia dependen del sujeto en consideración, hay ciertos criterios generales. Necesitamos examinar la evidencia. Aquí me estoy refiriendo a la observación de datos que son reproducibles por observadores independientes y que pueden ser examinados experimentalmente en casos de prueba. Esto es llamado familiarmente el criterio empirista o experimentalista. Una creencia es verdadera si, y sólo sí, ha sido confirmada, directa o indirectamente, por referencia evidencia observable. Una creencia también es validada al ofrecerse razones que la apoyen. Aquí hay consideraciones lógicas que son relevantes.
Una creencia es invalidada si contradice otras creencias muy bien fundamentadas dentro de una estructura. Además evaluamos nuestras creencias en parte por sus consecuencias observadas en la práctica por su efecto en la conducta. Este es el criterio utilitario o pragmático: la utilidad de una creencia es juzgada por referencia a su función y su valor. Sin embargo, uno no puede sostener que una creencia es verdadera simplemente porque tiene utilidad; la evidencia independiente y las consideraciones racionales son esenciales. No obstante, la referencia a los resultados de una creencia, particularmente a las de una creencia normativa, es importante.
Esos criterios generales son, por supuesto, familiares en la lógica y la filosofía de la ciencia. Estoy hablando del método hipotético-deductivo de probar las hipótesis. Pero este método no deberá ser construido estrechamente, porque el método científico emplea el sentido común; no es ningún arte esotérico disponible sólo a los iniciados. La ciencia emplea los mismos métodos de inteligencia crítica que el hombre ordinario usa al formular creencias acerca de su mundo físico; y es el método que tiene que usar, en alguna medida, si va a vivir y funcionar, hacer planes y elecciones. Desviarse del pensamiento objetivo es estar fuera de contacto con la realidad cognitiva; y no podemos evitar usarlo si vamos a manejar los problemas concretos que encontramos en el mundo.
La paradoja es que mucha gente quiere abandonar su inteligencia práctica cuando ingresan a los campos de la religión o la ética o arrojan la cautela al viento cuando flirtean con los así llamados asuntos trascendentales.
En cualquier caso hay una necesidad de desarrollar una actitud científica general para todas o la mayor parte de las áreas de la vida, usar, tanto como sea posible, nuestra inteligencia crítica para evaluar las creencias, e insistir que estén basadas en fundamentos evidentes. El colorario principal de esto es el criterio que donde no tengamos la suficiente evidencia, deberíamos suspender el juicio. Nuestras creencias deberán ser consideradas hipótesis tentativas basadas en grados de probabilidad. No deberán ser consideradas absolutos o finales. Deberemos estar comprometidos con el principio de falibilismo, que considera que nuestras creencias pueden ser erróneas. Deberemos estar deseando revisarlas, si necesitan serlo a la luz de nueva evidencia y nuevas teorías.
La actitud científica por eso no prejuzga sobre fundamentos a priori el examen de las afirmaciones acerca de lo trascendental. Está comprometida con la investigación libre y abierta. No puede rehusar comprometerse en la investigación, por ejemplo de los fenómenos paranormales. Pero no sostiene el derecho a preguntar que tal investigación pueda ser responsable y cuidadosamente conducida, que la evidencia no sea deshecha por la conjetura, ni las conclusiones basadas en la voluntad de creer.
La pregunta básica es: ¿Cómo podemos cultivar la actitud científica? La institución más vital de la sociedad para desarrollar una apreciación por la actitud científica es la escuela. No es suficiente, sin embargo, para las instituciones educativas informar simplemente a la gente joven de los hechos o diseminar un cuerpo de conocimiento. La educación de tal clase puede ser nada más que aprendizaje rutinario o adoctrinación. Más bien, un propósito principal de la educación deberá ser desarrollar dentro de los individuos el uso de la inteligencia crítica y el escepticismo. No es suficiente hacer que los estudiantes memoricen una materia, amasen hechos, pasen exámenes o aún dominen una especialidad o profesión o sean entrenados como ciudadanos. Si hacemos eso y nada más, no hemos educado completamente; la teoría central es cultivar la habilidad de verificar experiencias, evaluar las hipótesis, evaluar los argumentos -en resumen- desarrollar una actitud de objetividad e imparcialidad. La tremenda explosión informativa de hoy nos ha bombardeado compiten con afirmaciones verdaderas. Es vital que los individuos desarrollen algún entendimiento de los criterios efectivos para juzgar estas afirmaciones. No me refiero solamente a nuestra habilidad de examinar afirmaciones de conocimiento acerca del mundo sino también de nuestra habilidad para desarrollar algunas características al apreciar juicios de valor y principios éticos. La meta de la educación deberá ser desarrollar personas reflexivas -escépticas aunque receptivas a nuevas ideas, siempre deseando examinar nuevas desviaciones del pensamiento, aunque insistiendo que sean probadas antes de ser aceptadas.
La educación no se realiza cuando transmitimos una materia o disciplina finita a los estudiantes: sólo cuando estimulamos un proceso activo de búsqueda. Esta meta es apreciada actualmente en algunas instituciones educativas que intentan cultivar la inteligencia reflexiva. Pero la educación no está completa a menos que podamos extender nuestro interés a otras instituciones educativas de la sociedad. Si vamos a cultivar el nivel de la inteligencia crítica y promover la actitud científica, es importante que nos interesemos con los medios de comunicación masiva. Un problema especialmente serio con los medios electrónicos es que emplean las imágenes visuales más que los símbolos escritos, diseminan impresiones inmediatas en vez de análisis sustentados. ¿Cómo podemos estimular la crítica reflexiva en el público dando este tipo de información?
No tengo una solución fácil que ofrecer. Lo que deseo sugerir es que no debemos asumir, simplemente porque la nuestra es una sociedad científico-tecnológica avanzada, que el pensamiento irracional será derrotado. La evidencia sugiere que eso está lejos de ser el caso. Ciertamente, siempre está el peligro que la ciencia misma pueda ser absorbida por las fuerzas de la sinrazón.
Si vamos a manejar el problema, lo que necesitamos, por lo menos, es ser claros acerca de la naturaleza de la empresa científica misma y reconocer que presupone una actitud básica acerca de los criterios evidentes. A menos que podamos impartir a través de las instituciones educativas de la sociedad algún sentido del acercamiento escéptico a la vida -como terapéutico y correctivo- entonces me temo que estaremos constantemente confrontados por nuevas formas de «saber-nadismo».
Si vamos a progresar al vencer la irracionalidad, sin embargo, debemos ir más lejos todavía. Tal vez debemos tratar de satisfacer la necesidad por el misterio y el drama y el anhelo por el significado. El desarrollo de la educación y la ciencia en el mundo moderno es una maravilla que sostener, y deberíamos hacer cualquier cosa para fomentar su desarrollo. Pero hemos aprendido que un incremento en la suma del conocimiento por sí mismo no necesariamente derriba la superstición, el dogma, y la culpabilidad, porque estos son nutridos por otras fuentes en la psique humana.
Un punto con frecuencia descuidado en satisfacer nuestra fascinación con el misterio y el drama es el posible papel de la imaginación en las ciencias. La ciencia puede solamente proceder por ser abierta a las exploraciones creativas del pensamiento. Los completos rompimientos en la ciencia son pasmosos, y continuarán tanto como escudriñemos más allá del micromundo de la materia y la vida y en el universo en general. La era espacial es el principio de una nueva era para la humanidad, tanto como dejemos nuestro sistema solar y exploremos el universo para buscar vida extraterrestre. Necesitamos diseminar una apreciación por la aventura de la empresa científica. Desafortunadamente, para algunos, la ciencia-ficción es el sustituto de la ciencia. La religión del futuro puede ser una una religión de la era espacial en la que los nuevos profetas no son los científicos sino los escritores de ciencia-ficción.
La ciencia tiene por eso un foco doble: la objetividad y la creatividad. Las artes son esenciales en mantener vivas las cualidades dramáticas de la experiencia; poesía, música, y la literatura expresan nuestra naturaleza apasionada. El hombre no vive por la razón solamente; y la ciencia es con frecuencia vista por sus críticos como fría y racional. La gente anhela algo más. Nuestros impulsos estéticos y nuestro deleite por la belleza necesitan ser cultivados. Las artes son la expresión más profunda de nuestros intereses espirituales, pero necesitamos hacer una distinción entre el arte y la verdad.
En cualquier caso, necesitamos satisfacer la búsqueda por el sentido. Es este anhelo por el significado etéreo que, pienso, lleva a la desorientación psicótica encontrada en los cultos de la sinrazón. «Sígueme», dicen los cultos de la irracionalidad. «Yo soy la luz, la verdad, y el camino». Y la gente está deseando abandonar todos los patrones de juicio crítico en el proceso.
Deseo aclarar que hay la necesidad actualmente para desarrollar instituciones normativas alternativas. Sugeriría que tal programa no construiría sistemas con creencias que sean patentemente falsos o irracionales o que violen la evidencia de las ciencias; sin embargo, buscará dirigirse a otras dimensiones de la experiencia humana, y dará a las artes, la filosofía y la ética papeles poderosos para ayudar a satisfacer las necesidades humanas.
Paul Kurtz
Traducido por: M.A. Paz y Miño
Paul Kurtz es profesor emérito de filosofía de la Universidad Estatal de Nueva York en Buffalo; es el fundador del Concilio para el Humanismo secular y es editor de la revista escéptica Free Inquiry. Kurtz ha escrito varios libros, entre ellos Defendiendo la Razón: Ensayos de humanismo secular y escepticismo, Living without religion – Eupraxophy, The new skepticism, Skeptical odysseys, El fruto phohibido – la ética del humanismo.
Tomado de Kurtz, Paul: Defendiendo la Razón: Ensayos de Humanismo Secular y Escepticismo. Lima: AERPFA, 2002. Traducción por M.A. Paz y Miño del artículo del mismo autor «The Scientific Attitude versus Antiscience and Pseudoscience» escrito basado en el discurso pronunciado en el congreso de fundación del comité para la investigación científica de las afirmaciones de lo paranormal [CSICOP], publicado en inglés en The Humanist, julio-agosto de 1976, aparecido luego en: Kurtz, Paul: In Defense of Secular Humanism. Buffalo: Prometheus Books, 1983.
Este artículo ha sido reproducido del sitio web sindioses.org; se permite su reproducción, con fines educativos y/o científicos (no comerciales), siempre que se cite la fuente de origen.