La deserción: de la guerra a la revolución

El esfuerzo histórico de todo militarismo y autoritarismo ha sido construir ejércitos cuyos integrantes no tengan el rechazo, lógico, cultural, social y hasta biológico a matar. Para ello, a las básicas excusas ideológicas y morales, así como las económicas (matar por la patria, matar por el bien, matar por el botín) se ha sumado una renovada pedagogía del matar, tanto en lo formativo militar (entrenamientos, servicio militar), como en el entretenimiento: juegos de guerra, de tiroteos y balas que inundan los mercados de aplicaciones y descargas son una muestra de esta sofisticación del adoctrinamiento y entrenamiento en la capacidad de asesinar sin remordimientos, sobre todo sin remordimientos preventivos. Una parte de la cultura, cada vez mayor, hace del matar un asunto hasta divertido y del morir un tema menor, irrelevante, sin importancia.

La banalidad del asesinato es la pedagogía actual del militarismo militante, la muerte ha sido desplazada de su centralidad cultural en tanto ese desplazamiento es un requisito para romper las comunidades y centralizar, en cambio, lo individual. Un genocidio acá, otro allá, es el pan nuestro de cada día. No importan, en tanto suceden en otro lado, en otros territorios, lo que importa es que demuestran la eficacia de ciertas armas y políticas.

Los pueblos, las comunidades, han tenido siempre un freno a la escalada militarista y autoritaria: la deserción. Desertan los pueblos huyendo de donde sufren el mal, desertan los soldados de la batalla, desertan quienes trabajan en el marco de la sobreexplotación, desertamos hasta que la deserción se convierte en revolución. Toda revolución ha sido tan solo y debido a la deserción. El gran NO. Revisemos todas las revoluciones que han dejado huella en la historia. Todas, en su punto culminante, tienen un gran NO que es la deserción. Sin ese gran NO, por más que se le llame revolución, no lo es. Desconfiemos, por ello, de llamar revolución a aquellas que no tienen el componente pronunciado de la deserción. Veamos también las revoluciones fracasadas (que son mayoría): en ellas la deserción fue frenada.

Deserción como dejar de colaborar, dejar de obedecer, dejar de cumplir, dejar de lado el contrato, la participación, pero también como huida, escape, renuncia y alejamiento de aquello que es el mal en ese momento social e histórico. El gran propósito institucional de todo Estado, autoritario o no, es frenar hasta anticipadamente la deserción, hacer que la conformidad sea incluso alegre.

Para frenar la guerra, todas las guerras, no solo es necesario inculcarnos el desapego a las armas y lo que ellas implican: con más ímpetu debemos inculcarnos la capacidad, el derecho y la eficacia de decir NO y desertar. Desertar de la industria de las armas y de la apología del asesinato, que es lo mismo que la apología del genocidio, porque un genocidio es el asesinato industrial y masivo. Decir NO y desertar desde la comunidad en la que estamos y la comunidad que somos.

Todo autoritarismo y militarismo quiere romper la comunidad que somos, por ello el liberalismo con su énfasis en el individualismo capitalista siempre ha sido solo otro autoritarismo que requiere de ejércitos y policías para mantener su consenso obligatorio. Frente a la guerra, comunidad. Contra la guerra, deserción. Nos toca entonces reconstruir y construir comunidades e impulsar las deserciones. Ni un cuerpo para los ejércitos, ni un arma para los pueblos,

La trampa discursiva de la autodefensa de los pueblos entendida como violencia armada, con armas provenientes de la industria bélica es la trampa de la costumbre construida por el paradigma de dominación-violencia que vivimos en el momento histórico actual y que conocemos por su nombre publicitario de Poder. El Poder, es decir, la dominación-violencia que es el sistema-mundo que vivimos nos da como solución a los problemas del Poder esa misma violencia que la constituye como una vía aceptable y deseable de solución, la cual incauta y acríticamente aceptamos para terminar fortaleciendo el paradigma. Es como querer acabar con la policía creando una policía para llevarla a prisión. Incautamente, pensamos una revolución con armas y explosiones, contaminados nuestros sueños por el imperio de las soluciones autoritarias del paradigma de dominación-violencia que nos educa. Y por ello no es casual que, mientras tanto, ocultamos el centro y fondo de toda revolución: la deserción, el abandono, la dejación.

Para frenar estas guerras que sufrimos hemos de perder la ingenuidad y la estupidez: desconfiar del camino fácil de la violencia armada en tanto es una trampa venenosa. Por contraparte impulsar nuestras capacidades de decir NO desde lo comunitario, nuestras capacidades de evasión y no colaboración comunitarias, incluso aunque tengamos que rehacer o hacer esas comunidades, porque siempre tenemos la capacidad de hacer comunidad, pasando de lo virtual a lo social.

El paradigma de dominación-violencia que nos toca soportar hace un trabajo permanente por llevarnos de lo comunitario en que nacemos a lo individual en que morimos. Frenar esa traición a nuestras vidas es indispensable en la construcción de un mundo distinto a este. Durruti decía «llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones» listo para crecer cuando desertemos del actual.

Pelao Carvallo1, Asunción, Paraguay, 5 de noviembre de 2025

Bibliografía:

  1. Pelao Carvallo es antimilitarista y luchador libertario por los DDHH. Integra la Red Antimilitarista de América Latina y el Caribe (Ramalc) y la Internacional de Resistentes a la Guerra/War Resister’s International (IRG/WRI). Comunicador y escritor. ↩︎ ↩︎

Deja un comentario