Recientemente, ha habido una huelga general en el País Valenciano, comunidad regional de este indescriptible Reino de España, que se ha descrito como convocada específicamente «contra Mazón». Y es posible que así sea. No obstante, los libertarios por lo general, aunque se hayan sumido a la jornada, de manera lógica trataron de incluir su mensaje en pro de la autogestión. Desconozco si con otro tipo de administración gobernando la comunidad (un pequeño Estado, al fin y al cabo) la cosa hubiera sido muy diferente, y es cierto que la actitud del todavía presidente comunitario fue repulsiva e irresponsable antes y durante la catástrofe. Ignoro también el grado de responsabilidad en la gestión que pudo tener la administración central de este inefable país (el Estado, vamos), que alguna seguro que tiene. Sea como fuere, ante el desastre de la gestión central y jerarquizada, yo insistiría en la posibilidad autogestionaria frente a cualquier sospecha de, meramente, ser contra un gobierno en concreto (o, aún peor, contra un fulano en concreto, como si quitando un gobernante y poniendo a otro se solucionaran todo los males). Resulta comprensible la indignación ante actitud chulesca y manifiestamente autoritaria de algunos gobernantes, especialmente de la derecha, pero los males del sistema no se reducen a ellos, a pulir un poco las formas para que todo luego, más o menos, siga igual.
Después de los gobiernos del muy detestable Aznar, llegó la tranquilidad existencial para muchos de un Zapatero que cuidaba las formas en primera instancia, pero al que le llegó una nueva crisis del capitalismo con una gestión más bien nefasta. Recordemos también que el esperanzador acontecimiento del 15M se produjo gobernando todavía los socialistas y que una de sus primeras proclamas, hay que admitirlo, fue contra el bipartidismo sin cuestionar demasiado más el sistema más allá de algo tan ambigua como una democracia real, pero también acabó adquiriendo cierta consciencia autogestionaria. La irrupción de Podemos acabó con dicha posibilidad al confiar gran número de ciudadanos en que una nueva fuerza política por fin hiciera lo correcto desde el Estado y, después de nuevos legislaturas del Partido Popular, Pablo Iglesias y compañía acabaron cogobernando. Los grandes logros de esa coalición progresista, junto a su continuación actual, se me escapan, pero no hagáis caso de este loco anarquista (para más inri, con algún tinte nihilista). El sistema que sufrimos con sus permanentes crisis y la consecuente gestión estatal, junto a la de empresas privadas capitalistas (ambas, retroalimentadas), constituye una triste realidad apuntalada por los que manifiestan que otra muy diferente no es posible o que solo hay que apostar por un pragmatismo desde el sistema y soluciones que lleguen desde arriba.
Y es que esa propaganda desde la izquierda estatal, supuestamente transformadora, acaba dando armas a una derecha dentro de un mero sistema de alternancia. Llamadme loco, pero frente a esperar la tutela de papá Estado, sea o no en momentos de normalidad o de crisis, y frente a primar la competencia y el individualismo más insolidario en el estatus social y económico, deberíamos trabajar continuamente por el apoyo y la acción colectiva cubriendo las necesidad de todos y cada uno de nosotros. No quiero ni pensar lo que ha supuesto para mucha gente la catástrofe de la DANA, algo por otra parte cotidiano en otras regiones del planeta, y resulta comprensible la rabia frente a los que detenta el poder, de uno u otro modo, en un mundo con capacidad suficiente para afrontar estas crisis naturales u otras económicas. Sé que no resulta sencillo, especialmente, para los que necesitan soluciones inmediatas, pero tendríamos que transformar esa rabia para buscar nuevas soluciones políticas y económicas. La autogestión social, en todos los ámbitos, no es solo un bello sueño de esos locos anarquistas, es una emotiva realidad, tal y como hemos visto en algunos momentos en la historia de la humanidad. No resulta fácil y requiere plena consciencia, responsabilidad individual y, desde luego, una solidaridad para paradigma social primordial frente a cualquier otro. Nadie dijo que fuera fácil construir un mundo mejor.