Al cumplirse doscientos años del nacimiento de Mijaíl Aleksandrovich Bakunin en la aldea rusa de Pryamújino, parece obligado hacer memoria de su figura y un balance de su obra. Esta labor de rescate historiográfico a golpe de efemérides, que en muchas ocasiones es tan superflua como interesada, en este caso es imprescindible pues, a pesar de la evidente recuperación del anarquismo en las últimas décadas, las nuevas generaciones apenas se interesan por el personaje ni, sobre todo, conocen sus textos1. Pretendemos, por eso mismo, abordar nuevamente la cuestión de la influencia de Mijaíl Bakunin en España, más con el ánimo de reabrir una vía de investigación poco transitada que de hacer en este breve artículo un estudio exhaustivo de su eco entre nosotros2.
Su obra publicada en España
No deja de ser contradictorio que Bakunin, que recorrió medio mundo y que residió temporalmente en más de una docena de naciones, nunca visitase el país en el que sus ideas encontraron más arraigo; sólo en el verano de 1873, a poco de proclamarse la República Federal, hizo planes para venir a la Península, pero las dificultades que presentaba el viaje para un proscrito de la justicia francesa y la falta de recursos económicos, que no le quiso enviar Carlo Cafiero, frustraron su proyecto3. Este alejamiento significativo no impidió que su intervención fuese decisiva en la historia del obrerismo hispano y que su poderosa influencia aún no se haya extinguido.
En su ausencia, debían de haber sido sus escritos la vía más evidente de penetración del ideario bakuninista en España; pero no ocurrió así. Mijaíl Bakunin fue, sobre todo, un revolucionario y nunca le quedó tiempo para que sus agudas intuiciones y sus profundas reflexiones se trasladasen debidamente al papel. No escribió su primer texto político, un breve artículo en un periódico de Dresde con el pseudónimo de Jules Elysard, hasta 1842, cuando ya había cumplido 28 años, y siempre consideró que su producción teórica estaba subordinada a su acción revolucionaria. En una de sus biografías se apunta: “Los escritos de Bakunin están compuestos por cuartillas dispares, proclamas, cartas, artículos de propaganda, arreglado todo a voluntad de los impresores clandestinos o de los amigos a quienes confiaba con frecuencia sus pruebas. Daba a sus camaradas libertad absoluta para retocar y abreviar, sin tener ningún amor propio de autor”4.
Los principales escritos de Mijaíl Bakunin sólo se difundieron en España a partir del año 1888, con la publicación del texto de Dios y el Estado, traducido del francés por Ricardo Mella y Ernesto Álvarez y editado con el formato propio de un folleto, tal y como había visto la luz por primera vez cuatro años antes gracias a la iniciativa de Carlo Cafiero y Élisée Reclus, que lo habían hallado y reconstruido rebuscando entre los papeles póstumos de Bakunin5.
Esta obra conoció nuevas tiradas en el primer tercio del siglo XX a cargo de editoriales comerciales; sorprendentemente, y a pesar de la nutrida nómina de intelectuales anarquistas de aquellos años, fueron traducidas por personas ajenas al movimiento libertario organizado. La de 1900 para la barcelonesa Editorial Sopena se debió a Guillermo Núñez de Prado, un poeta bohemio y flamencólogo andaluz fallecido en la capital catalana en 1915, y fue Eusebio Heras Hernández, que también vertió a Lev Tolstói y Piotr Kropotkin al castellano, quien la tradujo en 1903 para la casa editorial Sempere6. Y lo mismo puede decirse del folleto titulado El patriotismo, traducido por Rosendo Diéguez para la barcelonesa Editorial Atalante, que PRESA publicó en 1905 en su colección “Los pequeños grandes libros”. Diéguez era hombre de ideas avanzadas, pero no un anarquista, que lo mismo traducía a Lev Tolstói y Élisée Reclus que versionaba a Friedrich Engels, Jules Guesde o Herbert Spencer.
Hubo que esperar a 1928 para que se publicasen en lengua castellana nuevos libros de Bakunin y para que los originales fuesen traducidos por un correligionario, aunque la versión de Diego Abad de Santillán de éste y otros libros del mismo autor fuese publicada en Argentina a cargo del periódico La Protesta, portavoz oficioso de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) que encaraba en aquellos años un agudo debate ideológico en el que las obras del anarquista ruso servían de poderosa munición.
Así pues, no fue a través de sus textos como Mijaíl Bakunin ejerció esa influencia que, sin embargo, se reconoce como decisiva en el devenir del proletariado militante español. Quizás por eso sus ideas fuesen tan desconocidas como tergiversadas. Una de las referencias críticas más antiguas que hemos encontrado en la prensa española se debe a Antonio Govin y Torres, que en La Revista de Cuba publicó sendos artículos sobre “Relaciones de la Economía Política con el Derecho” en los números correspondientes a abril y mayo de 1881. Sostenía, sin haber entendido la teoría bakuninista, que “La variedad es ley de la historia y de la naturaleza, como lo es igualmente la unidad. La Internacional no lo comprendió así. Quiso fundir todos los pueblos en la misma turquesa; aniquilar su respectiva originalidad y crear sobre tanta ruina la confederación de los municipios amorfos, según la expresión de Bakunin, confederación en que no habría lugar ninguno para el sentimiento nacional. Dejaría éste de existir al suprimirse las naciones. Y preténdese tal dislate nada menos que en el siglo XIX, en el siglo de la constitución de fuertes y grandes nacionalidades”7. Tampoco fue por medio de las críticas de sus enemigos como los trabajadores españoles pudieron conocer las ideas y experimentar el influjo de Bakunin.
Su presencia en la prensa española
Es verdad que podemos encontrar una relación más amplia de sus textos en la prensa internacionalista de su tiempo8, aunque su colaboración en los medios de comunicación españoles fue forzosamente breve. El primer artículo apareció en el otoño de 1869 en La Federación y el último en 1874 en El Condenado; las condiciones de semiclandestinidad de la sección española de la Primera Internacional, sobre todo desde el verano de 1873, no permitieron una mayor difusión de sus escritos. Y eso que, al marchar de Madrid, Giuseppe Fanelli entregó a los pioneros del internacionalismo madrileño “unos números del Kolokol con artículos y discursos de Bakunin”, según nos dice Anselmo Lorenzo en El proletariado militante9.
Sea como fuere, algunos trabajos escritos de Bakunin, quizás esos mismos extraídos del Kolokol de Aleksandr Herzen y Nikolái Ogarev, debían de ser conocidos y comentados por los primeros internacionalistas, pues Anselmo Lorenzo da cuenta en ese mismo libro de un debate con el republicano federal Francisco Suñer y Capdevila, que fue diputado a Cortes y alcalde de Barcelona durante el Sexenio, en el que en su réplica un delegado obrero, seguramente él o Francisco Mora, utilizó un párrafo de un discurso de Bakunin10.
Pero, de estos artículos periodísticos, ninguno está dedicado ni hace referencia a España y a sus trabajadores, a pesar de que se le solicitaron expresamente desde la Península Ibérica. En una carta que Rafael Farga Pellicer escribió a Bakunin el 1 de agosto de 1869 le decía: “espero que vos me autorizaréis para que publique vuestros escritos de Le Progrés [se refiere seguramente a las “Cartas a los compañeros de Chaux-de-Fonds” que se insertaron en el mes de septiembre en La Federación], y hasta me atreveré a rogaros que escribáis y remitáis –si podéis hacerlo– unos artículos originales vuestros, hechos directamente para nuestro periódico La Federación”11.
Estas colaboraciones nunca llegaron, así que los internacionalistas hispanos se tuvieron que conformar con reproducir, a veces anónimamente, traducciones de textos ya publicados que, además, en su mayoría eran cartas o textos circunstanciales, como por ejemplo las ya citadas “Cartas a los compañeros de Chaux-de-Fonds” y “Respuesta de un internacional a Mazzini” en La Federación, “Salud a los obreros lioneses” en La Solidaridad, y “Carta a la Federación Jurasiana” en El Condenado. Algo más de profundidad tienen las “Cartas a un francés sobre la crisis actual”, que se pudieron leer en La Federación entre noviembre de 1870 y enero de 1871 y casi simultáneamente en La Solidaridad, o “Política de la Internacional”, que apareció entre febrero y abril de 1870 en La Federación, y un resumen de “Organización de la Internacional”, en enero de 1872 en la misma cabecera. Algunos de estos artículos fueron también reproducidos en la revista republicana La Justicia Social desde 186912.
Muy poco, tan poco que La Propaganda de Vigo, no sabía escribir correctamente su nombre en 1882. Resulta curioso comprobar cómo la figura de Bakunin también pasó bastante desapercibida para la prensa general española, incluso la políticamente más avanzada. Y no fue por falta de información; Anselmo Lorenzo nos cuenta que Emilio Castelar, que tanto se prodigaba en la prensa escrita nacional, coincidió con Bakunin en 1864 en el congreso de la Liga de la Paz y la Libertad y hablando de él un día, le presentaba como un monstruo capaz de entregar la sociedad al “¡bárbaro comunismo moscovita!” e hizo con espanto la descripción de “un gigante vestido de mujik que ostentaba luenga barba, melena de león y facciones reveladoras de poderosa energía”13.
Además, la mayoría de las informaciones periodísticas que hemos encontrado le identificaban con el radicalismo burgués y republicano o con el nacionalismo polaco o eslavo. La primera referencia que hemos encontrado al anarquista ruso no puede ser más equívoca; en el número de El Espectador de Madrid correspondiente al 24 de diciembre de 1847 se da la noticia de una reunión de “la emigración polaca” en París, eufemismo que escondía a los nacionalistas polacos exiliados, en la que Bakunin intervino públicamente “contra el emperador de Rusia”14.
En 1849 aún se oían los ecos de la llamada Primavera de los Pueblos, y así el monárquico La Esperanza publicaba con satisfacción el 21 de mayo que habían sido detenidos algunos miembros del “gobierno provisional de Dresde”, entre los que se encontraba Bakunin. Esta detención tuvo consecuencias y El Áncora del 22 de enero de 1850 informaba de su condena a muerte en Sajonia por su participación en las barricadas de Dresde y el 23 de junio daba cuenta de que había sido entregado a Austria para que le juzgase por sus actividades revolucionarias en Praga15, atravesando las tierras de Bohemia vigilado por fuerte escolta policial, según contaba La España tres días después. Su juicio en Austria fue recogido por la prensa con una nota tan sucinta como críptica: a consecuencia del proceso “mirándose muchas personas que hasta ahora no lo han sido como peligrosas y que serán peligrosas”16. El Popular comunicaba el 14 de febrero de 1851 que se había reforzado la seguridad carcelaria sobre Bakunin por haberse conocido en Cracovia planes para liberarlo.
No hemos leído noticias sobre su extradición a Rusia, que también le condenó a muerte, pero sí de su indulto, en La Ilustración de Madrid el 23 de junio de 185617, y de su huida de Siberia, de la que daba cuenta una carta recibida por Aleksandr Herzen que recogía en Londres el Daily News y de la que se hizo eco La Iberia el 29 de noviembre de 1861, que le calificaba como “el célebre mártir de 1849”. Se recordaba su hazaña y se anunciaban unas memorias suyas en La Correspondencia de España del 20 de marzo de 1865 y en el diario pimargalliano La Discusión del día siguiente.
Aún menos se publicó en la prensa sobre Bakunin a lo largo de su periodo más revolucionario, que se extendió desde 1864 hasta 1876 y, además, estas noticias fueron equívocas. La Discusión de Madrid se ocupó de Bakunin en dos ocasiones en enero de 1870, con ocasión de la actividad revolucionaria de Serguéi Necháyev en su breve visita a Rusia durante las últimas semanas de 1869. El 11 de enero de 1870 le situaba a la cabeza de un inminente levantamiento popular: “Las noticias que se reciben de la frontera de Polonia con fecha 31 de diciembre, según la Gaceta de Augsburgo, son de importancia. La agitación revolucionaria de Rusia es más grave que lo que hacían presumir los datos que anteriormente se tenían sobre este asunto. Es cierto que Bakounine es el jefe de la insurrección, la cual se extiende por todo el país y tiene por objeto la supresión de la organización política actual y de la propiedad particular”, y el 26 de enero lo hacía para rebajar la participación de Bakunin en la supuesta intentona revolucionaria18. El Imparcial aún culpaba en febrero a “los jóvenes asociados a Bakunin” del reciente “complot revolucionario” que era “de mayor importancia de lo que se creyó en un principio”19. Y el Diario Oficial de Avisos de Madrid volvía a anunciar el 23 de noviembre de 1871 “una vasta conspiración contra las clases ricas” al frente de la cual estaba Bakunin.
Es más difícil seguir a través de la prensa española el rastro de las actividades de Mijaíl Bakunin en el seno de la Internacional. Fue, otra vez, El Imparcial el que, con motivo de la firma por el gobernador de Nápoles de un decreto que proscribía su sección napolitana, criticaba que “hay todavía quien cree cándidamente que asociaciones de esa índole se disuelven porque un ministro refrende un decreto, que podrá ordenar la prohibición, pero de ningún modo producir la disolución, antes al contrario”, e informaba que en el registro de los domicilios de Carlo Cafiero, Carlo Gambuzi y Giustiniani, los más destacados miembros del internacionalismo napolitano, se habían encontrado documentos que trataban “acerca de la reorganización de las varias secciones internacionalistas de Italia, reorganización con bases más radicales que las expuestas y propagadas por el ruso Bakounine”20.
Era este diario liberal el mejor informado de la pugna ideológica de la Internacional dentro y fuera de España. En su número del 15 de octubre de 1871, menos de un mes después de la Conferencia de Londres que exteriorizó el enfrentamiento entre Marx y Bakunin, ya contraponía en un artículo la “Internacional [que] trasformó sus medios de acción; modificó su programa; [y] llegó á ser la Internacional de Karl Marx” con la que se estaba forjando por la posterior intervención de “Bakounine [que con] sus trabajos acentuando las tendencias internacionalistas” ponía en peligro la sociedad, mientras los conservadores “seguían mudos, ciegos y sordos; tal vez porque ignoraban hasta la existencia de Bakounine”.
Así debía de ser para la mayoría de los españoles, pues aunque Castelar incluyó en su discurso sobre la Internacional “retratos enérgica y elocuentemente trazados de Proudhon y de Bakounine”, al decir de La Época del 20 de octubre de 1871, pocas publicaciones ampliaron su información sobre ellos y sus ideas cuando se discutía en el Congreso la ilegalidad de su sección española. Mientras La Discusión calificaba a Bakunin, junto con Napoleón III, de “salvadores de sociedades”21, El Imparcial, en un artículo sobre el comicio internacionalista de La Haya, le situaba “al frente de un grupo numeroso hostil al Consejo General”22.
Sólo la prensa integrista católica se interesaba por él aunque fuese para informar, con horror, a sus lectores sobre las peligrosas doctrinas del pensador ruso. La Revista Católica de Barcelona, en su número de octubre de 1868, informaba de los debates de la Liga de la Paz y la Libertad y escribía: “el Sr. Bakounine ha resumido las horribles doctrinas que ha sustentado en el congreso, en tres palabras: ateísmo y materialismo científico y humanitario; de cuyo principio ha deducido las conclusiones: supresión de la propiedad individual, de la herencia de la familia, del matrimonio, de la educación paterna; igualdad completa del hombre y de la mujer; atribuciones de los hijos del Estado; de la tierra á todos, del capital á la asociación. El que sostuvo estas doctrinas es un jefe de partido, organizador de una secta que lleva el siniestro nombre de nihilistas, y que ya cuenta muchos partidarios”.
Años después, sería el integrista El Siglo Futuro de Madrid el que se ocupara de él cuando publicó, el día 10 de noviembre de 1875, un informe sobre los grupos revolucionarios en la Rusia zarista; y aunque vinculaba a estos grupos con la Internacional por medio de Bakunin, al que calificaba como celebérrimo representante de las “doctrinas archisocialistas”, citaba las conclusiones de un informe del procurador del Imperio ruso que insistía en “el príncipe Kropotkin” como el autor del auténtico plan de acción revolucionario23.
Y ya fallecido Bakunin, el diario católico La Unión insertaba el 27 de junio de 1885 un artículo, “El anarquismo en Suiza”, que seguramente no había sido escrito en España, en el que le mencionaba expresamente. Y dos años después, uno de sus redactores, Eugenio Fernández Hidalgo, volvió a citar críticamente a Bakunin en su crónica sobre una conferencia que Emilia Pardo Bazán impartió sobre literatura rusa y que fue publicada en ese mismo periódico el 21 de abril de 1887.
Hubo que esperar a que Mijaíl Bakunin muriese el 1 de julio de 1876 y pasase el tiempo para que, muy poco a poco, fuese reconocido el papel protagonista que jugó en las luchas revolucionarias internacionalistas dentro y fuera de España y pasase a un segundo plano su consideración como un revolucionario romántico de la burguesía radical de la segunda mitad del siglo XIX.
El eco de Bakunin en España en 1868
Puede pensarse, y es fácil en alguien con la personalidad extrovertida de Mijaíl Bakunin, que su indudable influencia en el movimiento obrero no se debiese tanto a la difusión por escrito de sus ideas, que hemos comprobado que fue muy limitada incluso en los últimos años de su vida, como a sus relaciones personales con la vanguardia de los destacamentos más avanzados de la burguesía y del proletariado.
Abona esta idea su pertenencia a la Liga de la Paz y la Libertad, que estaba en relación con algunos españoles, como el ya citado Emilio Castelar. También tenemos noticias de que Mijaíl Bakunin escribió el 19 de junio de 1866 a su viejo amigo Aleksandr Herzen que la organización secreta Fraternidad Internacional, que dirigía, tenía miembros en España, al igual que en otros países europeos24. No conocemos los nombres de esos posibles afiliados españoles, aunque Nettlau sospecha que uno pudiese ser Fernando Garrido o, en su defecto, algún otro exiliado republicano avanzado de la burguesía progresista. Las dificultades que encontró en 1868 para enviar a España algunos miembros de la Alianza y el escaso conocimiento directo que sus militantes tenían del país, hasta el punto de que los tres emisarios, Giuseppe Fanelli, Aristide Rey y Élie Reclus, quedaron citados en un hotel de Barcelona que había cerrado tiempo atrás, nos indican que esos posibles conjurados españoles o eran una fantasía o, más probablemente, ya hacía tiempo que habían dejado de mantener contactos regulares con Bakunin.
Si algún teórico del socialismo tenía en 1868 el terreno abonado para ejercer su tutela sobre la clase trabajadora española era sin duda Pierre-Joseph Proudhon. En el Sexenio sus libros se editaban con impecables traducciones y, en algún caso con atinados estudios introductorios de Francisco Pi y Margall, el patriarca del republicanismo federal hispano. Ya en 1860 se había publicado su polémica económica con Frédéric Bastiat y en 1862 su libro Teoría de la contribución con traducciones del republicano Roberto Robert. A Pi y Margall, exiliado en París, se deben las versiones de Filosofía del progreso, de Filosofía popular y de El principio federativo en 1868, De la capacidad política de las clases jornaleras y La solución del problema social en 1869 y en 1870 de su Sistema de las contradicciones económicas o filosofía de la miseria. También salieron de imprenta en esos años su Idea general de la revolución en el siglo XIX, con ediciones en 1868 y 1870 en la versión de José Comas, y todavía en 1873 se publicó su obra Contradicciones políticas. Teoría del movimiento constitucional en el siglo XIX con traducción de Gabino Lizarraga.
Pero no sólo sus libros eran suficientemente conocidos, sino que habían influido en los postulados federales de Pi y Margall que tenía un enorme predicamento entre las clases populares. Muchos de los anarquistas más destacados del periodo se incorporaron a la lucha política de la mano de sus ideas y de su partido. Ricardo Mella publicó con motivo de la muerte de Pi y Margall un emocionado artículo que empezaba con estas palabras: “Fui su discípulo, niño aún, en el agitado periodo del 73, mi buen padre, federal enragé, dábame a leer todos los periódicos, revistas y libros que entonces prodigaba el triunfante federalismo. Después, puede decirse que se moldeó mi cerebro con las doctrinas de Pi y con sus traducciones de varias obras de Proudhon”25. Y lo mismo cabe decir de Anselmo Lorenzo y de otros muchos.
Incluso Karl Marx lo tenía, a priori, más fácil que Mijaíl Bakunin para atraerse el favor de las clases populares hispanas. La lenta y accidentada formación de sociedades obreras en España pareció alcanzar su madurez con la presencia en el congreso que la Primera Internacional celebró en Bruselas en 1868 del obrero Antonio Marsal Anglora, que oculto bajo el seudónimo de Sarro Magallán acudió en representación de una casi desconocida Legión Ibérica, asociación que podría haber sido fundada por Fernando Garrido y que tenía mucho en común con las sociedades secretas del radicalismo político burgués. Por entonces, las clases populares españolas, largo tiempo privadas del sufragio y lideradas por prohombres republicanos como Francisco Pi y Margall, eran favorables a la acción política democrática, que les había sido repetidamente negada y en la que aún confiaban como en un talismán. Incluso quienes estaban más próximos al socialismo utópico, como el citado Garrido, militaban en las corrientes más avanzadas estructuradas en partidos políticos.
El mejor ejemplo del apoyo que aún prestaban los trabajadores a la participación electoral en el periodo de implantación de la Internacional en España fue que en las Cortes Constituyentes de 1869 no sólo Fernando Garrido fue elegido diputado por Cádiz, sino que también ocupó un escaño por Barcelona el obrero Pablo Alsina, que contó con el apoyo explícito del obrerismo organizado catalán. Que Garrido aspiraba a orientar a los internacionalistas españoles y a encauzar su acción política a través de la vía electoral lo prueban sus palabras, publicadas en La Solidaridad el 4 de junio de 1870 en un artículo que contestaba a las críticas recibidas en esa misma cabecera, en el que hacía méritos y se mostraba satisfecho “de haber contribuido a su establecimiento [de la Internacional], acompañando a las personas encargadas de esto [Fanelli, Reclus y Rey] por centros de otros países [la Alianza de Bakunin] y poniéndoles en relaciones que me parecieron más a propósito, precisamente por el radicalismo de sus opiniones republicanas y socialistas”26.
Friedrich Engels expuso con claridad las ventajas de esa vía electoral: “España es un país muy atrasado industrialmente, y, por lo tanto, no puede hablarse aún de una emancipación inmediata y completa de la clase obrera. Antes de esto, España tiene que pasar por varias etapas previas de desarrollo y quitar de en medio toda una serie de obstáculos. La República brindaba la ocasión para acortar en lo posible esas etapas y para barrer rápidamente estos obstáculos. Pero esta ocasión sólo podía aprovecharse mediante la intervención política activa de la clase obrera española“; y añadía, “tan pronto como los mismos acontecimientos empujan al proletariado y lo colocan en primer plano, el abstencionismo se convierte en una majadería palpable y la intervención activa de la clase obrera en una necesidad inexcusable”27.
Esa fe en la acción electoral de federalistas como Garrido o Pi y Margall, aún conservaba en 1870 amplio predicamento entre los trabajadores españoles; Francisco Tomás, internacionalista mallorquín de primera hora, escribió unos artículos en los que sostiene: “El Congreso de Barcelona [de junio de 1870] (…) fue el primero donde proclamaron las ideas anarcocolectivistas unos 50 de los 85 delegados que tomaron parte en sus deliberaciones. (…) Una parte de los delegados que votaron con la mayoría entendían que como sociedad, como corporación, no debían hacer política burguesa o parlamentaria, pero como individuos podían afiliarse a cualquiera de los partidos políticos. Esta falsa interpretación dio lugar a que, en los momentos críticos, muchos de los internacionalistas fuesen más amigos de los partidos burgueses que de dicha asociación. (…) Cuando se celebró éste, los federales ejercían mucha influencia y, para que algunos delegados como los Bochon y los Nuet votaran el dictamen sobre la actitud de la Internacional con relación a la política, hubo que suprimir del preámbulo las frases más combativas contra el Partido Federal”28.
No podía ser de otra manera, pues los internacionalistas así lo reconocieron en su debate con los federalistas: “¿acaso ignora [Fernando Garrido] que las sociedades obreras españolas han reunido en su seno la parte más sana, menos ambiciosa, más viril y más activa de las filas del partido federal?”29 Efectivamente, para muchos trabajadores la Internacional era la rama societaria del republicanismo federal.
Así pues, en 1868 no había un caldo de cultivo predispuesto para acoger el ideario bakuninista. Las algaradas callejeras protagonizadas por la clase trabajadora española en aquellos años, se debían a la habitual intrusión política de la Milicia Nacional, a la que muchos pertenecían, y a la tradición insurreccional del republicanismo hispano, que sólo aspiraba a establecer un Estado democrático avanzado, y no se inspiraban en las propuestas revolucionarias de Mijaíl Bakunin. Antes al contrario, los trabajadores españoles estaban ideológicamente más influidos por Pierre-Joseph Proudhon y más próximos estratégicamente a la participación electoral que proponían Karl Marx y Friedrich Engels. Pero se estaba conformando una nueva base social que se nutría tanto del obrerismo más consciente como de un republicanismo revolucionario, que acogía principalmente a intelectuales y profesionales liberales, que sirvió de sustento al movimiento libertario en España.
Su influencia en la Federación Regional Española (FRE)
Como el singular arraigo del anarquismo en España no es de índole racial, ni se explica por el clima, ni está escrito en las estrellas, habrá que conceder que algo tuvo que ver Bakunin con el desarrollo de esos acontecimientos. Reconoce Anselmo Lorenzo en El proletariado militante que “si no hubieran estado en Barcelona Viñas, Soriano, Meneses y Ferrán, andaluces y privilegiados todos; si Rafael Farga no hubiera ido al Congreso de Basilea donde recibió la sugestión directa de Bakunin, además de inspirarse en la grandeza de las ideas de los fundadores y cooperadores de la Internacional; si no hubiera estado presente Gaspar Sentiñón, que con sus grandes y enciclopédicos conocimientos y su constancia supliera las deficiencias, reemplazara a los perezosos y por su aspecto venerable fuera como la personificación de la idea; si, en fin, no se hubieran agrupado los inteligentes, los activos, los buenos en la sección de la Alianza de la Democracia Socialista, y hubiera debido esperarse que las corporaciones obreras por sí mismas, por evolución efectuada por sus propios medios hubieran entrado en la Internacional, los obreros catalanes no hubieran sido jamás internacionales”30; dejando meridianamente claro que el arraigo del anarquismo en Cataluña, y en el conjunto de España, sólo se debió a la acción mancomunada y consciente de los anarquistas españoles “sugestionados” por Bakunin.
Se puede objetar que la opinión de Anselmo Lorenzo es tan partidista como interesada. Pero, paradójicamente, quien más insistió en resaltar esa proyección de Bakunin sobre los trabajadores españoles fue uno de sus rivales: Friedrich Engels. En el otoño de 1873 escribió tres artículos sobre la revolución cantonal española que vieron la luz en otros tantos números del periódico Volksstaat y en 1894, con el añadido de un breve prólogo, se publicaron bajo el título común de Los bakuninistas en acción. En este libelo, aunque está escrito para criticar a los anarquistas, sólo se menciona una vez a Bakunin por su nombre y, además, apenas glosa en un puñado de líneas un pasaje de sus Cartas a un francés, pero desde su propio título no deja de criticar la perniciosa influencia de sus ideas sobre los internacionalistas hispanos. No debía de ser propósito de Engels que este texto se publicase en España, donde podía ser fácilmente rebatido, así que no fue traducido al castellano hasta 193431.
Los marxistas españoles, que tenían hilo directo con Karl Marx y Friedrich Engels a través de Paul Lafargue, compartían esa obsesión por Bakunin. Su periódico, La Emancipación, publicó el 27 de junio de 1872 un suelto en el que sembraban dudas casi policiales sobre el anarquista ruso: “¿de qué vive ese señor, cómo y dónde vive? Misterio. Bakunin es un aventurero burgués, que no se sabe de dónde viene, ni quién le inspira, ni cuáles son sus antecedentes”, un ataque gratuito e injustificado que sólo podía perpetrarse en España, donde era, como hemos visto, prácticamente un completo desconocido, pero que sería ridículo en casi cualquier otro lugar de Europa, y que pone en evidencia tanto la inquina hacia él como el peligro que para ellos representaba32.
Pero entonces, ¿qué hizo Bakunin? ¿Cómo ejerció su influencia en España? En primer lugar, comprendió que con la Revolución de septiembre de 1868 se abría en España un nuevo ciclo que permitía un desarrollo político y social que podía llevar a las clases populares hacia su emancipación. Fue su aguda intuición de viejo agitador la que le llevó a enviar emisarios afines a una España en plena efervescencia para informarse de lo que estaba pasando y averiguar en qué medida podía extender a la Península Ibérica su acción revolucionaria.
Porque la noticia de la Revolución se conoció en Europa con toda la rapidez que permitían los adelantos tecnológicos del momento, y llegó a Inglaterra al mismo tiempo que a Suiza. Karl Marx y Friedrich Engels habían coincidido con Antonio Marsal Anglora en Bruselas con motivo del reciente Congreso de la Internacional y, sin embargo, ni el Consejo internacionalista, a cuyo frente se encontraban Marx y Engels, ni Eugène Dupont y Auguste Serraillier, que fueron delegados para España de la Internacional, ni Paul Lafargue, que se expresaba correctamente en castellano, se pusieron en contacto con él.
Se ha menospreciado el papel que Marsal Anglora jugó en los primeros pasos de la Internacional en España, pero creemos que su importancia merece ser reevaluada; es cierto que la Legión Ibérica, en cuya representación acudió en 1868 al comicio internacionalista bruselense, debía ser una organización a caballo entre el republicanismo y el socialismo utópico, pero a su vuelta de Bruselas participó en la organización de un primer Congreso de sociedades obreras barcelonesas en el que él y Rafael Farga Pellicer fueron nombrados secretarios33.
El Centro Federal de Sociedades Obreras barcelonesas que se constituyó en ese congreso del otoño de 1868 no se identificaba con el socialismo, y ni mucho menos se orientaba hacia el anarquismo. Todavía el 1 de agosto de 1869 Farga Pellicer escribía a Bakunin: “Aquí el socialismo no está tan desarrollado como fuera de desear; así que el Centro Federal no ha decidido nada clara y terminantemente respecto a este punto tan interesante. Hasta ahora sólo se ha ocupado de organizar asociaciones obreras de todos los oficios y artes y propagar para que la federación entre todos se haya efectuado, y para que la República federal triunfe en la gran lucha que sostenemos con los monárquicos y demás conservadores de todas las demás tiranías. No obstante, he de participaros con placer que la gran mayoría de los obreros son susceptibles de ser decididamente socialistas, puesto que van ya comprendiendo esas grandes ideas que llevan en sí nuestra inmediata y radical emancipación”.
Insisto, pues, que nada estaba escrito, y quizás si Paul Lafargue, o algún otro delegado enviado por el Consejo, hubiera acudido inmediatamente a España, hubiese sido Marx el que habría recibido esa carta con tan alentadoras palabras de Farga Pellicer: “Gracias a los esfuerzos que hacemos algunos amigos en pro de esta propaganda dentro de las varias profesiones y oficios asociados y dentro del mismo Centro Federal, yo tengo la seguridad de que dentro de poco tiempo formaremos parte los obreros de España de la grande Asociación Internacional de los Trabajadores”.
Frente a la incomprensible pasividad de Marx y del Consejo internacionalista, Bakunin movilizó inmediatamente a cuantos amigos y compañeros podían acudir o al menos coadyuvar para enviar a España algunos militantes de la Alianza de la Democracia Socialista. Basta leer a Max Nettlau, que reconstruye muy acertadamente la agitación de Bakunin en esos días, para comprender la importancia que un revolucionario como él concedía a una revolución como la que se estaba desplegando en España. Al final, casi sin medios y después de soportar alguna renuncia y animar alguna tibieza, tres compañeros llegaron a Barcelona: Élie Reclus y Aristide Rey, por un lado, y Giuseppe Fanelli, por otro.
Ya hemos señalado algunos de los apuros que sufrieron hasta reunirse en la capital catalana, a los que hubo que añadir los problemas derivados de la personalidad de quienes se les habían ofrecido como contactos en España; personajes como Fernando Garrido y José María Orense, que se encontraban muy lejos de los postulados de la Internacional y aún más distanciados del anarquismo bakuninista. Lo cierto es que los amigos enviados por Bakunin no tenían ninguna dirección o contacto de trabajadores manuales, sino de burgueses ideológicamente más o menos avanzados pero que, en el mejor de los casos, podían situarse en la órbita del socialismo utópico o de las teorías de Pierre-Joseph Proudhon34. Si Fanelli se reunió en Madrid en el Fomento de las Artes, una iniciativa burguesa para obreros con inquietudes, a su regreso por Barcelona se vio con un grupo de trabajadores en el taller de José Luis Pellicer, un conocido artista del momento35.
Pero, haciendo de la necesidad virtud, esta carencia de relaciones con obreros fabriles fue otra de las causas de la extraordinaria influencia en España de Bakunin, que rechazaba todo sectarismo. Frente al rígido clasismo de Marx y Engels, que convertían a los obreros de la industria moderna en los privilegiados actores de la revolución social, los anarquistas valoraban por igual a todos aquellos que mostrasen fehacientemente su sincero compromiso revolucionario. Bakunin escribió el 12 de marzo de 1870 al internacionalista Albert Richard, de la sección internacionalista de Lyon: “¿Quiere ello decir que debéis rechazar a todos los individuos nacidos y educados en el seno de la clase burguesa, pero que, penetrados de la justicia de vuestra causa, se acercarán a vosotros para servirla y para colaborar a su triunfo? Al contrario, recibidles como amigos, como iguales, como hermanos, siempre que su voluntad sea sincera y que os den garantías tanto teóricas como prácticas de la sinceridad de sus convicciones”. Él mismo había colaborado sin empacho con distintas iniciativas de la burguesía revolucionaria europea ajenas al anarquismo, como por ejemplo la Liga de la Paz y la Libertad, y había forjado la Alianza de la Democracia Socialista a imagen y semejanza de las sociedades secretas de la burguesía revolucionaria en los años del Romanticismo.
Esa flexibilidad permitió a Fanelli y Bakunin agrupar en la Alianza a un número significativo de individuos que, desde la burguesía revolucionaria, recalaron en el anarquismo militante: los médicos Gaspar Sentiñón, José García Viñas y Antonio González Meneses, el ingeniero Celso Gomis, el profesor de Ciencias Trinidad Soriano, el abogado Rius, el artista José Luis Pellicer… que, al margen de cualquier personalismo, pusieron su rico bagaje intelectual al servicio del obrerismo anarquista. En una carta fechada en 1870 escribía Gaspar Sentiñón: “Queremos ver la justicia establecida lo antes posible, en cinco o diez años, y para ello marchamos decididamente al fin sin desviarnos al ocuparnos de otra cosa que la organización de las sociedades obreras”36. Esta relación de jóvenes profesionales e intelectuales libertarios contrasta con el estrecho obrerismo de la corriente marxista española, que a lo largo del siglo XIX sólo pudo contar entre sus filas con el médico Jaime Vera37.
Aunque ya hemos citado a Anselmo Lorenzo reconociendo la importancia que este grupo de burgueses tuvo en los primeros pasos de la Internacional en España, no podemos dejar pasar la ocasión de hablar de su aportación más interesante para el desarrollo del movimiento obrero dentro y fuera de nuestras fronteras: el modelo organizativo propuesto por la sección española y que él defendió personalmente en la Conferencia de Londres de 1871, aunque fue redactado por los jóvenes Trinidad Soriano y José García Viñas. Dotaba a las sociedades obreras de una doble estructura, territorial y profesional, que con el tiempo se ha ido imponiendo entre los sindicatos contemporáneos, aunque en la citada Conferencia de Londres no obtuvo por parte de los delegados la atención que merecía.
Aunque algunos de estos militantes internacionalistas de ascendencia burguesa con el tiempo abandonaron la militancia anarquista o templaron su ardor revolucionario, desde entonces se mantuvo una estrecha relación entre elementos de la burguesía revolucionaria afines al republicanismo federal y el obrerismo anarquista. Ambas fracciones se relacionaban e interactuaban con naturalidad durante el Sexenio y siguieron haciéndolo durante las décadas siguientes, de la mano de quienes eran niños en tiempos de la Revolución de 1868: los ingenieros Ricardo Mella y Fernando Tarrida del Mármol, el médico Pedro Vallina, el también médico y abogado Eduardo Barriobero… Es imposible, por más que se empeñe cierta historiografía academicista, delimitar las mutuas influencias y las militancias comunes de uno y otro grupo, pues ambos acogieron con parecido interés el eco de las ideas de Mijaíl Bakunin38.
Pero la confluencia de este grupo pionero, aunque estuviese formado por militantes más o menos preparados, no basta para explicar suficientemente la influencia del anarquismo en el movimiento obrero español. Es preciso añadir la arrolladora personalidad de Bakunin, que parecía desprender un ascendiente natural sobre los que le rodeaban, y su relación personal con los militantes más destacados del núcleo impulsor del obrerismo en nuestro país.
Errico Malatesta, que le trató en sus últimos años, escribía medio siglo después: “Conocí a Bakunin cuando él estaba ya en edad avanzada y minado por las enfermedades contraídas en las prisiones y en Siberia. Pero lo encontré siempre lleno de energía y entusiasmo y comprendí toda su potencia comunicativa. Era imposible para un joven tener contacto con él sin sentirse inflamado por el fuego sagrado, sin ver ensanchados los propios horizontes, sin sentirse caballero de una noble causa, sin hacer propósitos magnánimos. Esto ocurría a todos los que caían bajo su influencia. Después, algunos, una vez cesado el contacto directo, cambiaron poco a poco de ideas y de carácter y se perdieron por los más diversos caminos, mientras otros sufrieron y, si sobrevivieron, sufren aún aquella influencia; pero no hubo nadie, creo, que al entrar en contacto con él, aunque fuese por breve tiempo, no se haya vuelto mejor”. Lo cierto es que parecía no dejar a nadie indiferente; cuenta también Malatesta una anécdota significativa del Congreso internacionalista de Saint-Imier, donde “los muchachos acogieron a Bakunin al grito de ¡Viva Garibaldi! Naturalmente, siendo Garibaldi el hombre que más habían oído celebrar, aquellos muchachos pensaban que debía ser un hombre colosal. Bakunin era colosal, lo vieron rodeado y festejado y pensaron que no podía ser más que Garibaldi”39.
Tanto los protagonistas de aquellos acontecimientos, como muchos historiadores que los han investigado, han concedido un peso decisivo a la relación personal o epistolar de los aliancistas españoles con Bakunin. Así lo explica, por ejemplo, el profesor Josep Termes: “planteada la polémica entre favorables y contrarios a la actuación política, los internacionalistas españoles tomaron partido a favor del grupo del Jura. Influyó en esta actitud (…) el hecho de que Farga y Sentiñón, en Barcelona, y el grupo aliancista madrileño estuviesen en contacto con Bakunin”40. Sin esa relación personal con él, aquellos jóvenes españoles, impresionados y espoleados por la energía del anarquista ruso, habrían sucumbido con más facilidad a las dificultades y persecuciones que atravesó la sección hispana de la Internacional.
Conclusiones
Esperamos haber puesto de manifiesto la indudable influencia que tuvo Mijaíl Bakunin en el desarrollo en España de la Primera Internacional, y por extensión en el devenir del movimiento obrero peninsular. Esta influencia no la ejerció personalmente, pues nunca vino a España, ni por medio de sus escritos, que durante décadas sólo fueron conocidos de forma fragmentaria, ni siquiera a través de la deformación crítica de sus rivales ideológicos. Fue, como casi no podía ser de otra manera con él, su intuición revolucionaria la que le llevó a enviar primero y a reclutar después a los militantes de más sincero empeño revolucionario, sin importarle ni su extracción social ni su posición ideológica anterior.
Pero tampoco impuso su voluntad sobre estos militantes; de los tres aliancistas que vinieron a la Península, sólo Giuseppe Fanelli cumplió íntegramente con su tarea a pesar de las primeras dificultades. Y los jóvenes españoles que se incorporaron a la Internacional y al anarquismo militante, ni recibieron órdenes terminantes ni cumplieron con exactitud las orientaciones recibidas, como se demostró con la disolución de la Alianza de la Democracia Socialista, que fue formalmente disuelta en 1868, mientras que en España, y al margen de Bakunin, se mantuvo activa hasta la década de 1880, como comprobó con sorpresa Anselmo Lorenzo cuando volvió de su exilio en 1874.
Es fácil concluir que la orientación anarquista del movimiento obrero español y la íntima afinidad con el sindicalismo del anarquismo peninsular no se debieron exclusivamente a la personalidad de Bakunin, por influyente que fuese, ni a la acción mancomunada de sus discípulos, por activos y preparados que estuviesen. El profesor Josep Termes explica que en el Congreso Obrero de 1870 en Barcelona, “no todos los delegados asistentes habían aceptado los postulados de Bakunin, alguno de ellos ni tan siquiera conocía su existencia”41, y sin embargo de forma mayoritaria, aunque no unánime, los representantes de las sociedades obreras de todo el país allí reunidos respaldaron ampliamente los postulados bakuninistas.
También es necesario resaltar que Mijaíl Bakunin ejerció una mayor influencia y tuvo una presencia más activa en otros países europeos, y eso no se tradujo en una identidad con el anarquismo del proletariado militante de Suiza o de Francia, por poner algún ejemplo. No es éste el lugar para formular una explicación, que muchos historiadores han ofrecido aunque no siempre con fortuna, pero sí es preciso situar en sus justos términos la influencia de Bakunin en el sindicalismo español, cuya figura fue seguramente necesaria pero no suficiente para el extraordinario florecimiento del anarquismo obrerista en España.
Juan Pablo Calero Delso
Publicado en Germinal. Revista de Estudios Libertarios num.12 (julio-diciembre 2014)
Notas:
1.- Sus obras completas en castellano están agotadas desde hace más de quince años y sus mejores biografías o raramente han sido reeditadas en el último medio siglo (las de James Guillaume y Helena Iswolsky), o nunca fueron traducidas (Hanns Erich Kaminsky); ni siquiera han conocido nuevas ediciones las más breves y modestas de autores españoles (Anselmo Lorenzo, Juan G. de Luaces, Carlos López Cortezo, Ramón Liarte o Tomás Cano Ruiz). Solo Los exiliados románticos: Bakunin, Herzen, Ogarev de Edward Hallet Carr ha conocido alguna reciente reimpresión, pero es una obra manifiestamente tendenciosa contra el anarquista ruso.
2.- Como en tantos otros asuntos, la labor de Max Nettlau sigue siendo fundamental para adentrarse en esta cuestión, especialmente su libro Miguel Bakunin, la Internacional y la Alianza en España (1868-1873), La Piqueta, Madrid 1977.
3.- Ibídem, p.146ss.
4.- Helena Iswolsky, La vida de Bakunin, Ulises, Madrid 1931, p.228.
5.- Ese mismo año de 1884 se publicó una primera versión por entregas en La Revista Social, pero la obra completa en un solo volumen no salió de imprenta hasta 1888.
6.- El librero y bibliófilo Antonio Palau Dolcet le califica como pésimo traductor; ver Yvan Lissorgues y Gonzalo Sobejano (ed.), Pensamiento y literatura en la España del siglo XIX, Presses Universitaires du Mirail, Toulouse 1998, p.159.
7.- Antonio Govín y Torres nació en la localidad cubana de Matanzas en 1849. Cursó estudios en la Universidad de La Habana, mereciendo el título de Doctor en Derecho. En 1879 fundó el Partido Autonomista, del que fue secretario. Al estallar la guerra colonial, emigró a Estados Unidos, volviendo a la isla caribeña tras la derrota española. En la República de Cuba fue magistrado del Tribunal Supremo de Justicia y Gran Maestre de la Gran Logia de la masonería cubana.
8.- Es de consulta obligada el libro de José Álvarez Junco, La ideología política del anarquismo español (1868-1910), Siglo XXI, Madrid 1991 (segunda edición).
9.- Anselmo Lorenzo, El proletariado militante, CNT-MLE, Toulouse 1946, p.25.
10.- Ibídem, p.154.
11.- M. Nettlau, op. cit., p.50.
12.- Las cartas fueron reproducidas en la revista republicana La Justicia Social en septiembre de 1869; ver El Imparcial, 26 de septiembre de 1869. En el número de noviembre de ese mismo año, se anunciaba un texto de Bakunin en la misma revista con el título genérico de “Correspondencia social”; ver El Imparcial, 1 de diciembre de 1869.
13.- Se describe la escena en la nota biográfica sobre Bakunin que escribió Anselmo Lorenzo y que se incluyó en la edición de Dios y el Estado que el editor Bautista Fueyo publicó en Buenos Aires a principios del siglo XX.
14.- “En la reunión general de la emigración polaca que tuvo lugar en París el 29 de noviembre por la tarde, en la sala Valentino, Mr. Bakunin, refugiado de aquella nación, pronunció un discurso contra uno de los opresores de la patria común, contra el emperador de Rusia. Mr. Guizot acaba de intimar, por medio del prefecto de policía á Mr. Bakunin, la orden de que deje á París en el término de 24 horas y la Francia sin pérdida de tiempo. Todas las gentes honradas han visto con indignación este acto inhospitalario del inhumano M. Guizot, esta mezquina condescendencia del ministerio francés, hacia la tiranía del Czar”, El Espectador de Madrid, 24 de diciembre de 1847.
15.- El motivo de que Sajonia no ejecutase la sentencia y entregase el preso a Viena no podía ser menos humanitario: discutiéndose la posibilidad de abolir la pena de muerte, los poderes públicos se comprometieron a no cumplir ninguna última pena, con la excepción de Bakunin, por lo que se le entregó a Viena con la seguridad de que allí sería ejecutado y no escaparía al castigo; ver La España, 3 de febrero de 1850.
16.- Lo decía La Esperanza el 22 de julio de 1850 y lo repetía El Católico cuatro días después.
17.- “Ha sido indultado por el Czar el teniente que fue de la guardia imperial Miguel Bakunin, que se hizo muy célebre por varios trabajos literarios. A consecuencia de un discurso fulminante pronunciado contra la Rusia, fue en 1848 expulsado de Francia, y el gobierno ruso a su vez ofreció 10.000 rublos por su cabeza. Bakunin tomó una parte sumamente activa en cuantos movimientos revolucionarios surgieron en Alemania, y en 1851 fue sentenciado en Austria a la horca, acusado de alta traición, pena que el emperador conmutó en reclusión perpetua”, La Ilustración de Madrid, 23 de junio de 1856.
18.- “El Moskaner Zeitung designa como la cabeza de la conspiración republicana á un estudiante de la Universidad de San Petersburgo, Nieczajeff, que habiendo tomado parte en disturbios pasados en la susodicha universidad, se vio en la precisión de emigrar á Suiza, en donde conoció al emigrado Bakunin. Ya en agosto último había recorrido varias capitales, entre ellas Moscow, repartiendo proclamas con su firma, en las cuales excitaba al levantamiento al grito de los principios modernos que las revoluciones han hecho efectivos, y participaba la próxima vuelta de los emigrados para obrar en sentido igual. Los conjurados guardaban un secreto extremado acerca de sus planes, pero seguían con valor recorriendo las principales poblaciones, sembrando en todas sus doctrinas y conquistando prosélitos. Llevaban por lema para reconocerse: Narodnaja rospraun (Tribunal del pueblo). Noticias posteriores anuncian que gran parte de la policía estaba comprada para que guardase el más estricto sigilo. Pero la denuncia de la conspiración no se debió a éstas; antes por el contrario, de un estudiante de la misma universidad; un tal Ivanoff, fue el que villanamente la delató entregando á treinta de sus compañeros á las iras de las autoridades. Todos fueron reducidos á prisión, incluso él, para que no se pudiese sospechar su incalificable conducta; a los pocos días concediósele la libertad, mas no la disfrutó mucho tiempo, pues fue asesinado á las pocas horas. Otro cabecilla más significado que Nieczajeff, se ha sabido luego era el alma de la conspiración: el Juez de paz Teherkesoff”, en La Discusión de Madrid, 26 de enero de 1870.
19.- El Imparcial, 24 de febrero de 1870.
20.- Ídem, 7 de septiembre de 1871.
21.- La Discusión, 21 de octubre de 1871.
22.- El Imparcial, 10 de septiembre de 1872. Este diario liberal informaba el 21 de noviembre de ese mismo año de las luchas intestinas que agitaban a la Internacional con motivo de los congresos celebrados en La Haya y Saint-Imier, y La Época, que se hacía eco de la información, escribía con tanto alivio como inconsciencia: la Internacional “se halla, pues, en plena decadencia. No necesitamos añadir que consideramos fausto el suceso”.
23.- Curiosamente, Piotr Kropotkin sí visitó España, en el año 1878, y sus obras se tradujeron al castellano en 1885, antes que las de Bakunin y con una difusión notablemente mayor.
24.- M. Nettlau, op. cit., p.14.
25.- En La Revista Blanca, 15 diciembre 1901.
26.- Abel Paz, Los internacionales en la Región española (1868-1872), Barcelona 1992, p.90.
27.- Friedrich Engels, Los bakuninistas en acción, Ciencia Nueva, Madrid 1968, p.12ss.
28.- Francisco Tomás, “Apuntes históricos del nacimiento de las ideas anarco-colectivistas en España”: Revista Social, 1883.
29.- La Solidaridad, 28 de mayo de 1870.
30.- A. Lorenzo, op. cit., p.39.
31.- En 1880 se publicaron en Francia por Paul Lafargue tres capítulos del Anti-Dühing con el título de Socialisme utopique et socialisme scientifique que, con un título que era su traducción literal, se editaron en España en 1886. Es decir se conoció antes y mejor la crítica de Engels a sus predecesores y rivales que los postulados bakuninistas. Merece la pena reseñar que una de las ediciones, con traducción de Anselmo Lorenzo, formó parte del catálogo de las publicaciones de La Escuela Moderna de Francisco Ferrer Guardia.
32.- A. Paz, op. cit., p.248.
33.- Seguramente no fue por casualidad que su hermana, Josefa Marsal Anglora, encabezara las rúbricas de un Manifiesto firmado exclusivamente por mujeres que se hizo público en Barcelona el 7 de agosto de 1870 apelando a las mujeres francesas y prusianas para detener la guerra. Mientras tanto, Marx consideraba “una tontería belga querer hacer la huelga contra la guerra”, según se lee en una carta escrita a Engels el 16 de septiembre de 1868, en la que criticaba un acuerdo en ese sentido aprobado en el recién clausurado congreso internacionalista de Bruselas, al que asistió Antonio Marsal Anglora, según cita E. Dólleans en su Historia del movimiento obrero, Zero, Madrid 1969.
34.- Max Nettlau informa que Garrido aún publicaba en 1872 en su periódico La Revolución Social textos de Charles Fourier; op. cit., p.14.
35.- A él se deben algunos magníficos dibujos y grabados sobre la Comuna de París que aparecieron en la prensa española; ver La Ilustración de Madrid, 30 de junio de 1871.
36.- M. Nettlau, op. cit., p.54.
37.- Y aún su militancia estuvo llena de altibajos, pues abandonó tempranamente el PSOE por ser partidario, al contrario que Pablo Iglesias, de pactar con los republicanos y sólo volvió a colaborar con el partido obrero a partir de 1890. También suele citarse a José Mesa, pero éste era un tipógrafo de profesión que se convirtió en periodista.
38.- Josep Termes explica, con razón, que “se ha sobrevalorado el papel desarrollado en la Internacional por algunas figuras importantes”, pero parece contraponer a “las personalidades conocidas, cuya formación cultural es más elevada”, de las que dice erróneamente que generalmente procedían “de la zona madrileña y representan a núcleos obreros reducidos”, con los líderes obreros catalanes “menos brillantes pero mucho más representativos”. Sin embargo, la sección madrileña no tuvo más militante destacado que el médico marxista Paul Lafargue (si exceptuamos algunos de recorrido muy efímero como Francisco Córdoba López o Ubaldo Romero de Quiñones) y, en cambio, la mayoría del núcleo de profesionales e intelectuales residían en Cataluña, aunque Termes no deja de indicar, no sabemos con qué intención, que eran andaluces, lo que no se podía decir, por ejemplo, de Celso Gomis; Anarquismo y sindicalismo en España, Crítica, Barcelona 1977, p.175.
39.- Errico Malatesta en Pensiero e Volontà, Roma, 1 julio 1926.
40.- J. Termes, op. cit., p.150.
41.- Ibídem, p.65.