La primera vez que me contaron que se acababa el mundo, dando la fecha y todo, provino de un Testigo de Jehová. Tres de diciembre de 1972. El día fatídico llegó aguardando a la cabra diabólica voladora de siete cuernos, la lluvia de estrellas y la resurrección de muertos, y no pasó nada. Lo que sí me llamó la atención es que después de tan nefasto pronóstico fallido, el profeta se quedara tan pancho. Yo creía que dimitiría. Pero cá.
Con la izquierda viene a pasar un poco lo mismo. Resulta que periódicamente hacen unos vaticinios de la hostia, y predicen entre el Fin del Mundo y el fin del Capitalismo, no pasa nada, y siguen tan panchos. Por ejemplo.
El Apocalipsis nuclear estaba de moda en los tiempos de la Guerra Fría, y bien porque en una escalada de tensión alguien iniciase la guerra termonuclear, o bien porque algún Homer Simpson apretase el botón erróneo, el Holocausto Nuclear estaba servido, digamos que de forma irremediable. Pues no pasó nada de eso, y es más, lo que se fue al carajo fue la propia URSS sin necesidad de armas atómicas.
La agonía del capitalismo ha sido prevista de igual y magistral manera, hasta el punto de que los marxistas durante todo el siglo XX han apuntado las tremendas contradicciones en las que se mueve el Tenebroso Sistema, que hacen inevitable su derrumbe y tal y cual. Pues fallaron más que una escopeta de feria. Y como si nada.
También en los años setenta se decía que la Deuda que tenía EE.UU. con el resto del mundo era tal que no la podrían pagar y entrarían en bancarrota. Bueno, pues no solo no se han hundido sino que han multiplicado su morosidad por cien, y ahí siguen. El Capitalismo parece capaz de superar cualquier obstáculo que se le ponga por delante, con buenos modos o a bofetás, no se detienen ante nada.
Los profetas del Apocalipsis la han tomado ahora con el Cambio Climático, y muestran a osos blancos famélicos nadando en aguas libres de hielo, islas inmensas de plástico, emisiones de CO2 que convertirán Andalucía y Marruecos en extensiones del Sáhara… Melancólicamente recojo la caca del perro en una bolsita, la echo en el contenedor como miles de cívicos ciudadanos, e imagino millones de esas deposiciones flotando animosas hacia la isla de plástico del medio del Océano Atlántico. Una isla-continente de mierda de perro… Guau.
Y es que con tanta profecía desastrosa, acaba uno anestesiado. Parece que todo da igual, que no hay alternativa, que es mejor dejar pasar el tiempo porque esto no hay dios que lo pare. Entre traidores, fascistas, títeres de las multinacionales y Soros Maquinando-él-Paga-Tu-Cheque, anda la depresión.
Y la verdad verdadera, es que lo que no va a parar nada, es el desánimo y el pesimismo. De hecho en el ejército se fusila a los soldados derrotistas para evitar las deserciones. ¡Ay! Por desgracia, ¡ay!, no podemos flagelar y desollar a unos cuantos comentaristas para dar ejemplo. Dicen que no es civilizado. Aunque se me ocurre que como alternativa sí que podemos mostrar nuestras propuestas y nuestros éxitos, que los tenemos y son muchos. Porque únicamente donde se muestra otra posibilidad, es por donde se abre la puerta para salir del laberinto.
Ahora bien, ve a votar a algún partido de progreso, y lee luego los comentarios de los cenizos de las redes sociales, y acabarás como los Testigos esos: esperando un Apocalipsis generalizado, o la formación de un Gobierno de Cambio (placer inenarrable de Apocalipsis diferido) que al final, nunca llega.