El anarquismo clásico considera la mejor organización social, en oposición a la regulación por parte de una instancia objetiva externa (el Estado), surgida de la voluntad de individuos libres, autónomos y conscientes con el paradigma de la solidaridad frente a cualquier otro; se trata de una primacía de lo ético sobre lo político.
Aunque, objetivamente, el anarquismo se ve obviamente muy condicionado por Bakunin, a partir del tercer tercio del siglo XIX, las influencias filosóficas son diversas. De hecho, el propio pensamiento de Bakunin, aunque a menudo se le presenta como un heredero de Hegel, uno de los filósofos más influyentes en el siglo XIX, se le puede considerar también como una reacción contra el pensador alemán. Si en un principio, el anarquista ruso formó parte de los círculos de la llamada «izquierda hegeliana», dedicándole incluso elogios desmedidos, llegará un punto en que se apartará de dicha concepción filosófica para, decididamente, apostar por el progreso, la ética y el antiautoritarismo. Es por eso que existen autores que consideran la evolución del pensamiento de Bakunin como una reacción contra Hegel acercándose más a Kant, ya que acabó proponiendo la primacía de las cuestiones éticas sobre las políticas. Al margen de disquisiciones filosóficoas, consideramos que dicha visión forma parte ya para siempre de las señas de identidad del anarquismo. Así, podemos analizar la acción del ser humano desde perspectivas diversas, y dos de las más importantes son la política y la ética. Si la primera remite a la polis, la ciudad, la ética deriva del vocablo griego ethos, que viene a significar una manera de ser, uso, carácter o lugar habitual de la vida. Ambos conceptos se refieren a las acciones buenas y justas, si bien el ámbito de la política sería el social y el de la ética el individual. La política estudia igualmente al hombre, pero como ciudadano y miembro de una comunidad, incluyendo propuestas de vida y organización social, leyes y métodos de reglamentación y control; su objetivo último podría ser la justicia. La ética estudia más bien las normas de comportamiento individual, lo que atañe a la vida y la conciencia de cada uno, por lo que puede decirse que tiene como meta la felicidad. El problema de la organización social se ha visto como un equilibrio entro los dos extremos, el de la ética y el de la política.
Como es sabido, Hegel primó un modelo orientado hacia la política, es decir, y en este caso, el Estado; el espíritu objetivo predominando sobre lo subjetivo. Sería lo público el marco de referencia que permite la acción individual; la política precede a lo ético y sería su condición de posibilidad. Para Hegel, si la libertad se entiende como una subjetividad sin límites se genera el terror, por lo que es necesario un ámbito objetivo de normas que posibilite el orden y la convivencia. Ese lugar objetivo es, obviamente, el Estado, que para Hegel, además de posibilitar el orden social, es el lugar donde se desarrolla verdaderamente el individuo buscando la unidad y no la separación. Como dijimos, el Estado, el espíritu objetivo hegeliano, precede a toda acción individual y también a la sociedad civil. Sin embargo, existe un modelo opuesto, anterior en el tiempo, que es el de Kant. Según el mismo, la instancia cohesionadora no es la colectiva, sino la individual, la subjetiva. Cada individuo es previo a lo social y su definitiva condición, por lo que podemos hablar de una filosofía construido en torno a la libertad. Para Kant, el individuo es libre y se otorga a sí mismo unas normas de conducta que surgen de su voluntad racional. Desde este punto de vista, lo político no es previo a toda subjetividad, sino que surge de la libertad de los individuos prestos a organizar el mundo. Aunque Kant habla finalmente de Estado, se trata de una organización política surgida de la voluntad racional de los individuos, según los principios de libertad, igualdad e independencia. Kant otorga una gran confianza a la razón y la autonomía de cada hombre, que debe por supuesto reconocer y respetar la libertad del resto para construir la sociedad política en paz. Resumimos este modelo como una ética individual como punto de apoyo para la construcción política.
Veamos qué tiene que ver el anarquismo moderno con estos modelos previos. Kant, que es un autor que confía en las posibilidades emancipatorias de la Ilustración, considera que uno de los principales obstáculos para la liberación es dejarse guiar por otros dejando a un lado la capacidad autónoma individual, lanzarse a obedecer en lugar de a razonar. Recordemos que para Kant la libertad es sinónimo de razón moral, consustancial a cada ser humano. Así, el individuo autónomo e ilustrado no puede tolerar una autoridad que atenta contra su libertad, que es el fundamento de la acción del hombre. Por lo tanto, las personas son libres en cuanto que son personas, no por pertenecer a una comunidad política, por lo que el ejercicio de la libertad no debe someterse a una legislación externa. Es esta una visión muy cercana a la del anarquismo de Bakunin, según la cual no debe haber un marco jurídico externo a la voluntad individual de los seres humanos; hay que construir una sociedad sin Estado. Existen otras similitudes entre la filosofía de Bakunin y la de Kant, como es el hecho de considerar a todo ser humano un fin y no un medio, algo que podemos llamar «dignidad humana». Del mismo modo, en ambos autores de reúne la visión de una libertad vivida como una comunidad de individuos libres y responsables, condición indispensable para la vida moral. Aunque Kant considera que la posibilidad de la paz social se da gracia al progreso de la razón y de la moralidad, el anarquismo responderá que se produce gracias a la solidaridad y el apoyo mutuo. Bakunin recuperará la visión aristotélica del ser humano como «animal social» y, primando lo ético sobre lo político, observará la organización social como fruto de acuerdos libres y espontáneos por parte de los individuos. Estas sociedades fundadas en la libertad, el contrato libre y el pacto voluntario, funcionan mejor que las que se ven reguladas por instancias externas.
Por lo tanto, para el anarquismo las sociedades mejores son aquellas que funcionan mediante el paradigma de la la solidaridad. Bakunin, dejando a un lado diferencias notables, coincide con Kant y se aparta de Hegel al considerar al individuo libre, autónomo y espontáneo, por lo que todo poder entendido como un ente de alienación y explotación debe ser eliminado. El poder, que Hegel entendía como un referente objetivo para regular la sociedad, sería para el anarquismo el origen de todo privilegio, desigualdad e injusticia. Para Bakunin y el anarquismo clásico, el poder y la libertad se excluyen mutuamente, algo objeto de controversia en la visión posmoderna. Sea como fuere, y al margen de toda especulación abstracta, lo que ha quedado para siempre como una de las señas de identidad del anarquismo es esa primacía de lo ético, de la solidaridad y el apoyo mutuo, frente a la política. Esta, en la visión hegeliana, y deudor de ella es el Estado moderno, como una realidad objetiva externa a la sociedad con la aspiración de ordenar, controlar y reglamentarla.
Yo os explico otra manera de adquirir poderes: cuando eres niña o niño puedes elegir un tipo u otro de golosinas.
Todas y cada una de las golosinas tienen sus propiedades y con la mezcla adecuada se adquieren un tipo de poderes que se desarrollan con la edad.
Cuando eres mayor quizá no te acuerdes de las golosinas que has comido pero sus poderes están insertos en ti.
¡Cuidado!: una mezcla errónea de golosinas puede llevar a no desarrollarte perfectamente como individuo y a desevolucionar como especie.
Poder: los «súper sayan» tienen poder.
Estoy realizando un trabajo para la Universidad sobre ética anarquista y este artículo/vídeo me ha ayudado bastante a orientar el rumbo del mismo. Muchas gracias 🙂