La corrupción es la esencia es consustancial al sistema capitalista – sea en versión neoliberal privatizadora o burocrática seudosocialista – y al tipo de relaciones humanas y de sociedad que dicho sistema genera y en el que el poder se ejerce con el aval de la representatividad y de la delegación, regulada mediante las comedias electorales. En ese sistema estando tan interiorizados en la mayoría de la población los valores del dinero, la fama y el poder se da el caldo de cultivo tanto para la corrupción de los grandes escándalos como esa corrupción de pequeña escala sobre la que se hace la «vista gorda», sobornos de unos cuantos billetes y favores a retribuir es ya parte de la cotidianidad en tantos lugares.
Pero ¿qué nos puede librar de la corrupción – de la macro y de la microcorrupción – si en este contexto y sistema social, económico y político solo puede esperarse la realidad de la explotación y humillación de la mayoría? La corrupción es fruto del poder y la evidencia práctica política da la razón al postulado anarquista de rechazar no solo la corrupción sino el poder, cualquier tipo de poder autoritario y opresivo.
La corrupción no se liquida con sentencias de los tribunales, ni con condenas de algunas personas, De la corrupción no nos va a librar el poder judicial por muy independiente que los teóricos lo concibieran, ya que forma parte del mismo engranaje del Estado. tampoco nos va a librar el poder legislativo o ejecutivo, todos ellos conectados en esa tramoya donde de cuando en vez hay cuidado en cumplir con aquella máxima del novelista italiano Lampedusa en su novela _El Gatopardo_: «Que todo cambie para que todo siga igual». La certeza de esta frase se ratifica cuando durante años se sigue votando por personas, partidos y en favor de un sistema corrupto que, época tras época, nos demuestra que la corrupción le es inherente y que allí no cabe la verdadera renovación.
Contestamos a la pregunta sobre qué nos puede librar de la corrupción con una primera respuesta hipotética: otro tipo de ser humano, otro tipo de persona , podría librarnos. Y propongamos una segunda respuesta, también hipotética: otra sociedad diferente a la que conocemos, con otras instituciones, con otro sistema de relaciones humanas, podría funcionar sin corrupción.
Ambas respuestas posibilistas se sustentan en el principio contrario a que la corrupción es consustancial al ser humano, forma parte de su naturaleza (en caso de que se reconozca la existencia de la misma), y forma parte de la sociedad que ese ser humano corrupto, corrompible, es capaz de crear y gestionar.
Si partimos de la primera premisa, es decir, que otro tipo de ser humano, con valores, ideales y comportamientos diferentes, sería capaz de abandonar las prácticas corruptas, será menester ponerse a la obra ya, diseñar un radical y profundo cambio del sistema educativo y proceso de formación por el que transitan nuestros niños y niñas, porque estamos ante una empresa ardua, a largo plazo, cuyo éxito, además, depende de la creencia en que la educación de una persona sigue una línea unidireccional, ascendente, uniforme, que podemos manejarla sin que existan variables extrañas que contaminen el proceso, Significaría este enfoque que el ser humano es plenamente maleable y que el control de su proceso educativo, en todos los casos, nos llevaría al puerto deseable.
Sin duda, el ambiente y la cultura de partida, la clase social de origen, el género, el sexo, la etnia, el país de origen, posiblemente también un mínimo componente relativo a su dotación genética, etc., son variables a considerar y que van a condicionar, cuando no a determinar, nuestro esfuerzo y programas educativos. En cualquier caso, esta empresa de cambiar de tipo de ser humano hay que acometerla, recorrerla, porque con un nuevo tipo de persona podriamos garantizar una nueva sociedad, obviamente sin pensar en adoctrinamientos, domesticación, uniformidad de la población, sino todo lo contrario, educación en el ejercicio de la libertad y la justicia.
Sin desechar esta primera línea de actuación, la segunda línea sobre la que trabajar sería pensar en construir progresivamente una nueva sociedad, eso si, con el tipo actual mayoritario de personas, muy implicadas en el consumismo, carentes de referentes revolucionarios, desafectadas de la educación y la cultura, sumisas sin conciencia clara de su precariedad, defensoras pasivas de un sistema de democracia parlamentaria y representativa, pero con la suficiente capacidad intelectual para no negarse a que las cosas podrían ser mejor para la mayoría de lo que son actualmente.
Este es el reto, construir una sociedad nueva, sentar bases en las que se erradique la corrupción, con una población que, en principio, comparte los valores y ética de la sociedad antigua. Esto sin duda es posible y se fundamentará en unas «instituciones y organismos» que garantizen que el ejercicio del poder no recaigan en personas a título individual, que la toma de decisiones sea de forma colegiada, de abajo arriba, sin cargos unipersonales, ni ejecutivas, ni jerarquías, ni cúpulas dirigentes (siempre será más fácil corromper a una persona que a un ente…) y esa sociedad nueva no puede sino basarse en los principios del movimiento y pensamiento libertarios. Principios como la autoorganización, la autogestión, el apoyo mutuo, el federalismo, la democracia y acción directa, la justicia social, el antiautoritarismo, el anarco-eco-feminismo, antirracismo, anticonsumismo, internacionalismo, la economía colectivista y solidaria… nos señalan una posible vía para la emancipación y la vida en dignidad.
Revista Libre Pensamiento (Madrid)
[Versión resumida y adaptada de parte del Editorial de la revista Libre Pensamiento # 95, Madrid, verano 2018.]