Un amigo mío tiene una anécdota, a la que ya me referí en cierta ocasión, cuando paseaba con su anciano padre por un céntrico barrio madrileño. Un hombre de cierta edad, al verles, dibujó una sonrisa en su rostro y se acercó a ellos, deseaba saludar a la persona que en cierta ocasión le ayudó en su actividad antifranquista. Hay que aclarar que el progenitor de mi amigo trabajó como sereno durante los últimos años de la dictadura. Para los más jóvenes, hay que recordar que este oficio, que creo que duró hasta finales de la década de los 70, consistía en una suerte de vigilantes nocturnos, que en algunas ciudades además se encargaban de abrir las puertas e incluso, en otros tiempos, del alumbrado de las calles. Por supuesto, no dejaba de ser otra forma de vigilancia social, de hecho iban armados con un chuzo y portaban un silbato para avisar a las autoridades en cualquier circunstancia sospechosa. En cualquier caso, el padre de mi amigo debe ser una buena persona, que de alguna manera ayudó a un vecino cuando la temible policía de la dictadura iba en su busca. Para sorpresa de mi amigo, que recordaba el rostro de aquel hombre con nitidez, hoy con el caso de Íñigo de Errejón en el candelero, ha descubierto que se trataba del padre del (ex)líder de Sumar o de Más País (y, antes, de Podemos). La anécdota me ha empujado a estar un poco más al tanto sobre el caso, el padre se llama José Antonio Errejón y todo ello me suscita una serie de reflexiones sobre la sociedad en la que vivimos (y que sufrimos). Vamos allá.
En primer lugar, rompo un lanza sobre la defensa del padre, al que no conozco, ya que si no podemos culpar a los hijos de los pecados del padre, tampoco a la inversa. Obsérvese la terminología religiosa, que puede que venga al caso. Como curiosidad, y sin que eso sirva para que tenga yo mayor o menor simpatía por la persona, hay quien me comenta que el tal José Antonio, de vez en cuando, se le veía por una librería anarquista del madrileño barrio de Lavapiés. Lo que parece claro es que luchó contra la dictadura franquista y, al parecer, es o era un técnico trabajador del Estado ya en democracia. Algunos inicuos medios, deseosos de verter basura sobre el conjunto de la familia Errejón, han criticado que, siendo un hombre de izquierdas, trabajara para diferentes administraciones públicas con diferentes pelajes políticos e ideológicos. Digo yo que, lo mismo estoy en craso error producto de mi ignorancia, pero eso es lo que hacen los funcionarios. Sin comentarios. Vamos con el caso del hijo, y ya adelanto como puede presuponer quien siga este lúcido blog, que ninguna simpatía tenía yo por su labor política, pareciéndome un auténtico despropósito producto de la labor parlamentaria «progresista» de este inefable país llamado Reino de España. Vaya por delante que desconozco también a nivel personal el comportamiento del tal Íñigo, un tipo al que se ha señalado y crucificado a nivel mediático sin que parezca del todo claro (al menos, hasta donde yo sé) si ha realizado algo verdaderamente delictivo (siempre, de acuerdo con la ley jurídica). Espero que se me entienda, el fulano puede ser un fiestero y un baboso, y también un redomado hipócrita al pretender haber sido un hombre adalid del feminismo, pero no creo que eso sea motivo para ser criminalizado (obviamente, sí para ser rechazado por otros medios desde un punto de vista moral).
En cualquier caso, en su carta de dimisión, el inefable expolítico ha vertido cierto tono inculpatorio sobre su comportamiento culpando nada menos que al sistema neoliberal. Algo habrá hecho el colega y resulta una profunda desvergüenza el culpar a la estructura política patriarcal. Pero, a lo que voy es que, como en tantos otros casos, la gran pregunta es cómo es posible que este irrumpa abruptamente de esta forma a nivel mediático. Nos quieren hacer creer que no se sabía desde hace tiempo su actitud, que no se ha tapado incluso por mujeres dentro de su partido (y, seguramente, también expartidos), que no es también producto de una sociedad profundamente papanatas que confía en líderes parlamentarios, con poco o ningún proyecto político verdaderamente transformador a sus espaldas, como si fueran seres inmaculados que van a dirigir hacia la felicidad al conjunto de la ciudadanía. Y, lo peor, es que el caso no sirva a la mayoría a reflexionar un poquito sobre todo ello, a cuestionarse verdaderamente el sistema en que vivimos, sin meramente individualizar punitivamente el comportamiento de un fulano (que es la otra cara de ensalzarlo), que debería haber sido siempre irrelevante a nivel político en una sociedad verdaderamente justa e inteligente. Y no esta, basada en el espectáculo más banal sin profundización alguna. Las y los anarquistas lo tenemos muy jodido, quizá más en la actualidad que nunca, ya que por un lado denunciamos una estructura jerarquizada, y todavía muy machista, como se observa en una violencia de género que no parece haber disminuido, mientras que cierta izquierda sigue apostando por regular con leyes y castigar a los agresores. Por otro lado, no negamos los ácratas la responsabilidad personal, pero no nos gusta la punición (ni la crucifixión, sigo con léxico religioso), y tampoco la restricción normativa que mana del Estado con supuesto afán protector, mientras que creemos a la vez férreamente en la educación y la ética. Lo dicho, muy jodido, pero seguiremos dando guerra.
Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2024/11/30/las-cloacas-no-solo-del-estado/