Siempre tengo muy presente una charla del bueno de Agustín García Calvo (algo ininteligible a veces en sus propuestas radicales para el común de los mortales, todo hay que decirlo) en la que sostuvo algo así como que él pasaba totalmente de estar impregnado a diario de los medios de desinformación. Cito de memoria, y con toda la inexactitud e incluso algo de distorsión que eso puede conllevar, pero creo que el saludable espíritu libertario y algo nihilista era ese. El caso es que, en aquella época en la que yo era todavía un candoroso mozalbete cargado de cuestionable energía positiva, defendía con cierto ardor lo contrario; venía a decir que había que estar bien informado sobre la sociedad que sufrimos, precisamente, para poder combatirla con conocimiento de causa y transformarla a mejor. A pesar de aquella tierna oposición, como dije al principio, siempre tuve en cuenta aquellas palabras y, hoy por hoy, sin caer en ninguna suerte de solipsismo, pienso y actúo de modos harto diferentes. Y es que al cabo de los años la sociedad mediática, con la irrupción de nuevas tecnologías, internet, redes sociales y demás medios de desinformación, solo ha ido a peor para afección de aquellos incautos exentos de espíritu crítico; no ya que moldeemos nuestro imaginario, y nos manipulen de una u otra manera, a conveniencia de unos determinados paradigmas políticos y económicos, es que directamente nos impregnamos de la más pura estulticia a poco que nos dé por estar pendientes de los consabidos chismes en los dispositivos electrónicos.
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