En el mundo —dice Federico Nietzsche en el prólogo del libro El Ocaso de los Ídolos— hay más ídolos que realidades. ¡Cuánta verdad, que digo, belicosidad hay en esta frase! Me atrevo a decir que quizás esto sea lo más sensato que se ha dicho en occidente. Por lo general lo más importante, lo más valioso, es lo que menos atención recibe del ser humano. Me asalta de repente esta cuestión: ¿Habrá algo más valioso que la vida?
Paradójicamente la gente, en casi todos los siglos, ha preferido dar la espalda a ésta e inmolarse de manera irracional a los ídolos religiosos de antaño y seculares del presente y abstracciones vacías; que son, no por su poder mágico, enemigos de aquella. Desde que el ser humano comenzó a tomar conciencia de sí, los ídolos lo han rodeado. Los ven como realidades intocables, sin relación alguna con ellos, como algo de naturaleza absoluta. Atacar los ídolos de la masa es como caminar descalzo sobre rojizas brasas, como correr por el borde de una afilada navaja. Desafiarlos, en suma, constituye un peligro latente. En el momento que Cristo expulsó a los mercaderes del templo firmó su sentencia de muerte.
El periodo histórico en el que el movimiento de la ilustración surgió es, en el criterio aquí sostenido, uno de los más optimistas y soberbios de la historia humana. Sus representantes (Voltaire, Montesquieu, Jean-Jacques Rousseau, Denis Diderot David Hume, Adam Smith y Thomas Jefferson y muchos otros) fueron hombres extremadamente brillantes: criticaron con gran sangre fría a la monarquía, a la superstición religiosa y a cualquier saber no fundamentado en la observación empírica y en el rigor de la lógica. Propusieron que el pensamiento racional y el conocimiento cierto de las cosas es la senda adecuada que debe seguir la humanidad si quiere alcanzar un progreso. Esto, hay que reconocer, representó sin duda un gran avance. Aristóteles y el escolasticismo eran ídolos, que con el paso de los años se habían vuelto demasiado pesados e insoportables, a derribar. Posiblemente ellos pensaron que después de todas las críticas demoledoras que realizaron en contra de las supersticiones religiosas por fin serían aniquiladas. Sabemos que eso no es verdad. Es un mantra ya el decir que en la ilustración el ser humano alcanzó la mayoría de edad. Llamarle el siglo de las luces implica decir que lo anterior a esa época era oscuridad; es por eso que denominan al medievo como una etapa de oscuridad y estancamiento para el desarrollo pleno del ser humano; lo social, lo político e intelectual se vio iluminado gracias a la ilustración. Me parece que esto no es del todo verdad ya que en cualquier periodo de la historia de la humanidad ha habido luces y sombras y esa época no fue la excepción. Para la gente que suscribe con este tipo de relatos, le parecerá que hablar de ídolos en un ensayo filosófico es algo que carece de importancia intrínseca: sin embargo los ídolos, como se verá más adelante, no son cosas del pasado.
Debo decir unas palabras acerca de la categoría de relación. La relación es anterior a la dialéctica; es lo que permite que esta sea posible. El fundamento del poder está allí donde no hay poder. El poder, el que tienen los idólatras, no puede aparecer sin su negación el no-poder. El poder, aunque se absolutice, nunca puede negar su negación. Por ejemplo, el ser humano nunca puede negar su hambre completamente. No puede anular a su contrario, existe una relación y el poder no existe al margen de esta. Por qué será que la verdad, la que se impone y se conoce oficialmente, siempre aparece allí donde hay poder, económico, político, religioso… y nunca en las periferias, suelo propicio para la vida decadente. Esto nos revela una cosa muy importante: la decadencia no es natural sino causada por los sacrificadores y dueños del fetiche. Sobre esto trataremos en los próximos párrafos.
El nihilismo como voluntad de nada o voluntad de verdad
La esencia del ser humano —si se puede usar aún tal terminología— es el nihilismo, este es propiamente hablando el nihilista, por lo que ese tipo de hombre debe ser superado; la tarea fundamental del hombre es entonces superar su nihilismo y eso solo puede ser posible a través del surgimiento o mejor dicho de la irrupción del superhombre; ese individuo capaz de decir sí al mundo del devenir: a lo que de sufrimiento y placentero éste tiene, creador de valores en consonancia con el instinto vital ascendente, que afirma la perspectiva antes que la verdad y que puede vivir ya sin dios o mejor dicho se pone en el lugar de aquel para desde su perspectiva afirmar la vida en toda su riqueza y exuberancia y, sobre todo, el que, sin cobardía de ninguna naturaleza acepta el eterno retorno con alegría, con regocijo; es un tema bastante interesante pero que, por razones de brevedad, no abordaré aquí. Ahora bien ¿a qué se refiere Nietzsche cuando habla de nihilismo? En palabras simples nihilismo es voluntad de nada. Es querer, anhelar, la nada; el ser humano, tal como lo definió Schopenhauer, es voluntad de vivir; Nietzsche suscribe con él en que el ser humano es voluntad, pero difiere en que sea voluntad de vivir. Ya que esta simplemente se limita a conservarse, no se lanza hacia la búsqueda del poder y del querer vivir más para expandir su horizonte y espacio vital. Esta es la forma decadente de la vida contrariamente a la forma ascendente, la voluntad de poder, en la que sólo los valientes y los que superan el nihilismo pueden tener derecho de ciudadanía. Sobre el concepto de la voluntad de poder tampoco lo trataré aquí pues eso desbordaría la naturaleza de este trabajo. Sin embargo, volviendo a lo que nos concierne, cuando esta voluntad no encuentra algo realmente valioso en el mundo se decide por querer la nada, engañada se encamina por los peligrosos bordes de ese acantilado infinito.
El ser humano es voluntad, por lo que no puede no querer, necesita querer incluso, si no hay otra cosa que querer, la nada. No querer no está entre sus posibilidades. Pero éste reviste esa nada con indumentarias pomposas; ha llamado a esa nada el mundo verdadero. Como el mundo del devenir es difícil y un lugar propicio para los fuertes, los valientes y los competitivos entonces los hombres se resienten con este mundo y se inventan un trasmundo a la altura de sus expectativas, un mundo perfecto incambiable y libre de los elementos hostiles, existentes en este mundo, que hacen de su existencia algo miserable. Como todo lo que existe en este mundo, el real, es despreciable y no está en consonancia con sus disposiciones internas, se inventa otro mundo más allá de éste y que es perfecto. La vida en tal mundo será más verdadera.
La religión, tal como lo sostiene Nietzsche, surgió de esa voluntad de querer la nada, qué es lo mismo que la voluntad de verdad. El ser humano, y en esto están de acuerdo los antropólogos, se ha pasado la vida rezando a dioses que no existen, auto-adorándose, en palabras más simples: ha derrochado mucho de su valioso tiempo rezando y suplicando a la nada. Se ha dicho que los filósofos —como consecuencia del platonismo y sus derivaciones posteriores— siempre han estado desconectados de la realidad, en las nubes, y que son sumamente abstrusos; Nietzsche nos muestra que es todo lo contrario, los humanos siempre han estado en las nubes, con sus mitos y prejuicios ordinarios, y no los filósofos, como él y Heráclito; estos han tenido siempre sus pies en la tierra.
No resulta extraño entonces que sea la ficción el modo más perfecto para ponerse en contacto con el mundo real, es decir, el fingido, el ideal, el esencial. Platón consideró que al mundo verdadero solo se podía acceder a través de la matemática, el modo más perfecto de conocer, lo que justifica su apasionado repudio por los poetas, hoy día se cree que la ciencia es la que tiene la última palabra, la que puede alcanzar el mundo verdadero. Debe ser muy infeliz y desgraciada una persona que se dedique por completo a demostrar teoremas antes que vivir la vida con intensidad. Esa ficción, aunque puede tener alguna utilidad, jamás se podrá comparar con el disfrute de la vida.
Nietzsche sostiene que Sócrates nos enseñó a odiar el mundo y la vida. Sócrates, con sobrada razón, era un resentido con la vida. Visto sólo por sus atributos físicos era un desgraciado, su fealdad espantaba, por lo que tuvo que inventarse una forma de vengarse de la vida por haberlo hecho tan poco agraciado. Su fealdad física y espiritual lo condujo indeleblemente a abrazar las navajas del resentimiento —esto es una de las cosas más perjudiciales para el ser humano— y a objetivar su venganza contra la vida y el mundo donde vivió. Esto explica el porqué los seres humanos especialmente los fracasados, los débiles, los pobres y los desdichados sean febriles odiadores de esta vida. Y anhelan llegar, por medio de la nada, al trasmundo. El ser humano es tan fetichista que prefiere relacionarse insanamente con la nada antes que con la realidad, con la vida. Por eso, como dice Nietzsche en el Ecce Homo, han falseado la realidad hasta en sus instintos más básicos.
La mentira, la mejor aliada del ser humano
Es evidente que el ser humano no puede renunciar a la mentira —ya que la verdad en el mundo del devenir, a saber, el auténtico, no puede ser posible— pues aquello supondría el final de toda esa ficción, y quizá de su existencia, ha creado todo un vasto universo en torno a ella. Desde épocas inmemoriales se ha mentido a sí mismo y el resultado ha sido la construcción de toda una totalidad de campos, sistemas e instituciones fundamentado en el embuste. Por siglos ha creído que el lenguaje, la razón y, más recientemente, el método científico le permitirán acceder a la totalidad de lo real. Se engañan a sí mismos si creen que lo que buscan es la verdad. Lo único que buscan es apresar la realidad, pues le temen al cambio y los excita el adorarse a sí mismos en tercera persona, pues su vanidad no parece tener límites. Es la inagotable vanidad del ser humano que lo ha llevado a elevarse hasta las alturas del mundo telescópico y sumergirse en las profundidades del mundo microscópico. Ese complejo de superioridad sobre el resto de las bestias la ha conducido a creer que es capaz de conocer y comprender la totalidad de lo real; y con el descubrimiento de las leyes de la naturaleza puede desencantar el mundo y manipular la naturaleza a su antojo. Lo cierto es que la vida, por más que se trate de romantizar, es irracional y es el humano el que la quiere domesticar. Casi todo esfuerzo idólatra ha sido un fútil derroche vital; mantener en pie ídolos a costa de su propia vida es una cosa indigna de seres humanos que se respetan a sí mismos. Ingenuamente se ha creído que fetichizando abstracciones y metáforas podremos estar más en contacto con lo real. Nada más alejado de la realidad.
La verdad como interpretación
Los sentidos, y no los conceptos, tal como lo sostiene el vitalismo o el irracionalismo, nos proporcionan la verdad como interpretación, la verdad humana, la única que existe. Pueden haber mejores o peores perspectivas pero son las únicas que tenemos. La verdad que nos proporciona el concepto, en cuanto intenta descaradamente apresar el devenir en un ataúd, es ideal, esencial y por lo mismo alejada de la vida, la cual se rige más por la intuición. El argumento principal para exaltar e inflar a las ciencias de la naturaleza es el irrefutable hecho de su éxito en lo práctico. Sin embargo, el hecho que algo funcione en la práctica no implica necesariamente que por ello sea verdadero, esto lo ha entendido bien la ciencia de la naturaleza que se ha abierto paso, gracias a su rígido método, entre las rendijas de la incertidumbre y el desconocimiento. Lo cierto es que a medida que esta vaya solucionando pequeños problemas irá, como es lógico, dejando cabos sueltos, ya hay un montón.
Y, cansa decirlo, sobre la mentira y la imaginación occidente ha construido todo un imperio aparentemente objetivo, lógico, racional, potente y capaz de resistir cualquier ataque irracional, pero basta observar su fundamento para advertir que sus pies hediondos son de barro, del más ordinario que existe. El problema no radica en las fortalezas que se ha creado el hombre racional para ponerse a salvo de los ataques y negaciones de la naturaleza sino más bien en creer que esas estructuras imaginarias y completamente alejadas de la realidad constituyen una verdad de naturaleza irrefutable; y con ello queda justificado que la vida del ser humano se inmole a esos ídolos. Mientras que el hombre racional se desvive intentando medir, pesar y predecir el comportamiento de la materia y la realidad, el hombre intuitivo vive diciendo sí a la vida a sus aspectos negativos y positivos. El lenguaje, que se expresa en palabras y conceptos, se ha idolatrado por el sencillo motivo que la gente comúnmente cree que por medio de él se puede describir con precisión lo que son las cosas, olvidando que los conceptos son meras metáforas que en vez de acercar al individuo a la realidad lo alejan, se les llegó a conceder un valor mayor del que merecen, pues siendo metáforas no pueden ser la descripción fiel de la realidad; además se ha idolatrado el conocimiento, y la razón que deriva de éste, al creer que es el instrumento por excelencia para conocer la verdad.
Las ficciones útiles e inútiles
El ser humano se caracteriza por su capacidad creadora, es especialmente habilidoso en crear ficciones que le permiten dar razón, tranquilidad y sentido a su caótico mundo. Nietzsche, haciendo uso del método genealógico, que analiza el origen de las palabras y los conceptos, llegó a la conclusión de que el lenguaje, que es ya una realidad interpretada, los conceptos, la lógica y la matemática son invenciones humanas. Es de suponer que en principio todos los que fueron parte de la convención sabían el carácter ficcional del lenguaje y de ningún modo lo consideraban como una fiel descripción de las cosas; en Sobre verdad y mentira en sentido extra-moral sostiene Nietzsche: “creemos saber algo de las cosas mismas cuando hablamos de árboles, colores, nieve y flores y no poseemos, sin embargo, más que metáforas de las cosas, que no corresponden en absoluto a las esencias primitivas”. Con el paso del tiempo los hombres y mujeres se olvidaron del carácter metafórico de aquel; es un craso error pensar que la estructura gramatical es la estructura de la realidad, y con ello han hecho un perjuicio enorme a los individuos concretos.
El concepto iguala lo no igual, generaliza todo y languidece la experiencia individual. Estas ficciones hicieron posible la razón. Sin estas ficciones útiles, la ciencia sería imposible. Estas ficciones, aunque se sabe que son mentiras, resultan en realidad útiles para la vida práctica ya que bien usadas pueden ser excelentes formas de luchar contra las negaciones que impone la naturaleza a la vida (el hambre, el frío, la calor y un largo etcétera). El problema fundamental es que occidente, sumergido de pies a cabeza en la decadencia, ha llegado a identificar la realidad con esos conceptos, que intentan fijar la realidad dentro de sus rígidas fronteras, pero esto es un terrible error. Pues es gracias a ellas que la vida se ha puesto a salvo de los embistes de la naturaleza. Sin embargo el ser humano, al mismo tiempo, también inventa ficciones inútiles que en modo alguno resultan beneficiosas para la potencialización de la vida; entre ellas tenemos los ídolos antiguos, las grandes estatuas, hoy se nos presentan en formas distintas, más complejas, pero siempre inútiles.
Se puede decir que el intelecto, tal como lo sostiene Nietzsche en Sobre verdad y mentira en sentido extra-moral, es un mecanismo de defensa del ser humano. Una compensación por su debilidad especialmente física, comparado con otros animales salvajes que disponen de cuernos, recias dentaduras, filosas garras y fuerza bruta. Si sólo contara con su fortaleza física, seguramente hace mucho tiempo hubiese desaparecido como víctima de otros animales salvajes. El conocimiento en este sentido se presenta como una ficción de naturaleza útil. Al ser humano dada su limitación cognitiva le está vedado el poder conocer la realidad en su puridad, en su esencia, por lo tanto el concepto no es más que una metáfora, una ficción. Jamás puede ser la fiel descripción de la realidad, pero a pesar de ello puede ser útil para la sobrevivencia de éste, decir no a estas ficciones constituiría el final de la especie humana.
¿Qué es un ídolo?
Superficialmente se le llama ídolo a una imagen a la que se adora y es idólatra alguien que adora las imágenes, pero hablando con más seriedad: se puede considerar como un ideal, persona o cosa contrario a la vida; en suma, una ficción o patraña inútil. Es algo relativo pero el ser humano lo fetichiza y por lo tanto lo torna de naturaleza absoluta. Es difícil explicar, para el que desconoce el carácter nihilista del ser humano, el porqué las cosas irrelevantes son las que mayor atención reciben en nuestro mundo. Es del dominio público que los famosos “creadores de contenido”, —he hecho un esfuerzo descomunal por no vomitar al decir esto—, los gamers y las figuras de la farándula son extremadamente conocidos entre los jóvenes y viejos. Desde un punto de vista utilitarista sabemos que un doctor tiene mayor valor social que un artista urbano y sin embargo este último seguramente tiene más dinero, fama, buena vida y un futuro más prometedor que el otro. Resulta curioso, en verdad, pero lo que carece de importancia intrínseca es lo que mayor atención recibe por parte de los seres humanos, por eso es que el cristianismo dominó por tantos siglos y por eso es que hoy día los ideales más elevados y, por lo mismo, sanguinarios siguen vivos; los ídolos se siguen considerando como cosas reales cuando no lo son. Pero, ¿cómo funcionan los ídolos? Para que esto funcione hay que ofrecer algo a cambio, por ejemplo el tiempo, la vida, la sangre. La gente somera, que es la mayoría, sólo presta atención a las cosas que carecen de importancia intrínseca, ahora se entiende más fácilmente el que nadie se acerque a entrevistar a los valientes que siguen pagando la deuda externa. Están purificando y limpiando las deudas de sus élites económicas y políticas. El que su futuro esté completamente hipotecado es lo que menos les importa a los sacrificadores, ellos quieren su dinero y la vida de aquellos es algo accesorio.
Tanto el dominador como el dominado invierten la realidad y le dicen no a la realidad del devenir, pero sólo uno obtiene beneficios prácticos de esa inversión. Ambos creen en los ídolos pero la existencia de aquellos solo beneficia a los sacrificadores. Los que controlan el ídolo tienen el poder y la verdad, los inmolados solo pueden aspirar a entregarse con espíritu de orgullo ante la aniquilación que purificará a los sacrificadores. Detrás de los ídolos hay violencia positiva y negativa. El sacrificio, por tomar una metáfora del mundo teológico, especialmente de los más débiles de este mundo es la condición de posibilidad de cualquier ídolo. Cualquier esfuerzo que no vaya dirigido a incrementar la vida es fetichista e idólatra. Todo progreso implica sacrificio no de los que manejan el ídolo sino de los sacrificados.
El ser humano independientemente de su posición en la escala social, de cualquier tiempo, tal como lo muestra la historia desde que alcanzó un cierto nivel de consciencia de su consciencia es incapaz de vivir sin ídolos, sin dioses. Si mueren atropellados por el devenir, aquellos los desentierran y les ponen otro nombre, es por eso que los ídolos, de la naturaleza que sean (positivos o negativos) no tienen, como creía el inocente y optimista de Nietzsche, ocaso, crepúsculo.
Sacrificadores y sacrificados
Desde tiempos inmemoriales ha tenido lugar en el mundo lo siguiente: la historia de los sacrificadores y de los sacrificados. Este sacrificio, religioso en antaño y profano en el presente, se ha llevado a cabo ininterrumpidamente por siglos con el telos único de mantener en pie ídolos, verdades, ideales, mentiras y delirios humanos de cualquier clase. Los ídolos se crean con un propósito, a saber, para que por medio de ellos se pueda llegar a concretar una deseada finalidad. En tal sentido, aquellos aparecen como aliados del ser humano, no como sus enemigos. Sin embargo su ideal en la práctica dista completamente: los ídolos no son amigos ni aliados del ser humano son una negación de la vida de aquel. Pero todo ídolo demanda sacrificio, un costo social, tiene un precio que hay que pagar sí o sí, no viene de gratis, y la sangre inocente es el mejor y mayor de sus pagos. No hay que olvidar que los fenicios, cartagineses o sirios ofrendaron infantes para mantener controlada la ira del dios Moloc; los quemaban dentro de la enorme estatua hueca del ídolo; se dice que los familiares de los bebés sacrificados, tenían terminantemente prohibido mostrar algún signo de debilidad, debían soportar estoicamente dicho sacrificio pues si mostraban algún tipo de emoción como el llanto esto invalidaría por completo el sacrificio y desataría la ira descomunal de aquel temible y sanguinario dios.
Los grandes relatos de Marx y Nietzsche se golpean con la realidad constantemente. La idea de una sociedad sin clases, el cielo en la tierra, es un ideal, quisiera creer, bastante inocente; del mismo modo el superhombre es un ideal en oposición con la vida; son ideales, ídolos, inalcanzables, los que los han querido objetivar en la historia han sido abofeteados por el fracaso y han sacrificado demasiadas vidas, sus manos están completamente empapadas de sangre; entre más elevados son los ideales de una persona o de un grupo más alejados están de la realidad y por lo mismo más sangre, más vida inocente, requieren para seguir erguidos. Tal como lo constata la historia existen sacrificadores y sacrificados. Los chivos expiatorios, que purifican la metrópolis del pecado, son la condición de posibilidad de los sacrificadores.
Por siglos, en honor a estos ídolos, se han sacrificado animales y humanos, hoy se sacrifica también el medioambiente, en honor a la mentira se sacrifica la vida. Lo más chocante es que en todo periodo histórico ha existido gente, materia inorgánica, mineral, que piensa que sacrificarse es algo de carácter natural, obviando su lado histórico. Por tal motivo es imperioso mostrar que esa mitología, religiosa y profana, es, de pies a cabeza, falsa. Nadie debe ser sometido a esquilmarse por mantener en pie un ídolo, el mercado. Si de salvar la vida se trata, que caiga la bolsa de valores. El poder se esconde detrás de los que manejan los ídolos.
El marxismo, no Marx, fue como una botella de alcohol barata, hizo efecto rápido y tuvo una duración efímera. Nietzsche es como un vino costoso, su efecto embriagador aún se deja sentir en nuestra época. Marx criticó los ídolos del capital pero introdujo otros ideales contrarios al dinamismo de la realidad. ¿Y cómo lograr objetivar los ideales de la abolición de clases, la dictadura del proletariado y la negación absoluta del sistema capitalista? Básicamente por medio del sacrificio físico y psicológico, ofrendando la vida por ideales alejados y contrarios a la vida misma. Pero en realidad, ¿quiénes son los principales sacrificados? Serán siempre los más débiles, la plebe, la masa. Se sacrifican los seres humanos en nombre de cosas que no existen. Los sacrificadores no pelean entre ellos, son los sacrificados los que se desgarran en los campos de batalla para mantener en pie el prestigio de los ídolos de sus amos.
La libertad: un ideal elevado, sanguinario
La libertad, después del dios judeocristiano, es el mayor de todos los ídolos aceptados socialmente en occidente y el mundo entero. Los países desarrollados están creando la libertad porque sólo desde la libertad se puede sacrificar al otro, al chivo expiatorio; el éxito del mundo desarrollado, su sanidad, su pureza, su limpieza, su riqueza, su cultura y todo lo valioso dentro de sus muros reside en último término en la constante enfermedad, suciedad, pobreza e ignorancia de los débiles: los chivos expiatorios. Hoy día, como ya se dijo, se sacrifica inclusive al medioambiente en nombre del progreso que conduce en último término a la libertad, al cielo. Los hombres y mujeres ignorantes, varios de ellos que habitan en el tercer mundo, buscan el inalcanzable ideal del cielo, los ilustrados contrariamente buscan el elevado ideal de la libertad, pero ambos no son más que ídolos carentes de cualquier valor intrínseco. La libertad es siempre relativa nunca absoluta, los imperios sacrifican a la humanidad y el medio ambiente para hacer de eso relativo algo absoluto, pero no lo logran. A mayor recurso más espacio vital y mayor amplitud de perspectiva. Libertad no sólo es poder hacer sino capacidad de hacer. La libertad negativa siempre será derivada de la positiva. La libertad posiblemente surgió de una pelea de dos hombres primitivos, el que ganó sometió al otro; por eso la guerra está estrictamente relacionada con la libertad. La libertad no es ilimitada. La libertad llega hasta donde llegan los recursos. Los recursos económicos, naturales e ideológicos no son ilimitados y cuando se terminan se acaba la libertad de una persona o grupo. Y si no se los reconquista, el poder se termina.
¿Cuál es la obligación moral e intelectual del filósofo?
Evidentemente ser luz en la oscuridad, en el nihilismo, de su tiempo. El ser humano siempre estará dispuesto a firmar, inclusive si tiene que sacrificar la vida, a la nada antes que a la realidad. En cada período histórico hay oscuridad y ello induce a pensar que la luz no existe, pero es una ilusión. Derribar ídolos morales e intelectuales, desmontar estructuras de pensamiento fosilizadas, iluminar la oscuridad que impide ver los ídolos que se adoran en la tierra y que la totalidad del mundo está cimentado sobre una mentira, evidenciar todo eso, debe ser algo imperioso para el filósofo. La gente prefiere la mentira pues desde siempre ha sido ésta la que el ser humano ha elegido para sobrevivir. El problema no consiste en que esta ficción sirva para la conservación de la especie, la mayor objeción es creer que esa mentira es la verdad. Los ídolos han sustituido a la realidad y la han vaciado de su riqueza y fuerza. Los hombres han creado sus ídolos y luego se han olvidado de eso; los adoran, sacrifican en su nombre, les dan ofrendas.
Víctor Salmerón
Tomado de https://www.portaloaca.com/opinion/los-idolos-no-tienen-ocaso/