Gracias a los dioses, o a quien se tercie, uno no tiene nada que ver con ese campo abonado para la enajenación, que es el deporte balompédico. Sin embargo, resulta inevitable no empaparse, dentro de esta cultura de la comisión y corrupción moral que nos invade, de lo acaecido recientemente al desvelarse ciertos audios sobre no sé qué leches de torneo deportivo español celebrado en Arabia Saudí. De entrada, a uno le puede sorprender que un evento futbolístico, de este inefable país que sufrimos, se celebre en tierras lejanas; si vamos un poco más allá, y vemos que en dicho lugar impera un repúlsivo régimen que vulnera todos y cada uno de los derechos humanos, el asco ya se manifiesta sin pudor. Por supuesto, la cosa tiene su explicación crematística si comprendemos que el negocio está por encima de cualquier atisbo moral. Así, de la conversación ahora hecha pública se desprende que un miembro de un todopoderoso club deportivo y el presidente de algo así como la Federación balompédica deciden negociar comisiones millonarias a cambio de celebrar la competición en un país dictatorial, que de paso queda convenientemente blanqueado de cara a la opinión pública.
Insistiremos que el de Arabia Saudí es un régimen, tan repulsivo como el que más, una monarquía absoluta regida por la ley islámica; responsable además de participar en una coalición, que ha causado innumerables muertes al bombardear Yemen durante años. Crímenes tan repúlsivos como los que está ejerciendo ahora el ejecutivo ruso sobre la población ucraniana. No, este conflicto bélico no interesa que aparezca en los medios a diario, ni que nos solidaricemos demasiado con la población yemení exhibiendo su enseña, ya que hablamos con el sistema saudí de un país amigo al que España ha vendido armas por valor de miles de millones de euros. Esas mismas armas con las que algunos están asesinando de manera directa, pero otros son igualmente culpables. Además, ahora unos hijos de puta espabilados, con las manos igualmente llenas de sangre, deciden negociar con el régimen para celebrar por aquellos lares el enajenante torneo deportivo; si añadimos que, en su momento, se vendió la operación como un modo de buscar la igualdad de la mujeres saudíes, el asunto pasa a ser una broma siniestra.
Por cierto, una mueca de repugnancia se dibuja igualmente en mi rostro cuando en los audios desvelados aparece también el nombre del rey emérito, ese gran héroe de la Transición democrática, que lleva décadas cobrando comisiones en negocios internacionales y que al parecer puede cometer cualquier delito sin ser tocado. No debería ser necesario adquirir ahora consciencia de hechos tan indecentes, con tantas ramificaciones, que por algún interés determinado se desvelan unas conversaciones para clarificar estas inicuas operaciones; si tuviéramos unos medios con un mínimo de decencia, y al menos un atisbo de independencia, este tipo de cosas, causa y consecuencia del terrible mundo que sufrimos, se denunciarían en el momento. Porque no estamos hablando de una excepción puntual haciendo negocio con las mayores miserias del género humano. Sin ir más lejos, en las últimas semanas hemos sabido que un buen puñado de malnacidos se lucraban cobrando comisiones disparatadas, con material sanitario que debería ser puesto sin más al servicio de la gente, en plena pandemia y mientras nuestros mayores fallecían a diario. Creo que algunos llaman a esto emprendimiento, dentro del magnífico liberalismo económico que reparte oportunidades por doquier a todo el que esté exento de escrúpulo alguno. Uno se pregunta cómo es posible que no reaccionemos, que sigamos formando parte de este patético circo mediático, mientras políticos y empresarios se llenan los bolsillos y se ríen en nuestra cara.