Aclararé, sin ánimo excusatorio alguno, que el deporte del balompié me interesa entre muy poco y nada. Sin embargo, algo que mantiene embobados a infinidad de espectadores obliga, si queremos empezar a anular toda actividad alienante, no obliga a indagar un poquito en todo ello. Máxime, cuando el Mundial de Qatar está en boca todos por diversos motivos. Solo asistí, en cierta ocasión, a un partido futbolístico y la serie de barbaridades que allí escuche todavía hoy me estremece (no, no son meros remilgos, es oposición a la barbarie). En primer lugar, y no me lo podrá negar ningñun aficionado sensato, el fútbol destila machismo por los cuatro costados y hay quien señala en ella un repulsivo modelo de masculinidad imperante. Esto es así hasta el punto que los futbolistas y árbitros que han declarado tener una orientación sexual diferente se pueden contar con los dedos de una mano. Y habrá quien diga, como caldo de cultivo para la actitud más repulsivamente hipócrita, que nadie tiene que reconocer su condición sexual de modo público; no, amiguito, no se trata de reconocer, se trata de ser y actuar con toda normalidad, algo que no se produce para nada en el universo futbolístico. Al parecer, en el deporte femenino hay algo más de visibilidad; las mujeres, como suele ocurrir, algo más adelantadas tambien en esto. Volvamos ahora al nauseabuando Mundial de Qatar, un país donde el régimen prohibe la homesexualidad y se sanciona con varios años de prisión.
Los poderosos jeques árabes, comprando voluntades a diestro y siniestro en un mundo político y económico absolutamente corrupto, comprendieron que, si quieren dominar el mundo, una pieza importante para ello es controlar esa actividad enajenante para las masas que es el fútbol. La FIFA incluye en sus estatutos la defensa de los derechos humanos, así como la lucha contra la discriminación; la realidad es que se trata de otra organización corrupta, que tiene la sede en Suiza para lavar dinero, que ha ofrecido históricamente la la organización del mundial a regímenes repulsivos y que se vende al mejor postor. El actual dirigente de esta federación, en una muestra de hipocresía sin par, hizo el juego el régimen catarí al sancionar con tarjetas amarillas a los jugadores que lleven brazalates contra la homofobia. Hace poco, al mostrar la evidencia de lo que es todo el proceso del Mundial de Qatar, alguien me preguntaba si yo asistiría si fuera técnico o jugador; una pregunta a la que corresponde contestar si uno tuviera una vida diameltramente opuesta, que no deseo en absoluto. Lo cierto es que los gestos de protesta han sido escasos, máxime en el glorioso equipo español; no sorprende en absoluto, ya que la gran mayoría de jugadores de alto nivel son mercenarios sin la más mínima ética. Solo eso explica que tantos deportistas convertidos en ídolos populares, después de ganar mllones, acaben sus carreras en alguno de sus esos repugnantes regímenes para hacer todavía más caja.
Me entero también que algunos aficionados en la competición española, bien por la gente decente que le gusta el fútbol, trataron de exhibir una pancarta de boicot al Mundial; la respuesta de la federación balompédica de este inefable país fue prohibirla con el argumento de que «manchaba el fútbol», la policía no tardó en retirarla. Al parecer, los miles de trabajadores asesinados por la construcción de las infraestructuras en Catar no suponen mancha alguna, sencillamente hay que echar tierra sobre ellos. En el propio evento, los intentos de protesta se han censurado y se ha prohibido entrar con pancartas en los estadios. Meses atrás, el gobierno más progresista de la historia de este indescriptible país no dudó en recibir con todos los honores al emir de Catar. Claro, los negocios mandan y el capital catarí está invertido en grandes empresas patrias y en sectores como la energía o las aerolíneas. Qué decir de la Casa Real, que promueve toda suerte de relaciones lucrativas de los jeques árabes en el Reino de España, mientras la televisión pública invierte millones para mantener a las masas pegadas a la caja tonta. El blanqueamiento de los medios, por otra parte, ha revuelto las tripas a cualquier que tenga un mínimo de conciencia. El mundo capitalista en que vivimos en connivencia con todo tipo de regímenes opresiones y pseudodemocracias. ¡Seguiremos dando guerra!
Juan Cáspar