El mito de la caverna es uno de los más conocidos y memorables en la historia de la filosofía. En su obra República, Platón nos pide que imaginemos un grupo de prisioneros encadenados en una caverna y con un fuego tras ellos, mientras que únicamente pueden observar unas sombras proyectadas en la pared que tienen delante. La mayoría de cautivos piensan que las sombras es lo único que hay que ver, no conciben el hecho de ser liberados y girarse hacia el fuego para comprobar qué es lo que las proyecta, mientras que unos pocos valientes sí comprueban que se trata de marionetas, pueden finalmente salir de la caverna y ver los objetos reales del mundo. Se trata de una imagen muy sugerente, la que nos sugiere que cualquiera de nosotros podría ser como los prisioneros de la caverna y pudiéramos tomar como realidad lo que no son más que sombras.
Las interpretaciones sobre el mito pueden ser variadas, quizá la más obvia a poco que conozcamos la filosofía platónica es pensar que nuestros sentidos pueden engañarnos y que es necesario trascender lo dado por la experiencia para acceder de verdad a lo real, que Platón vincula con el conocimiento verdadero. Según esta visión, la ignorancia se identifica con la esclavitud y el conocimiento con un cierto modo de liberación; la ignorancia de los habitantes de la caverna es lo que auténticamente les mantiene cautivos a través de la falsa representación de la realidad a través de unas marionetas (obviamente, manejadas por otros). A pesar de lo sugerente de la propuesta desde un punto de vista antiautoritario, hay también que pensar que lo que resulta real es bastante subjetivo, especialmente en estos tiempos posmodernos, y como uno no es un especial amante de las ideas de Platón, podemos quedarnos con que el mito de la caverna se trata, de modo general, de una invitación a pensar, a cuestionar nuestras creencias y reflexionar sobre lo que comúnmente aceptamos como conocimiento. La dependencia de otros, así como la constitución de nuestra propia identidad, se rompe con el pensamiento crítico y elaboramos así nuestra propia concepción del mundo.
Además, como también se ha señalado a menudo, existe una curiosa similitud entre la caverna que imaginó Platón y el cine moderno. Del mismo modo que en el mito, también nos sentamos en la oscuridad en la sala cinematográfica y vemos proyectadas en un pantalla imágenes extraídas de la realidad; el fuego de la caverna es sustituido por una luz a través de la cual son proyectadas representaciones del mundo real. Por supuesto, no se trata en el caso del cine de meras sombras, sino de imágenes muy realistas y sofisticadas, máxime a medida que la tecnología se ha desarrollado para la producción de películas, lo cual le convierte en un maquinaria de ilusión mucho mayor que la caverna.
Si Platón puso en duda la fe que debemos tener en nuestros sentidos, casi dos mil años después Descartes planteará temas muy similares mostrando total desconfianza sobre lo que consideramos conocimiento del mundo. Para dicha labor, el filósofo francés del siglo XVII presentará una serie de argumentos escépticos, de los cuales son los más destacados el del sueño y el del genio maligno. Descartes va incluso más allá de Platón al poner en duda, incluso, nuestra experiencia directa sobre las cosas y lo hace, en primer lugar, con su conocido argumento del sueño. ¿Cómo puedo saber, con certeza, si yo estoy ahora mismo escribiendo este texto y no durmiendo soñando que lo estoy haciendo? De nuevo observamos cierta similitud con ver una película, también en el cine estamos en una habitación con escasa luz, con nuestra actividad física limitada, con una percepción visual incrementada en compensación y aceptando lo que vemos como real. Por supuesto, a diferencia de los sueños, la experiencia cinematográfica es una ilusión a la que voluntariamente nos sometemos siendo conscientes de ello. Descartes realizó un planteamiento más radical al mostrar lo difícil que es determinar si lo que vemos es un sueño o la realidad, si lo que pensamos como real pudiera no serlo en absoluto. Otro argumento escéptico de Descartes, que también pone en duda todas las creencias basadas en la experiencia es el del genio maligno. Así, plantea la posibilidad de que pudiera haber una especie de ser todopoderoso capaz de inducirnos totalmente al error provocando que nos equivoquemos en todo aquello que consideramos cierto. Todas nuestras experiencias podrían ser una ilusión generada en cada uno de nosotros por el genio maligno, por lo que no podemos estar seguros de cómo es el mundo o, incluso, de si existe otro mundo aparte del que conocemos. Se produce así otro mito filosófico como el de la caverna de Platón, la idea de un engaño total por parte de un ente todopoderoso y malicioso planteándose así la posibilidad de que estemos manipulados hasta el punto de que todo aquello que tomamos como la realidad sea ilusorio.
Con la estimulante película Matrix de 1999, podemos ver un acercamiento a estas imágenes filosóficas dignas de reflexión. Como es sabido, el argumento versa sobre un futuro en el que la humanidad ha sido esclavizada por máquinas inteligentes, por el desarrollo de la IA tan en boga hoy en día, y utilizan sus cuerpos como fuentes de energía. Sin embargo, los seres humanos no son conscientes de la situación real, ya que una especie de megamáquina les proporciona una realidad simulada en la que se desenvuelven de modo virtual; solo unos cuantos rebeldes han logrado huir de la esclavitud y se enfrentan a las máquinas. Resulta obvio el parecido con la caverna de Platón al mostrar toda una ilusión colectiva con multitud de personas compartiendo una realidad ficticia; incluso, uno de los rebeldes decide traicionar a sus compañeros y volver al mundo ilusorio, ya que, como los cautivos de la caverna, se siento desconcertado cuando ve alteradas sus ilusiones. Este personaje traidor llega a pronunciar una significativa frase, “la ignorancia es la felicidad”, perfecto ejemplo del individuo hipermoderno consumista que opta por la mentira y el hedonismo más banal, que podemos comparar de modo antagónico con la vinculación platónica entre la esclavitud y la propia ignorancia.
Pero, Matrix puede ser vista también como una puesta al día de las propuestas de Descartes, como el argumento del genio maligno al invocar a un agente todopoderoso y malevolente (un superordenador), que maneja los hilos en la sombra, e induce a un engaño total a la gente (con una construcción generada virtualmente). Del mismo modo, en el film hay también múltiples referencias a la cuestión del sueño y a la posibilidad de que nos encontremos durmiendo sin ser conscientes. No es casualidad que uno de los rebeldes se llame Morfeo, como el dios de los sueños en la mitología grecorromana (las referencias culturas, de todo tipo, son abundantes la película), y sea el encargado de reclutar para la resistencia ofreciendo a las personas “despertar” de su ilusión.
Lewis Call califica, en su obra Anarquismo posmoderno, a Matrix de interesante ejercicio cinematográfico que incide, precisamente, en el anarquismo posmoderno. Además de la alusión a los mitos históricos de la filosofía ya mencionados, hay varias referencias al filósofo contemporáneo Jean Baudrillard: la estructura narrativa del film realiza un amplio uso del concepto de simulación del pensador francés al mostrarse un entorno simulado electrónicamente y puede considerarse que hay un mensaje subversivo cuando se lanza una revolución contra la cultura dominante de dicho mundo virtual. Pero, antes del universo cinematográfico plasamado en Matrix ya existía en la literatura el mundo virtual de la red informática; se atribuye, salvo error, al escritor de ciencia-ficción William Gibson haber acuñado dicho concepto. Gibson y Bruce Sterling son los autores más destacados del subgénero llamado ciberpunk, donde se desarrolla una nueva subjetividad humana fusionada con la inteligencia artificial de las máquinas. Los filósofos posmodernos consideran que esta nueva subjetividad, no solo se opone al capitalismo y al Estado, también al humanismo y la racionalidad científica propios de la modernidad. La narrativa ciberpunk posee un gran componente subversivo, por lo que irá mucho más allá de su interés literario, al ofrecer preocupaciones muy serias sobre formas innovadoras de política radical.
Es posible que el concepto de ciberespacio naciera por el desarrollo creciente de las redes informáticas de las últimas décadas, pero hay que mencionar a ese grupo de pensadores, denominados situacionistas, ya en los años 60 del pasado siglo. Enfrentado a un marxismo, que ya empezaba a resultar arcaico, los situacionistas señalaron que las fuerzas de la dominación no se encontraban solo en el “mundo real” de la infraestructura económica. La creciente presencia de los medios de comunicación, a nivel mundial, hacía pensar que el poder afectaría, no tanto a la circulación del capital, sino a la circulación de imágenes. Poco podía imaginarse Guy Debord, cuando en La sociedad del espectáculo consideró que la acumulación de imágenes impedía un contacto con el mundo real y servía de control político, hasta qué punto iba generar una situación todavía más distópica bien entrado el siglo XXI. Recordemos que Debord fue uno de los fundadores de la llamada Internacional Situacionista, que constituye uno de los últimos y más interesantes pensamientos críticos de la modernidad, así como uno de los impulsores de Mayo del 68.
Sin embargo, será Jean Baudrillard, aunque muy influenciado por Debord y los situacionistas, quien irá más allá en la teorización de esas sociedades en las que las imágenes resultan más significativas que cualquier realidad concreta. Si para Debord el espectáculo servía de máscara para una naturaleza subyacente (“debajo de los adoquines, está la playa”, decían en el Mayo francés), Baudrillard considerará ya una “dimensión hiperrealista de la simulación” hasta el punto de que viviríamos de forma completa dentro de la alucinación estética de la realidad. Lo que llamamos hiperreal viene a ser una suplantación de lo real por los signos de lo real, no vivimos ya la realidad directamente, sino a través de sus representaciones. Si el concepto de lo real era primordial en la modernidad, ahora se pone en cuestión al pasar las personas gran parte de su tiempo conectadas a dispositivos electrónicos para recibir imágenes de forma pasiva. Para Debord, el espectáculo era un factor claramente negativo, pero Baudrillard y su teoría de la simulación considerará que abre la posibilidad de usos subversivos. Al menos, así lo ha querido ver Lewis Call al proponer una matriz desarrollada según el modelo de la red informática descentralizada formada por infinidad de nodos, que interactúan, pero sin que ninguno de ellos pueda ser más que otro (sin gobierno alguno). La matriz posmoderna es profundamente plural, no jerárquica y sin un origen único y concreto. Call, refutando a los que han señalado que el trabajo de Baudrillard resulta políticamente irrelevante, considera que es en su teoría de la simulación donde puede producirse “una política neosituacionista poderosamente anarquista”. El ámbito de la simulación se inaugura con la “liquidación de todos los referentes”, con el “desierto de lo real” (famosa frase pronunciada en Matrix que toma directamente de Baudrillard), y ese puede ser el mundo en el que ya estamos viviendo en cierta medida, por lo que es ahí donde puede tener lugar cualquier acción política verdaderamente significativa.
La visión de Baudrillard, por supuesto, como la del propio anarquismo posmoderno, no está exenta de gran controversia. La negación de lo real que sugiere el filósofo francés, una postura que puede leerse como muy radical en lo político, se basa en un mundo donde los significantes no guardan ya ninguna relación con los significados reales. Esto resulta, al menos, en una invitación a que reflexionemos sobre nuestro concepto de la realidad. Como Lewis Call señala, algunas feministas posmodernas, como Judith Butler, han mostrado estrategias subversivas cargando contra lo real en aras de una teoría radical del género. Y es que, en cualquier caso, ninguna revolución política sería posible sin una revisión permanente de lo que entendemos como posible y real. La teoría de la simulación de Baudrillard, se piense lo que se piense sobre sus excesos, empuja a cuestionarnos el sujeto real, eminentemente racional (cartesiano), del discurso político surgido en la modernidad, junto a todos los sistemas políticos y económicos consecuentes a dicha subjetividad. Una vez más, es nuestro objetivo, preguntas establecidas en aras de un mayor horizonte libertario.
Capi Vidal