Hoy, está prevista una marcha de la CNT en el Valle de los Caídos, obviamente, para protestar por la existencia de un monumento y mausoleo que exalta el fascismo, algo inédito en cualquier otra nación. No tendría que hacer falta recordar, pero seguro que sí, dado el páis en el que vivimos, que el sindicato confederal fue una vez mayoritario en tierras hispanas. Un movimiento anarquista, y aunque la definición no termine de ser del agrado de un feroz individualista como el que suscribe, que podía considerarse de masas, y que la Guerra Civil junto al definitivo triunfo fascista aniquiló a sangre y fuego. Se ha dicho mucho del éxito del anarquismo en España a partir del último tercio del siglo XIX. Normalmente, se han dicho excesivas imbecilidades, tratando para justificar el hecho de que una mayoría de la clase trabajadora no optara por soluciones autoritarias para resolver los problemas sociales y buscara la emancipación lejos de cualquier tutela. Bien entrado el siglo XXI, sabemos que los autoritarismos poco o nada resuelven, y mucho menos la emancipación de nadie.
No me enrollo y vamos a lo que nos ocupa, el ignominioso monumento franquista. La CNT ha invitado a todas las organizaciones sociales y políticas a participar en la marcha de protesta. Recordemos que el monumento, construido entre los años 1940 y 1958, y aunque tiene enterrados a más de 30.000 combatientes de ambos bandos, exalta a los vencedores de la contienda y al posterior régimen dictatorial. Se propone, algo tal vez razonable a poco que lo piensen para los biempensantes de talante progre, ya que así lo hicieron países civilizados como Alemania, tirar las cenizas del dictador «en algún lugar ignoto». Nade de negociar con una familia, que amasó su fortuna gracias al expolio y robo de un país durante cuatro década, prebendas y privilegios que llegan hasta hoy. Insistimos, algo inimaginable en cualquier país civilizado. La reivindicación confederal no se detiene ahí, ya que considera que la exhumación del dictador debe ir pareja a la del líder falangista José Antonio Primo de Rivera. En lugar de ser un centro de exaltación fascista, excelente ejemplo de esa fraudulenta Transición tan alabada, el Valle debe convertirse en un lugar de memoria y homenaje a las víctimas de una dictadura, tan cruel como cualquier otra.
Resulta inconcebible que en un país, que se llama a sí mismo con orgullo democrático, se tolere un monumento construido, precisamente, por aquellos que combatieron el fascismo. Si el reciente ganador de las elecciones cumple sus palabras, la exhumación de Franco debería producirse el próximo 10 de junio. Bien es verdad que, aunque Pedro Sánchez sea mínimamente sincero, alguna traba judicial o burocrática surgirá para impedir el hecho. La exhumación de los fascistas y la conversión del lugar en un recuerdo para los que los combatieron, pero también la demolición de un símbolo ignominioso como es esa cruz de proporciones descomunales. Y, antes de que las hordas reaccionarias se nos echen encima, no se pretende destruir ese símbolo por ser cristiano, sino por haber sido utilizado por ese horror fascista en versión castiza conocido como nacional-catolicismo. De la connivencia de la Iglesia Católica no hace falta insistir demasiado. Por cierto, colaboradora necesaria una vez más hoy en día, al prestarse a trasladar los restos del dictador a la madrileña Catedral de la Almudena. No demos pábulo al fascismo, aunque para eso hay que comenzar también a cuestionar un poquito esa supuesta Transición democrática.