De higos a brevas, uno tiene la insana costumbre de departir, incluso de forma cordial, con el vulgo. Consecuentemente, uno tiene que escuchar un volumen nada desdeñable de estupideces. Todos esos comentarios acerca de si es o no necesario la celebración del Orgullo, además de irritantes per se , esconden una actitud repugnantemente reaccionaria a poco que profundicemos. Y, ojo, lo digo yo que soy extremadamente crítico con la festividad del Orgullo, a debido a en lo que se ha convertido, más folclórica y acomodaticia, que reivindicativa. En cualquier caso, no hace falta aclararlo, bienvenido sea que las personas pueden expresarse libremente por su condición como les salga de sus órganos sexuales. Volvamos a los comentarios imbéciles de los reaccionarios. Hace no tantos años, el poder se dignó a reconocer ciertos derechos a las personas gais, entre los que se encontraba el del matrimonio. Uno, feroz opositor a toda atadura, se pregunta quién puede a estas alturas ejercer semejante derecho, pero ese es otro tema. Algo tan elemental como esto, que todos, no importan nuestros gustos ni ideas, tengammos los mismos derechos, suscitó la reacción inmediata de nuestros nada queridos reaccionarios. Los abiertamente fachas, por supuesto, pero también de aquellos que forman parte de la masa gris, que torcían levemente el gesto o soltaban algún irritante chascarrillo.
Estos tipos grises, una porción considerable de la sociedad en la que vivimos, merecen mi más profundo desprecio. Es cierto que los bodoques ultrarreaccionarios, como los que integran ese horror político llamado Vox, son los abiertamente homófobos con su repulsivo concepto de lo que es ‘normal’, pero cierta masa social les hace el juego de un modo u otro con su visión tan mediocre y conservadora. Dicho esto, y como ya apunté anteriormente, se puedeser extremadamente crítico con la festividad del Orgullo a día de hoy. Como con todo, huelga decirlo, hay una crítica reaccionaria que mira hacia atrás y hay otra que dirige su vista y su comunicación neuronal hacia adelante. Esto último, en mi nada modesta opinión, supone recuperar todo lo que tiene de revindicativo una celebración totalmente absorbida por el sistema y acaparada hipócrita y vilmente por la clase política. Hubo un tiempo en que acudir al Orgullo era darse de hostias con la polícia y los fachas, recordemos los orígenes de la celebración en Stonewall, en los años 60 en Nueva York, cuando ciertas personas dijeron basta ante abusos y discriminaciones.
Hoy, da la sensación de que se ha avanzado mucho con el reconocimiento de ciertos derechos políticos, pero como en otros asuntos todavía continúa todo un apartheid sociológico. Les aconsejo que se dejen de lugares comunes, que profundicen y echen ustedes un vistazo a las numerosas agresiones y discriminaciones al respecto, que se siguen produciendo, bien alimentadas por todos esos comentarios y chistes fáciles aparentemente propios de otros tiempos. Sí, Vox y el facherío habitual es lo más notorio, pero luchar verdaderamente contra ellos es acabar con los cimientos sociales que los sustentan. No entro excesivamente en la cuestión legislativa acerca de los derechos LGTBI, ya que es un campo que no es lo mío, pero sí quiero insistir en la necesidad de la lucha social y en la solidaridad entre oprimidos. Es en ese terreno, donde pienso que se logra el verdadero avance ante la estupidez, la mediocridad y la reacción, valga el doble pleonasmo. Frente a todas esas posiciones sobre lo que es socialmente normal, no puede más que reivindicar lo queer. Esto es, la permanente crítica a la construcción de una identidad social, ya que se considera que en ello intervienen factores sociales muy complejos. Este término queer significa en inglés algo así como «raro» o «extraño», aunque también, cómo no, era un modo despectivo dirigido a alguien diferente. Algo así como ‘maricón’ para el caso que nos ocupa y ciertos movimientos han tenido la inteligencia de dar la vuelta a estos insultos para convertirlos en reivindicativos. Pues eso, reivindiquémonos todos y todas como queer, raros y extraños, y huyamos de mediocres visiones que nos obligan a ‘normalizarnos’.
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