Un vocablo que incluyo en mis lúcidos textos, a poco que tengo ocasión, es este de «papanatismo». Viene a ser como aquello del genial Berlanga y el imperio austro-hungaro. Para el que tenga curiosidad, repasad, repasad todo lo vertido aquí negro sobre blanco y puede que acabéis siendo algo más lúcidos e incluso, tampoco es descartable, mejores personas. El caso es que si acudimos a la (¿Real?) Academia de la Lengua, de este inefable reino de España, nos encontramos con la siguiente definición, bastante concisa, para el término de marras: «actitud que consiste en admirar algo o a alguien de manera excesiva, simple y poco crítica». Y es que uno cree que, desgraciadamente, el papanatismo es una actitud o disposición demasiado extendida, lo que explica con seguridad que el personal acabe creyendo toda suerte de estupideces. Ojo, que uno admite que puede que para otros, con un imaginario vital más que cuestionable, la propia creencia en la posibilidad de una sociedad anarquista puede ser también algo más bien necio. Allá ellos. Desde luego, mientras el papanatismo esté tan extendido trabajo no nos va a faltar para que este mundo sea algo un poco más digno.
Pero, reflexionemos algo sobre el concepto que nos ocupa. De entrada, es posible que todo hijo de vecino, al igual que ocurre con las creencias, tienda hacia la admiración hacia alguna persona. Si uno es alguien que merezca verdaderamente la pena, podemos hablar de figuras con una elevada conciencia sobre los problemas humanos, que podemos tomar como referente. Si alguien objeta que el que suscribe, que no pocas veces se ha definido como un ácrata de tendencias nihilistas, entra en contradicción con admirar la moralidad de alguien, pues le aconsejo que se vaya a leer un poquillo a ver si así hay suerte y disipa algo esa lamentable ignorancia. De momento, distingamos entre «admirar» a una persona, que ya de entrada parece conllevar una dosis de papanatismo, y sencillamente «tomar como referente» siempre de modo crítico y no incondicional. Hemos hablado de admirar «a alguien», pero qué ocurre con la admiración «hacia algo», normalmente muy vinculado a la anterior, pues sencillamente que aquí puede que se disparen todas las alarmas antipapanatas.
A poco que observemos a nuestro alrededor, comprobamos que las promesas de bienestar o felicidad (o de una sociedad mejor a nivel político) que realizan tantos charlatanes, por algún extraño mecanismo digno de análisis, impactan en no pocos incautos papanatas y acaban dándole su apoyo y recorriendo un camino de lo más peculiar. Y podemos hablar de profetas de viejas o nuevas religiones, de políticos de uno u otro pelaje, de malditos coach del emprendimiento o de toda suerte de gurús del pensamiento mágico y la pseudociencia. El mecanismo, estoy seguro, a uno u otro nivel y aceptando la capacidad intelectual dispar del incauto, es el mismo en todos esos casos. La inoculación del virus del papanatismo, en ese peculiar ser que es el homo presuntamente sapiens, está asegurada. Y uno comprende que la vida es terriblemente jodida, algo de lo que se ha aprovechado la religión tradicional para llevar al rebaño a su redil, pero por favor, no cambiemos una creencia disparatada por otra, que da un poco de vergüenza. Uno, que es moral e intelectualmente ambicioso, frente a todas estas tendencias de la humanidad tan lamentables, sigue prefiriendo tener una perspectiva vital infinitamente más crítica, sin visiones rígidas y definitivas, ni concepciones más bien patéticas (en sus dos significados).
Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2024/06/18/papanatismo/