Ayer, en un momento tonto, me dio por hacer algo que afortunadamente apenas frecuento, que es echar un vistazo a lo que echan por las ondas televisivas. El caso es que hay un canal indescriptible denominado ElToro.TV, que creo que son los mismos de la Intereconomía de antes, y aparece un rostro de cierta familiaridad, que no era el otro que el del inefable Vidal-Quadras. Ex-pepero y fundador de Vox, lo cual creo que lo dice todo. El fulano no paraba de soltar inquina hacia la izquierda parlamentaria, especialmente hacia el PSOE, por eso del rollo histórico, y llegó a afirmar, creo que pretendiendo hacer un paralelismo con la actualidad, que en el 36 hubo un pucherazo y por eso ganó las elecciones el Frente Popular. Lo más gracioso del asunto es que este tipo, que pasaba hace unos años por ser una derecha civilizada, aseguraba ante la mirada de aprobación del peligroso tarugo Ortega-Smith, que «esta gente es capaz de cualquier cosa hoy, como ya hicieron en el pasado». Lo dice la misma persona que ya ha justificado en el pasado el golpe criminal de Franco, y sus secuaces, por considerar que la izquierda estaba radicalizada y la propiedad privada de los privilegiados corría serio peligro.
Nada nuevo para el mundo conservador-reaccionario, en este peculiar país, que se quiera cuestionar la limpieza de aquellas elecciones del 36, cuando la cruel dictadura franquista fue de lo primero que sostuvo para tratar de justificar su genocida alzamiento. Incluso, muchos anarquistas acudieron a las urnas en aquel momento ante la promesa de la izquierda de liberar a numerosos presos; no, no va a ser el caso ante las inminentes elecciones en mayo de 2021. La cuestión es que Vidal-Quadras, en una mezcla de patetismo e iniquidad, tratando de dar una base sólida a sus aseveraciones, mencionó que ya se había demostrado en cierto libro, llamado, claro, 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular. Por supuesto, el título ya lo dice todo y la maquinaria mediática más reaccionaria se apresuró a publicar titulares congratulándose de que, al fin, se hubiera demostrado lo que justifica al generalísimo Franco y demás caterva de homicidas. Por supuesto, la inmensa mayoría de historiadores se mostró contraria a la tesis del libro oscilando entre la descalificación por maniqueísmo y una mayor profundidad en la crítica para tratar de desmontarlo. Hubo, claro, alguna paupérrima excepción como la del norteamericano Stanley Payne, cuyos obras antaño parecían tener cierto valor, pero que de un tiempo a esta parte parece haberse pasado al lado oscuro e incluso se le puede ver en saraos con la derecha española más reaccionaria.
La realidad es que hay infinidad de libros sobre historiografía, sosteniendo tesis antitéticas, lo cual resulta no pocas veces sorprendente, aunque creo que lo de este inenarrable país ya resulta patológico. Según nuestras simpatías, podemos valorar unas u otras obras sin perder la perspectiva mínimamente objetiva, y es posible que haya ciertas tendencias, oficiales y academicistas, que puedan ser ser muy criticables. De eso, los ácratas sabemos mucho y, afortunadamente, y por supuesto con mayor o menor fortuna, hay y siempre ha habido militantes e historiadores que se han esforzado en recuperar la historia del anarquismo, la de los perdedores entre los perdedores. Por otro lado, si necesitamos seguir manteniendo una ficción histórica, hay que demonizar de forma pueril y esquemática a la Segunda República y el Frente Popular, algo pertinaz en la diestra hispana. Eso es algo ajeno a la visión libertaria, que pasaba por insistir empecinadamente en una cuestión social que nunca tuvo solución, por lo que tuvo que mostrarse forzadamente crítica con un periodo histórico, esperanzador ante el atraso intolerable del país, pero decepcionante en muchos aspectos. Lo que está claro es que una cosa es mostrarse crítico con la historia, tratar incluso de ahondar en desconocidos recovecos que se han ignorado u ocultado, y otra muy diferente aceptar unos lugares comunes, que tampoco son nada nuevo entre la carcunda, ficción construida para legitimar la dictadura franquista y sus consecuencias. Como, y no creo caer en el maniqueísmo con ello, el público conservador-reaccionario en este país es bastante acrítico, la cosa les suele funcionar a día de hoy tratando de aferrarse patéticamente al poder. Esa es, de forma obvia para el que tenga mínimamente oxigenado el cerebro, la estrategia.