Mercedes Comaposada Guillén (1901-1994), nació en Barcelona y murió en París. Estudió en una escuela graduada y aprendió mecanografía a los doce años[1], abandonó los estudios para empezar a trabajar como montadora en una empresa de producción cinematográfica. Hacia 1916-1917 se afilió a CNT y antes de cumplir los veinte años se marchó a Madrid a estudiar Derecho, carrera que no terminó, formándose como pedagoga.
Durante los primeros años de la II República, conoció a dos personas importantes en su vida: Lucía Sánchez Saornil con quien coincidió en la prensa libertaria donde trabajaban ambas y Baltasar Lobo, escultor e ilustrador al que conoció en 1932 en los ambientes anarquistas y de vanguardia que frecuentaban ambos. Cuando se conocieron ella era una mujer que sobrepasaba la treintena y Lobo un veinteañero atraído por el anarquismo. Empezaron a convivir juntos en 1934 y se casaron en octubre de 1936.
Valeriano Orobón Fernández la convenció en 1934 de ponerse al frente de una especie de “centro de estudios para la juventud”[2] en la Federación Local de Sindicatos de Madrid, dirigido a grupos de obreros/as para prepararlos y capacitarlos a través de clases elementales, charlas, debates y conferencias.
Comaposada y Sánchez Saornil amigas, además de compañeras de ideas, se “confabularon” en sus paseos por el parque del Retiro para dar lugar a algunas iniciativas que se revelaron decisivas tiempo después. Comaposada debió explicarle que los cursos encargados por Orobón no funcionaban y, pese a que eran partidarias de la enseñanza mixta, decidieron separar a las mujeres de sus compañeros para dotarlas de una personalidad autónoma que les permitiera incorporarse a los sindicatos y ateneos pudiendo desempeñar cualquier cargo en las organizaciones libertarias.
La segunda decisión fue impulsar la aparición de una revista, iniciativa a la que se unió Amparo Poch: “la labor a desarrollar tenía dos expresiones: una interior, clases elementales, y otra exterior, Mujeres Libres”[3]. De esta manera empezó la trayectoria pedagógica de Comaposada y el proyecto de la revista. Sus compañeras[4] coincidían en resaltar la importancia de Comaposada en Mujeres Libres a través de sus cursillos, clases orales y conferencias para preparar a mujeres muy jóvenes sin preparación académica alguna. Estas clases buscaban la preparación cultural, la formación social (sindical y sociológica) y la orientación en la propaganda: “nos preparaba para poder dar charlas y pequeñas conferencias, y nos acompañaba para darnos confianza, y brindarnos su calor humano” (VVAA, 1999: 70).
Esta tarea de formación y capacitación empezó en Madrid en las clases que daba en la Federación Local y continuó en Barcelona a partir de 1936. Quizás por su salud delicada decidió, en cuanto estalló la Guerra civil, quedarse a vivir en su ciudad de origen separada de su compañero que no fue a Barcelona hasta finales de 1938.
El difícil destino de los y las exiliadas lo vivieron como miles de personas puesto que ella fue ingresada en el Champ la Lioure, cerca de la localidad de Chomérac y Lobo en Argelès sur Mer. Ambos se evadieron de estos campos de internamiento y a mediados de 1939 se encontraron en París[5].
La pareja Comaposada/Lobo se encontró en una situación problemática: sin papeles, sin dinero (para intentar el viaje a México) y vagabundeando por las calles con el exclusivo apoyo de otros refugiados/as. Ella había salvado, y llevado consigo en su huida, dibujos de Lobo que le llevaron a Picasso, gracias a su protección consiguieron pasaporte y residencia, pudiendo quedarse a vivir en París. Quizás por ello Picasso ejerció una importante influencia sobre la pareja, incluso ideológica, que les acercó al comunismo. Según opinión de Sara Berenguer, Comaposada cuando marchó al exilio se replegó en sí misma y se consagró a la obra de su marido.
Su manera de entender el feminismo
Comaposada hilvanó durante la Guerra civil una red de cordialidad entre mujeres capacitadas por su formación y mujeres con poca preparación académica para enseñarles herramientas culturales básicas y que estas capacitaran a su vez a otras haciendo crecer esas redes de emancipación que nunca olvidaron. El malestar con sus compañeros de organización acercó a muchas de estas jóvenes a Mujeres Libres (organización y revista), viviendo una experiencia vital que no olvidaron nunca. La Guerra civil desencadenó una red solidaria que permitió a las mujeres obreras alfabetizarse, leer, ampliar sus horizontes, cambiar de trabajo, tener iniciativa propia, en definitiva, romper la cadena patriarcal de sumisión secular.
La concepción feminista de Comaposada se centró en el papel fundamental del acceso a la cultura y la educación de la mujer obrera. La cultura dotaría a las mujeres de capacitación espiritual para conseguir “el cultivo de la sensibilidad que enriquece la vida” y la mejora de “la sensibilidad individual, la percepción y la expresión esencial de las cosas”[6]. Esta capacitación les permitiría aprender a saborear la vida en toda su plenitud, sabiendo apreciar el arte, la belleza o la literatura.
La cultura dotaría a las mujeres también de capacitación material: las obreras podrían acceder a empleos mejor pagados que les permitieran ganar en autonomía personal para romper con las relaciones de dependencia respecto a los hombres. Ese ambicioso plan de capacitación espiritual y material que Comaposada fue tejiendo con delicadeza y sabiduría encontró su concreción en los institutos de Mujeres Libres y en el Casal de la Dona Treballadora[7]:
“A la mujer le corresponde en nuestra lucha la tarea más ardua: ha de comenzar por combatir consigo misma hasta conquistarse: ha de crearse una auténtica personalidad al mismo tiempo que la ejercita; ha de robustecer su sentido humano a la vez que se prepara para un trabajo útil; debe asumir la responsabilidad que por mitad le corresponde en la Revolución y en la guerra, aportando su trabajo, sus iniciativas, su valor heroico y sereno”.
Las mujeres tenían que superarse, cambiar su personalidad heredada del pasado para crear una nueva, Comaposada aborrecía y rechazaba el arquetipo de mujer pasiva, que consideraba a las mujeres incapaces de cambio. Esta pasividad solo favorecía a los hombres, las mujeres eran capaces de cambiar impulsando una transformación llena de sorpresas vitales. El cambio con el que soñaba no se basaba en imitar al hombre, la mujer tenía que partir de las virtudes de la naturaleza femenina, la clave del cambio estaba en las mismas mujeres, consistía en ser ellas mismas, “naturales“, rechazando la artificiosidad.
Antonina Rodrigo y Laura Vicente
Tomado de: http://pensarenelmargen.blogspot.com/2019/02/recordando-mercedes-comaposada-guillen.html
Notas
[1] Algunos datos biográficos en Antonina Rodrigo (2002): Una mujer libre. Amparo Poch y Gascón, médica y anarquista. Flor del viento, Barcelona, pp. 83-98.
[2] Sara Berenguer (1988): Entre el sol y la tormenta. Treinta y dos meses de guerra (1936-1939). Seuba, Barcelona, p. 255.
[3] Así lo señalaba Mercedes Comaposada en Tierra y Libertad, nº 11, 27 marzo 1937.
[4] Entre ellas contamos con los testimonios de Sara Berenguer, Soledad Estorach, Conchita Liaño, Pepina Carpena y Conchita Guillen en VVAA (1999): Mujeres Libres. Luchadoras Libertarias. Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid.
[5] Documental “La soledad del escultor”.
[6] “Esquemas”, Publicaciones de Mujeres Libres, s.l.s.d., en Mary Nash (1976): “Mujeres Libres” España 1936-1939. Tusquets, Barcelona, pp. 115-118.
[7] Tierra y Libertad, 13 febrero 1937, nº 5, p. 8.