Desde que era (casi) un tierno infante, cargué estoicamente con la etiqueta de «rojo» por parte de mi entorno más reaccionario. No es que me disgustase semejante apelativo político, ya que si te denominan así en este inefable país, seguro que es un buen comienzo. Por otra parte, si tenemos que hacer una división entre rojos y fachas, que a nadie le quepa duda alguna de en qué lado de la trinchera se encuentra uno. No, no es una actitud en absoluto beligerante, ni guerracivilista, ni esas sandeces que suelen soltar los poco dotados de recorrido intectual; y, si lo es, solo en un sentido estrictamente moral. De hecho, los que se vuelven locos por la estética belicista, con poco o ningún sentido de la ética, armados hasta las trancas de símbolos, banderas y uniformes, erectores de estatuas infames, ya sabe un lector mínimamente avispado en qué lado se encuentran. Sin embargo, y creo que ya lo he contado en demasiadas ocasiones, uno siempre ha sido más rojinegro que rojo; a ello obligaba un amor incondicionado, y solidario, por la libertad individual. Es posible que ya afrontada la mediana edad, sea más negro que rojinegro, pero eso es cuestión de que uno se esfuerza en seguir el orden inverso habitual: cuando más viejo, más empecinadamente radical. Algunos, no podemos evitar ser inconmensurablemente lúcidos e inhabitualmente irreductibles. Pero, volvamos con toda esa pléyade reaccionaria que no tardaba demasiado en etiquetarle a uno de «rojo».
Para ese tipo humano, bien anclado en el pensamiento establecido según los paupérrimos cánones de este indescriptible país, la connotación con término en cuestión solía estribar entre el desdén y la condescendencia. De esa manera, la aclaración más recurrente ante cualquier opinión usualmente brillante por parte de uno era algo así como «¡Claro, tú es que eres un rojo!». Y, ojo, no hace falta aclarar que no es que uno soltara que había que socializar los medios de producción e instaurar la dictadura del proletariado; no hacía falta tanto para que a uno le espetaran la frase en cuestión con intenciones claramente cortantes. Y es que ya el criminal Francisco Franco lo tenía muy claro, todos los que están a mi izquierda son «rojos»; así sin matiz alguno, y me temo que eso ha calado en gran parte de la población décadas después de la muerte del dictador. Para el caso, «rojo» es casi sinónimo de «comunista», aunque si el interlocutor elegía mejor esta palabra esdrújula la connotación era ya abiertamente peyorativa. Recuerdo también a otro estólido reaccionario, en un debate televisivo, que se refería constantemente al conjunto de los que lucharon contra el fascismo en la guerra civil como «rojos» con una intención claramente despectiva; el tipo era tan inicuo y/o ignorante que él mismo quiso aclarar que a los propios rojos les agradaba el término y, por ello, crearon un organismo llamado Socorro Rojo. Vaya usted a aclarar a imbéciles como este que SR fue creada a nivel internacional por las URSS y que, precisamente, los anarquistas crearon Solidaridad Internacional Antifascista como alternativa al predominio estalinista.
Es posible que se nos diga que algunos hemos abusado también en este inenarrable país del apelativo «facha», aunque un servidor lo ha usado siempre de forma inequívoca con la clarificadora intención de referirse a alguien como retrógrado y reaccionario; ojo, no necesariamente «fascista», ya que eso requiere de mucho más matices políticos. Y, desgraciadamente, en este país abundan los fachas y de qué manera. Hoy, leo un tuit en el que un difícilmente descriptible cantante y presentador al parecer de rancio abolengo aristocrático, cuyo nombre artístico creo que es Bertín Osborne, asegura que en el Reino de España llaman «facha» a cualquiera que no sea «comunista» (obsérvese la elección del vocabulario); se le podría responder a semejante ser humano que lo más seguro es que sea a la inversa, pero hay que tratar de no situarse a la altura moral de las cloacas. Hablamos con el susodicho Bertín, a poco que leamos sus opiniones, de un despropósito intectual, de acuerdo, de un fulano que sencillamente vive en un mundo elitista si el menor atisbo de problemas sociales; de hecho, él mismo ha aclarado que la derecha y ultraderecha de este país, que vienen a ser algo muy parecido, le han tirado los tejos, lo cual dice mucho del modelo moral e intelectual buscado por ciertas fuerzas políticas. De momento, trabajo arduo, seguiremos luchando para la erradicación de todo pensamiento retrógrado en este bendito país; aclararemos por el camino, eso sí, para quien quiera entender, que nuestro rojo es cada vez más oscuro.