Si Dios existiera, habría que librarse de él

Vamos a lo importante. Dios, no importa cuál, no existe. Nadie lo ha visto. No hay fotos. No hay informes policiales. No hay dirección. No está en los anuarios. No tiene móvil. Ni tampoco correo electrónico. Hoy, ¡esto es inconcebible!

En estas condiciones, ¿cómo puede ser que tantos seres humanos crean en algo que no existe? Y esto es solo la mitad de una buena pregunta. Y eso a medida que las religiones (todas), esas repartidoras del opio del pueblo, no han dejado de encastillarse lamentablemente en sus teorías. Según ellos, la Tierra habría sido creada hace 4.000 años. Sin embargo, está demostrado que existe desde hace millones de años. Según ellos, la Tierra sería plana. Según ellos, el ser humano habría sido creado del barro (los negros habrían estado un poco más de tiempo en el horno). Según ellos, Dios ha creado a la mujer a partir de una costilla de Adán. ¡Muy fuerte! Según ellos, tendríamos un alma de la que nadie ha encontrado trazo alguno. Según ellos, Jesús habría nacido de una virgen. Según ellos, después de la muerte habría en algún lugar (pero no se sabe dónde) un paraíso para los gentiles, un infierno para los malvados y un purgatorio para los alumnos medios. Según ellos, en el paraíso correrían el vino y la miel, y los fanáticos de Dios tendrían “derecho” a setenta y cinco vírgenes. Buenos días, infierno. Según ellos…
En resumen, ¿cómo es posible todo eso?
Tiene que haber una explicación…
De hecho hay muchas.

¿Qué es el ser humano?

El ser humano es un animal omnívoro un poco diferente, no obstante, al resto de las bestias de su género. Piensa y, sobre todo, piensa en sí mismo.
Sí, desde luego, ha tenido millones de años para hacerlo. Desde nuestros primos, los grandes simios, a nuestros agentes de bolsa del momento no ha pasado un día. Esa es la teoría de la evolución. Pero ¿por qué el animal humano ha evolucionado así y los demás animales lo han hecho más despacio o de manera diferente? ¡No se sabe!

Pero volvamos a lo nuestro. Pensando y pensando, el ser humano comprende el pasado, el presente y el futuro. Y se plantea cincuenta mil preguntas del tipo de quién soy, de dónde vengo o a dónde voy. Sí, resumiendo, ¿qué es la vida?
A esas diferentes preguntas, los filósofos y los científicos tratan de responder desde hace mucho tiempo. En vano. Han descubierto muchas cosas. Pero sobre el porqué de lo esencial, es decir, del origen de todo y de la vida, no han dado ninguna respuesta. No se sabe. Y, por otra parte, ¿quizá no haya nada que saber? ¿Quizá no haya un principio ni un fin? ¿Quizá la vida sea fruto del azar o del absurdo?
El ser humano es incapaz de pensar tales cosas. Se niega a creer que podría ser solo un paréntesis entra la nada y la nada. Y por eso se inventó a los dioses y, poco después, a Dios.
Evidentemente, para él hay uno o varios seres superiores que tiran de los hilos de todo. Se trata de tranquilizarse pensando que no existe por azar y que tendrá una vida después de la muerte. A no ser que, y no hay ninguna prueba para esta hipótesis, se pueda emplear el “razonamiento” hasta el final, ese que nos dice que hemos sido creados como seres superiores. Diabólico ¿no?

Del politeísmo al monoteísmo

Antes había miles de dioses. Uno para la lluvia, otro para el buen tiempo, uno para todo lo que pareciera misterioso a los seres humanos. Cada pueblo tenía los suyos. Y, globalmente, eso no planteaba ningún problema importante.
Sí, desde luego, no era el mejor de los mundos. Los humanos, cerebro reptil obliga, ya eran unas malas bestias y hacían regularmente la guerra. Para apropiarse de territorios, para saquear, para reducir a la esclavitud a sus enemigos… Pero los vencedores raramente trataban de imponer sus dioses a los vencidos. Como si eso no fuera realmente importante.

Con la aparición de los monoteísmos, principalmente el cristiano y musulmán, las cosas cambiaron de arriba abajo. El monoteísmo, en efecto, es la creencia en un solo dios. Un dios único. Como consecuencia de ello, todos los que creen en varios dioses son paganos o salvajes a los que hay que hacer acceder a la “civilización”. Y los que creen en un dios único diferente, son impostores o herejes a los que hay que combatir y destruir. Han nacido las guerras de religión.
El monoteísmo es, por su esencia, totalitario a nivel espiritual. Pero también a nivel político porque pretende abiertamente reinar sobre la tierra y acaparar todos los poderes.

Con la aparición de las instituciones religiosas, este fenómeno totalitario ha tomado una dimensión fascistoide muy evidente. La Iglesia católica, con su organización calcada de la del Estado, fue el modelo. De ahí las Cruzadas, la Inquisición, la guerra a cuchillo contra los cátaros y otros protestantes. Y el colonialismo en el marco de la santa alianza entre el sable y el hisopo.
Como burla a la Historia, fueron los musulmanes quienes, los primeros, establecieron por adelantado la necesidad de separar lo temporal de lo político. Sin duda no se entendieron entre ellos. Pero su pensamiento, alimentado de los filósofos griegos, se ha extendido por Occidente y es el origen de la Ilustración.

El declinar de lo religioso

Con la idea de la separación de lo espiritual y lo político, el gusano estaba en el fruto. El Renacimiento, la Ilustración, los enciclopedistas abrieron mil galerías en el reino del oscurantismo y de la realeza. La clase burguesa, recién aparecida, vivió muy rápido todo el beneficio que podía extraer de esa evolución. No se oponía a la religión siempre que se limitara a su papel de opio del pueblo. Ni a la realeza siempre que… Pero aspiraba al poder y la realeza y el Estado se lo impedían. Había tres cocodrilos en una misma marisma.

La subida al poder de la burguesía, el desarrollo económico que la siguió, el consenso republicano, la emergencia de un capitalismo industrial, el nacimiento del socialismo y de un movimiento obrero… contribuyeron a elevar el nivel cultural de las poblaciones y a minar el fondo de comercio oscurantista de la religión. Añadamos a esto los años de luchas anticlericales en pro de la separación de la Iglesia y el Estado, en pro de la laicidad, y una sociedad de consumo conquistadora y materialista… La religión solo podría tener futuro a espaldas de esto.

Es necesario precisarlo, el declive de lo religioso concierne esencialmente a Europa. El resto del mundo, o casi, está lejos de haber integrado la separación de lo espiritual y lo político, el concepto de república, de democracia burguesa, de laicidad, y no ha accedido a la industrialización, a una cierta prosperidad económica, a la sociedad de consumo, a la creación de las clases medias y del movimiento obrero… Eso llevaría a deducir, si se excluye a los Estados Unidos (un país endemoniadamente religioso), que podría sin duda establecerse una relación entre una cosa y otra.
Esta relación, por evidente que sea, deberá, no obstante, analizarse con prudencia.

El regreso de lo religioso a Europa

Es un hecho, desde hace mucho tiempo, que hay una vuelta de lo religioso a Europa. El Islam es el mascarón de proa, pero también puede aplicarse para el cristianismo y otras sectas.
Actualmente, todo el mundo está superinformado, superconectado, la ciencia demuestra cada día que… puede parecer cualquier cosa menos paradójico. No es nada.
El modelo político, social, societario y de civilización capitalista está en vía de descomposición avanzada y favorece el regreso a los “fundamentalistas”.

El Occidente europeo se hunde en la crisis económica. Cada vez más paro. Cada vez más pobres. Cada vez más explotación de más gente. Cada vez más abundancia para los amos del mundo. Cada vez más averías en el ascensor social. Cada vez más atentados contra el medio ambiente hasta llegar a cuestionar las condiciones de vida del planeta. Todo eso conjugado con una subcultura de masas que funciona en una carrera sin fin siguiendo la inmediatez de los deseos, el zapping, la apariencia, las posturas, el espectáculo mercantil, la individualización de todo, el hundimiento de la noción de lo colectivo en la vida social, el desprecio de los pobres y los débiles, la liquidación de los servicios públicos, la solidaridad gestionada por la caridad, la mercantilización de las cosas y de la vida, la pérdida de credibilidad de la política y de las “élites” de bordes gangrenados por las querellas de la gente, del poder y de las prebendas, la destrucción suicida de los bienes comunes de todo tipo… lleva cada vez más a la gente a la resignación y la desesperación como consecuencia de la pérdida de la conciencia de una ausencia de sentido de su vida y de la vida. De este modo, los humanos son solo estómagos con patas. Pero tienen y tendrán siempre aspiraciones a la libertad, la igualdad, la fraternidad… Lo espiritual es una búsqueda de sentido que forma parte de sus aspiraciones eternas. Las religiones no se han equivocado y han aprovechado la ocasión para encasquetarnos su camelo. Y funciona. Lo hemos visto con motivo de las grandes manifestaciones contra el matrimonio homosexual.

En lo que concierne al desarrollo del Islam en Europa, podemos meterlo en el mismo saco que el rencor consecutivo a la problemática israelí-palestina, que demuestra la hipocresía desvergonzada de las democracias burguesas que, más allá de los grandes discursos, practican con desfachatez el “dos pesos, dos medidas”.
En resumen, que todo esto no es divertido. Pero ¿es como para decir que estamos condenados a ir a marchas forzadas hacia las guerras de religión y al choque de civilizaciones?

Ni dios, ni amo

Lo hemos visto, hay una correlación entre la miseria, el paro, el analfabetismo, la falta de cultura, la humillación, la liquidación de las conquistas sociales, la pérdida de credibilidad de los políticos, la crisis del capitalismo… y el regreso con fuerza de las religiones.
Como consecuencia, está claro que se impone un cambio radical a nivel político y social desde el momento en que puede apreciarse que la creencia en dios y en las religiones prospera. Llamamos a esto revolución social. Pero, por necesaria que sea una revolución social y política basada en la libertad, la igualdad, el apoyo mutuo, la cooperación, el trabajo (algunas horas al día) para todos, los servicios públicos gratuitos, la expropiación pura y simple de los capitalistas… no es cierto que eso baste si se pretende un cambio radical de la sociedad actual, que es productivista, consumista, sensacionalista, sin dimensión ecológica ni humana. Sin ningún sentido.

Además, la creencia en dios, tanto como en las religiones que extorsionan esta creencia, nace de la eternidad de lo humano y de su miedo a la muerte: imaginarnos erradicar esta fábula y a sus beneficiarios nace de la ilusión y del error político. Así, a falta de poder cortar las alas del eterno religioso humano, mejor tratar de domesticarlos. Y para eso, disponemos de un arma de gran eficacia: la laicidad.
La laicidad, en efecto, preconiza la separación entre lo político y lo religioso. Acepta la expresión de lo religioso en la esfera privada, pero la prohíbe en la esfera pública o la somete a condiciones. Se muestra como el único medio de poder vivir juntos entre creyentes de todo tipo y no creyentes de todo tipo. En el respeto de unos a otros. En la libertad de expresión de unos y de otros. Lo que significa, en lo que nos afecta, perseverar en nuestras críticas a las creencias en dios, en las religiones, en las iglesias, en los curas… y la afirmación de nuestro ateísmo.
Espero que lo hayáis comprendido, ¡el hecho de que dios no exista no quiere decir que no haga falta tratar de librarse de él!

Jean-Marc Raynaud

Publicado en el periódico Tierra y libertad núm.323 (junio 2015).

Un comentario sobre “Si Dios existiera, habría que librarse de él”

  1. Yo creo en todo lo que no existe. En lo que no creo es en lo que existe.
    Pero sé que llegará el día en que esto será al revés. Estoy convencido de ello.

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