La sociología se ocupa de decirnos qué cosa es cada cosa, por ejemplo, el trabajo, qué es, cómo definirlo? Y la pregunta tiene su miga, porque si llegamos a la conclusión de que las actividades destinadas a la reproducción social ampliada son trabajo… Pues echar un polvo resultaría que es trabajo, y en una sociedad capitalista eso debería ser remunerado. Claro, tienes razón, no hay que confundir el trabajo, con algo trabajoso. Ni hay que confundir trabajar, con cobrar. Los conceptos sociológicos, son escurridizos. Todo cuanto hacen los humanos es muy complicado de captar en una palabra. Dicen los sociólogos, que para definir el trabajo tenemos que acudir a la capacidad simbólica. Es decir, aquello que hacen los humanos que está impregnado de creatividad, de simbolismo, más allá de la mera supervivencia, aquello, físico o mental, que no depende de los genes y que hacemos para sobrevivir y disponer de bienestar, es trabajo. Planificar un atraco, por lo tanto, es trabajar. ¿Trabaja una hormiga? Pues no lo sé. Depende de la capacidad simbólica que tenga la hormiga.
El trabajo te marca, como el jierro a la res. Por ejemplo, un minero. Baja a la mina igual que su padre, porque la tiene al lado de casa. Necesita el trabajo para comprar comida, pagar facturas, etc. ¿Alguien en su sano juicio bajaría a una mina, a picar carbón y llenarse los pulmones de grisú y de partículas, si fuese dueño de la mina? No. Hay pues en el trabajo un componente animal, de costumbre adquirida, y otro de necesidad. Condicionamiento y constricción. Azar y necesidad. Símbolos colectivos, circunstancias y personalidad individual.
Esto lo podéis aplicar a cualquier trabajo: a una empleada de hogar, a un político o a un físico de partículas. Si no lo entiendes da igual. Sigue.
¿Por qué me ha dado por soltar este rollo, que además lo he hecho de memoria y no sé si estaré diciendo alguna barbaridad? Pues viene a cuenta de que estos días andan diciendo que la actividad económica que se deriva de vender sexo por dinero, no es trabajo, si no explotación sexual. Y mil variantes se suceden en la disputa con palabras complicadas y argumentos más y más elaborados. ¿Qué diría yo al respecto? Nada.
Yo recomiendo en este tema, hacer lo que siempre recomiendo a cualquier activista: cerrar la boca; escuchar a los demás, saber qué piensan. En este caso, averiguar de la persona interesada, si ella opina que lo suyo es trabajar. No des por sentado que tienes la verdad, cuando se trata de la verdad de otra persona a la que debes atención. Es ella la que te va a decir lo que necesita, que es: cómo defenderse de multas, detenciones y sanciones; qué hacer con agresiones, violencias y maltratos; cómo lograr ayudas, vivienda, sanidad; de qué manera evitar redadas, persecuciones y deportaciones; que hay que hacer para conseguir papeles, estabilidad, fianzas; de qué forma tener acceso a educación, empleo, universidad; cómo prevenir enfermedades, accidentes e indigencia…
Porque si no haces algo que barra esos problemas, algo que les proporcione posibilidades, los dominados lo que harán será normalizar su situación. Y acabarán asumiendo que el que les peguen, persigan, estigmaticen, roben, expulsen, desprecien, vejen, violen, contagien, pisoteen y asesinen, es normal porque se lo merecen.
Piénsalo: tú puedes tener una cantidad de ideas emancipadoras enormes en mente. ¿De qué te sirven si eres un activista? Si tu pasión es la acción, debes de comprender una serie de cuestiones básicas, que son más o menos: los conceptos sociales, son inexactos, interpretables, complicados, campo de disputas. Sólo funcionan cuando la gente empieza a creer en ellos; un activista (libertario) no tiene por misión difundir sus creencias, sino conseguir que las cosas cambien; para lograr el cambio, hay que procurar que la gente se organice y funcione por sí misma; para lograr la organización, no valen las conferencias, ni los panfletos, ni los llamamientos de internet, si no el cara a cara; el activista tiene que establecer una red de complicidades pisando el terreno, tiene que conocer a la gente, saber qué piensan, comprender lo que es importante para ellos o ellas. Y después planificar y llevar a cabo el plan. Si en ese proceso adquieres conocimientos, presencia, credibilidad, eficacia, valor, fuerza… Puede que los demás empiecen a adoptar tus ideas. O lo mismo no, porque en esto del activismo, hay que estar siempre preparado para lo peor. Lo peor siempre llega de mil maneras, eso tenlo por seguro.
Y lo peor no hace mella en el activista. Porque en la lucha, se fragua el militante. Sin piedad, sin condescendencia, sin abatimiento. En la batalla, los escurridizos conceptos sociales, esas palabras abstractas campo de disputa académica, adquieren claridad, concreción, existencia corpórea. Es en la lucha social, donde se vierte tu sangre al convertirse tu cuerpo en idea y chocar con la del enemigo.
Y entonces, si hay suerte y acierto, puede sobrevenir la posibilidad del cambio.