Las guerras y el control por el agua

Agua y guerras

Hay un aspecto en la multiplicación de las tensiones políticas, económicas y militares entre los Estados en muchas áreas del globo que es voluntariamente ignorado, si no ocultado, por conveniencia geopolítica: se trata del problema de la escasez de agua.
Uno de los casos más notables (y criminales) es el del GAT (Great Anatolian Project), un monstruoso plan de construcción de veintidós presas y lagos artificiales a lo largo del Tigris y el Éufrates, promovido y realizado por el gobierno islamofascista turco de Erdogan. Tras haber finalizado la última presa (Ataturk), otras trece se han terminado ya; este proyecto constituye una de las más delictivas intervenciones de transformación y de destrucción de ambientes naturales; el objetivo declarado es construir una imponente red de centrales hidroeléctricas e irrigar muchísimas tierras áridas del sudoeste de Anatolia.

El GAT, inspirado en una política de signo ultranacionalista, quiere imponer a Turquía como modelo de potencia económica y política para los países turcófonos de Asia nacidos tras la disolución de la Unión Soviética. El coste de este loco proyecto (más de doce mil millones de euros, lo que representa el siete por ciento del balance estatal turco) ha sido sostenido por el gobierno de Erdogan; finalmente, el Banco Mundial ha negado su apoyo financiero porque ha comprendido el proyecto real de hegemonía regional por parte de los turcos, en vista de que han rechazado colaborar con las naciones fronterizas (Siria, Iraq, población kurda) que, situadas en el valle, a orillas del Tigris y del Éufrates, se ven fuertemente perjudicadas por esta locura.

Iraq es la nación más perjudicada con diferencia; solo la presa de Ataturk priva al Éufrates de un tercio de su caudal y con el GAT completamente realizado el país perdería el ochenta por ciento de sus recursos hídricos, con consecuencias catastróficas para la agricultura y la población. Hace unos años, Siria inauguró una gran presa sobre el Éufrates (Thawra) abriendo de hecho las hostilidades con Turquía por la gestión de los ríos comunes, el Oronte y, precisamente, el Éufrates.
El GAT secaría los cultivos de los kurdos situados en el valle de la cuenca hidroeléctrica; Turquía, favorecida por su posición geográfica (en las tierras altas), puede abrir y cerrar a su conveniencia el flujo de agua para afirmar su papel de potencia regional.

Cuando la desinformación de los periódicos del régimen democrático-burgués habla de tensiones que agravan el Oriente Medio, ni una sola vez hacen referencia a los motivos reales por los que quienes dominan esas áreas desencadenan conflicto tras conflicto. Todos sabemos que se trata de los recursos energéticos, petróleo, gas e hidrocarburos; pero el agua representa un papel fundamental, no en vano se la denomina «oro azul».
La explotación del Jordán y sus afluentes es una de las causas del conflicto árabe-israelí; todos los proyectos de desarrollo común de los escasos recursos hídricos han fracasado a causa de la utilización ilegal por parte de Israel del manantial de Banias (que alimenta al lago Tiberíades) en los Altos del Golán; Siria, Jordania y la Autoridad Nacional Palestina se ven así despojadas de la mayor parte de las aguas de superficie y de los acuíferos subterráneos.

La guerra entre Irán e Iraq de los años ochenta del pasado siglo tiene entre sus causas el control de las aguas de Chat-el-Arab, el gran delta en el que confluyen el Tigris y el Éufrates. En Asia, la explotación de las aguas de los ríos que desembocan en el mar de Aral (Sir Daria y Amu Daria) es motivo de conflicto entre las repúblicas de la antigua Unión Soviética (Kazajstán, Uzbekistán y Turkmenistán), y hay conflictos también entre China y Rusia por el control de los recursos hídricos del Amur; del Indo entre India y Pakistán; del Mekong entre China, Laos, Vietnam, Tailandia y Camboya, y del Ganges entre India y Bangladesh.
En América del Sur se dio un caso emblemático en la guerra por las aguas del Cenepa entre Perú y Ecuador, que estalló con virulencia en 1995, cuando se descubrió que este río era rico en trazas auríferas. A pesar de varios acuerdos entre los dos países, el conflicto todavía está abierto. Brasil, Paraguay y Argentina están al límite del conflicto por la explotación del Paraná.

Incluso los Estados Unidos, una nación riquísima en agua, tienen un contencioso abierto con México por el Río Grande, que atraviesa la frontera entre los dos países. Los Estados Unidos acusan a los mexicanos de envenenar los manantiales subterráneos transfronterizos con prospecciones de agua en profundidad sin las adecuadas precauciones.
En África son diversas las situaciones de conflicto: a través de la frontera entre Mauritania y Senegal se producen periódicamente intercambios de fuego por el control de las aguas del río Senegal; las dos poblaciones (criadores nómadas en Mauritania, agricultores sedentarios en Senegal) están en perenne conflicto por la explotación del importante curso del agua, y la sequía que aflige el África oriental alimenta cada vez más los conflictos. En 1989, Mauritania invadió las tierras fértiles de la orilla senegalesa, que fueron reconquistadas al año siguiente por Senegal. Lo mismo sucede entre Libia, Sudán y Chad por el control de las importantes faldas acuíferas saharianas, y entre Egipto, Etiopía, Sudán y Uganda, que quieren acrecentar sus cuotas de explotación del Nilo.

En el África austral, Namibia y Botsuana están en conflicto por el control del Okavango; la falta de acceso al agua de la población de Botsuana ha provocado graves epidemias de cólera. Zambia y Zimbabue se discuten las aguas del Zambeze.
También la civilizada y progresista Europa tiene sus conflictos hídricos: Hungría, Eslovaquia y Rumanía mantienen abierta la tensión por el Danubio. Hungría rechaza contribuir económicamente a los trabajos de mantenimiento del lecho del Danubio por un conflicto de naturaleza nacionalista exacerbado por la disgregación del imperio soviético. En los Balcanes, la situación es gravísima porque los recursos son escasos a causa de la aridez de la región, de la degradación del agua debida a la contaminación y de la irrigación salvaje.

En cualquier caso, aunque no se hable abiertamente del problema de la utilización de los recursos hídricos, este es sin duda uno de los factores desencadenantes de conflictos en las diversas áreas geográficas del planeta, no por casualidad coincidentes con los puntos calientes de las tensiones sociales actuales. En todos los continentes el agua se ha convertido hoy en un bien que los dominadores tienen necesidad de controlar y manipular, y por ello no dudan en promover guerras y conflictos.
En vista de que «la cosa mejor es el agua», como decía Píndaro en las Olímpicas, y dado que es el primer bien comunitario existente en la Naturaleza, solo con la cooperación y la solidaridad podremos utilizarla y compartirla, y quien quiere dejar secos a los otros pueblos no es más que un criminal que merece ser apartado de la vida social.

Giunta

Publicado en Tierra y libertad núm.343 (febrero de 2017)

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