Acotaciones al libro: Anarquismo no fundacional de Tomás Ibáñez.
En el excelente libro de Tomás Ibáñez, el anarquismo no fundacional, parece ser, la exposición clara de una transfusión filosófica que se les está aplicando a los anarquismos, para revitalizarlos y dotarlos de mayor energía. También es calificado el anarquismo no fundacional de «antídoto» (p.15) contra el fundacionalismo, contra toda lógica de poder y es considerado, efectivamente, como un fármaco o un reconstituyente. Pero como la palabra pharmakon en griego quiere decir tanto remedio como veneno, lo cual depende de la dosis, hay que aplicarlo: «tratando de no reproducir en la lucha aquello mismo que se pretende combatir» (p.15). El anarquismo requiere una renovación, pero no tal que destruya, sino que amplíe y renueve sus perspectivas integrando lo ya alcanzado con anterioridad.
Vamos a ir exponiendo algunas de nuestras discrepancias con el planteamiento de Ibáñez, pero asumiendo las coincidencias. Conviene por tanto haber leído el libro para internarse en las siguientes acotaciones, pues aunque nuestra sintonía es mayoritaria con respecto a todo lo que se dice en el conjunto del libro, pretendiendo complementar, constructivamente, lo que se dice en esa importante obra y dialogar y poner en suspenso y en común algunas de las ideas expuestas, añadiendo además algunas ideas propias que pudieran incorporarse a un pensar común, si no se ha leído el libro no se podrá apreciar que no es una crítica, no le es contrario, sino que pretende ser aditivo, sumar antes que restar.
Para empezar, nos indica el autor, que teoría y praxis no han de verse separadas y subordinada la segunda a la primera, para lo cual se nos recuerda que ya Proudhon escribió sobre la co-implicación entre teoría y praxis: «La idea nace de la acción y debe retornar a la acción». Y se indica también que no hay que olvidar el carácter cambiante de los anarquismos como elemento definitorio de tales movimientos.
Estamos muy de acuerdo con esas dos reglas de actuación, pero luego se pasa a incardinar el anarquismo en una época histórica determinada, con lo cual, no estaríamos del todo de acuerdo y ese punto podría ser objeto de una fructífera discusión y dilucidación, que pasamos a desarrollar.
Puntualizaríamos nosotros entonces que, si bien los anarquismos están encerrados en su época, lo que en lenguaje técnico-filosófico se denota hablando de su historicidad o epocalidad, fronteras irrebasables, al mismo tiempo, la anarquía, consideramos nosotros que atraviesa todas las épocas, lo que en lenguaje filosófico se denotaría hablando de su intempestividad o transhistoricidad. La lucha contra la dominación a nuestro juicio es histórica y ahistórica al mismo tiempo, motivo de que sea posible citar a Proudhon como siendo actual en algunas cosas que dice.
Al declarar sobre las manifestaciones anarquizantes de antaño que: «nada de todo eso puede enarbolar la anarquía como seña de identidad, ni encontrar cobijo en los pliegues del anarquismo» (p.22), refiriéndose a los cínicos o a Étienne de la Boétie, entre otros, Ibáñez, con todos los respetos, se equivoca. Maneja en esa ocasión, contra su propio carácter cambiante, una noción de anarquía y anarquismo cerrada, en lugar de abierta, estática en lugar de fluida. Conviene separar la anarquía, impulso libertario indeterminado y perenne, del anarquismo, movimiento político determinado. Los cínicos serían a nuestro juicio tan anárquicos como Bakunin, pero lo que ocurre es que no serían anarquistas como él, porque en su tiempo no existiría el anarquismo político.
Tampoco estaría de acuerdo en expulsar de la anarquía a los antropólogos llamados anarco-primitivistas que han visto en las sociedades prehistóricas formas de organización igualitarias y no jerárquicas, porque las indagaciones buscando elementos anarquizantes en la historia pretérita no son una búsqueda de principios u orígenes, tampoco de teleologías, sino una muestra de que lo anárquico, estructuralmente, es algo tanto presente como intempestivo, algo propio de una época pero que también se encuentra en todas las épocas.
La anarquía atraviesa las épocas y se encuentra en todas las épocas mientras que el anarquismo es definido por cada época en su lucha con ella. No hay en ello ni teleología, ni esencialismo alguno, lo anarquista es propio de una época determinada, la anarquía aflora y brota en cualquier tiempo y lugar.
Ibáñez pretende una identidad del anarquismo que no se difumine en sus diferencias, pero su propia noción de anarquismos, en plural, muestra que precisamente su identidad reside en sus diferencias, su estabilidad viene dada por su motilidad. El anarquismo no debe ser un presentismo, un ente encerrado en el presente, ya que, retrospectiva y prospectivamente, se puede encontrar lo anarquizante, tanto en el presente, como en el pasado y el futuro, retroalimentándose, si no se convierte en escuela, institución o doctrina cerrada. Anarquía y anarquismo se pueden asociar y disociar, según se relacionen la ontología y la política anárquicas.
¿Se puede practicar la anarquía sin ser anarquista? Sí y no, pues todos los que practican la anarquía antes de la formulación del anarquismo político en el siglo XIX, practican la anarquía sin ser anarquistas, también todos los que practiquen la anarquía desde fuera del anarquismo constituido, mientras que todos los que practiquen la anarquía desde el anarquismo político habrán de ser denominados anarquistas y considerarse como tales.
El anarquismo ontológico es ahistórico, existe desde siempre, mientras que el anarquismo político surge en una época determinada y es definitivamente histórico, por eso precisamente el primero puede revitalizar al segundo.
El anarquismo político, como indica Ibáñez, se gestó en unas luchas contra la dominación de un contexto determinado, luchas y contexto, por cierto, hoy totalmente desfasadas, con lo cual, quienes permanecen anclados en el anarquismo político tal y cómo se desarrolló entre el final del siglo XIX y principios del siglo XX, están fuera de la realidad actual y adoptan una postura que pertenece a un contexto histórico ya rebasado.
El libro de Ibáñez realiza un somero y claro recorrido muy instructivo por los anarquismos históricamente implantados desde el clásico o decimonónico hasta el actual, contextualizando cada cual según su época y momento histórico. Importante polo o recorrido muy necesario a tener en cuenta.
Pero el anarquismo ontológico es incontextualizable, porque ningún tiempo ni lugar pueden determinar la oposición a la dominación, al arché, tan vieja como la imposición a que responde. La no-dominación y la anti-dominación, lo an-arché, anárquico, es un anti-principio ontológico y lógico, no histórico, aunque se manifieste en los anarquismos y en lo anarquizante de todas las épocas y lugares.
A medida que la Ilustración y la Razón se han ido desvelando como medios de dominación y colonización, a medida que se ha ido viendo que en lugar de su prometida emancipación universal promovían un totalitarismo universal, el vínculo del anarquismo con la Modernidad ha ido decayendo, de modo que tras la crítica postestructuralista ya no pertenecería a la Ilustración, si bien tampoco a una postmodernidad, que se ha utilizado para recuperar esos movimientos identitarios conservadores que borraba la Ilustración.
Cuando se habla de anarquismo ontológico, como lo es el anarquismo no fundacional, se traducen dos movimientos, uno anti-principial, que expone muy bien Ibáñez, de resistencia y luchas concretas contra la dominación, otro, aprincipial, ya ajeno a las imposiciones, fundamentos, mandatos, gobiernos y jerarquías, el de la comunidad no dominadora surgida de tales luchas, los espacios que Hakim Bey denominaba Zonas Temporalmente Autónomas.
En una comuna o comunidad en comunismo libertario, en una zona liberada por pequeña que sea, se desatará una lucha por no-gobernar, la voluntad de poder provocará náuseas y asco, será muy mal visto pretender erigirse en líder o autoridad pues nadie querrá sobreponerse jerárquicamente por encima de los demás, la lucha contra la dominación habrá tenido esos frutos, como ahora los tiene en contrario la lucha por dominar del capitalismo tecnológico neoliberal.
En tanto en cuanto se nos impone una vida no-libre estamos en el ámbito anti-principial practicando un anarquismo anti-fundacional, una vez que brota de manera autónoma y espontánea una comuna o topología anárquica, una zona libre, estaríamos en el anarquismo no fundacional. Ibáñez se centra muy bien en el primer ámbito, el de la resistencia y la lucha, pero excesivamente deudor de Foucault, omite el otro ámbito constructivo, que, aunque no sea pro-yectado para no reproducir aquello que se dice combatir, sí que surge y existe cuando el combate no es meramente defensivo sino que se gana algún terreno o territorio a través del combate.
La paradoja de seguir el principio an-arché, de tener como principio (gobierno, mando, imperio, fundamento) el no-principio, se resuelve si nos damos cuenta de que la anarquía no es nada óntico, ninguna entidad del mundo, sino que es algo ontológico, lo relativo al ser libre de las cosas, esa nada necesaria para que la comunidad existente como libre e igual no tenga mandos ni jerarquías, carezca de gobierno y se autoconstituya como confederación libre y autónoma. Un planteamiento que está muy lejos del esencialismo porque la anarquía no se presenta como algo, sino como la nada de poder que es condición de posibilidad del anarquismo.
La anarquía es el anarquismo extramuros en la medida en que no admite ni siquiera los muros del anarquismo político, restringido a su importante contexto histórico, sino que atraviesa tiempos y lugares, de ahí que sería por eso por lo que nos parece que Ibáñez indica que mayo del 68: «promovió (…) una forma abierta de anarquismo» (p.45).
¿Y no son los anarquismos acaso resultado de una forma abierta de anarquismo que incluye al anarquismo político como una de ellas?
Son los marxistas quienes afirman que las condiciones de reproducción material determinan el pensamiento y resultan irrebasables. Los anarquistas antifundacionales pensamos que el contexto histórico y material es rebasable constantemente y no dejamos, como los anarquistas clásicos, de considerar la realidad de la utopía libertaria aquí y ahora.
El a priori práctico del anarquismo significa que practicas novedosas, inventivas, creadoras, que acontecimientos anárquicos, liberadores, son siempre posibles, tanto en la teoría como en la praxis, sin importar el grado de totalización al que la tendencia a la administración de la vida en su totalidad que conocemos como biopolítica o gobernanza capitalista de la globalización, nos lleve.
La teoría o el activismo, escribir un libro o promover la organización autogestionada de un espacio autónomo libertario, ya no hay diferencia entre tales modos de hacer una vez que dejamos de subordinar la praxis a la teoría.
Desde luego hay que tener cuidado y distinguir bien entre el hacer libre y el producir encadenado, el producir tecnológico del capitalismo postfordista es una labor programada de esclavo, no una actividad en libertad. Los conceptos a nuestro juicio anarquizantes de lo nuevo y natal en Hannah Arendt o el de deseo en Deleuze, podrían ser traídos al tematizar el hacer libre para complementar el concepto de resistencia de Foucault, pero eso requeriría un nuevo artículo y comentarios que nos alejarían demasiado del que venimos realizando ya escorado.
Hay que deshacer las dicotomías dialécticas como teoría/praxis, como reconoce Ibáñez al final de su libro, ya en el Epílogo nos dice con razón: «ese a priori práctico no es algo que descalifique a la teoría, sino que nivela teoría y praxis, la entrelaza». El a priori práctico del anarquismo son todos los modos de hacer anarquistas, incluso la teoría, pero siendo el conjunto entrelazado de todas ellas, no ninguna por separado.
Anarquía no es solamente lucha contra la dominación sino también la acción que se realiza sin tener nada que ver con la dominación excepto el serle contraria por el mero hecho de ser libre. Toda actividad creativa, espontánea, innovadora y libre, sea una nueva obra de arte o una comuna, realizadas sin imposiciones de partida ni de llegada, serán aprincipiales, ajenas a la dominación. Creemos que es por eso, por lo aprincipial y no solo por lo anti-principial, que Tomás Ibáñez puede decirnos:
«Dicho sin rodeos, se trata de vivir y de actuar sin un por qué y sin un para qué que no sean inmanentes a la propia situación, y por tanto, tan mutables, múltiples y contingentes como lo sean las propias situaciones» (p.58).
Efectivamente, cuando se forma una zona autónoma, de manera espontánea y auto-organizada, no se tienen principios, sino la regla precisa de no erigir principios ni jerarquías, para realizarla de manera libre e igualitaria, de forma horizontal, no se prescribe el qué, el por qué, ni el para qué, sino que se hace, siendo las posibilidades de ese hacer variadísimas con tal de no trasgredir la regla.
Donde hay poder hay resistencia, pero en la medida en que logremos que no haya poder ya no será necesario gastar tantas energías solamente en resistir, si bien no solamente hay que resistir, sino vencer al poder, para, sin resistencias, poder vivir en la mayor libertad e igualdad, en un espacio de comunismo libertario. De ahí que resistir no sea una buena palabra, ya que remite a detener, pero no a vencer, y al poder no solamente hay que detenerlo, poner un escudo y que nos rebote, que también, sino que hay que combatirlo hasta vencerlo. En la medida en que lo vencemos en nosotros mismos seremos más amables y nuestra confederación de yoes en armonía podrán mejor actuar libre e igualitariamente.
Además del resistir de Ibáñez, que admitimos plenamente, en tanto en cuanto nos consideramos anarquistas no fundacionales, añadimos un combatir, resistir y combatir conjuntamente, pero abriendo de ese modo espacios en los que no haga falta estar en guerra ni luchar, habitando zonas liberadas, de ayuda mutua, cooperación, relajación, donde no sea necesario estar en la tensión de pelear constantemente.
La anarquía es anterior a la resistencia en la medida en que se nace libre, lo natal, lo nuevo, es libre, no está mediatizado e incardinado en una historia. Se nace libre pero la sociedad en seguida empieza a imponerse sobre el recién nacido. Por eso dijo Rousseau «el hombre nace libre», aunque añadiese inmediatamente: «pero por todas partes se encuentra encadenado». Antropológicamente tampoco puede decirse que las comunidades humanas más primitivas no fuesen más cooperativas que depredadoras, comienzo no es principio ni origen sino algo que empieza y puede empezar libremente.
Así, el anarquismo no fundacional es un recién nacido, un pensamiento nuevo, que está obligado, por aparecer en sociedad, a luchar y resistir, aunque su vocación es la de vivir en paz despejando un espacio habitable dentro de la selva de libros y autores tratando de tener razón. Solamente desde un espacio de anarquía puede escribirse de manera anárquica y de ese modo espaciar, ampliar la zona libre, la exterioridad de la anarquía con respecto al modo de producción tecnológico es un punto de partida y de llegada.
Percibimos por tanto pesimismo en Tomás Ibáñez cuando nos dice:
«La única forma de ser no gobernables consistiría en lograr escapar del nuevo sistema totalitario, pero ya hemos visto que no hay exterioridad posible ni lugar que quede fuera de su alcance» (p. 79).
Decir que el modo de producción tecnológico o, dicho con otras palabras, la esencia de la técnica nos puede gobernar por completo, constituye una distopia marxista a la que los anarquistas no deberían ser receptivos. Tal subsunción real del mundo en el capitalismo reproducido tecnológicamente resulta una pesadilla totalitaria que, si bien se cierne como biopolítica sobre nosotros, nunca podrá culminarse, porque precisamente la libertad es su exterioridad, la anarquía es ya un afuera inalienable desde el cual se resiste y se combate.
Solamente si hay un punto de contacto con el afuera del poder se pueden «inventar nuevas formas de resistencia» (p. 81) como nos anima a hacer Ibáñez en su libro, si nada quedase ingobernable, por otra parte, ni siquiera podríamos decirlo. Nosotros proponemos: resistir, combatir y habitar el espacio abierto por el vencer.
«Todo individuo que pretenda ser anarquista debe constituirse como brecha, como lugar primario de toda resistencia. Hay que trabajar para que nuestra subjetividad tome la forma de un anticuerpo que se resiste a ser asimilado por el sistema instituido, tratando de hacerse inmune a sus seducciones y a su poder de absorción, al mismo tiempo que lo combate mediante una acción lo más corrosiva posible» (p. 82, cursivas nuestras).
Resistir es oponer un escudo, parar los golpes o desviarlos, defender lo libre que se tiene, combatir va más allá y pasa a la ofensiva, tratando de ampliar el campo o territorio de lo libre, de ahí que el propio Ibáñez, pese a poner el mayor peso en resistir, reconozca el momento constructivo de la lucha, el ganar un espacio y «construir realidades subversivas (…) en los espacios que podemos arrancarle para desarrollar prácticas que, al hacernos vivir de otra manera, nos lleven a pensar de otra manera porque para pensar de otra manera hay que vivir de otra forma» (p. 82).
Ibáñez no distingue suficientemente entre resistir, combatir y construir, plantea bien como el anarquismo no fundacional no plantea unos principios ni unas finalidades que serían reproducir lo que se rechaza, sino que resiste, pero le ha faltado desarrollar la fase constructiva, no irreal por el hecho de no estar prescrita.
Y no compartimos finalmente que el anarquismo no fundacional expulse de su horizonte la utopía, como se nos dice en el libro, aunque para nosotros la utopía no sea sino la instauración de «un orden social desprovisto de poder» (p.105), que aparece como posible, lo cual, significa, para nosotros, que la utopía puede hacerse topía, esto es, nos parecen posibles lugares individuales y sociales anárquicos, topologías anárquicas.
La construcción queda estigmatizada como imposición desde el momento en que no se la concibe de manera cooperativa. Pero de hecho la tarea de la deconstrucción que tiene mucho de anárquica consiste en reconstruir a partir de restos del derrumbe de las imposiciones jerárquicas otros artefactos que sean horizontales y cooperativos, como cuando se fabrican a partir de fusiles obsoletos instrumentos musicales para hacer una orquesta.
Resistencia, combate y nueva construcción, topologías anárquicas, pueden y deben aunarse tanto en el anarquismo actual como en la anarquía de siempre.
Simón Royo Hernández