El anarquismo constituye una teoría y un sistema en el que el respeto a la diferencia, a la diversidad social, es fundamental; así, se esfuerza en crear las circunstancias para que se respete y se desarrolle libremente la identidad personal, constituida por peculiaridades de cada individuo, frente a todo intento hegemónico de una identidad colectiva.
Es, por tanto, una defensa de la libertad individual (y no a costa de la del prójimo, como en el caso del liberalismo), un respeto por las minorías (frente a las imposiciones de una supuesta mayoría, como es el mismo sistema de la democracia parlamentaria) y un rechazo de todo intento uniformador de una identidad colectiva (nacional, religiosa o de cualquier otra índole, siempre sustentadora de las jerarquías). Se trata, la del anarquismo, de una visión libre y enriquecedora del desarrollo cultural, con una crítica permanente a la tendencia a establecer un modelo ideal del individuo, al estatismo y a la rigidez normalizadora. El anarquismo no posee una idea preestablecida de cómo debe ser el individuo, y será él mismo el que decida libremente cuáles serán sus características personales. Por supuesto, este sistema social propiciado por el anarquismo entra, o puede entrar, en dificultades cuando existen individuos con tendencias claras a no respetar el derecho a la diferencia y al propio desarrollo de cada individuo. Nadie dijo que fuera sencillo, la sociedad propuesta por los anarquistas es compleja. De hecho, puede parecer de entrada paradójico esa defensa de la libertad individual, del propio desarrollo y construcción de una identidad personal (algo que invita a la independencia y a la individualidad), en un contexto social en el que se necesita al mismo tiempo (o por ello) a los demás. Recuperamos así la hermosa, y muy utilizada en la difusión ácrata, cita de Bakunin sobre la libertad individual, que no se limita con la de los demás, sino que se enriquece y completa. Podemos extender esa visión también a la construcción de la identidad personal. Cada persona, en infinidad de interacciones con los demás, y en contextos complejos y plurales, va edificando una identidad personal, que nunca tiene que ser necesariamente estática.
En la modernidad, el individuo ha protegido su identidad frente a toda suerte de colectivismos proteccionistas. La liberación del sujeto, aunque nunca se haya producido, ya que nuevos mecanismos alienantes llegaran en la sociedad moderna, al menos sí pasó a ser una posibilidad. Ha sido el anarquismo, con su crítica permanente a toda dominación, alienación e intento uniformador, el único sistema que se ha esforzado por estudiar y crear las circunstancias para la emancipación. Es por eso que, lejos de ser el último discurso liberador de la modernidad, tanto tiene que aportar en la sociedad posmoderna. La identidad personal sería así, no una esencia propia del individuo, sino un producto a construir en un diálogo permanente con el resto de miembros de la sociedad. La autonomía personal no es un concepto absoluto, ya que dependemos para nuestro desarrollo del entorno social y cultural. De esta manera, la liberación solo puede producirse transformando todo aquello que nos determina: las condiciones sociales que limitan o favorecen la libertad. Lejos estamos de todo determinismo biológico o metafísico, ya una de las características del ser humano es su racionalidad y su capacidad para elegir y crear nuevos horizontes. A pesar de todas las trabas sociales y culturales que hemos creado, se abre paso la lucha para mayores cotas de libertad, para innovar y aportar paradigmas inéditos. De esa forma, se transgreden y superan los modelos de conducta propios del pasado, que gran parte de las personas repiten por ideología o inhibición de sus capacidades. Una de las concepciones del progreso para el anarquismo, a nuestro modo de ver las cosas, está en el grado de articulación y diferenciación entre los individuos de una sociedad, que permita al ser humano desarrollar una comprensión extensa y profunda de su existencia.
Como es sabido, el anarquismo realiza una crítica permanente a las normas y a los códigos rígidos e inamovibles propios de las formas estatales. Resulta muy interesante llevar esa crítica al terreno psicológico y a la identidad de la persona. Es muy posible que exista también, en los rasgos que constituyen nuestra identidad personal, cierta tendencia estatista e instituyente, lo que cual limita nuestra percepción y nuestro desarrollo. Existe una analogía entre el estatismo, político y social, y el que se produce en nuestra propia psique, que da lugar igualmente a rígidos códigos y normas. En otras palabras, a no pocas dificultades personales que incurren en la distorsión y el dogmatismo. Las ideas no deben ser nunca institucionalizadas, sino que deben estar sujetas a una constante revisión, en una concepción que podemos denominar anárquica, dinámica y cambiante, tanto de la sociedad como de la construcción de la identidad personal. Se nos dirá que, dentro de esas ideas, existen principios que parecen moralmente innegociables, no sujetos a revisión alguna. Es, tal vez, un debate no resuelto, pero diremos que, frente a todo precepto y concepto preestablecido, son las experiencias y las relaciones, humanas y sociales, las que acaban impulsado y orientando el desarrollo moral.
Las sociedades, y sus intentos de regulación normativa, son complejas. Más en el caso del anarquismo, que acepta plenamente la diversidad social en base a una identidad personal basada en la diferencia, en cierta autonomía moral y en la búsqueda de múltiples oportunidades para la liberación. Esta, pasa por un desarrollo del sentido crítico en la persona, que rechace todas las presiones socioculturales que le empujan a la identidad colectiva y uniformadora. En todo este proceso, necesitamos a los demás, ya que la comunicación racional, el debate y el intercambio de ideas resultan primordiales para evitar el dogmatismo y el autoritarismo. No existe, por lo tanto, y de forma aparentemente paradójica, identidad personal sin los otros. Son las relaciones sociales las que condicionan a la persona para su modo de hacer, para desarrollar sus capacidades y limitar otras, para formar en suma su identidad. Como animales simbólicos que somos los seres humanos nos define nuestra capacidad para innovar y crear, por lo que podemos aumentar nuestra posibilidad de aprendizaje y de acción racional. Incluso, en contextos de terrible fatalidad, por lo que se asume la complejidad e incertidumbre de los fenómenos humanos (morales). El anarquismo busca y desea esa diversidad social, basada en una identidad personal no limitada por fuerzas externas ni colectivas, lo mismo que un horizonte ético que impregne las instituciones sociales, las costumbres y los hábitos.