En los últimos tiempos, es de suponer que desde una concepción estrecha y dogmática del anarquismo (si es que eso puede ser posible), se ha descalificado de la manera más penosa a Tomás Ibáñez. Se puede discrepar de su pensamiento, por supuesto, pero ya lanzar ciertos infundios y presunciones sobre su persona es desconocer lo que ha hecho y lo que sigue haciendo en el movimiento libertario. Se puede estar de acuerdo o no con Tomás, yo mismo no lo estoy en todo (como resulta muy saludable), pero la tensión entre modernidad y posmodernidad, para mí, es fundamental para las aspiraciones libertarias; quien no lo tenga en cuenta, siento decirlo, se refugia en el dogmatismo (ese sí, estéril o directamente peligroso por autoritario). Para sus detractores, hay que recordar que, entre otros empeños, Tomás forma parte de la revista Redes Libertarias, junto al sitio web con contenido diario, que precisamente trata de tender puentes en eso tan heterogéneo y (agradeciblemente) difuso que es el universo libertario. Desde este espacio, queremos rendir homenaje a Tomás Ibáñez, de cuyas aportaciones intelectuales y morales consideramos que toda persona, no enrocada en el dogmatismo, siempre puede sacar provecho. En este enlace, puede accederse a multitud de textos, del propio autor o relacionados con él, mientras que a continuación reproducimos parte de sendas reseñas sobre sus dos últimos libros.
Capi Vidal
“Anarquismo no fundacional”, la ausencia de principios rectores y de finalidades preconcebidas
Tomás Ibáñez, en su nuevo libro, sigue en gran medida a Michel Foucault y considera que lo que denomina anarquismo no fundacional cuestiona que cualquier elemento social existente en la actualidad provenga de algo que estaba contenido, o en ciernes, en un elemento originario cuyo desarrollo terminaría por concretarse en la forma actual de dicho elemento. De ese modo, no tiene sentido indagar en los orígenes de esos elementos sociales, ya que obedecen a una concatenación de circunstancias que bien podrían haber sido diferentes de lo que fueron y podrían haber desembocado, por lo tanto, en algo diferente a lo que hoy existe. Es por eso que resulta tan importante investigar, no en el principio de algo, sino en las prácticas contingentes y los contextos singulares que dan lugar a lo que existe hoy en día. Y es que Tomás considera que es la fuerza que tiene en nuestra cultura la ilusión teleológica, esto es, la búsqueda de una finalidad en la historia, la que a veces nos empuja a buscar los orígenes de algo, sin que tampoco haya escapado el anarquismo en ese empeño, en tiempos remotos. La concepción teleológica observa la historia con unos supuestos esencialistas, como si algo tuviera ya una preexistencia al margen de la experiencia y estuviera esperando que alguien le diera vida. La anarquía y el anarquismo, aunque tuvieran precedentes en pensamientos y prácticas parecidas en el pasado, se originan tal y como los conocemos hoy en un conjunto de prácticas histórica y socialmente situadas. En otras palabras, todo fenómeno social, incluido el que representa el anarquismo, no presenta un carácter de necesidad y, muy al contrario, es plenamente contingente.
Por lo tanto, resulta primordial dilucidar las líneas de fuerza que permitieron el nacimiento y la eclosión del anarquismo clásico, que remiten a dos grandes fenómenos: por una parte, la Revolución francesa y la ideología de la Ilustración, y por otra, la Revolución Industrial y el surgimiento del movimiento obrero. Serían los estallidos insurreccionales, producto de la Gran Revolución, los valores de la Ilustración como la libertad, la igualdad, el progreso o la razón y un pujante movimiento obrero enfrentado a la brutal explotación del capitalismo los que formen el caldo de cultivo para que surja el anarquismo político. No obstante, aunque todo ello era necesario para su constitución, como nos recuerda Tomás Ibáñez, donde forjó verdaderamente su identidad fue en el seno de toda lucha contra la dominación. El anarquismo hizo suyos gran parte de los valores de la Ilustración, radicalizándolos, lo mismo que se apoyó en cierta medida en la filosofía liberal al señalar los peligros de la intromisión del Estado en cuanto a los asuntos de la sociedad civil, pero yendo también mucho más lejos al pretender su desaparición y rechazando también la democracia parlamentaria en beneficio de una democracia directa. Así, el cuestionamiento del gobierno y del principio de representación llevó a los anarquistas a buscar la autoorganización y la acción directa, mientras que colocaron la ética en un lugar privilegiado del modo de ser libertario y se impusieron el imperativo de adecuar siempre los medios a los fines buscados. Al estar la dominación tan presente en todas las esferas de la vida humana, y no solo en el mundo del trabajo, consecuentemente, el anarquismo se esforzó en perseguirla en los ámbitos de la salud, la educación o la condición de la mujer, entre muchos otros, llevando a cabo iniciativas que se adelantaron a su tiempo.
Tomás Ibáñez y su extraña fidelidad al anarquismo
Conocí a Tomás Ibáñez con la lectura de su primera compilación de artículos (¿Por qué A? Fragmentos dispersos para un anarquismo sin dogmas) publicado en 2006. Le acompañé en la presentación en Barcelona de su segunda compilación publicada en 2017 (Anarquismos a contratiempo) y reseño con sumo placer esta tercera (Anarquismos en perspectiva. Conjugando el pensamiento libertario para disputar el presente). Entre medio de estas recopilaciones hemos compartido redacción de la revista Libre Pensamiento y unas cuantas conversaciones, a menudo en trayectos de tren.
Los títulos de esta colección de textos escritos a lo largo de sesenta años indican mucho de la posición de Tomás: «anarquismo sin dogmas», «anarquismos a contracorriente» y «anarquismos en perspectiva». En primer lugar, esa extraña fidelidad al anarquismo que él mismo reconoce y que le ha llevado a reflexionar sobre los anarquismos desde 1962. En segundo lugar, que haya pasado del singular al plural en sus dos últimas compilaciones (anarquismos), resulta acertado puesto que no hay uno sino muchos anarquismos, la anarquía es un fenómeno que se construye por prácticas contingentes y cambiantes, que no puede seguir siendo ella misma si no varía, no hay pureza original que haya que guardar como si de un templo sagrado se tratara. Y, por último, su vocación antidogmática, a contratiempo, puesto que cuando Tomás pone los anarquismos en perspectiva incide en la importancia de pensar y actuar a contratiempo, pero sin dejar por ello de pertenecer a nuestro tiempo. Su deseo de sintonizar con el presente y, a la vez, contradecirlo de manera radical, provoca que, a veces, coseche mala reputación por su insistencia en reflexionar sobre la constante necesidad de renovación del pensamiento anarquista. Agita las aguas y eso no siempre es bien recibido.




