Resulta esperanzador que, en un universo cinematográfico plagado de cansinas sagas galácticas y superheroicas, cine de acción, tan espectacular como vacuo, y comedias no sobradas de inteligencia, una película tan interesante como El monje y el rifle, que se produce y se desarrolla en un país tan exótico y poco conocido como Bután, halle su cuota de distribución y seduzca a una parte del público para acudir a una sala de proyección (al menos en Madrid, el film fue estrenado el 2 de agosto y, en el momento de escribir esta reseña, todavía continúa en cartel). El argumento del film no tiene desperdicio: en 2006, al Reino de Bután no le ha alcanzado la modernidad y algunos pretenden que llegue de golpe, así el país se convierte en el último donde llega la televisión e internet e incluso se pretende instaurar la democracia. Por supuesto, los butaneses tienen su modo vida tradicional, en un entorno rural donde la religión, la familia y la comunidad tienen mayor peso que toda innovación política. Habrá quien quiere hacer una lectura reaccionaria de lo que en El monje y el rifle se nos propone, pero particularmente no estoy en absoluto de acuerdo, la cosa tiene demasiadas aristas. Mediante una sátira mordaz, Pawo Choyning Dorji, que escribe, dirige y produce el film, nos ofrece una crítica feroz a la modernidad e ironiza sobre ciertos aspectos de la vida tradicional.
De hecho, al comienzo de la historia, un lama, un líder religioso que la gente acata de modo algo papanatas, desea hacer algo para hacer frente a ese nocivo proceso modernizador; para ello, pide a uno de sus monjes subordinados, el cual no está dispuesto a hacerse demasiadas preguntas al respecto, que busque como sea unos rifles. En una decisión de guion muy ingeniosa, no exenta de mordacidad, se nos quiere hacer creer que un líder espiritual budista va a tratar de detener toda innovación por la fuerza de las armas (y no desvelaré la sorpresa final). Y es que el periplo del monje, que acaba dando con un rifle histórico que alguien guardaba, se cruza con un estadounidense coleccionista (o traficante) de armas, dispuesto a ofrecer una gran fortuna por el mismo. Por supuesto, el religioso no valora en absoluto el dinero, pero en cambio sí está dispuesto a cambiarlo por dos armas de mayor capacidad. Echando un vistazo a un catálogo, para sorpresa de los que pretenden negociar, acaba eligiendo nada menos que un kalashnikov, ya que es lo que anteriormente le había fascinado en una televisiva película de James Bond. Si esto no es una sátira feroz, que venga el mismísimo Buda y lo refute. Aunque la narración se desarrolle mayoritariamente en un entorno rural, alguna secuencia tiene lugar en la ciudad con la policía buscando al traficante de armas; se nos muestra también alguna ironía sobre la acaparación de la violencia por parte del Estado (al ser interrogado, alguien pensaba que no había armas en Bután, a lo que uno de los policías contesta mostrando la pistola que lleva en el cinto).
Algunos apuntes de como la sociedad de consumo se introduce en el país, con la mezquina división de clases en base a su capacidad adquisitiva o con el más evidente mecanismo alienante de la televisión, que seduce e hipnotiza a los nobles e ingenuos habitantes del lugar, resultan también impagables. La democracia representativa, para elegir una ignota opción de gobierno, también es otro factor de división comunitaria. No tiene desperdicio el esperpento en torno al simulacro de democracia electiva (ya que los butaneses desconocen el acto de votar), con tres colores representativos de una supuesta variedad política (conceptos vacuos como libertad, igualdad o soberanía, así como una industrialización que se antoja inevitable mande quien mande). La gente acaba votando al amarillo, que toda la vida ha representado a la monarquía; es decir, la gente elige al rey para que gobierne, ya que todo lo demás le es extraño. Tiene mucho mérito la realización de este film de Pawo Choyning Dorji cuando descubrimos que la mayor parte de los actores principales no son profesionales, algo que no repercute en absoluto de manera negativa y demuestra que con voluntad y talento pueden hacerse cosas sorprendentes sin grandes medios. Muy notable, divertida y efectiva sátira, que es cierto que puede tener diversas lecturas y deja quizá más interrogantes que da respuestas. Nos quedaremos con la de una crítica devastadora a una modernidad, que conlleva la industrialización capitalista y la alienante sociedad de consumo, acabando con la inocencia de una comunidad cohesionada por valores tradicionales (algunos de ellos, dignos también de crítica), pero puede que regida fundamentalmente por eso tan encomiable y deseable que es el apoyo mutuo.
Capi Vidal
En un país perdido y remoto me encuentro yo, donde el vino corre y la sangre se huele en las calles.
En este país, si te enteras de algo, es porque tienes contactos y, si sabes inglés, es porque tienes dinero.
Este país es pequeño y no hay muchas autopistas (tampoco tiene demasiados trenes).
En este país no suele haber nadie que coja el teléfono y la TV fue una prueba que hicieron aquí.
Hay parque y ahí va la juventud.
Es el día a día: la universidad tampoco nos pertenece.