El 15 de enero de 2009 se cumplieron doscientos años del nacimiento de Proudhon. Considerado como el padre del anarquismo, dejó una abundante obra escrita, en la que destacan estudios como ¿Qué es la propiedad?, Sistema de contradicciones económicas, Manual del especulador de bolsa, De la justicia en la Revolución y en la Iglesia, El principio federativo, etc. Hemos querido ofrecer a nuestros lectores unos extractos de su última obra, La capacidad política de la clase obrera, por constituir de alguna manera su testamento político. Proudhon murió en 1865.
Hace diez meses me preguntabais lo que pensaba del Manifiesto electoral publicado por sesenta obreros del Sena (…). Ciertamente, me alegré de ese despertar del socialismo ¿quién habría tenido en Francia más derecho que yo de alegrarme por ese hecho? Sin duda una vez más, estaba de acuerdo con vosotros y con los Sesenta, en que la clase obrera no está representada y debe estarlo: ¿cómo habría podido tener otro sentimiento? (…).
Pero de eso a participar en unas elecciones que hubiesen comprometido con la conciencia democrática, sus principios y su futuro, no he disimulado, ciudadanos, en mi opinión hay un abismo (…).
Se trata de demostrar a la democracia obrera que, al carecer de una suficiente conciencia de sí misma y de su idea, ha dado el aporte de sus sufragios a unas personas que no la representaban, ¡con qué condiciones entra un partido en la vida política! (…).
En dos palabras, la plebe, que hasta 1840 no era nada, que apenas se distinguía de la burguesía, aun cuando a partir del 89 se haya separado de la misma de hecho y de derecho, se ha convertido repentinamente por su propia pobreza y por su oposición a la clase de los poseedores del suelo y de los explotadores de la industria, en “algo”, igual que la burguesía del 89 aspira a convertirse en un todo (…).
La causa de los campesinos es la misma que la de los trabajadores industriales; la “Marianne” de los campos es la contrapartida de la “Social” de las ciudades. Sus adversarios son los mismos (…).
Es la emancipación completa del trabajador; es la abolición del trabajo asalariado (…).
El problema de la capacidad política en la clase obrera (…) equivale por tanto a preguntarse: a) si la clase obrera, desde el punto de vista de sus relaciones con la sociedad y con el Estado, ha adquirido conciencia de sí misma; si, como ser colectivo, moral y libre, se distingue de la clase burguesa, si separa de la misma sus intereses, si no desea confundirse con ella; b) si posee una idea, o sea, si se ha creado una noción de su propia constitución, si conoce las leyes, condiciones y fórmulas de su existencia, si prevé el destino y el fin, si se comprende a sí misma en sus relaciones con el Estado, la nación y el orden universal; c) y finalmente, si la clase obrera está capacitada, en la organización de la sociedad, para deducir unas conclusiones prácticas que sean suyas, características y, en el caso en que el poder por la inhabilitación o la retirada de la burguesía le fuera devuelto, capaz de crear y desarrollar un nuevo orden político (…).
Sobre el primer punto: Sí; las clases obreras han adquirido conciencia de sí mismas y podemos asignar la fecha de esta eclosión que es el año 1848.
Sobre el segundo punto: Sí; las clases obreras poseen una idea que corresponde a la conciencia que tienen de sí mismas y que está en perfecto contraste con la idea burguesa (…).
Sobre el tercer punto, relativo a las conclusiones políticas a extraer de su idea: No; las clases obreras, seguras de sí mismas y ya medio iluminadas sobre los principios que componen su nueva fe, no han llegado aún a deducir de estos principios una práctica general adecuada, una política apropiada (…).
Negar hoy en día esta distinción de las dos clases sería más que negar la escisión que la provocó, y que no fue en sí misma más que una gran iniquidad; sería negar la independencia industrial, política y civil del obrero, única compensación que ha obtenido; sería afirmar que la libertad y la igualdad del 89 no han sido hechas para él ni tampoco para la burguesía (…).
Es por tanto flagrante la división de la sociedad moderna en dos clases: una de trabajadores asalariados y otra de propietarios-capitalistas-empresarios (…).
Mientras que la plebe obrera, ignorante, sin influencia, sin crédito, se plantea, se afirma, habla de su emancipación, de su futuro, de una transformación social que debe cambiar su condición y emancipar a todos los trabajadores del mundo; la burguesía que es rica, que posee, que sabe y que puede, no tiene nada que decir de sí misma, desde que ha salido de su antiguo medio, parece carecer de destino y de papel histórico; ya no tiene pensamiento ni voluntad. Alternativamente revolucionaria y conservadora, republicana, legitimista, doctrinaria o moderada; por un instante cautivada por las formas representativas y parlamentarias y después perdiendo hasta la inteligencia; no sabiendo actualmente qué sistema es el suyo, qué gobierno prefiere (…) la burguesía ha perdido todo su carácter: ya no es una clase poderosa por su número, el trabajo y el genio, que quiere y que piensa, que produce y que razona, que rige y que gobierna; es una minoría que trafica, especula; una batahola (…).
Tanto si la burguesía lo sabe como si no, su papel ha acabado; no puede ir lejos y tampoco puede renacer (…).
Una de las cosas que más le importan a la democracia obrera es, al mismo tiempo que afirma su Derecho y desarrolla su “Fuerza”, plantear también su “idea”, diría aún más, producir tal cual su cuerpo de Doctrina (…).
La revolución, al democratizarnos, nos ha lanzado por los caminos de la democracia industrial (…).
Ahora le corresponde a la democracia obrera encargarse de la cuestión. Que se pronuncie y, bajo la presión de su opinión, será preciso que el Estado, órgano de la sociedad, actúe. Que si la democracia obrera satisfecha de hacer la agitación en sus talleres, de hostigar al burgués y de ponerse de manifiesto en elecciones inútiles, permanece indiferente ante los principios de la economía política que son los de la revolución, es preciso que sepa que falta a sus deberes y se verá mancillada un día por ello ante la posteridad (…).
Lo que distingue a las reformas mutualistas es que son simultáneamente un producto del derecho estricto y de una alta sociabilidad; esas reformas consisten en suprimir los tributos de todo tipo sacados de los trabajadores (…).
Esas asociaciones, que podrán incluso conservar sus actuales designaciones, sometidas unas respecto a otras y con respecto al público al deber de mutualidad, imbuidas del nuevo espíritu, no podrán ya compararse a sus análogas de estos tiempos. Habrán perdido su carácter egoísta y subversivo aun conservando las ventajas particulares que extraen de su potencia económica. Serán otras tantas iglesias particulares en el seno de la Iglesia universal, capaces de reproducirse si fueran extinguidas (pág. 196).
La unidad no está señalada en el derecho, más que por la promesa que se hacen entre sí los diversos grupos soberanos: 1.º de gobernarse mutuamente a sí mismos y tratar con sus vecinos de acuerdo con determinados principios; 2.° de protegerse contra el enemigo del exterior y la tiranía del interior; 3.° de ponerse de acuerdo en el interés de sus explotaciones y de sus empresas respectivas, así como prestarse ayuda en sus Infortunios (…).
Así, trasladado a la esfera política, lo que hemos llamado hasta este momento mutualismo o garantismo toma el nombre de “federalismo” (…).
Al contrario, el nuevo derecho es esencialmente “positivo”. Su objeto es procurar, con certidumbre y amplitud, todo lo que el antiguo derecho permitía simplemente hacer pero sin buscar las garantías ni los medios, sin ni siquiera expresar a este respecto ni aprobación ni desaprobación (…).
Por ello podemos decir también a partir de ahora, que entre la burguesía capitalista-propietaria-empresaria y el gobierno, y la democracia obrera, desde todos los puntos de vista, los papeles se han invertido: ya no es a ésta a la que se debe denominar “la masa, la multitud, la vil multitud”; sino que sería más bien a aquélla. (…) Lo que ya no piensa, lo que ha recaído en el estado de turba y de masa indigesta es la clase burguesa. (…)
Vemos a la alta burguesía (después de haber rodado de catástrofe política en catástrofe política llegada al último grado del vacío intelectual y moral), cómo se convierte en una masa que no tiene ya nada de humano más que el egoísmo y busca salvadores cuando para ella ya no hay salvación, presentar por todo programa una indiferencia cínica, y, que antes de aceptar una transformación inevitable, invocar sobre el país y sobre sí misma un nuevo diluvio (…).
Un poco más y las clases medias, absorbidas por la alta competencia o arruinadas, entrarán en la domesticidad feudal o serán lanzadas en medio del proletariado (…).
La separación que recomiendo es la condición misma de la vida. Distinguirse y definirse es ser; al igual que confundirse y absorberse es perderse. Escindirse, con una escisión legítima, es el único medio que tenemos para afirmar nuestro derecho y, como partido político, para hacernos reconocer. Y pronto se verá que es también el arma política más potente, así como la más leal, que se nos ha dado tanto para la defensa como para el ataque (…).
Así pues, llego a la conclusión de que al no ser el ideal político y económico perseguido por la democracia obrera el mismo que busca en vano la burguesía desde hace sesenta años, no podemos figurar, no digo únicamente en el mismo Parlamento, sino ni siquiera en la Oposición; nuestras palabras tienen un sentido totalmente distinto a las suyas, y ni las ideas, ni los principios, ni las formas de gobierno, ni las instituciones, ni las costumbres son las mismas (…).
La clase obrera, si se toma a sí misma en serio, si persigue algo más que una mera fantasía, tenga esto presente: es preciso ante todo que salga de la tutela y que (…) actúe a partir de ahora y en forma exclusiva por sí misma y para sí misma (…).
Es preciso recordar lo siguiente: entre la igualdad o el derecho político y la igualdad o el derecho económico hay una íntima relación, de modo que allí donde uno de ambos términos es negado el otro no tardará en desaparecer (…).
Publicado en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm. 7 (abril de 2009)