A mediados del siglo pasado, Herbert Read decía ya «la actitud política característica de nuestros días no es de fe positiva, sino de desesperanza». En ese momento, ya pocos confiaban en el marxismo como una alternativa al capitalismo y toda filosofía social del pasado era vista con recelo. La única práctica del socialismo que parecía haber triunfado no había liberado al hombre de la explotación, las desigualdades sociales continuaban teniendo una causa económica en todas las naciones, sea cual fuera el régimen estatista que imperase.
Un mundo nuevo solo puede tener cabida si se da predominancia a los valores de libertad e igualdad frente al lucro, la competencia, el poder técnico o el nacionalismo. El anarquismo es la única filosofía social y política que, en ese aspecto, se mantiene firme a través de los tiempos. Lo que Herbert Read sostenía, en la línea de lo que diría tiempo después Colin Ward, es que multitud de personas en todo el mundo practicaban ya, consciente o inconscientemente, esos valores y solo era necesaria cierta sistematización del ideal ácrata de cara a ser comprendido por el hombre común.
La gran pregunta sigue siendo cuál es la medida del progreso humano, sin que tenga que cuestionarse necesariamente de raíz si estamos o no, al día de hoy, en ese línea de perfeccionamiento. Read destaca que en las formas sociales más primitivas el individuo es solo una unidad, el grupo actúa como un cuerpo único, mientras que en las más perfeccionadas es una personalidad independiente dispuesta a unirse a los demás cuando fuere necesario defender intereses comunes. Así, se establece una medida del progreso por el grado de diferenciación dentro de una sociedad: si el individuo no es más que una unidad en un cuerpo colectivo, se verá limitado y su vida será gris y mecánica; si, por el contrario, es en sí mismo una unidad y posee cierto margen para desarrollarse y expresarse podrá potenciar su conciencia y vitalidad.
Es una distinción, si se quiere, muy elemental, pero está demasiado presente, todavía al día de hoy, en la división de los seres humanos. Existen ciertas predisposiciones para que muchos individuos se refugien y busquen seguridad en el anonimato del rebaño y en la rutina, sin que parezcan tener ambiciones más allá de obedecer y subordinarse ante alguna autoridad; mientras que los hombres que sí poseen la capacidad para desarrollarse acaban siendo los mandatarios de esos hombres incapaces. Herbert Read coloca su medida del verdadero progreso, e incluso puede decirse que un nivel de existencia superior, en la emancipación del esclavo y en la diferenciación de la personalidad. Así lo expresó: «El progreso se mide por la riqueza e intensidad de la experiencia, por una más amplia y profunda comprensión del significado y perspectiva de la existencia humana». Dejemos a un lado la riqueza militar o los éxitos militares de una civilización o de una cultura, su progreso se medirá por los valores y por la creatividad de sus individuos representativos (filósofos, poetas, artistas…).
Por lo tanto, se puede considerar al grupo como un instrumento auxilar en la evolución, un medio para la seguridad y el bienestar económico, incluso puede considerársele esencial para una civilización. Pero el paso siguiente en la evolución sería esa diferenciación del individuo, de tal manera que va alcanzando su auténtica emancipación y no resulta ya la antítesis de la colectividad. Estamos ante una visión anarquista que considera que el desarrollo de la personalidad solo se inserta en las adecuadas condiciones sociales y económicas. A pesar de sus defectos, la antigua civilización griega o el Renacimiento europeo constituyen ejemplos históricos de ese despertar de la conciencia sobre los valores de la libertad y la pluralidad. En una civilización en la que se asegure el progreso y se cultiven los valores no hay diferenciación ya entre sus conquistas y las de los individuos que la componen. Son malos tiempos para hablar de la noción de «progreso», pero leyendo a autores como Herbert Read, que sostiene que los credos y las castas deben formar ya parte del pasado, nos damos cuenta de los errores de la modernidad y de las falacias de la posmodernidad.
Precisamente, Read recuerda a Nietzsche, autor tan mencionado por los filósofos posmodernos, como el primero que llamó la atención sobre el significado del individuo como una medida dentro del proceso evolutivo. La relación entre individuo y grupo es el origen de todas las complejidades de la existencia, por lo que Read reclama indagar y simplificar para desenredar la madeja a la que se ha dado lugar. Incluso, esa correspondencia entre la persona y la colectividad son el origen de la conciencia y de la moral, visión a la que ayudan las diferentes disciplinas científicas y que solo encuentra oposición en la religión. Si la religión y la política fueron intentos históricos originarios de determinar la conducta del grupo, sabemos que el proceso siguiente supone que un individuo o una clase se hagan con el poder de las instituciones políticas y religiosas para volverlas contra la sociedad (aunque, en origen los propósitos fueran otros). En este proceso, el individuo acaba viendo primero deformados sus instintos y luego finalmente inhibidos gracias a un rígido código social, la vida se convierte en convención, conformismo y disciplina.
Pero Read hace una importante distinción entre esa disciplina impuesta y una actitud vital que tenga su origen en la libre iniciativa y en la libre asociación; son dos cualidades que solo pueden verdaderamente desarrollarse a nivel individual y sin instancia coercitiva que imponga un comportamiento mecánico.
De esa manera, se reclama una «ley inherente a la vida», que no sería arbitraria tal y como sostuvo Nietzsche, y sí garante de la equidad, de la armonía estructural y de la funcionalidad. Read criticaba como paradójica la definición del diccionario inglés sobre la bella palabra «equidad»: «recurso a principios de justicia para corregir o completar la ley». Dicho uso del término no distingue entre el derecho consuetudinario o jurídico, los cuales no coinciden necesariamente con una ley natural o justa. En cambio, si acudimos al diccionario de la lengua española (solo lo hago como un punto de partida regulador, con todos los ánimos críticos), encontramos varias acepciones entre las que se encuentran las siguientes: «Bondadosa templanza habitual» (continúa, hablando de oposición a la Ley) o «Justicia natural, por oposición a la letra de la ley positiva».
En la jurisprudencia romana, se puso por primera vez de manifiesto el principio de equidad; se derivó, por analogía, del significado físico de la palabra y se basaba en la estricta observación de las instituciones existentes con el fin de que se asemejaran a ese estado hipotético de la naturaleza basado en el orden simétrico tanto físico como moral. Read distingue entre la leyes naturales, que bien pueden recibir también el nombre de leyes del universo físico, y el «estado prístino de la naturaleza» de la teoría rousseauniana, más sentimental que otra cosa al añorar un pasado ideal y desdeñar el mundo real (algo opuesto a la visión romana).
Read, sin defender obviamente relación alguna con el derecho romano, sí afirma que el anarquismo tiene su origen en la ley natural (y no en el estado natural). No se trata de sostener la bonhomía de la naturaleza humana, sino de tomar como modelo la simplicidad y armonía de las leyes físicas universales. Se remite a Rudolf Rocker, y a su obra Nacionalismo y cultura, para confirmar la divergencia, también en este aspecto, del anarquismo con el socialismo estatista: «El socialismo moderno tiende a establecer un vasto sistema de derecho positivo contra el cual ya no exista una instancia de equidad. El objeto del anarquismo, por otro lado, es extender el principio de equidad hasta que reemplace totalmente el derecho positivo». En la misma línea, Bakunin ya rechazaba todo sentido de la justicia basado en la jurisprudencia romana, en gran medida fundada en actos de violencia y bendecida por algún tipo de Iglesia para transformarse en principio absoluto; reivindicaba, por el contrario, una justicia fundada en la conciencia de la humanidad, en la conciencia de cada uno de sus miembros. Es una justicia universal para el anarquista ruso, pero que no se ha impuesto en el mundo político, jurídico o económico debido al abuso de la fuerza y a las influencias religiosas.
Herbert Read habla de sistema equitativo, más que de un sistema legal, y al igual que éste demanda un arbitrio que no implique dominación. La administración en una sociedad anarquista dejará a un lado todo prejuicio legal y económico y recurrirá a los principios universales de la razón, determinados por la filosofía o el sentido común. Read apela a cierto idealismo en la gestión de la sociedad, rechaza un materialismo enconsertado en el que los hechos deban ajustarse a una teoría preconcebida. Ese idealismo demanda algo parecido a una religión, sin la cual considera Read que una sociedad no se mantiene demasiado tiempo. Las connotaciones negativas que implica el término «religión», con su demanda de subordinación al ser humano y su dogmatismo, no deben hacernos desestimar lo que este autor quiere decirnos. Por supuesto, el fenómeno de las religiones es analizable científicamente, es posible conocer su evolución y otorgarla una explicación, pero es importante igualmente darla a conocer como «actividad humana sensible».
Read considera que si no se otorga una nueva «religión» a la sociedad revertirá inevitablemente hacia creencias antiguas, tal y como ocurrió en el socialismo implantado en Rusia. Además de la readmisión de la Iglesia Ortodoxa, el comunismo dio lugar también a cierta salida para las emociones religiosas: deificación del líder político, con su tumba sagrada, sus estatuas y sus leyendas. El nazismo introdujo un nuevo credo basado en el sincretismo y el fascismo italiano nunca se desvinculó de la Iglesia Católica. Read considera que es posible que de las ruinas del capitalismo pueda aparecer una religión nueva, tal y como el cristianismo surgió de las ruinas de la civilización romana, sin que vaya a ser el socialismo tal y como lo entendieron los materialistas seudohistoricistas.
Jung habló de «arquetipos del inconsciente colectivo», consistentes en complejos factores sicológicos que dan cohesión a una sociedad, y Read apela en esa línea a una religión que implique una «autoridad natural» de gran vitalidad que actúe como árbitro, sin que acabe conviertiéndose en etapas posteriores en un nuevo «opio del pueblo». Hay que entender bien a Read, desprovistos de prejuicios ideológicos, ya que no pide la restauración de ninguna religión ni cree en ninguna en concreto, simplemente piensa que la religión es un componente necesario en cualquier sociedad orgánica. Por otra parte, demanda un mayor desenvolvimiento espiritual que puede aportar el anarquismo, el cual no se muestra exento de cierta «tensión mística» y puede ocupar el lugar de una nueva religión. Si observamos la religión únicamente como un fenómeno histórico a «abolir», si tenemos en cuenta todos los factores que mantienen al ser humano arrodillado y sujeto a cierta voluntad trascendente, se nos hace obviamente rechazable desde nuestra perspectiva libertaria; pero no hay que olvidar que el anarquismo, no solo pretende la transformación de la sociedad en un sistema más equitativo, demanda una moral y un espíritu infinitamente más poderosos que todas las creencias basadas en un plano trascendente y en una voluntad superior. Hay radica tal vez lo que Read pide con un «mayor desenvolvimiento espiritual», al igual que pedimos una mayor horizonte para la razón lo demandamos también para la moral y la acción humanas.
Lo que desea Read es asentar una comunidad socialista que respete las leyes de progresión orgánica, y por lo tanto capaz de perdurar en el tiempo. Para ello, dentro de la visión anarquista, solo es posible que la industria, en manos de los trabajadores y lejos de cualquier centralización que la mantenga estática, se constituya en el seno de una federación de organizaciones colectivas que se gobiernen a sí mismas. Read hablaba de la posibilidad de un parlamento industrial, una especie de cuerpo diplomático regulador de las relaciones entre las diversas colectividades y organo decisor sobre cuestiones generales, pero sin llegar a ser un cuerpo legislativo o ejecutivo ni tener situaciones privilegiadas. La meta sería la desaparición entre el antagonismo entre productor y consumidor, propio del sistema capitalista, y la expansión del principio de solidaridad y de la ayuda mutua para crear estructuras en consonancia con ellas, en detrimento de las basadas estrictamente en la competencia. En estas ideas radica la simplicidad que pide Read, opuesta al monstruo estatal centralizado con sus numerosos conflictos producidos por el abismo abierto entre el productor y el administrador. Dentro de una economía descentralizada, a nivel local o regional, puede darse de manera más eficaz el bienestar de la comunidad basándose en la asociación y en la ayuda mutua. Read quería asegurar el espíritu emprendedor, fundado en esa búsqueda de máximo beneficio para la sociedad.
El problema de la interpretación de la equidad, recordaremos que Read prefería esta denominación a «administración de la justicia», quedará en manos de las organizaciones colectivas. Las tendencias peligrosas de ciertos individuos bien pueden ser sublimadas gracias a determinadas vías de escape inofensivas para las energías emocionales; Read habla del deporte en el que se pueden insertar esos instintos agresivos y tendencias competitivas de algunas personas para ser liberados de manera no dañina. El observar la sociedad como un ser orgánico, como una estructura viva con sus apetitos, instintos, pasiones, inteligencia y razón, hace que el crimen sea un mal extirpable. Indagando en la génesis del crimen, como enfermedad social que nace en la pobreza, la desigualdad y las limitaciones emocionales de todo tipo, puede creerse verdaderamente que una sociedad puede ser liberada de esa enfermedad. Toda alternativa a esta visión, netamente anarquista, resulta en adaptar el mundo y la sociedad a alguna suerte de orden artificial producto de una voluntad autoritaria.
Pero, al margen de las exposiciones de Kropotkin, o de autores posteriores, que podrían actuar de guía, Read no desea enconsertar la organización de la sociedad. Sí cree que hay que volcar los esfuerzos en establecer los principios de equidad, de libertad individual y de autogestión, por parte de los productores, a partir de las necesidades y circunstancias locales. Para ello, puede hablarse de acción revolucionaria, aunque recordaremos a Stirner y a Albert Camus en la distinción entre revolución y rebeldía; es la diferencia entre un movimiento que apunta a un mero cambio de instituciones políticas y aquel dirigido contra el Estado que pretende acabar por completo con toda institución jerárquica. El gran arma de la clase trabajadora es la huelga, algo que no se había empleado estratégicamente a fondo ni con la suficiente valentía, era necesario emplearla contra el Estado (fuerza antagónica de la sociedad). Para Read, pasaba por esta vía acabar con toda tiranía. El sentido de la justicia reclamado era incompatible con el sistema que imperaba en Europa y Estados Unidos a mediados del siglo XX y que había hecho ya que la iniquidad se instalara en el mismo desarrollo del capitalismo, por lo que Read deseaba una rebeldía espontánea y universal capaz de atraer lo mejor del hombre, de expandir la razón y la ayuda mutua. Décadas después, y lejos de cualquier tentación visionaria, es incluso más importante al día de hoy insistir en estos valores imperecederos del anarquismo.
José María Fernández Paniagua