TOMÁS IBÁÑEZ ANARQUISMO

La irreductible, y sin embargo fecunda, contradicción anarquista

Tras la interrupción durante largos años de las grandes ferias del libro anarquista en Italia, tales como la que se organizaba periódicamente en Florencia con sus debates y exposiciones de libros, algunos compañeros de Bolonia con el apoyo de otras ciudades tales como Milán en primer lugar, se han arriesgado a organizar una nueva iniciativa cuyos resultados eran inciertos. Esa iniciativa que tomó cuerpo los días 5, 6 y 7 de septiembre ha sobrepasado las expectativas y ha constituido todo un éxito desde muchos aspectos: el número de paradas de libros y revistas (más de 30), la cantidad de personas que han acudido, un ambiente fraterno en un gran parque semi autogestionado, la numerosa asistencia en los debates al aire libre (más de 200 personas escuchando y algunas interviniendo) … Ese evento ha generado, además, ánimos para repetir la experiencia…

El siguiente texto recoge la intervención de Tomás Ibáñez en el debate con Francesco Codello y Salvo Vaccaro sobre “Cambiar el mundo aquí y ahora. Influencia libertaria en el mundo contemporáneo”

A diferencia de ciertas ideologías que se jactan de ser robustas y carentes de contradicciones, el anarquismo no duda en admitir que es contradictorio, frágil e imperfecto. Es por cierto la conciencia de su imperfección lo que da cuenta de su ausencia de dogmatismo y su capacidad de autocrítica.

Una de las principales contradicciones del anarquismo reside, a mi entender, en la incompatibilidad entre dos elementos que son esenciales para definirlo, pero cuya necesaria coexistencia lo encierra en una situación que es literalmente dilemática.

Se trata, por un lado, de la exigencia ética de no generar efectos de dominación en su lucha contra esta, ya que entonces se convertiría en la antítesis de lo que pretende ser.

Para designar el hecho de estar desprovisto de efectos de dominación, recurro al neologismo indominante, el anarquismo debe ser ‘indominante‘.

Por otro lado, se trata del hecho de que el anarquismo no puede abandonar una serie de características que lo han constituido históricamente como lo que es. Por ejemplo, no puede renunciar a su dimensión utópica, ni a perseguir proyectos de emancipación, ni a emprender acciones prefigurativas, ni a orientar las luchas en función de sus principios, ni a construir espacios conformes a sus propios valores; en resumen, no puede renunciar a toda una serie de elementos que le son consustanciales, pero que, sin embargo, le impiden ser indominante.

No hay tertium quid, y debemos reconocer que el anarquismo está atrapado en una suerte de aporía constitutiva: o bien es indominante para estar en consonancia con sus propios valores, pero entonces debe sacrificar gran parte de lo que lo constituye. O bien renuncia a ser indominante para preservar lo esencial del anarquismo, pero entonces traiciona lo que constituye una condición sine qua non de su propia existencia.

Esta contradicción late en el corazón del anarquismo, y si la eliminamos, el anarquismo desaparece con ella, ya que solo queda una de sus dos facetas, y resulta que, tomadas por separado, ninguna de ellas corresponde al anarquismo tal y como lo conocemos.

Amedeo Bertolo escribió, hace ya mucho tiempo, que el anarquismo en estado puro era como una bebida demasiado alcohólica para poder saborearla sin provocar cierto rechazo, por lo que, para hacerla más fácil de asimilar, había que rebajar un poco su graduación. Del mismo modo, para hacerse agradable, atractivo e incluso entusiasta, el anarquismo indominante debe aceptar no serlo completamente.

Dicho esto, si bien resulta bastante fácil explicar la exigencia ética de la indominancia, por el contrario, es mucho más difícil comprender por qué una serie de atributos propios del anarquismo, y que este no podría abandonar sin renegar de sí mismo, suelen estar cargados de efectos de dominación.

Para acotar estos efectos, debemos echar una breve ojeada histórica a la arkhé y a la anarkhé de la filosofía griega.

Al traducir la arkhé como presencia y ejercicio del poder, y su contrario anarkhé, o anarquía, como ausencia de poder, se olvidaba que arkhé era una combinación de poder y principios inductores de efectos de poder, calificados de principios primeros o fundacionales. De modo que su antónimo, anarkhé, la anarquía, era ciertamente ausencia de poder, pero también ausencia de principios fundacionales.

La rectificación de este olvido esboza un pensamiento anarquista que me parece conveniente calificar de «anarquismo no fundacional», y que permite comprender por qué los componentes más comunes, y a menudo más atractivos, del anarquismo contradicen la exigencia de indominancia.

De hecho, resulta que los principios se alojan en la esfera abstracta de la teoría y que es desde allí, más arriba de las prácticas, desde donde pueden orientarlas y dirigirlas.

Ciertamente, el anarquismo rechaza la idea de que sea la teoría la que marque los caminos de la práctica, y cuestiona que esta última deba someterse dócilmente a sus indicaciones. De hecho, el anarquismo siempre ha valorizado las prácticas, considerando que los elementos que producen alimentan y modifican la esfera teórica y luego repercuten desde la teoría en las prácticas, modificándolas a su vez.

Dicho esto, el anarquismo no fundacional da una vuelta de tornillo adicional al reforzar la importancia decisiva de las prácticas y, bajo el término «a priori práctico», subraya la primacía que, para ser verdaderamente indominante, el anarquismo debe conceder a la práctica.

¿Por qué? Porque cuando la anarkhé, la anarquía, se vacía del poder, pero también de los principios inductores de poder que pertenecen a la arkhé, sus prácticas se ven privadas de la luz de la teoría para orientarse y no pueden basarse en nada más que en sí mismas.

¿Significa esto que las luchas anarquistas contra la dominación deben carecer de principios? No, en absoluto, pero solo se reconocen como principios legítimos aquellos que se forjan en el seno mismo de esas luchas, los que son inherentes a las situaciones concretas y no se proyectan sobre las prácticas antagonistas desde teorías exteriores a la situación.

Pero cuidado, no obedecer a los principios no significa aventurarse a ciegas en la vida ignorando todo principio, solo implica que los únicos principios que se asumen son los que emanan de lo que las propias prácticas crean y desarrollan en cada situación y cada lucha particular.

Lejos de ser trascendentes, universales, inmutables y absolutos, estos principios solo pueden ser contingentes e inmanentes a prácticas situadas social e históricamente.

Me parece que el ejemplo de la autonomía permite comprender mejor las razones por las que el hecho de apartarse del a priori práctico induce necesariamente efectos de dominación.

En efecto, el respeto de la autonomía implica rechazar cualquier intento de inyectar, desde fuera de las luchas, elementos teóricos tales como, por ejemplo, los principios que deben guiarlas, las formas que deben adoptar y los objetivos que deben perseguir. Todo ello debe surgir del seno mismo de las luchas, sin que nada procedente del exterior las oriente ni las dirija, ya que la autonomía solo puede alcanzarse a través de su propio ejercicio, lo que descalifica de entrada cualquier intervención externa al proceso autónomo, poniendo de manifiesto, de paso, la inanidad y el carácter liberticida de todo vanguardismo.

Dicho esto, el anarquismo no fundacional no solo implica la ausencia de principios rectores que residen en la elevada esfera de la teoría, sino que también implica la ausencia de finalidades preestablecidas cuya realización guiaría las prácticas.

De hecho, se trata de proceder sin la autoridad de los principios, pero también en ausencia de telos. Es decir, sin subordinar las prácticas a la exigencia de alcanzar ciertos objetivos definidos desde fuera de dichas prácticas.

Cuando el anarquismo no fundacional considera que las prácticas no deben estar guiadas por la voluntad de alcanzar determinados objetivos, no cuestiona el hecho de que deben ser proposicionales, ya que se trata de acciones animadas por intenciones, lo que las distingue de los simples automatismos conductuales.

Se limita a sostener que la búsqueda de un objetivo preestablecido no debe ser el motor del desarrollo de una práctica, sino que esta debe elaborar su objetivo durante su propio desarrollo, en función de las circunstancias siempre contingentes que se presentan en cada situación concreta.

Entonces, ¿objetivos que alcanzar? Sí, por supuesto, pero que no están definidos de forma general, al margen de las situaciones concretas y singulares, ni a partir de un plano distinto al de la propia práctica en el curso de su desarrollo.

Para dar un ejemplo de lo que significa la ausencia de telos, podemos recurrir a la consideración del anarquismo como una herramienta que sirve para hacer cosas. Cosas como, por ejemplo, deconstruir las evidencias heredadas, atacar los dispositivos de dominación, construir espacios y relaciones sin jerarquías y, de manera más general, una de las cosas para las que sirve es anarquizar el mundo tanto como sea posible.

Sin embargo, no se trata de anarquizar el mundo como respuesta a un proyecto, formulándolo como un objetivo a alcanzar, sino más bien como un efecto, como una consecuencia del desarrollo de prácticas anarquistas que tienen su fin en sí mismas. Estas no se desarrollan con el objetivo de anarquizar el mundo, sino que lo anarquizan efectivamente como resultado de su propio desarrollo en sus enfrentamientos con la dominación.

Se trata, en definitiva, de anarquizar el mundo y no de asegurar la victoria del anarquismo, se trata de poner en práctica prácticas que son anarquizantes por sí mismas. Por ejemplo, es construyendo redes horizontales de libre asociación como se cambia el mundo, pero estas redes no se crean para cambiar el mundo, sino porque llevan en sí mismas los valores de un mundo nuevo, ajeno a la arkhé.

Para anarquizar el mundo, para cambiarlo en un sentido anarquista, no hay que querer cambiarlo, estableciendo una hoja de ruta para empujarlo en esa dirección, sino que simplemente hay que hacer cosas que tengan como uno de sus efectos el de cambiarlo, pero que, al ser provocadas como reacción contra la dominación, encuentren en sí mismas su propia finalidad y su propio valor, en lugar de situarlas en el objetivo a alcanzar.

Esto evoca sin duda a Max Stirner cuando sostenía que no hay que aspirar a instituir un mundo nuevo mediante un proyecto y un proceso revolucionario, sino que se trata más bien de desplegar la insurrección permanente contra el mundo tal y como existe, resistiendo a la dominación y desarrollando frente a las instituciones prácticas destituyentes.

En lugar de la revolución impulsada por la voluntad, o por el proyecto, de realizar una transformación social que derribe la institución política y la sustituya por otra, la insurrección permanente se limita a no aceptarla, se rebela contra la opresión existente, no en nombre de un objetivo que alcanzar, sino simplemente porque la considera inaceptable.

De hecho, desarrollar prácticas de resistencia ya es cambiar el mundo, aunque ese no sea el objetivo perseguido. La resistencia es inmediatamente transformadora por sí misma, sin necesidad de estar respaldada por un proyecto de transformación.

Por supuesto, por el momento no se puede disolver la aporía constitutiva del anarquismo, solo se puede seguir manteniendo la tensión entre la exigencia ética de la indominancia y las condiciones de su inserción efectiva en la realidad presente.

Sin embargo, este permanecerá estancado mientras no se decida a explorar con audacia el equivalente metafórico de la cara oculta de la luna, es decir, la cara que permanece en la sombra y que está constituida por la exigencia radical de indominancia. No podrá avanzar mientras no se decida a recorrer el camino de la necesaria, a la vez que imposible indominancia dentro del anarquismo actual.

Superar esta aporía exige buscar nuevas formas de ver, pensar y actuar que rompan las costuras del anarquismo.

Siempre que el nuevo tipo de totalitarismo que se está instalando a marchas forzadas en todo el mundo no lo impida, es muy posible, diría incluso que muy probable, que en un futuro no muy lejano se cree una herramienta que sea verdaderamente y por completo indominante.

Pero ya no será anarquismo, será otra cosa. Otra cosa que, al igual que el anarquismo, se opondrá a todas las formas de dominación y creará espacios y relaciones libres de dominación, pero que, al haber superado la contradicción interna del anarquismo, es decir, su aporía constitutiva entre, por un lado, la exigencia inalienable de indominancia y, por otro lado, la inevitable transgresión de esa exigencia en el curso de su propio proceso, será necesariamente diferente de este.

Tomás Ibáñez
BOAB Bolonia Anarchist Bookfair 5, 6 y 7 septiembre 2025

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