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¿Libertarios? ¡Pues ni pasan de ser mediocres liberales!

Últimamente en Argentina se ha extendido el uso de la palabra “libertario/a” y ahora se hace alusión a ella en múltiples ámbitos. Desde las redes sociales hasta la radio y la televisión, hoy todo el mundo parece evocar su existencia, pero, por desgracia, el significado que se le está dando no puede ser más errado. Es entonces que nosotros/as -los/as anarquistas, quienes históricamente nos hemos adjudicado dicho vocablo y quienes primero lo hemos utilizado-, tenemos la tarea de salir a explicar -sino a repudiar- el mal uso del término.

Para empezar debemos señalar el origen del error: simplemente, la creación del “Partido Libertario” el año pasado. Junto con su existencia ha nacido el error conceptual de llamar “libertarios” tanto a sus integrantes como a sus adeptos en este país. Hasta este punto en lo que respecta a la Argentina. Pero, siendo un mal de categoría general (ya que no solo en Argentina ha tomado lugar esta equivocación sino que el modelo del llamado “partido libertario” que se estableció recientemente en nuestro país ya se ha replicado en muchos otros, y con él, la equivocación), nos proponemos ir más allá y dilucidar la génesis real del error para promover su corrección.

Es difícil ver este abuso o aprovechamiento de parte de estos grupos políticos liberales (que ya agotaron la etiqueta de “liberales” y entonces se pasan a la de “libertarios”) como un simple accidente, un solapamiento histórico-político que se dio por casualidad y pasó a desvirtuar y corromper uno de los términos análogos del anarquismo. Esto en especial cuando muchos de los conceptos e ideas de estos partidos fueron tomados directamente de los aspectos filosóficos del anarquismo, tales como la libertad individual, la crítica al Estado y a las leyes, etc. Así, una formulación liberal como la de los “partidos libertarios”, apoyada muchas veces en una suerte de crítica anarquista deformada, encaja a la perfección cuando hay una brecha social entre los partidos liberales tradicionales y la centroizquierda; llega como una panacea para los males sociales del momento, un prodigio nunca antes visto que emite juicios altisonantes contra todas las manifestaciones políticas contemporáneas y promete, en caso de ganar las elecciones, un cambio tan radical en la estructura económica del país que de repente traerá prosperidad a través del libre mercado, la no-intervención del Estado en los asuntos económicos, la competencia indiscriminada de las empresas y los privados… Exactamente el mismo discurso del liberalismo clásico.

Volvamos al origen del término. Decir, ante todo, que hay dos orígenes para esta palabra, y esta es la auténtica génesis de toda la confusión. Durante mucho tiempo decir libertario ha sido lo mismo que decir ácrata o anarquista; la palabra fue acuñada por Joseph Déjacque, escritor y militante anarcocomunista francés, en una carta que data de 1857. En la carta Déjacque criticaba a Proudhon -uno de los teóricos políticos que se encargó de definir, sobre todo, los aspectos económicos del anarquismo-, tachándolo de «anarquista a medias, liberal y no libertario», y he aquí el origen. Sería interesante abordar más adelante esta crítica a Proudhon, seguida de un análisis de ambos autores, pero por lo que nos compete hoy, nos quedaremos con los siguientes datos: la palabra libertaire (que devino en libertario) empleada enfáticamente por un anarquista francés, en 1857, como crítica al liberalismo económico.  Este es el origen real de la palabra.

Luego, casi un siglo más adelante -precisamente en 1940-, en Estados Unidos algunos economistas y políticos conservadores comenzaron a utilizar el término ‘libertarian‘ para referirse a sí mismos y a sus instituciones; ‘libertarian‘ -que en español, lo mismo que ‘libertaire‘, deriva en libertario-, empezó a usarse entonces a pesar de que la misma palabra ya había ingresado al país como sinónimo de anarquista. Y la cosa no terminó ahí, sino que diez años después -en 1950-, Murray Rothbard, teórico político liberal, empleó el término como sinónimo de su teoría del ‘Anarcocapitalismo‘, que acepta como sinónimos las expresiones de ‘capitalismo antiestatal’, ‘mercado antiestatal’, ‘anarcoliberalismo’.

Un pequeño puñado de conceptos antagónicos entre sí, defendidos por medios masivos y partidos políticos del momento, se viralizó solapando enormemente el origen anarquista  del término y creando confusión en torno a este al azorar la teoría liberal con conceptos originarios del anarquismo.

A estas alturas, algunas personas podrían preguntarse: ¿no sería capaz el anarquismo, una de las expresiones políticas más amplias y abiertas a las nuevas formulaciones de cada tiempo, de encontrar una vía económica liberal, partidista, para ejercer su praxis? La respuesta es, y siempre será, un rotundo NO. Este es uno de los pocos límites que existen en la expansión y la variabilidad de la teoría anarquista, porque incorporarlos significaría una negación completa de su esencia. Todo terminaría siendo un juego de palabras, y entonces el antipartidismo se convertiría en la defensa de un partido que se presume antipartidista; el antiautoritarismo se volvería un fiel defensor de una autoridad que profese la no-autoridad; el antiestatismo se volvería la defensa de un Estado que prometa su propia abolición.

Una muestra más tangible de lo dicho se nos aparece en los actos, precisamente en la génesis del propio anarquismo como movimiento político a mediados del siglo XIX. Ya desde entonces encontramos al anarquismo, desde Bakunin y su participación en la Primera Internacional -aunque hay posturas que sitúan este enfoque ya desde Proudhon- contra toda expresión capitalista o liberal, como una manifestación política socialista; la más radical de todo el ideario socialista, de hecho. Aquel movimiento que proclamaba la libertad y la igualdad como consignas sociales interdependientes, de cuya unión surgiría el bienestar de la humanidad, la fraternidad universal, luego de la abolición de la autoridad. He aquí por qué ninguna corriente liberal podría vincularse con el anarquismo y viceversa, y es también esta la razón por la que el llamado “anarcocapitalismo” es también una contradicción conceptual. Si se sustrae el aspecto socialista, solidario del anarquismo, entonces deja de ser anarquismo, porque así fue proclamado y teorizado desde sus comienzos y así fue defendido a lo largo de la historia; ¿y cómo le podemos decir entonces a estos grupos políticos liberales que se proclaman libertarios sin serlo? Les decimos liberales y punto. ¿No es lo que son?

Para finalizar, decir que esta es otra de las trincheras en las que debemos dar lucha los/as militantes sociales; aunque pudiera parecer un asunto sin importancia, una ‘discusión tonta o prescindible’, el desplazamiento y solapamiento de los significados, especialmente cuando se trata de luchas sociales y derechos adquiridos, es otra herramienta del poder para apropiarse de terminologías ajenas, generar confusión y  así terminar borrando del mapa, poco a poco, aquello que ahora tiene un nombre disímil. No debemos permitir que esto suceda. Y por lo demás, no es necesario ser militante social o anarquista para defender este uso adecuado del término. En última instancia se trata simplemente de una adecuación etimológica; y en caso de no defenderla, solo le estaríamos haciendo una concesión gratuita a los liberales de siempre, en detrimento de un movimiento revolucionario que luchó y lucha por la emancipación de la humanidad y su bienestar, sin estructuras estatales de por medio.

Espero que este artículo haya resultado esclarecedor.

Brandon Venturino

Tomado de https://andamiolibertario.wordpress.com

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