Paulo Freire (1921-1997), pedagogo e influyente teórico de una educación liberadora, publicó su primero libro en 1967, La educación como práctica de libertad, al que siguió el año siguiente Pedagogía del oprimido. Vamos a echar un vistazo a sus ideas liberadoras en educación y su estrecha relación con las propuestas libertarias. Puede decirse que desde que el hombre observa el mundo que le rodea, y le otorga un significado racional, cognitivo y simbólico, trata de formar su propia realidad; así, acaba tomando una falsa conciencia de la realidad y queriendo dominar todo lo que contempla: la naturaleza, los animales, incluso a la mujer y a todo ser humano análogo a él… La concepción del hombre que hemos heredado generación tras generación, se explica con la primera forma de opresión, dominación, desigualdad y jerarquía: la del hombre contra la mujer. Se trata del germen del sistema patriarcal, generador de las tres grandes formas autoritarias: el Estado, la Iglesia y el sistema capitalista. La Iglesia, institucionalización autoritaria de la religión, estuvo controlada desde el principio por hombres y representa a una deidad como un gran padre, señor absoluto, primer gran rompedor de la igualdad de géneros; aunque esta institución emplee un lenguaje de paz y amor, su realidad original es la descrita y se ha encargado históricamente de ostentar el poder y garantizar el sometimiento en nombre de «la voluntad de Dios».
El sistema económico triunfante en la Edad Moderna, a partir de la Revolución Industrial, es el capitalismo. La productividad, el comercio y el consumo, que conforman junto a otros mecanismos el mercado, son el motor que impulsa la relacionas humanas. Así, el ser humano ha acabado definido por lo que tiene o por lo que produce, no por lo que es. Un sistema en el que prima lo privado, y son las grandes compañías las que se encargan de la producción y el intercambio de bienes y servicios mediante complejas transacciones mercantilistas, ha acabado afectando gravemente al entorno ambiental y a la dignidad humana. A pesar de que el gran paradigma económico es la explotación a gran escala, poderoso garante de las mayores desigualdades, la alienación producto de la tecnología y de una educación y conocimiento impuestos y ajenos a los valores humanos ha supuesto en las sociedades llamadas «desarrolladas» una notable reducción de la conciencia en el individuo y el conformismo más atroz.
El origen del Estado, aunque en la modernidad trate de dársele una concepción social y de protección del ciudadano, está en la defensa de un territorio; en la actualidad, el Estado pretende ser el único garante de los derechos y de las reivindicaciones humanas y sociales. Así, la escuela también se institucionaliza en la modernidad y, al menos en la teoría, también busca fines como el desarrollo cognitivo de la persona, la liberación, la construcción de la realidad… Paulo Freire considera que ningún tipo de educación es neutral, sino que se crea para cumplir determinados fines; desgraciadamente, hoy pocos cuestionan esto y veneran la educación per se, sin detectar los mecanismos autoritarios y adoctrinadores que se siguen manteniendo para instrumentalizarla de acuerdo a ciertos objetivos. Los tres grandes monstruos objetos de la crítica del anarquismo, Estado, Iglesia y Capital, siguen encontrándose detrás de la institucionalización de la educación. Paulo Freire, junto a toda la tradición libertaria, demanda una escuela al servicio de los valores humanos, de la liberación del hombre, que no reproduzca ningún patrón autoritario ni esté al servicio de intereses externos. De ahí la insistencia libertaria en la educación, en la creación de un modelo pedagógico que no reproduzca los mismos mecanismos del poder. La transformación de la escuela es la base para el proceso de transformación social, algo que parece difícil que discuta ningún anarquista.
Tal y como se ha formulado desde una óptica libertaria, las ideas de Freire pueden resumirse en los siguientes puntos:
1.- Una educación que, liberada de todos los rasgos alienantes, constituya una fuerza posibilitadora del cambio y sea impulso de libertad.
2.- Despertar la conciencia histórica de las masas para realizar un análisis holístico de su realidad particular. En medida de poseer conciencia histórica, serán libres de toda dominación impuesta.
3.- Educación social y humanística. Dicha tarea de educar, será auténticamente humanista en la medida en que se procure la integración del individuo a su realidad comunitaria, ya que no existe educación sin sociedad humana y no existe hombre fuera de ella.
4.- Debe dejarse a un lado la concepción en el estudio social al investigador fuera del contexto que estudia; primeramente, el hombre no sólo está en el mundo sino con el mundo y, segundo, se debe respetar al hombre como persona, dejando atrás el pensamiento hombre-objeto por hombre-sujeto.
5.- El hombre debe existir en el tiempo y debe luchar para la no acomodación, es decir, para la humanización, participando en las épocas históricas, creando, recreando y deduciendo. La actitud crítica, es el único medio por el cual el hombre se integrará en su época.
6.- Debe proveer al educando de los instrumentos necesarios para resistir los poderes del desarraigo frente a una civilización industrial que se encuentra ampliamente armada como para provocarlo. Hay que enseñar a los hombres educación: oyendo, preguntando e investigando.
7.- Debe estar vinculada a los problemas sociales que presenta la comunidad donde habita. Debe estudiar los fenómenos, problematizar la naturaleza y establecer los nexos causales de la misma para aportar soluciones contextualizadas y pertinentes.
8.- Debe ser liberadora y autónoma, humanizando procesos y acabando con el academicismo, madre de reglas inoperantes que restringen la creatividad del sujeto.
9.- En esa misma línea de abolición de dichas reglas inoperantes academicistas, se debe abrir y flexibilizar aquellas normas que limiten al ser en su pleno desarrollo, así como la abolición de todo mecanismo que ejerza poder para que quede aislada de todo organismo político-partidista, religioso o empresarial, ejerciendo así el verdadero laicismo y pluriculturalidad.
10.- Así, sería la sociedad misma a través de la autogestión y el cooperativismo, quien tome y apoye a la educación en sus manos. Se habla entonces de una sociedad escolarizadora, una sociedad con conciencia que sirva de apoyo a la nueva comunidad de docentes. Una sociedad que, paralelamente a la escuela, estará en construcción; donde no sólo el educando aprenda, sino que en cooperación y en ambiente cooperativo el educando, el docente y la sociedad misma se nutran en el proceso y lleguemos paralelamente, todos, a ese estadio de desarrollo humano que tanto aspiramos.
La pedagogía libertaria de Freire puede inscribirse entonces en la tradición libertaria, una educación que combata toda forma de alienación y se centre en el ser humano, en los principios de autonomía individual y responsabilidad social. En base a una educación para la libertad, son los individuos, sin jerarquización alguna ni intereses por parte de una clase dominante, los que deben construir su propia realidad; una sociedad libre solo puede conseguirse con nuevos paradigmas educativos. Aunque Freire no se llamara nunca a sí mismo anarquista, sí es posible reconocer estos principios libertarios en sus teorías y prácticas educativas; dejando a un lado las simples etiquetas y todo dogmatismo, una manera de contribuir a la transformación social y a la liberación personal es reconocer la dignidad humana y los más nobles valores humanos en algunas propuestas.
La pedagogía del oprimido
Hablamos de un pedagogo que pone en su teoría y práctica la relación con los demás, ya que es algo que se considera clave en todo crecimiento personal; por supuesto, la transformación social se produce gracias a la educación mutua de sus miembros. De las páginas de La pedagogía del oprimido son estas palabras: «(…) la liberación es un parto. Es un parto doloroso. El hombre que nace de él es un hombre nuevo, hombre que solo es viable en la y por la superación de la contradicción opresores-oprimidos que, en última instancia, es la liberación de todos». Hay que mencionar, en primer lugar, la evidente influencia de Erich Fromm y de las ideas presentes en la obra El miedo a la libertad; ambos autores se conocieron en Cuernavaca (México), lugar donde Fromm estuvo instalado un tiempo. Existe un concepto del que habla Freire, que alude a la «verticalidad»; se trata de la «educación bancaria», según la cual existe una separación tajante entre los roles del educador, el que otorga conocimiento, y el educando, considerado un ignorante. Veamos de nuevo las palabras de Freire:
«En la visión ‘bancaria’ de la educación, el ‘saber’, el conocimiento, es una donación de aquellos que se juzgan sabios a los que juzgan ignorantes. Donación que se basa en una de las manifestaciones instrumentales de la ideología de la opresión: la absolutización de la ignorancia, que constituye lo que llamamos alienación de la ignorancia, según la cual ésta se encuentra siempre en el otro.»
Freire demanda humildad, por parte del educador, y respeto hacia un educando que bajo ningún concepto puede considerarse ignorante; deben conciliarse los dos polos, de tal manera que ambos se hagan, de forma simultánea, educadores y educandos. Donde coincide en términos generales con Fromm es en su propuesta de «humanizar» la vida; para el autor alemán, la vida humana debe racionalizarse, pero no en el sentido de intelectualizarla, sino de humanizarse, haciendo que responda a las necesidades específicamente humanas. Esa humanización supone el desarrollo de un vínculo afectivo con los otros hombres y con el mundo; superando toda cosificación, toda conversión del otro en un objeto, será la relación fraterna como amor maduro la que gobernará entonces el mundo. En esa misma línea, Freire considera que el educador debe identificar y superar su propia verticalidad psicológica, la cual le empuja a negar el diálogo; así, se persigue la horizontalidad de las relaciones humanas, buscar en el acto educativo la colocación del oprimido fuera de toda estructura opresora. Al igual que en Fromm, en la labor de Freire se apunta a una doble transformación: en el interior del ser humano y en las estructuras sociales. En la labor pedagógica, como interacción horizontal, se está ya realizando la utopía de una sociedad sin opresión entendida como la que no cohibe la expresión de las personas. Es en el medio para lograrla, en el proceso educativo, donde se encuentra ya presente la nueva sociedad. Uno de los más graves obstáculos para que acontezca la encarnación del ideal es la carga ideológica que el oprimido ostenta, la cual está incorporada a él mismo. Freire considera, según su pedagogía del oprimido, que es posible una rectificación de esa «falsa conciencia» en la persona, a nivel interno y externo, y siempre desde su libertad. Si la ideología es el conjunto de creencias e ideas que legitiman una determinada configuración social, Freire cree posible la transformación cultural revolucionaria (es decir, desde el discurso y las ideas); gracias a una praxis ejecutada en la palabra, criticando las creencias asentadas y denunciando las estrecheces ideológicas, es posible la liberación. La transformación social tiene entonces una doble vertiente, la ideológica y la material. Donde se aprecia también la influencia de Fromm en Freire es en el concepto de enajenación, entendida como la incorporación de unas creencias ajenas que operan en nuestro interior, que simulan ser propias de la persona y favorecen la situación del sujeto oprimido, el cual vive así engañado. Así, un primer paso en la pedagogía de la liberación, ya que el oprimido no es por lo general consciente de su opresión, es la concientización, con la que se supera la enajenación y la víctima retoma las riendas de la realidad.
«El gran problema radica en cómo podrán los oprimidos, como seres duales, inauténticos, que ‘alojan’ al opresor en sí, participar de la elaboración, de la pedagogía para su liberación. Solo en la medida en que se descubran ‘alojando’ al opresor podrán contribuir a la construcción de su pedagogía liberadora. Mientras vivan la dualidad en la cual ser es parecer y parecer es parecerse con el opresor, es imposible hacerlo. La pedagogía del oprimido, que no puede ser elaborada por los opresores, es un instrumento para este descubrimiento crítico: el de los oprimidos por sí mismos y el de los opresores por los oprimidos, como manifestación de la deshumanización».
De cualquier manera, toda educación liberadora debe partir de la propia realidad vital del oprimido, ya que se entiende que es la víctima la que debe entender mejor lo que supone una sociedad represora. Así, ese punto de partida se sitúa en lo que Freire denomina una situación límite; el objetivo es que el ser humano llegue a un encuentro consigo mismo y con los demás, en la restauración del diálogo como rasgo fundamentalmente humano y humanizante. La persona solo puede expresarse y crecer en un tipo de relación horizontal; se ha mencionado, para esta visión de crecimiento personal en base a la comunicación con los otros, la influencia en Freire del filósofo Jaspers y, en general, del existencialismo y del personalismo. Tal vez Freire lleva más lejos esa visión en su pedagogía, la cual se basa en el diálogo horizontal cuyo aspecto principal es la escucha activa; solo mediante el diálogo puede el ser humano, como persona concreta, ir conociéndose como ser en constante reconstrucción en un mundo que también es susceptible de ser reelaborado. No es posible negar la influencia del existencialismo en Freire, si tenemos en cuenta estas palabras de Sartre en El existencialismo es un humanismo: «[…] el primer paso del existencialismo es poner a todo hombre en posesión de lo que es y hacer descansar sobre él la responsabilidad total de su existencia». También hay que tener en cuenta la influencia del personalismo de autores como Mounier, cuando vemos en la pedagogía de Freire que la libertad y el compromiso vertebran toda acción educativa; el objetivo no es adoctrinar de ningún modo, sino que los educandos sean capaces de vivir y de comprometerse como personas. Frente a toda visión estática, que caracteriza a las concepciones que Freire llama «bancarias», se impone una visión dinámica; la persona se realiza, por una parte, por su relación con el mundo y con el resto de los seres humanos, y por otra con la posibilidad de construir su propio destino. En síntesis, la labor educativa de Freire se esfuerza en el desarrollo de una conciencia ética y crítica en las víctimas de la opresión por ser los sujetos históricos destinados a llevar a cabo su propia liberación. Se ha dicho que la pedagogía del oprimido de Freire recoge la influencia de importantes corrientes filosóficas del siglo XX llevadas al terreno educativo; aunque esta escuela tiene en cuenta, sobre todo, los pueblos más deprimidos y oprimidos, no es posible negar su sentido universal. La utopía, a nivel planetario, se construye cooperando, conversando y escuchándose mutuamente.
Las teorías de la desescolarización
Particularmente, aclaro que no estoy a priori en la línea de la crítica radical a la escuela como institución, que supone las teorías de la desescolarización. No obstante, el evidente vínculo que tiene con las propuestas libertarias, incluso con autores específicamente anarquistas que defienden esa postura, obliga a vencer los inevitables prejuicios, aprender más del asunto y comprobar las posibilidades que ofrece de cara a la transformación social. El punto de partida de esta teoría hay que situarlo en la obra de Ivan Illich, publicada a principios de los años 70, La sociedad desescolarizada; de hecho, el término desescolarización es un neologismo que nace del libro de Illich o, al menos, de la traducción que se le da en castellano. El autor propone una crítica radical a las instituciones escolares que, amparadas en la necesidad de cubrir necesidades básicas, en realidad se ocupan de generar mentes controladas y subordinadas. El ser humano acaba estando al servicio de una institución que termina escapando a su control, en lugar de a la inversa. Además de Illich, se suelen mencionar otros tres autores representativos de la línea teórica de la desescolarización: Everett Reimer, Paul Goodman y John Holt. La generación de autores que trabaja en esta corriente tuvieron la ciudad de Cuernavaca, en concreto el Centro Intercultural de Documentación (CIDOC), coordinado por el propio Illich entre 1963 y 1976, como lugar de referencia para el debate, la reflexión y el intercambio de ideas. Recordemos que es en esta localidad mexicana, tal y como dijimos más arriba, donde se conocen dos autores tan importantes para la sociología, la pedagogía, y el pensamiento en general, como Erich Fromm y Paulo Freire.
Los pensadores de la desescolarización no escatimaron críticas a la institución educativa, denominando incluso la tarea que desempeñan como «destrucción cultural». Pero el empobrecimiento cultural no era tal vez lo peor que podían realizar, ya que el gran peligro estaba en la extensión de su influencia por el mundo entero, confirmada a principios del siglo XXI, a la sombra de los grandes planes de desarrollo promovidos por las compañías, por las potencias económicas y por las organizaciones internacionales afines (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Iglesia católica, Unesco…); los males objeto de la crítica, obstáculos para el cambio político, social y económico, serán: una sociedad de la meritocracia, la estimulación de la ignorancia, la incapacidad psicológica que se provoca en el individuo para resolver los propios problemas (sin recetas institucionales) o la idea de que el conocimiento y el aprendizaje puede ser medido, planificado y valorado según estándares uniformes. Los teóricos de la desescolarización realizan la propuesta de invertir las instituciones y poner al servicio de la personas la tecnología y los recursos; de esta manera, la escuela puede ser reemplazada por unidades descentralizadas donde se estimule lo que se denomina convivialidad (convivencia y jovialidad), sin que exista carácter obligatorio y con el propósito, sobre todo, de que exista una utilidad pública que garantice la información y los aprendizajes útiles para la vida. Por supuesto, la propuesta desescolarizadora no cambiará por sí sola el mundo, son necesarios cambios sociales profundos. El anarquista Paul Goodman, no tan radical como otros en el tema que nos ocupa, complementa la teoría de la desescolarización con rasgos comunitarios; promueve una comunidad educativa vivencial, donde discípulos y maestros se relacionen sin coerción alguna, y con las nociones libertarias de descentralización y autogestión muy presentes. En Goodman, como objetivo último está la idea de una nueva sociedad como proyecto comunitario en la que todos los sectores y adultos cumplan una función educativa: será entonces la ciudad la que eduque, no la escuela.
Al comienzo de los años 70, el CIDOC es ya un espacio de referencia a nivel internacional, un lugar al que acuden a estudiar, investigar y debatir autores de vanguardia de todo el mundo; el punto de partida será el estudio crítico de las instituciones modernas en los análisis y reflexiones, y amplios sectores de los movimientos sociales contestatarios de Latinoamérica participarán en las actividades. Era un encuentro de personas que deseaban aprender, sin requerimientos académicos para profesores o estudiantes, sin observar currículos ni grados y sin que existieran certificados ni créditos. En el CIDOC, en 1967, se organizará un semanario periódico con el nombre de Alternatives in Education con el objetivo de abordar cuestiones concretas de las instituciones educativas; ya a partir de 1970, los seminarios impartidos en el centro de Cuernavaca alcanzarán una fama notable entre aquellos que planteaban criticas radicales a los sistemas educativos desde diversas partes del mundo. A esta línea crítica contundente, se empezarán a unir autores fundamentales provenientes de la pedagogía radical estadounidense, como Paul Goodman y John Holt. Puede decirse que la obra de Goodman, como es el caso de Growin Up Absurd (1960) y Compulsory Mis-education (1966), tenderá el puente hacia la crítica radical presente en La sociedad desescolarizada (1971). La critica realizada desde Cuernavaca y los nombres de Holt, Goodman, Illich o Reimer serán citados con insistencia y sus libros se leerán en las principales universidades de todo el mundo. No obstante, el CIDOC no tardará demasiado tiempo en cerrarse, se dice que la decisión estaba tomada desde 1973, ya que se llegó a la conclusión de que los objetivos con los que se fundó ya se habían realizado. Una de las metas marcadas por los teóricos de la desescolarización se cumplió en primera instancia, fue provocar un debate en el seno de las sociedades modernas industriales en relación con el papel que representaban las instituciones educativas.
Una vez finalizada la década de los 70, se producirá un giro conservador y las teorías de la desescolarización parecerán caer en el olvido. Incluso, a partir de los años 80, se calificará a los autores más representativos de la desescolarización como un grupo de místicos intelectuales contrarios al progreso y al bienestar occidental; sus propuestas fueron reducidas de manera interesada y acabaron ocupando un lugar pequeño en los manuales de formación del profesorado y, en general, en la bibliografía. Otros factores para el abandono de estas teorías hay que buscarlos también en lo ocurrido con sus representantes: la muerte de Goodman en 1972; la no publicación de ninguna obra más por parte de Reimer, fallecido en 1988, después de La escuela ha muerto (1971); la radicalización de Holt a través de movimientos muy concretos de ayuda a aquellas personas que tomaron la decisión de no enviar a sus hijos a la escuela (el llamado homeschooling, fundado en 1977, o la escisión llamada unschooling en una nueva vuelta de tuerca radical más), o el desplazamiento del propio Illich hacia otras labores críticas con la modernidad. Después de aquel abandono durante dos décadas, en los últimos años se ha producido un nuevo interés por las teorías de la desescolarización, especialmente en Latinoamérica y en Estados Unidos. Un ejemplo de esta nueva situación es la publicación del libro Critical Pedagogy, Ecoliteracy & Planetary Crisis. The Ecopedagogy Movement (2010), de Richard Kahn, donde se formula la nueva teoría de la ecopedagogía, basada en gran parte en las propuestas de Paulo Freire y recogiendo el legado crítico de la desescolarización.
Desde planteamientos de confianza en lo que ofrecen las nuevas tecnologías, como son las herramientas 2.0 en Internet, también se ha producido un acercamiento a los planteamientos de la desescolarización. Lo más importante puede ser que ello ha abierto un debate sobre el modo en que la tecnología de las redes sociales abre nuevos paradigmas para la educación y el aprendizaje; las propuestas de los autores de Cuernavaca cobran una sorprendente actualidad en el nuevo contexto tecnológico y pedagógico. Otro ámbito que se menciona, como lugar de estudio de las teorías desescolarizadoras en la actualidad, es la alternativa de carácter indigenista al capitalismo; en ese sentido, la Universidad de la Tierra en México (existen dos ubicaciones, en Oaxaca y en San Cristobal de Las Casas, Chiapas) es un ejemplo muy concreto, que se define como comunidad de aprendizaje, estudio, reflexión y acción, y considera que debe ser el ejercicio ocioso de personas libres dejando a un lado la visión de la educación como un medio de escalar en la sociedad meritocrática. En este contexto de crisis del sistema capitalista, y de su modelo de desarrollo y progreso, junto al impacto de las nuevas tecnologías, empuja necesariamente, al menos, a tener en cuenta las propuestas de la desescolarización creadas hace cuatro décadas. No parece una alternativa que aplicar de manera literal, y sí más una postura radical sobre los postulados más autoritarios de la modernidad que provoque el pensamiento crítico, teniendo en cuenta que el progreso en esta época va unido al desarrollo del capitalismo y a una nueva forma de entender el autoritarismo en nombre de la educación y del conocimiento.
J.F. Paniagua
Publicado en el número 295 del periódico anarquista Tierra y libertad (febrero de 2013)