En la zona donde se desarrolla la guerra de Siria, el Estado Islámico está a punto de deshacer una experiencia democrática. Que el resto del mundo no sea consciente de ello es un escándalo.
En 1937, mi padre se apuntó voluntario a luchar en las Brigadas Internacionales para defender la República española. Un intento de golpe de Estado fascista había sido aplastado temporalmente por la revuelta de los obreros, dirigida por anarquistas y socialistas. En una gran parte de España a ello le siguió una verdadera revolución social, instaurándose en ciudades enteras una gestión democrática directa, poniendo las industrias bajo el control de los trabajadores y favoreciendo el reforzamiento radical del poder de las mujeres.
Los revolucionarios españoles esperaban crear una sociedad libre que fuera ejemplo para todo el mundo. En lugar de eso, las potencias mundiales decretaron una política de “no intervención”, manteniendo un riguroso bloqueo contra la República incluso después de que Hitler y Mussolini, en teoría de acuerdo con la no intervención, comenzaran a enviar tropas y a suministrar armas para reforzar el bando fascista. El resultado fueron años de guerra civil que terminaron con el aplastamiento de la revolución y con una de las más sangrientas masacres de un siglo sangriento.
Nunca imaginé que pudiera suceder lo mismo en mi propia vida. Nunca ha tenido lugar dos veces un mismo acontecimiento histórico. Hay miles de diferencias entre lo que pasó en España en 1936 y lo que está pasando hoy en Rojava, las tres provincias kurdas del norte de Siria. Pero las similitudes son tan impresionantes y tan lamentables que siento que me incumbe intervenir, como alguien que ha crecido en una familia cuyas convicciones políticas estaban definidas por la Revolución española, para decir que no podemos dejar que la Historia termine del mismo modo.
Autonomía en el Rojava
La región autónoma de Rojava tal como existe en la actualidad, es uno de los raros puntos luminosos –incluso muy luminosos– salidos de la tragedia de la revolución siria. Tras haber expulsado a los agentes del régimen de Assad en 2011, y a pesar de la hostilidad de la casi totalidad de sus vecinos, la Rojava no solo ha mantenido su independencia sino que desarrolla una experiencia democrática notable. Se han creado asambleas populares como órganos absolutos para la toma de decisiones, se han elegido consejos cuidadosamente, teniendo en cuenta el equilibrio étnico (en cada comuna, por ejemplo, los tres responsables deben incluir un kurdo, un árabe y un cristiano sirio o armenio, y al menos uno de ellos debe ser mujer), hay consejos de mujeres y de jóvenes y, como un reflejo destacable del movimiento Mujeres Libres de España, la milicia YJA Star (Unión de Mujeres Libres, “Star” hace alusión a la diosa mesopotámica Istar), un ejército de mujeres que ha llevado a cabo una gran parte de las operaciones de combate contra las fuerzas del Estado Islámico.
¿Cómo puede suceder esto y quedar ignorado casi por completo por parte de la comunidad internacional e incluso por una gran parte de la izquierda internacional? Principalmente, al parecer, porque el Partido Revolucionario de la Rojava, el PYD, trabaja en alianza con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) de Turquía, un movimiento de guerrilla marxista que desde los años setenta está en guerra contra el Estado turco. La OTAN, Estados Unidos y la Unión Europea lo han catalogado oficialmente como organización “terrorista”. Paralelamente, los izquierdistas lo rechazan por estalinista.
La nueva cara del PKK
Pero, de hecho, el PKK no tiene nada que ver con el antiguo partido jerárquico leninista que fuera antaño. Su propia evolución interna y la conversión intelectual de su fundador, Abdullah Ocalan, detenido en una isla-cárcel turca desde 1999, han cambiado completamente sus objetivos y sus tácticas.
El PKK ha declarado que no pretende crear un Estado kurdo. En lugar de eso, inspirado por la visión del ecologista social y anarquista Murray Bookchin, ha adoptado la visión del “municipalismo libertario”, apelando a que los kurdos creen comunidades autogestionadas, libres, basadas en los principios de la democracia directa, que se unirían superando las fronteras nacionales, esperando así que con el tiempo esas fronteras fueran perdiendo su sentido. Proponen que la lucha kurda se convierta en modelo para un movimiento global hacia una verdadera democracia, una economía cooperativa y una disolución progresiva del Estado-nación burocrático.
Desde 2005, el PKK, inspirado por la estrategia de los rebeldes zapatistas de Chiapas, ha declarado un alto el fuego unilateral con el Estado turco, y ha comenzado a concentrar sus esfuerzos en el desarrollo de estructuras democráticas en los territorios que ya controla. Algunos han puesto en duda la seriedad de todo esto. Está claro que aún quedan elementos autoritarios. Pero lo que ha sucedido en la Rojava, donde la revolución siria ha dado a los radicales kurdos la ocasión de realizar esas experiencias en un gran territorio contiguo, sugiere que es algo más que fachada. Se han formado consejos, asambleas y milicias populares, la propiedad del régimen se ha entregado a cooperativas autogestionadas, y todo ello a pesar de los ataques continuos de las fuerzas de extrema derecha del Estado Islámico. Los resultados son conformes a cualquier definición de revolución social. En el Oriente Medio, al menos, los esfuerzos han sido importantes: especialmente después de que las fuerzas del PKK y de la Rojava hayan intervenido para luchar con éxito a través del territorio del Estado Islámico en Irak para salvar a miles de refugiados yazidíes atrapados en el monte Sinjar una vez que los peshmergas locales huyeran de la zona. Estas acciones han sido muy celebradas en la región, pero no han tenido apenas eco en la prensa europea o norteamericana.
La revolución amenazada
Ahora, el Estado Islámico ha vuelto con tanques de fabricación americana y con artillería pesada procedente de las fuerzas iraquíes, para ejercer su venganza contra un gran número de milicias revolucionarias en Kobané, declarando su intención de masacrar y reducir a la esclavitud al conjunto de la población civil. Durante este tiempo, el ejército turco se acantona en la frontera e impide que lleguen los refuerzos y municiones a los defensores, mientras los aviones estadounidenses atruenan, dando a veces golpes simbólicos, golpes puntuales; lo justo para poder decir que no se mantienen inactivos mientras un grupo, contra el que pretenden estar en guerra, aplasta a los defensores de una de las mayores experiencias democráticas del mundo.
Si existe un paralelismo hoy con los pretendidos devotos y asesinos falangistas de Franco, no podría ser otro que el del Estado Islámico. Si hay un paralelismo entre las Mujeres Libres de España, no podría ser otro que el de las valerosas mujeres que defienden las barricadas en Kobané. ¿Es que el mundo –y esta vez de manera más escandalosa– y la izquierda internacional van a ser cómplices permitiendo que la Historia se repita?
David Graeber
Publicado en Tierra y libertad núm. 317 (diciembre de 2014).