En los últimos tiempos, vuelvo a escuchar con relativa frecuencia el término «rojipardismo», que viene a significar, lo habéis adivinado, la convergencia de discursos de extrema izquierda con los de la extrema derecha. Habría que dilucidar, lo primero, a qué diablos nos referimos en concreto con esas reiteradas etiquetas extremistas; me temo que la confusión semántica imperante en la llamada posmodernidad no ayuda demasiado. En primer lugar, parece un debate muy del gusto de cierta derecha, esos inefables «liberales» patrios, que relacionan toda forma de socialismo con la amenaza totalitaria. Por otro lado, nada nuevo. He de confesar que, por circunstancias que no vienen a cuento, tuve que leerme la obrita del inefable Friedrich Hayek, Camino de servidumbre, citada hasta la saciedad por los defensores de un capitalismo sin (apenas) barrerras. En dicho libro, sin subterfugio alguno, se vincula como parte de la misma familia socialista a fascismo y comunismo; esa vía, como reza el título, conduce a otorgarle el poder absoluto a una minoría y al desastre de la gestión totalitaria. Hayek, como no puede ser de otro modo, aboga por la propiedad privada y el libre mercado; cualquier tipo de planificación económica, nos conduce al horror, tal y como podía comprobarse en el momento de la gestación del libro, años 40, con el nazismo y el estalinismo, que vendrían a ser cosas muy parecidas. Camino de servidumbre, curiosamente, se publica casi al mismo tiempo que otro clásico de tesis opuestas, aunque considerablemente más voluminoso (y, creo, riguroso), La gran transformación; en esta obra, Karl Polanyi, critica precisamente el liberalismo económico, que supuso la ruptura de todo vínculo comunitario debido a la conversión en el siglo XIX de la sociedad en un gran mercado donde la mayoría de las personas se convierten, también, en mercancia.
Como dije, la equiparación de totalitarismos no es nueva; ojo, y no seré yo el que no diga que en la práctica no haya habido demasiados puntos en común, ya los anarquistas avisaron a esos socialistas que propugnaban la conquista del poder, que aquello podía desembocar en una tiranía sin precedentes. Por otra parte, que las diversas formas de fascismo critiquen a la burguesía y adopten una retórica socialista y de defensa de la clase trabajadora, tampoco es nada que no hayamos oído antes; recordemos la proclama de Ramiro Ledesma alabando la Alemania nazi y la Italia fascista, como no podía ser de otra manera, pero también la Rusa Bolchevique. El debate histórico sobre el fascismo, sobre su lado reaccionario o revolucionario, o conscientemente contrarrevolucionario, que también, resulta siempre inconcluso y el uso proliferado de la etiqueta en la actualidad no ayuda en absoluto. En este indescriptible reino de España, donde la guerra la ganó una forma de fascismo, aunque la posterior dictadura fuera adoptando otras formas, sabemos mucho de eso. Otra cuestión es si lo que llamamos ultraderecha, de auge en esta triste actualidad que sufrimos, posee rasgos similares a lo que históricamente denominamos fascista; la fuerza que lidera el botarate Abascal, obviamente ultrarreaccionaria en lo cultural e ideológico, sin embargo en el terreno económico, más que la gestión estatal, parece propugnar un ultraliberalismo, que en la práctica es defensa de las élites económicas. ¿Es Vox fascista o neoliberal, o una mezcla de ambas cosas? Lo dicho, la confusión ideológica posmoderna. No obstante, creo que es interesante señalar que llegamos aquí a un nexo con la mencionada obra de Hayek, con la que algunos sitúan el punto de partida para el llamado neoliberalismo, que desecha cualquier planificación económica, ni de protección social para los perjudicados por el capitalismo, en aras de ese gran mercado en el que todos tenemos que vendernos.
Como ya he apuntado, es importante señalar la falacia discursiva liberal o neoliberal, que supuestamente exige que el Estado se mantenga solo como un vigilante de la propiedad privada y como supuesto garante de la igualdad jurídica, pero que no intervenga en aras de la libertad económica; en realidad, interviene y de qué manera, precisamente, para defender a los privilegiados. Otra vez me he ido por los cerros de Úbeda con el tema en cuestión, que era el rollo ese del rojipardismo, que al parecer sí tiene ciertos precedentes históricos militantes, cuyo origen hay quien sitúan en lal República de Weimar prenazi, tanto desde el lado bolchevique como del estrictamente fascista. A mí modo de ver las cosas, esas fuerzas políticas fueran anecdóticas, como pueden ser muy minoritarias en la actualidad, aunque no hay que desdeñar nunca el peligro totalitario de un signo o del contrario; de hecho, el totalitarismo se ha alimentado y mucho del nacionalismo, por lo que tampoco constituye nada nuevo en ese sentido. Que haya quien alimente este debate sobre la amenaza «rojiparda» es un síntoma, no solo de la actual desorientación ideológica, política y moral, también de la falta de un auténtico proyecto transformador. Con todos los cambios que hemos vivido en las últimas décadas, y con las crisis permanente en las que nos vemos encueltos, volvemos a reivindicar unas ideas libertarias adecuadas a estos nuevos tiempos; ojo, las de verdad, las que desde abajo abogan frente al Estado por la autogestión social, mientras que frente al capitalismo y la competencia por la solidaridad y la cooperación. Nadie dijo que fuera fácil, pero habrá que empezar por no mantenernos distraidos con tanta confusión interesada.