n tipo apellidado Rufián espeta en el Congreso, a propósito de los casos de corrupción recientemente desvelados en torno al Gobierno, algo así como que «la izquierda no puede robar». Cuando lo dice, de forma evidente, señala a la bancada de la derecha y viene a significar que lo lógico es que ellos sean los únicos corruptos. Esto, además de un maniqueísmo pueril, contradice la más elemental evidencia empírica: los casos de corrupción de la izquierda parlamentaria no son nada nuevo en este inefable país como señalé en la entrada anterior de este magnífico blog. Se me dirá que qué clase de izquierda es esa que roba, junto a todas las justificaciones habidas y por haber para demostrar que los malos son los otros, pero lo cierto es que las simplistas palabras de Rufián aludían, me temo, a dos bloques prácticamente monolíticos en el arco parlamentario. Por un lado, pretendiendo ser muy crítico con el presidente del Gobierno y su partido («resulta intolerable que vosotros, que formáis parte de nuestro bando progresista, robéis también», quiero entender yo), y por otro tratando de evidenciar la ya manida supuesta superioridad moral de la izquierda. Esta actitud saca de quicio a algunos elementos de derecha, algo que no termino de entender y más bien demuestra su pobreza moral evidenciando tal vez que los otros tienen algo de razón. Me explico. En primer lugar, como ya he apuntado en no pocas ocasiones, diré que urge hoy en día, bien entrado el siglo XXI, actualizar los conceptos izquierda y derecha; no obstante, vamos a aceptar que existe todavía, aunque sea como residuo de un mundo de antaño, un imaginario político a uno u otro lado.
Muy probablemente, como ya he apuntado, las personas de izquierda que abiertamente, aunque no sea con esas palabras, apunten a su superioridad moral , sean insultantemente simplistas, maniqueas y más bien pueriles. De acuerdo, pero aquellos botarates de derecha que entran en el juego y reaccionan indignados ante semejante premisa, me temo, no son mucho más maduros y casi, casi, dan la razón al adversario político. Dicho de otro modo, sus valores deben ser muy frágiles para soltar frases imbéciles como «a mí usted no me da lecciones morales». Digo yo, que una u otra actitud debería demostrarse en la práctica, tal y como cada uno entienda la moral con hechos sólidos y fehacientes que contribuyan un poquito a la mejora del mundo, y no en esas argumentaciones vacuas que solo parecen tranquilizar existencialmente a unos y encabronar a otros. Cuando el que suscribe era un noble e ingenuo izquierdista (no el gigante intelectual ácrata que es ahora), no es que participara en la dichosa superioridad moral de la izquierda, pero sí es cierto que no entendía en absoluto los valores de la derecha; y, ojo, lo digo con total sinceridad, es que no lo comprendía de verdad, que no sabía exactamente qué defendían, qué diablos había que conservar de un mundo que consideraba francamente mejorable, y me esforzaba en preguntar sin encontrar habitualmente respuestas satisfactorias. Hoy, seamos o no más maduros con lo ambiguo que es eso, y aceptando un confuso mundo posmoderno en el que casi todo se diluye bastante, quiero entender que unos se esfuerzan en creer (quizá de manera algo acrítica cuando gobiernan los suyos) que existe una política que logra avances sociales, mientras otros siguen sin convencerme de cuáles son sus valores (la banderita nacional que ponen por delante de cualquier otra cosa, más que un valor, me parece de lo más idiota y alienante).
A propósito de esto último, se me dirá que no toda la derecha es nacionalista, cierto es, alguna sobre todo realiza un culto a la acumulación monetaria como símbolo de riqueza, cuyas migajas tal vez puedan llegar a los pobres, pero recuerdo entonces que estamos hablando de moralidad. Sea como fuere, por favor, dejemos a un lado esas visiones de la historia, en la que me temo que participan todas las ideologías y creencias, observando buenos y malos. No entiendo de superioridades morales, no entiendo de santos, ni mártires, ni de cultos a prohombres con sus luces y sus sombres en su supuesto afán por mejorar las cosas o bien apuntalarlas. Es posible que el imaginario izquierdista tenga una mayor sensibilidad social, un deseo de cambiar las cosas, pero hay que empezar a preguntarse cómo eso se traduce en la práctica para una transformación real que mejore la vida de las personas. Desgraciadamente, el discurso político parlamentario se nutre de no pocos lugares comunes, con poca o ninguna profundidad, que alimenta mentes y conciencias poco oxigenadas. Exhibir, de una u otra manera, esa estúpida superioridad moral de una izquierda, sin tener en cuenta por ejemplo los mecanismos corruptores del poder en unos u otros, es un insulto a la inteligencia, una forma más de apaciguar (alienar) a un público supuesta progresista. Para qué vamos a esforzarnos más, si ya somos de izquierdas y estamos en el bando correcto. Un motivo más para sentirse atraído por las y los anarquistas, que siempre rechazaron el poder y la mera palabrería (el parlamento sin más) y se esforzaron por prácticas (sobre todo, morales) que prefiguraran la sociedad que deseaban para el futuro.
Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2025/06/22/superioridad-moral/