Y siempre alegres hay que estar… Breve nota en la muerte de un artista de valor
 que ha sido a la vez cercano y lejano

Cuando uno juega fuerte, con la lengua ágil y sin miedo a nada ni a nadie, las palabras pueden parecer duras como piedras y hacer daño a sus destinatarios, que pueden poner buena cara al mal tiempo o censurar, querellarse, echar arena en el engranaje, segar la hierba bajo los pies y no dejar trabajar, como enseña la tradición mafiosa. Basta con el ejemplo del fabulador satírico Luttazzi, de verdadero nombre Daniele Fabbri, expulsado de la televisión pública por deseo del mandamás del momento. La historia de la censura en la Italia vaticana -monárquica o republicana, fascista o democristiana- es larga (y en ciertos aspectos dolorosa). Los nombres de Franca Rame y Dario Fo están incluidos en ella con letras mayúsculas.

El joven Fo había comenzado a escribir textos satíricos para la RAI y argumentos cinematográficos en los jurásicos años cincuenta del pasado siglo. A finales de esa década monta la compañía teatral con Franca Rame. Son años de transición entre la «reconstrucción» y el «boom económico». Años que ven aumentar la protesta social, tanto tras los sucesos de Génova (30 de junio de 1960, con su rastro de muertos y heridos en Licata, Reggio Emilia, Palermo y Catania), como por una aculturación cada vez mayor entre los hijos de la clase obrera, o también por un conflicto de intereses cada vez más concreto entre los trabajadores «autóctonos» y los recién llegados del sur, «a pesar de los dirigentes sindicales». Años en que incluso la pareja Rame-Fo crece en el plano artístico, humano y político en términos de incremento de conciencia política y social. Un fenómeno bastante extenso en muchos ambientes, no solo intelectuales o artísticos, en un periodo caracterizado por un ascendente creativo en el que los eventos y las conciencias orientadas a proporcionar energía al desarrollo del progreso humano y social maduraban y se influían recíprocamente. De otro lado el conservadurismo y la reacción. En el medio, la ideología reformista. Al fondo la Guerra Fría entre los dos bloques. Se trataba de escoger, como siempre, de qué lado estar. El dúo Fo-Rame escoge estar en el lado de la sátira, prefiriendo «denunciar divirtiendo» las maldades de cualquier régimen y de quienes lo encarnan, con particular énfasis en los males de nuestra casa, Vaticano incluido.

Como sabemos, a todos los que dan fondo y forma a cualquier clase de poder, la crítica, y todavía peor, la sátira, no les gusta: reyes, reyezuelos y aventureros varios no gustan ser desnudados públicamente, ya desde los tiempos de Aristófanes. Lo mismo sirve para los marionetistas dirigentes de la RAI de la época: la sátira del dúo Fo-Rame no gustaba (nos referimos al demasiado conocido caso de Canzonissima de 1962) y las marionetas censuraron tanto que el dúo llegó a romper el contrato, abandonando cualquier veleidad televisiva y dedicándose al teatro.

En el fatídico 1968, el retorno: Fo y Rame dan vida al grupo teatral Nueva Escena. El objetivo es la vuelta a los orígenes populares del teatro y a sus valores sociales. Sátira, parodia, farsa, juglaría y comedia del arte pueden ahora mezclarse ofreciendo una nueva cifra al considerado como teatro narrativo, una forma teatral que ahora puede incluso salir a la calle, ir a las fábricas en lucha o a los patios de las casas ocupadas, añadiéndose a otras experiencias similares como las expresadas, en aquella época en Italia, por el Living Theatre, el Gruppo Dioniso, el Gruppo Anarchico Teatro Comunitario y otras «comunidades teatrales». También para Dario y Franca el teatro burgués, el de las salas llenas de abrigos de piel, joyas y repertorio de evasión es un capítulo cerrado.

Un mes y medio antes de la defenestración de Giuseppe Pinelli desde el cuarto piso de la comisaría central de Milán -suceso que Fo denunciaría poniendo en escena, sucesivamente, la conocidísima obra Muerte accidental de un anarquista (1970) y Pum, pum, ¿quién es? ¡La policía! (1972) – estrena (en La Spezia, a precios populares, en un cine-teatro de barrio) el Misterio bufo, que significa el pistoletazo de salida para el «estilo Fo». Años turbulentos de revoluciones culturales más que políticas o económicas, años en que, frente a la creciente contestación, la congénita hostilidad de las instituciones hacia la cultura y el teatro social y político se hace cada vez más áspera y golpea con cualquier medio a su alcance. También Dario y Franca están en el punto de mira y sufren toda clase de abusos, que pasaré por alto para no escribir inútiles plagios de una biografía humana, artística y política fácilmente accesible en internet.
Más conocido en el exterior que en Italia, en 1997 Fo es galardonado con el premio Nobel de Literatura, evento que amplifica la figura, proyectándola incluso en ambientes que hasta ese momento poco o nada lo conocían, aparte de alguna esporádica aparición televisiva. La argumentación del jurado fue: «Porque, siguiendo la tradición de los juglares medievales, ridiculiza al poder restituyendo la dignidad a los oprimidos».
Sobre las relaciones que Dario Fo -con Franca Rame- ha tenido directa o indirectamente con los anarquistas, si dejamos aparte las dos obras mencionadas, nacidas de su personal empeño en hacer contrainformación en un momento histórico particular y dramático que veía Estado, gobiernos, manipuladores, servicios secretos, maniobreros fascistas y vértices de las Fuerzas Armadas empeñados en frenar, con cualquier medio a su alcance, el continuo avance de los movimientos de lucha política, económica y social, los recordamos como miembros fundadores del Socorro Rojo Militante. Dario y Franca han apoyado las campañas pro Giovanni Marini y pro Pietro Valpreda. Recordamos también que a mediados de los años setenta, Fo cedió la Palazzina Liberty, sede del Colectivo Teatral La Comuna, para una iniciativa sobre Franco Serantini organizada por compañeros de la redacción de A rivista anarchica. A uno de ellos, hace algunos años, Dario le donó un dibujo suyo, «El vuelo del anarquista», que se convirtió en portada del número 377 (febrero de 2013). Aparte de alguna voz en contra, Fo gozó de aprecio entre los anarquistas, más como artista que por sus convicciones políticas; tanto, que las relaciones con el movimiento libertario en cuanto tal han sido siempre… inexistentes, salvo algunas relaciones totalmente personales y, en diferentes grados, amistosas.

Ahora que Fo ha muerto, incluso los censores de una época, directamente o por medio de sus herederos políticos o mediáticos, se unen al coro de los elogios post mortem, destacando, sí, su valor artístico, pero evidenciando también el valor añadido por la concesión del premio Nobel, un valor que los políticos del momento, en el gobierno o en la oposición, interpretan como exaltación nacionalista de un presunto «italianismo» que Fo habría representado a nivel mundial, del tipo: Fo ha sido galardonado con el premio Nobel, Fo es de nacionalidad italiana, luego la Italia-Nación, al tener italianos ilustres, es ella misma ilustre. Es como si dijeran: la Selección de Fútbol ha ganado, pero en realidad han ganado todos los italianos. Por eso, según el patriotismo más torvo y el nacionalismo más ceporro: ¡Viva Italia!
Los del «partido de la nación» que hasta ayer han considerado a Fo como un disoluto o, en la mejor de las hipótesis, como un viejo infantilizado o un bufón que no hacía más que tocar las narices, ahora que el bufón ha muerto lo ensalzan, ya que muriendo se lo han quitado de en medio y ya no podrá molestar a nadie. En primer lugar, el católico Renzi, que seguramente no sabe nada de los trabajos de Fo pero que bien temprano ha declarado -muy a su pesar- que ha muerto un italiano. O el catoliquísimo Mattarella, como siempre concentrado en su esfuerzo por leer el enésimo texto que le ha pasado su escritor «negro» de confianza, que canta las alabanzas de la italianidad del Nobel Fo.

Para nosotros, en cambio, Dario Fo, inconformista, anticlerical y ateo, continúa siendo incluso después de muerto lo mismo que ha sido siempre: un artista de valor en constante y coherente oposición contra todo poder constituido y, más allá de su específico carácter personal, un simpatiquísimo bufón que ha sabido servirse del poder bueno del auténtico arte para enriquecer la existencia de cuantos han querido escucharlo.

Santo Catanuto

Publicado en Tierra y libertad núm.340 (noviembre de 2016)

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