Los efectos y consecuencias del sistema económico capitalista cada vez son más denunciados, a la vez que conocidos y sufridos por gran parte de la población mundial. Pero el anarquismo, como ideología crítica radical, no denuncia los problemas sociales con la intención de intentar disminuir sus efectos negativos, fijándose solamente en sus consecuencias, como habitualmente sucede, sino que el pensamiento libertario siempre ha tratado de analizar los males sociales con la finalidad de erradicarlos, y no camuflarlos, mitigarlos o maquillar sus efectos, sin miedo a transformaciones o cambios profundos, buscando la raíz de los motivos que originan dichos males o injusticias.
Así la crítica libertaria al capitalismo nos recuerda que las crecientes desigualdades sociales y económicas que provocan hambruna y miseria, falta de acceso al agua, a la sanidad, a la educación… se producen en el sistema más productivo de la historia y con mayores y más concentradas riquezas. Pero dicha denuncia, el pensamiento anarquista la hace desde el análisis histórico de que el sistema capitalista incrementa las diferencias económicas a medida que se desarrolla, y donde además las desigualdades son implícitas y necesarias para el propio capitalismo, pues la concentración de la riqueza y del capital, son no sólo consecuencia sino condición para el crecimiento de la economía capitalista.
Es conocido también el desmantelamiento, a nivel trasnacional, de los mínimos derechos laborales y sociales conseguidos en el siglo pasado como concesión a un movimiento obrero combativo y ante la amenaza del bloque comunista o capitalista estatal, y como dichos sacrificios y pérdidas se justifican como necesarios para recuperar la senda del crecimiento o recuperación de la economía. En estos momentos, conviene recordar que las reconquistas patronales de los derechos laborales y sociales empezaron en toda Europa hace décadas, y no se han detenido en ningún momento y bajo ningún gobierno en todos estos años, iniciándose el principio del fin con la caída de la amenaza del bloque soviético, la desmovilización obrera e institucionalización y traición de gran parte del movimiento sindical. No se debe olvidar tampoco la histórica –y lógica– oposición de la clase capitalista a toda medida que representara una mejora para la clase trabajadora y, por tanto, una merma en sus siempre insuficientes beneficios empresariales.
La crítica anticapitalista debe hacerse también considerando el propio análisis económico capitalista, donde gran parte de la sociedad, es decir, la clase trabajadora, aquella que a falta de un patrimonio elevado de Capital que le permita vivir de los beneficios generados (clase capitalista), y por tanto indirectamente de la explotación de la plusvalía generada por el trabajo ajeno, debe vender su fuerza de trabajo a través del asalariado. Pues bien, esa gran parte de la sociedad que en el capitalismo son las clases trabajadoras, y para dicho sistema económico (en su propio análisis y funcionamiento), son sólo costes laborales, costes variables que toda empresa debe tender a minimizar para maximizar beneficios y con ello implantarse o crecer en el mercado. El sistema capitalista se rige a través de la empresa, y en el análisis de la empresa gran parte de la sociedad somos solo un coste a minimizar y cuyos derechos son solo un obstáculo en el crecimiento empresarial de maximización de beneficios. En la empresa donde mayor es la explotación –la plusvalía, es decir, la diferencia entre lo que produce la persona trabajadora y lo que recibe a través del salario–, más crecen los beneficios empresariales. Y éste es el motor de la economía capitalista y su propio modo de funcionamiento.
De manera que cabe preguntarse si el capitalismo se puede calificar como economía, entendiendo ésta como sistema de producción destinado a la satisfacción de las necesidades humanas, ya que el sistema capitalista no sólo no satisface las necesidades de gran parte de la población sino que su fin es el contrario: el crecimiento de los beneficios empresariales donde gran parte de la sociedad no solamente no somos el fin de dicha “economía”, sino solo meros costes, costes laborales.
La alienación de la clase trabajadora se manifiesta a través de diferentes formas: mediante la producción de unos bienes por los que luego habrá de pagar a la misma empresa con parte del salario recibido, donde no tiene el mínimo control de lo que produce, elaborando productos que por intereses empresariales de minimización de costes para poder competir en el mercado, o le intoxicarán en su consumo, o las condiciones de su producción afectarán a su salud o degradarán el medio, y que en otra economía más racional o no se producirían o se harían en condiciones no rentables hoy pero más saludables.
Pero otra forma de alienación de la clase trabajadora es el desmedido poder del Capital que decide los salarios (a la clase trabajadora sólo le queda la presión o el derecho a la pataleta), los tipos de contratación, los niveles de trabajo y de paro, los tipos y cantidades de productos, es decir, donde no solamente las condiciones de vida, sino el propio derecho al trabajo y con él, a la estabilidad o incluso la propia supervivencia se someten al poder del Capital y a los vaivenes y caprichos de los mercados financieros y bursátiles.
Por último, en este somero y muy sintético análisis de la crítica anticapitalista del anarquismo, no podemos obviar cómo el capitalismo es incompatible con nuestro medio físico, y ha llegado a un punto sin retorno, donde se han degradado severamente y se han comprometido las capacidades de vida: la creciente contaminación hasta niveles insostenibles, la destrucción del clima y de todas las formas y posibilidades de vida animal y vegetal, y el agotamiento de los recursos. Estos fenómenos, que se conocen desde hace muchos años, no pueden suceder de otra manera en un sistema económico que, para no entrar en una grave crisis de recesión, requiere de un crecimiento sostenido, en un planeta tanto con recursos como una capacidad de absorción de la contaminación limitados, lo que representa que el sistema capitalista es –a la fuerza y por lógica en nuestro medio– insostenible, y que más pronto que tarde nos está llevando al colapso.
Anarquismo y Estado
Por cuestiones de espacio habremos de centrar el análisis en la forma de Estado “democrática” o “parlamentaria”. El creciente descrédito del funcionamiento de las democracias parlamentarias ya es un hecho reconocido, y este desengaño bebe del discurso anarquista, donde los gobiernos –aún elegidos por un parlamento escogido por sufragio universal– no dejan de ser dictaduras con una falsa legitimidad popular a través de las urnas, donde la única participación y poder de decisión se entrega en un acto de escoger el próximo gobierno tirano para otros 4 años.
En la actualidad, se muestra con más descaro que nunca cómo en el sistema capitalista el verdadero poder reside en quien posee el Capital, y el Estado como creación coetánea al surgimiento del capitalismo, y como forma de poder político de la clase burguesa y capitalista, solo hace de comparsa al servicio del poder económico cuya función última es sacralizar la propiedad privada de los medios productivos y de los beneficios de la producción, legislar las desigualdades sociales y los privilegios de la clase propietaria, e impedir con todo el aparato legislativo, policial, judicial y carcelario cualquier posibilidad de cambio radical o profundo mediante el miedo, la coerción y la represión.
Sería muy extenso analizar las diferentes formas de intervención de la clase capitalista y de las grandes empresas en las políticas de cualquier gobierno: no solamente mediante la financiación y condonación de deudas de los partidos, sino con la propia corrupción de la clase política, corrupción innata al poder (la concentración del poder en una minoría por fuerza corrompe) y ligada a los favores mutuos con la clase empresarial; la pertenencia de la clase política a la clase alta, los elevados ingresos que necesariamente conllevan el acceso al poder, el interés de los dirigentes políticos en mantenerse en el poder y en defender sus privilegios, y con ello defender a quienes les han aupado al poder, el chantaje del poder económico cerrando el crédito al Estado o subiendo el interés de la deuda pública, y en último extremo, la amenaza de la fuga de capitales y de empresas.
En la fase actual, el capitalismo está demostrando que requiere del Estado “democrático” no solamente para dar a la sociedad una falsa apariencia de participación y de posibilidad de intervención, y para defender y mantener la propiedad privada y el sistema capitalista, sino que interviene en economía subvencionando al Capital, a empresas y sectores concretos, ya sean estratégicos o en previsión de pérdidas, es decir, para transferir dinero procedente de impuestos públicos (mayoritariamente de rentas del trabajo) al Capital y a las empresas, a la vez que se suben impuestos a las clases más bajas y se reducen salarios o prestaciones sociales. En definitiva, el capitalismo en la forma especulativa y trasnacional actual, requiere para subsistir de una fuerte intervención económica del Estado a favor del Capital a partir de recursos procedentes del mundo del trabajo.
La alternativa del anarquismo
Las fórmulas concretas de alternativa social propuestas por el anarquismo son múltiples y , obviamente, nunca están cerradas, pues el movimiento libertario, por naturaleza, nunca puede aspirar al poder y a imponer un programa político. Desde el anarquismo se lucha por disolver el poder del Estado, y retornarlo al pueblo, para que mediante formas asamblearias de autogobierno y de autogestión, el poder de decisión quede en manos de la sociedad y se acabe la opresión del ser humano por el propio ser humano, a la vez que no se permitan nuevas fórmulas de explotación y de acumulación de la riqueza, mediante la abolición de las clases sociales y con ellas de los intereses enfrentados: el fin del régimen asalariado, de la explotación y de la apropiación privada de los recursos, de la tierra, de los medios y de los frutos de la producción, para ponerlos en manos del conjunto de la sociedad y que se administren colectivamente y en régimen de igualdad de derechos y deberes.
La política debe dejar de ser tiranía, represión, opresión y defensa de los privilegios de una minoría a través del Estado, es decir, la dictadura de una oligarquía, para llevar el poder a la sociedad.
La economía debe dejar de buscar el crecimiento sostenido e insostenible de la riqueza en manos de una minoría cada vez más rica y poderosa, condenando a gran parte de la población a la precariedad, a la incertidumbre, al paro, a la miseria o a la inanición, para construir una economía autogestionaria en manos del pueblo, pues sólo así puede ser en beneficio de la sociedad.
En fin, autogobierno, abolición de las desiguales clases sociales, propiedad colectiva de la riqueza, y administración de las cosas versus opresión y explotación de la mayoría por una minoría privilegiada.
Múltiples experiencias, la de mayor calado la experimentada en España entre el 1936-1939, o la vivida en Ucrania a principios de siglo XX, arrasadas siempre por la fuerza de las armas de ejércitos fascistas y comunistas de Estado, demuestran no sólo la posibilidad de dichas propuestas libertarias, sino su necesidad, y la racionalidad y los beneficios colectivos de una propiedad y gestión social de la riqueza y del gobierno, frente a un caótico régimen capitalista de la ley del más poderoso.
Perspectivas actuales del anarquismo
El movimiento libertario es desde hace años un movimiento minoritario por múltiples factores, y por sus múltiples enemigos naturales: los autoritarios y los que ven sus posiciones de dominio y privilegios amenazados.
No obstante, gran parte de sus discursos, valores e ideas aún no conscientemente van siendo asumidos por la sociedad de una manera parece que inexorable: ya no sólo el descrédito de la democracia burguesa, sino incluso las formas de organización anarquistas son utilizadas por múltiples movimientos sociales si se pretenden calificar como tales. Desde luchas ecologistas en defensa de territorios amenazados por decisiones políticas o empresariales, movimientos sociales de descontento y protesta, vecinales, etc., están adoptando a nivel interno las formas asamblearias y de autogestión históricamente propuestas por el movimiento libertario.
Sin duda, ésta es una señal del desengaño del sistema de democracia indirecta o parlamentaria, aunque hace falta que dichas formas asamblearias y de autogobierno que se aplican a sí mismos dichos colectivos y movimientos sociales las defiendan para el conjunto de la sociedad. Sin embargo no olvidemos que la principal razón de ser del anarquismo ha de ser que irremediablemente no queda otra opción para salir del régimen capitalista de barbarie, irracionalidad, autodestrucción y extermino.
Eduardo Delgado
La razón de ser del anarquismo es la de servir de estímulo para resistir a todas las manifestaciones autoritarias que se produzcan en la convivencia de los humanos/as y a la tentación autoritaria para combatirlas.