Es en los momentos convulsos, complejos, y tormentosos cuando se torna más apremiante consultar las brújulas para evitar extraviarnos. Sin embargo, también es en el estruendo de la tormenta cuando resulta más difícil confiar en sus indicaciones. Por eso es necesario no dejarse arrastrar por la vorágine de unos acontecimientos que se suceden con extrema rapidez y que demandan prontas respuestas. Por eso es preciso, aunque solo sea por un momento, “alzar la vista” más allá del contexto inmediato, tomar cierta distancia con la tormenta, y procurar vislumbrar hacia qué horizonte nos empujan los actos a los que la situación parece emplazarnos.
Desde la simpatía, el aprecio, y la comprensión, que siento por muchos de los libertarios que se involucran en las actuales movilizaciones en Catalunya, no se me escapa, sin embargo, que están favoreciendo. de forma totalmente involuntaria, el proceso diseñado por el Gobierno catalán y por las formaciones nacionalistas para crear “un nuevo Estado”.
Está claro que ese no es su objetivo, todo lo contrario, y que esa no es la razón por la cual exponen sus cuerpos en una paradójica “defensa de las urnas”, o convocan huelga general en practica contigüidad temporal con el referéndum sobre la creación del nuevo Estado.
Sus objetivos van desde contribuir a “destruir el Estado español” (ojalá eso se consiga), hasta avanzar hacia una situación donde se pueda “decidirlo todo”, y no solo la forma política del territorio, pasando por la perspectiva de radicalizar la actual conflictividad alentando la creatividad y las chispas de autoorganización que afloran en la población. Algunos acarician incluso el sueño de una (improbable) insurrección popular que abra el camino hacia una autentica “autonomía”, en el sentido fuerte de ese termino que va mucho más allá de la autodeterminación de los pueblos.
Esos objetivos, así como el ineludible compromiso con la lucha contra la represión ejercida por el Estado sobre quienes desafían sus leyes, me merecen el más absoluto respeto. Ahora bien, también es obvio que la actuación de esos compañeros aporta su granito de arena al desarrollo del proyecto independentista, o mejor dicho, nacionalista, que es como conviene denominarlo, puesto que no pretende “independizar” cualquier cosa, sino, muy específicamente una “nación”.
Si dicha contribución me preocupa, no es porque conduzca a propiciar la creación de un nuevo Estado, a final de cuentas nos tocara seguir luchando en su seno al igual que lo estamos haciendo en el seno del actual, sin que el cambio del marco estatal suponga una diferencia cualitativa que merezca especial mención. Vivir en un nuevo Estado nos trae sin cuidado, sin embargo, la principal repercusión negativa que se desprenderá de nuestra participación en el actual conflicto es que nos tocará, a nosotros y a los trabajadores involucrados, “pagar los platos rotos” del enfrentamiento entre el Estado instituido y el Estado naciente, como les va a pasar, por ejemplo, a los veinte anarquistas griegos detenidos por ocupar la embajada de España en solidaridad “con Catalunya” (sic).
Lo que me preocupa, y es precisamente en este punto donde adquiere sentido lo que antes comentaba acerca de la necesidad de “alzar la vista”, es que la contribución a los actuales enfrentamientos está dando alas al “auge de los nacionalismos”, como ocurre en todos los choques entre nacionalismos, y augura un enfrentamiento entre trabajadores tanto dentro de Catalunya, como entre trabajadores de Catalunya y de otros lugares. Sin hablar del correspondiente “auge de la extrema derecha” que ya se viene observando de forma preocupante en diversos lugares de España. No es que haya que renunciar a luchar para no suscitar el auge de la extrema derecha, claro, pero lo que no conviene hacer es luchar en un escenario definido en claves nacionalistas porque eso sí que garantiza ese auge.
En estos momentos, las respectivas actuaciones de un Puigdemont que ayer dejó en el limbo la proclamación del nuevo Estado, y de un Rajoy que hoy pone en marcha, sin formalizarla, la suspensión de la Autonomía catalana, revelan la preocupación por no perjudicar los intereses de las grandes corporaciones, empresas o entidades financieras, y señala los limites que los dos gobiernos enfrentados no están dispuestos a transgredir. Eso se está traduciendo por una desescalada de la tensión, por la escenificación de un espectáculo de poses y de engaños, adornado con disparos de balas de fogueo. Hasta ahora la única sangre que ya se ha vertido, y que habría que evitar que se siguiera vertiendo, es la de “la gente de abajo” que se dejó arrastrar a participar en una partida orquestada y arbitrada por la clase política en función de sus intereses. Luchemos, sí, pero no en campos de batalla donde nuestros enemigos nos llaman a hacerles costado.
Tomás Ibáñez
Barcelona 11 de octubre 2017