El pasado 2 de febrero, se presentó la edición italiana de este libro de peculiar título, ¡Al ladrón! Anarquismo y filosofía, de Catherine Malabou. Se trata de un ensayo muy interesante, quizá primordial para el anarquismo en el siglo XXI, pero para mí gusto excesivamente técnico; soy partidario de usar un lenguaje en la filosofía accesible para todo tipo de público, creo que la profundidad no está reñida con la sencillez en la exposición. Tal y como, creo, siempre hicieron los pensadores ácratas y tal y como siguen haciendo en la actualidad, por ejemplo Tomás Ibáñez, que participó en la presentación junto a la propia Malabou, Salvo Vaccaro y Donatella Di Cesare: todas intervenciones muy interesantes, de las que hablaré a continuación.
Catherie Malabou explora la relación entre anarquía y filosofía a través de tres autores: Lévinas, Schürman, Derrida, Foucault, Agamben y Rancière; como vemos, se trata de filósofos que no se han reconocido como anarquistas y, ni siquiera, han tenido como fin la lógica de acabar con todo gobierno. Malabou considera que, hoy en día, existe un anarquismo de hecho y lo que denomina un anarquismo del despertar. El anarquismo de hecho se refiere a que nada puede esperarse de las instituciones jerarquizadas, de un Estado que encubre formas oligárquicas, ante los graves problemas del mundo ofreciendo solo inútiles medidas de emergencia: la pobreza, las crisis sanitarias y medioambientales o las migraciones. El anarquismo del despertar se produce paralelo a esa falta de confianza en la verticalidad con una toma de conciencia de todos esos problemas y a determinadas iniciativas colectivas y de políticas alternativas, quizá no siempre etiquetadas como anarquistas, pero realizadas al margen de partidos y sindicatos (y que pueden tener un punto de inflexión en los acontecimientos de Seattle de hace un cuarto de siglo, en 1999).
Ya en un terreno propiamente filósofico, Malabou considera que el llamado post-anarquismo (Todd May, Saul Newman..) no es del todo coherente con el anarquismo, ya que se inspira en esos autores que nunca se reivindicaron como anarquistas (aunque, insistiremos, sí se ocuparon del concepto de la anarquía a un nivel ontológico). De hecho, según esta autora, todos ellos se distancian del anarquismo político hasta el punto de negar que un pueblo pueda vivir sin ser gobernado. Malabou, a propósito de ello, realiza una distinción entre lo no gobernable y lo ingobernable. Lo ingobernable es lo que escapa al control, en el ámbito moral y político se refiere a la indisciplina y desobediencia; se trata de una oposición y resistencia frente a lo que se presupone: la prioridad del gobierno. Lo no gobernable, por el contrario no designa indisciplina ni desobediencia, sino que se mantiene de forma radical ajeno al mando y la obediencia; no se trata de una crítica al gobierno, sino la condición de su imposibilidad. Frente a lo ingobernable (revueltas, protestas, desobediencia…-), el gobierno puede reaccionar de dos modos: puede reprimir sin más o puede negociar para consentir un cambio de política. Lo no gobernable, en cambio, solo puede ser dominado, ya que gobernarlo resulta imposible.
Por otra parte, Malabou habla de un giro anarquista en el capitalismo, de tal manera que se apropia de todos los ámbitos de la existencia humana y nos hace creer que podemos convertirnos en gestores de nuestras propias vidas: es lo que se denomina cibercapitalismo, con esa ilusión de la libertad individual, pero que lógicamente va acompañado del autoritarismo político a poco que reflexionemos. La autora hace una crítica a parte del movimiento anarquista, que niega esta realidad y según ella rechaza el ámbito filosófico, y reivindica una renovación del pensamiento libertario a través de esos autores contemporáneos y también de una relectura de los textos clásicos.
El libro de Malabou ha tenido bastante eco y ha suscitado no pocos debates, algo muy bueno, lo cual obviamente no quiere decir que estemos de acuerdo con todo lo que en él se expone o no está libre de la crítica a ser algo abstruso. Tomás Ibáñez, en su intervención, como no podía ser de otra manera, está de acuerdo, en que el anarquismo debe esforzarse por repensarse a sí mismo y cita al ya fallecido militante anarquista Amedeo Bertolo cuando decía, y cito textualmente: «el viejo y sólido tronco del anarquismo es todavía vigoroso, pero debe ser podado enérgicamente, para que las ramas jóvenes puedan brotar y desarrollarse y para que pueda acoger los nuevos injertos sin rechazarlos ni sofocarlos».
De hecho, Ibáñez, ya polemizando con Malabou reivindica un hecho histórico: el canon anarquista clásico sí tenía un considerable bagaje filosófico a través de los Proudhon, Bakunin, Kropotkin, Landauer o Malatesta, entre otros. Insistimos en que se ha negado neciamente al anarquismo su alcance filosófico, a diferencia por ejemplo de lo que ocurre con el marxismo, pero sencillamente ambas corrientes se diferenciaron en su relación con la filosofía: unos creyeron que la reflexión y el análisis precedían a la acción revolucionaria; los ácratas, por el contrario, consideraron que la idea germina en la acción y la influye en una perfecta simbiosis. El discurso anarquista no es meramente meditativo, es a la vez militante.
Por supuesto, no puede darse una renuncia a la filosofía en cualquier pensamiento político, pero Ibáñez considera que lo que hay es un rechazo anarquista a convertirse en una “filosofía” entendiendo tal cosa como convertirse en un elemento de un discurso. No obstante, la vinculación entre anarquismo y filosofía es innegable como demuestra la influencia del post-estructuralismo sobre el pensamiento ácrata a finales del siglo XX. Respecto a la separación entre anarquía y anarquismo como conceptos distintos, a la que alude Malabou, Ibáñez reivindica lógicamente que están entrelazados: es el movimiento anarquista el que construye la idea de anarquía al mismo tiempo que la misma guía sus pasos.
La idea, establecida desde la Grecia antigua, de que resulta impensable que una población puede gobernarse de forma directa Proudhon la calificó de “prejuicio gubernamental”. Hay, obviamente, un rechazo anarquista a dicho prejuicio, algo que los filósofos se niegan a admitir; no obstante, Ibáñez salva a Foucault cuando afirma que “ningún poder es nunca necesario”. Estoy muy de acuerdo con Tomás cuando confiesa que no sabe si es posible en la realidad de hoy que los seres humanos vivamos sin gobierno, pero de lo que estamos convencidos es que resulta imprescindible “pensar y actuar como si fuera posible” para abrir campos de experimentación para otro tipo de vida. Por otra parte, tal y como expone Tomás en su obra, lo que resulta verdaderamente decisivo es “resistir siempre y en todas partes a todas las formas de dominación”. Es muy interesante, respecto a la diferencia que realiza Malabou, algo confusa para Tomás, entre lo no gobernable y lo ingobernable, la reivindicación de esto último: la resistencia permanente al poder, ya que hacerse no gobernable (indiferente al poder, podemos también llamarlo) excluye la propia posibilidad de socavarlo y, por lo tanto, de crear nuevas realidades.
Vamos ahora con la intervención de Salvo Vaccaro, que es profesor de la Universidad de Palermo y ha dedicado varios libros al pensamiento anarquista, y que resulta también impagable. Y encontramos, por supuesto, otra desmitificación de esa supuesta desvinculación entre filosofía y anarquismo. El concepto filosófico de la anarquía se remonta a la Antigüedad, se prolonga durante siglos hasta su concreción política en la Modernidad con su aspiración transformadora del mundo. Ciertos filósofos han considerado impensable la negación del arkhé fundacional, es decir la anarquía, mientras que los rivales políticos del anarquismo han arrojado todo tipo de falsedades sobre el mismo. Llegamos así hoy, algo gratificante, a una conexión entre la deliberación teórica, que no es mera contemplación pasiva de la existencia, con la acción política libertaria.
Para Vaccaro, el único autor analizado por Malabou que realizó un esfuerzo considerable para superar la brecha entre filosofía y política, dentro de la anarquía y el anarquismo, es Foucault. Se conjuga así la investigación filosófica con la crítica política para recordarnos, tal y como ya hizo Tomás Ibáñez en su intervención, que Foucault quiso socavar toda verdad heredada para afirmar que ningún poder, sea cual sea, es necesario y hablar explícitamente de anarquía y anarquismo. Como es sabido en Foucault, no se trata de llegar a una sociedad desprovista de relaciones de poder, como parte de un proyecto finalizado, sino de situar la no aceptación de un poder, el cuestionamiento de su aceptación, al principio de su empresa. Foucault crea un nuevo término, que llama anarqueología, que supone una negación filosófica del arkhé como principio fundacional desvelando su naturaleza de dominio y tratando de contrarrestarla políticamente. Vaccaro reconoce al filósofo francés ser, probablemente, el único de los radicales de la segunda mitad del siglo XX que trató de madurar un anarquismo filosófico y político, recordemos su lucha contra manicomios, cárceles y opresión política.
La última intervención en esta presentación fue la de la filósofa Donatella Di Cesare, que considera que es fundamental deconstruir el anarquismo para rescatar la anarquía. Según esta autora, el anarquismo clásico realizó una comprensión ingenua de las relaciones de poder, por lo que bastaría con derribar el Estado para salvar al individuo. El anarquismo es hijo de la modernidad y eso mismo puede constituir sus limitaciones si no salvamos esa visión reduccionista del poder y, algo que debería resultar impensable para cualquier ácrata, nos mantenemos en cierta ortodoxia fundacional. Sería la filosofía la que lleva al anarquismo mediante un autoanálisis crítico y, a colación del libro de Malabou, se recuerda al respecto la línea abierta por tantos autores en los últimos años. Esta filósofa, por cierto, se ha ocupado en su más reciente obra de la democracia y la anarquía y, según dijo, llega a sostener que la primera es anárquica siendo Platón y Aristóteles sus principales detractores.
Uno de los reproches de Donatella a Catherine Malabou, algo que resulta muy interesante, es la ausencia en su libro, entre otras, de Hannah Arendt. A menudo, se ha presentado a esta autora como una pensadora liberal y, sin embargo, puede ser encuadrada dentro de esa veta anarquista en su denuncia de la doble condición del arkhé como principio y mando. Di Cesare, a pesar de esta crítica que realiza al anarquismo clásico, no obstante, cree que la tradición libertaria sí tiene mucho que decir; en especial, autores y autoras que se distanciaron claramente de la linea dominante de la Modernidad.
En definitiva, una presentación de un libro que ha provocado un debate y unas reflexiones imprescindibles en un mundo libertario que debe estar continuamente en movimiento y también en todos aquellos otros que, aunque no se identifiquen claramente con el anarquismo, sí adoptan rasgos emancipadores que nos resultarán muy familiares.
Capi Vidal
Exhaustivo análisis de la anarquía y el anarquismo, que pareciesen que ambos van de la mano.