Las formas anarquistas de producción y de tecnología liberadora son capaces de satisfacer las necesidades humanas básicas y son compatibles con aquellas formas sociales que se dirigen a la satisfacción de las más elevadas. Pero, aun cuando una sociedad anarquista pudiera alcanzar un adecuado nivel de producción, podría argüirse que tal sociedad sería incapaz de alcanzar una justa distribución de los bienes. Ante todo, se argumenta que si los Estados-nación son incapaces de trascender su limitación territorial, entonces, las comunidades anarquistas con sus bases locales pueden tan solo esperar que sean aún más limitadas; en segundo lugar, que la desigualdad entre las comunidades respecto a los recursos o a la productividad desembocaría en injusticias que no podrían ser rectificadas, y finalmente, que el proyecto anarquista sobre la redistribución espontánea no tiene esperanzas dada la gravedad de la crisis mundial.
El argumento de que el anarquismo se encamina hacia una limitación fundada en las comunidades locales se basa en que fija la atención tan sólo en el énfasis anarquista sobre el control comunitario y en la descentralización, y en el desconocimiento de los principios del federalismo y del apoyo mutuo. Desde los tiempos de Bakunin y Kropotkin, el anarquismo ha subrayado la importancia de las federaciones locales, regionales y globales de las comunidades y colectivos obreros.
La relación entre el comunalismo local y el global está perfectamente expresada en la obra de Martin Buber, en la que afirma que a menos que las relaciones inhumanas, burocráticas, objetivizadas en las relaciones creadas por el Estado, el capitalismo y la alta tecnología, sean reemplazadas por relaciones cooperativas, personalistas nacidas en el grupo comunitario primario, no se podrá esperar que la gente tenga una profunda simpatía por la humanidad como unidad. Según Buber, a menos que consigamos ver a la humanidad en nuestros vecinos es imposible abrigar esperanzas en superar esa limitación que impide actuar con simpatía hacia la totalidad de la especie. Pero ello no es un simple precepto moral; sobre todo, es un llamado a la praxis comunitaria. Como afirma Buber: una comunidad orgánica -y solo una tal comunidad puede con juntarse para formar una equilibrada y articulada raza de hombres-, no podrá jamás erigirse por encima de los individuos, excepto tan sólo en pequeñas y cada vez menores comunidades: una nación es una comunidad en la medida en que es una comunidad de comunidades.
Los anarquistas afirman que extender esa redistribución es una necesidad, y que será alentada más por la práctica de la ayuda mutua a través de la libre federación que por las naciones-Estados o por la creación de un Estado mundial. El elemento central es la coyuntura anarquista en lo que concierne al desarrollo de los intereses de clase en sociedades basadas en formas de organización burocráticas y centralizadas. La cuestión relevante es si las formas estadista o federalista de organización pueden mejor contribuir al desarrollo de los modelos de cooperación tanto del pensamiento como de la acción, y examinar el otro lado del mismo asunto en cuestión, si el poder, en verdad, corrompe en gradual proporción en que es centralizado o concentrado.
La teoría anarquista sostiene que en tanto se mantenga la concentración del poder económico o político, debemos esperar que este sea empleado en interés de quienes controlen ese poder. Por ejemplo, en los Estados Unidos de América, nación con la mayor concentración de la riqueza y con una de las tradiciones más prolongadas de democracia liberal, apenas presenta virtualmente ninguna redistribución entre los estratos económicos y solo una fracción del 1% del Producto Nacional Bruto se destina a ayudar a los países más pobres.
Como evidencia de la naturaleza de la alternativa propuesta por los anarquistas, podemos examinar las federaciones establecidas por los anarcosindicalistas en España en 1936. Observamos que la redistribución, que desde hacía mucho tiempo estuvo ausente por generaciones en los países democráticos liberales y de carácter social, se efectuó en un período de unos pocos meses en las zonas colectivizadas, ante todo como resultado de la institución de la industria y agricultura autodirigidas. En el corto tiempo que las colectividades pudieron actuar autónomamente, estas empezaron a difundir este igualitarismo más allá de los límites de las colectividades en sí.
De acuerdo con Gaston Leval, en regiones como Castilla y Aragón, el principio comunista libertario fue aplicado no solo en cada colectividad, sino en todas las colectividades. Leval describe tales programas como de alivio a los necesitados, redistribución de fertilizantes y maquinaria de las colectividades más ricas a las más pobres, y cooperativas de producción de semilla para su distribución a zonas más necesitadas. De acuerdo con Leval, existía un despertar entre los colectivistas que al elevar la mentalidad comunalista, el siguiente paso fue el de superar el espíritu regionalista. Los experimentos de los anarquistas españoles de la década de 1930 proveyó evidencias a la reivindicación anarquista de que cuando los seres humanos desarrollan modelos de vida y valores basados en la ayuda mutua a nivel de pequeños grupos de comunidades locales, se puede ir lejos en la práctica de la ayuda mutua en otros niveles de organización social.
Dada la tecnología de la liberación ahora existente, el mayor problema para las sociedades pobres es la realización de la transformación social. Para esto se requiere su liberación económica y política de la explotación de los poderes imperialistas y de las clases nativas dirigentes, así como su emancipación de los modelos de dominación transmitidos a través de la tradición cultural. La función de un movimiento anarquista en tales sociedades es la creación de una praxis adecuada para desplazar tales grupos y estructuras, e instituir formas liberadoras en su lugar. Así, el problema económico no es visto como la ausencia de una forzada redistribución (la que sería muy probablemente rechazada por las clases y Estados que se benefician de la explotación), sino más bien como la destrucción de los modelos de producción indeseables, resultado de la mala distribución y de las ideologías que legitiman el proceso.
Aunque la redistribución, producción y distribución en general no tuvieran efecto espontáneamente, en el sentido de que ocurrieran sin planteamiento o estrategia, es mucho más probable que tuviera lugar una más justa distribución como resultado de los conscientes esfuerzos cooperativos de los explotados para cambiar las relaciones de poder, como una consecuencia del acuerdo de los poderes explotadores sujetos ellos mismos al control de una más elevada autoridad política que violentaría la redistribución.
La real alternativa al planteamiento anarquista parece ser, no un optimismo democrático liberal o de carácter social acerca de la democracia global, sino más bien el marxismo-leninismo, que se halla suficientemente atento a las realidades del poder económico para realizar que tal cambio en las relaciones de poder inevitablemente envolverá un proceso global de lucha de clases. Pero aunque los anarquistas puedan estar de acuerdo en que el planteamiento marxista-leninista pueda tener feliz éxito en reducir significativamente los extremos de la desigualdad económica, ello es un juicio errático como praxis de liberación por las siguientes razones:
1) El punto de vista marxista-leninista de la revolución social, con su fuerte inclinación hacia el estatismo y el centralismo, da como resultado un nuevo Estado capitalista y una forma centralista burocrática de dominación clasista perpetuadora de la desigualdad política y a menudo de la económica.
2) La aceptación acrítica del marxismo-leninismo de la alta tecnología conduce a continuar la producción alienada y el obligatorio desarrollo de un interés clasista tecnocrático y continuar la dominación de la naturaleza y la destrucción de la ecosfera.
3) La orientación economicista y productivista del marxismo-leninismo le oculta muchos importantes aspectos de la lucha por la liberación humana, uno de los no menos importantes, el cultural, el estético y el erótico, y debilita su análisis de muchas formas de dominación (incluyendo el político, racial, sexual y psicológico).
John P. Clark
Tomado de https://es.paperblog.com/anarquismo-frente-a-la-crisis-mundial-el-problema-de-la-distribucion-4819121