El año 1931 finalizaba en España tras haberse llevado de un plumazo a la carcunda monarquía borbónica, e instaurándose una República española que prometía reformas políticas y una sustancial mejora para las condiciones de vida de la clase trabajadora. Sin embargo, los políticos e intelectuales de clase media rápidamente vendieron como mejoras en medios republicanos afines algunas cuestiones que suponían pinceladas y que no pretendían subvertir el régimen caciquil, tradicionalista y de explotación instaurado. Las zonas rurales con miles de jornaleros concienciados ansiaban verdaderos cambios estructurales y una reforma agraria profunda. Si no llegaba mediante legislaciones a través de la movilización social del pueblo, las comunidades rurales de trabajadores no dudaban ni un instante en tomar las tierras en posesión de grandes terratenientes y trabajarlas colectivamente.
En este contexto social y político surgen dos levantamientos obreros en enero de 1932; uno en la comarca de L’Alt Llobregat en Catalunya, y otro en el pueblo riojano de Arnedo, bajo la resolución de la República de aplastar estas reivindicaciones jornaleras con represión policial. La mejor herramienta que tenían de hacer triunfar la emancipación popular es mediante el concepto que instituyó el anarcosindicalista Juan García Oliver, y que practicaron miles de obreros en todos los rincones del país, la «gimnasia revolucionaria». Ya a finales de abril de 1931, recién instaurado el régimen republicano español, el anarquista ucraniano Néstor Mahkno desde su exilio parisino aconsejaba lo siguiente en una carta a los anarquistas españoles como predicción de lo que sucedería en los inmediatos años:
‘El proletariado español debe unirse y desplegar la mayor energía revolucionaria para dar lugar a una situación en la que la burguesía no tenga oportunidad para oponerse a la conquista de la tierra, las fábricas y de las libertades completas; situación que cada vez sería más amplia e irreversible. Es crucial aplicar todas las energías para garantizar que los trabajadores españoles entiendan que si permanecieran inactivos y limitándose únicamente a aprobar resoluciones sin ningún buen resultado, estarían haciéndole el juego a los enemigos de la revolución, dejándoles ir a la ofensiva, dándoles tiempo y, como corolario, dejándoles sofocar la revolución en marcha.’
Y fue eso precisamente lo que se fraguó en los breves años de la Segunda República hasta julio de 1936, la tibieza con la que se trató desde las instituciones públicas al fascismo, a la burguesía fabril y terrateniente y los sectores reaccionarios de la sociedad, propició el crecimiento y la conspiración de esa ultraderecha autoritaria contra las clases populares que estaban más fuertemente organizadas que nunca. Un ejemplo de cómo las democracias liberales, lejos de resultar un cortafuegos para el fascismo, ingenuamente le otorgan un valioso espacio de construcción de su proyecto de terror contra los sectores marginalizados; exactamente la misma historia en la que nos encontramos sumidos en la actualidad. La Segunda República española obtuvo un apoyo social en decrecimiento continuado. Las élites nunca la apoyaron por ser un régimen demasiado reformista para sus férreos intereses explotadores, y las clases populares fueron desilusionándose rápidamente viendo que suponía más de lo mismo: represión política y falta de soluciones a problemáticas básicas de una vida digna.
A los sucesos que vamos a explicar le antecede el enfrentamiento en el municipio de Castilblanco, en la provincia de Badajoz, el 31 de diciembre de 1931 entre los campesinos de la localidad y los guardias civiles. Un pueblo inspirado en el espíritu literario de Fuenteovejuna, que se levantaba en contra de las condiciones inhumanas en que vivían los jornaleros extremeños y contra la brutalidad de la Guardia Civil. La tensión generada por los sucesos de Castilblanco fueron influyentes en el levantamiento de Arnedo el 5 de enero de 1932.
Los sucesos de Arnedo en La Rioja. El asesinato de once obreros por la Guardia Civil
En la semana en que se inició el nuevo año 1932 hubo levantamientos en otros municipios al calor de los acontecimientos en Castilblanco; concretamente en Zalamea de la Serena (Badajoz), en Épila (Zaragoza), y en Jeresa (Valencia), con manifestaciones que acabaron en enfrentamientos con la Guardia Civil. Pero sin duda el más importante sucedió el martes 5 de enero en la localidad de Arnedo, en La Rioja, con poco más de cinco mil habitantes, dedicados mayoritariamente al campo y la fabricación artesanal. En este municipio la empresa de calzado de la familia Muro, concretamente Faustino Muro, quien tenía fama de patrón autoritario y caciquil, había despedido a algunos obreros, y se inició una huelga convocada por el sindicato UGT. Ese día se reunieron en el Ayuntamiento el alcalde, algunos concejales, el Gobernador civil y el jefe de la Comandancia de la Guardia Civil, donde tras largas conversaciones se estaba decidiendo ante las presiones populares la readmisión de los obreros despedidos.
En la plaza de la República del municipio se congregó una gran cantidad de trabajadores en huelga por solidaridad con sus familias y otros vecinos que acompañaban a los delegados sindicales que se reunirían en el Ayuntamiento con las autoridades para firmar la readmisión de los obreros en otras fábricas del pueblo. La tensión era evidente porque el propietario de la empresa de calzados había comentado que cerraría la fábrica antes que acceder a la admisión de los despedidos. Al aparecer la Guardia Civil para apostarse junto al consistorio municipal tanto en el zaguán como en los soportales del edificio, los vecinos reunidos en manifestación irrumpieron en gritos contra ellos llamándolos ‘lacayos del capitalismo’ y exigiendo la disolución del cuerpo.
Los veinticinco guardias civiles que se encontraban en la plaza al mando de un único teniente abrieron fuego contra la multitud sin lanzar ninguna clase de advertencia previa. Según las propias fuentes orales, la refriega comenzó por el forcejeo de un obrero que defendió a su hija de quince años de edad, de la agresión que había sufrido de un guardia civil. Se realizaron al menos tres descargas de munición contra los manifestantes congregados.
Los disparos no cesaron hasta que el Comandante de la Guardia Civil que se encontraba en el Ayuntamiento bajó a la calle y ordenó al teniente que dejaran de disparar. El pueblo de Arnedo vivió trágicamente la víspera del día de Reyes, quedando en el suelo los cuerpos asesinados por las balas del terror benemérito. En el instante de los sucesos fueron cuatro mujeres muertas, entre ellas una anciana de 70 años de edad, un niño de 4 años, y un hombre. Sin embargo, en los días siguientes se alcanzó la cifra total de once muertos, con un balance de 45 heridos, de los cuales cinco quedaron mutilados para el resto de sus vidas. El impacto en la opinión pública fue enorme. El diario Ahora de Madrid sacó en su portada el 7 de enero la fotografía del bebé de pocos meses alcanzado por una bala y envió a Arnedo a varios periodistas, entre los que se encontraba Manuel Chaves Nogales, a cubrir la noticia. En los días siguientes el periódico publicó un extenso reportaje fotográfico que incluía imágenes del hospital con los heridos del pueblo.
El motor de estos sucesos, y por lo tanto, autor moral de los mismos, fue la ideología caciquil instaurada en la sociedad rural española, y la venganza de un cuerpo represivo como la Guardia Civil. Y aunque las simpatías en contrapuesta por la Guardia de Asalto republicana crecían al calor de estos acontecimientos, un año después en la insurrección libertaria en Casas Viejas, quedaría patente que ningún cuerpo policial permitiría la emancipación de los obreros. El General Sanjurjo, máximo responsable de la Guardia Civil en ese momento, y que protagonizaría en agosto de 1932 un intento de golpe de Estado, fue destituido de su cargo, aunque se le otorgó la dirección del Cuerpo de Carabineros. Sanjurjo echó la culpa a los Ayuntamientos socialistas, donde se había metido “lo peor de cada casa”, gente “indeseable” que “fomenta el desorden, amedrenta a los propietarios, causa daños en las propiedades y ha de chocar necesariamente con la Guardia civil”; declaraciones que evidencian la ideología interna del cuerpo de la Guardia Civil y su oposición frontal a los movimientos obreros. Un tribunal militar en enero de 1934 juzgó en Burgos al teniente de la Guardia Civil que ordenó disparar en Arnedo, y fue absuelto del delito de homicidio y lesiones por imprudencia temeraria por falta de pruebas para apreciar que hubiera incurrido en tal delito, y argumentando la misma circunstancia para los guardias civiles que llevaron a cabo los disparos.
Huelga en el Alt Llobregat, la semana en que triunfó el comunismo libertario en Fígols
La insurrección libertaria del Alt Llobregat fue la primera de las tres insurrecciones generales auspiciadas por la CNT en el periodo de la República española antes de la Revolución Social de 1936. Sucedió durante varios días en la segunda mitad del mes de enero de 1932 en los pueblos de la comarca del Berguedà entre el río Llobregat y su afluente el río Cardener. El arraigo de las sociedades obreras catalanas adheridas a la Asociación Internacional de Trabajadores tenía ya varias décadas de una práctica de numerosas asociaciones que propugnaban el antiestatismo y una sociedad sin clases. El capitalismo había llegado a esta comarca en forma de explotación en colonias fabriles de tejidos principalmente y en la industria minera. En estas colonias obreras, los patrones trataban de controlar las relaciones sociales de sus trabajadores, y evitar su sindicación a través de la amenaza de perder sus empleos, y por lo tanto las viviendas en que habitaban junto a los centros fabriles con sus familias.
El domingo 17 de enero de 1932 se convoca una huelga en el municipio de Berga, que se extenderá al día siguiente a otras localidades de la comarca, entre ellas el pueblo de Fígols, donde las mujeres del textil y los mineros de Sant Corneli inician la huelga para que sean respetados los acuerdos salariales alcanzados. La huelga será un éxito, y el paro total. Pero la huelga tenía un programa propio en este municipio, tornó en una huelga revolucionaria impulsada por colectivos anarquistas. De una asamblea entre hombres y mujeres del municipio surge el acuerdo de proclamar el comunismo libertario para barrer a los patrones industriales de la comarca. La CNT decide apoyar la iniciativa de los trabajadores insurreccionados; se desarma a la Guardia Civil y al Somatén (policía rural catalana), se cuelga la bandera rojinegra del Ayuntamiento de la localidad, se abole la propiedad privada y se asegura el abastecimiento de alimentos. Incluso el miércoles 20 de enero de 1932 se convocaron unas elecciones populares por sufragio universal para constituir la comuna libre de Fígols en la que fueron elegidos un delegado general junto a otros ocho delegados representativos. La tendencia revolucionaria de la huelga, sin embargo, no triunfa completamente en Berga o en Manresa, pero sí que fue un éxito en pueblos como Sallent, Cardona, Balserany o Súria.
Pocos días después no tarda en llegar la represión por parte del gobierno republicano a la comarca enviando al Ejército al mando del General Batet desde Barcelona y refuerzos de la Guardia Civil desde Zaragoza. Estos remontarán el río ocupando los distintos pueblos insurreccionados, y en concreto a Fígols llegarán el domingo 24 de enero, donde los mineros no pudieron presentar resistencia debido a la inmensa capacidad armamentística de los cuerpos represivos. Decidieron volar el polvorín de dinamita y huir a las montañas, de hecho algunos grupos de mineros serán detenidos en las montañas en los días siguientes. La represión por alzarse contra el orden industrial capitalista salió cara: un centenar de deportaciones al Sáhara y Guinea de algunos revolucionarios, entre ellos Buenaventura Durruti o el futuro guerrillero Ramón Vila ‘Caracremada‘, la prisión para numerosos anarcosindicalistas, prohibición de sindicatos y periódicos obreros. Entre otros diarios anarquistas quedaron clausurados Solidaridad Obrera hasta el 4 de marzo de 1932, y también Cultura y acción, que no volvería a reaparecer hasta la primavera de 1936. Sin embargo, el periodista Eduardo de Guzmán describe muy bien en sus crónicas publicadas en el diario madrileño La Tierra, en los días 26 y 27 de enero, y en el semanario Tierra y Libertad, en sus números 50 y 51 del 6 y el 13 de febrero de 1932, respectivamente, la organización de los municipios en esta semana de comunismo libertario en L’Alt Llobregat.
La CNT organizó una gran campaña de protesta debido a las deportaciones, culminando con una huelga general el 15 de febrero de 1932. El secretario general de CNT, Ángel Pestaña, del sector treintista (o moderado), se entrevistó con el ministro de Gobernación, Casares Quiroga, y el presidente del gobierno, Manuel Azaña. No logró más que corroborar la posición inamovible del gobierno republicano en defensa de las élites y una estructura jerárquica que no permitiría ninguna emancipación obrera, y que acusaba al propio anarcosindicalismo de la represión. Se iniciaba una división entre el sector treintista de corte sindicalista, bajo su creencia de que en un marco de legalidad para la CNT y el movimiento libertario podrían construir de mejor manera una ‘presión política’ y alcanzar un punto donde la Revolución Social adquiriera mayor viabilidad. Y por otro lado, el sector faísta en la CNT, que auspiciaba un choque social inevitable con las fuerzas de poder y alcanzar mediante la acción directa la justicia social. Seguramente ambas tácticas de lucha libertaria aplicadas convenientemente en contextos y situaciones particulares distintas podían favorecer decantar la balanza hacia el lado de las clases populares; sin embargo los sucesos violentos contra el pueblo trabajador y el avance del fascismo preparaban el terreno por sí mismo para la Revolución Social en 1936.
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