Como es sabido, desde prácticamente el inicio de la crisis sanitaria, a las 8 de la tarde mucha gente le da por salir a balcones y ventanas para aplaudir fuertemente durante breves minutos. El gesto, especialmente, es un homenaje a los esforzados trabajadores de la sanidad, aunque hay quien lo ha querido ver como un símbolo de fraternal unión vecinal. Sinceramente, y aunque a uno le impiden el rubor y otras factores realizar según que cosas, resulta lógico y comprensible que, uno aunque no lo parezca tiene su corazoncito, con la que está cayendo, las personas se aferren a actos que insuflen algo de ánimo. No creo que haya en ello ninguna connotación más, ni de filiación sistémica, ni de apoyo puntual a clase dirigente alguna, ni de bandera política o ideológica. No todos, pero sí todo tipo de personas baten palmas al caer la tarde. Al menos, esto ha sido durante dos semanas de manera más activa, ya que después de dos meses largos el hartazgo empieza a hacer mella en el personal.
El caso es que, de un tiempo a esta parte, los aplausos han ido dejando paso algo más tarde a otro ruidoso acto en forma de caceroladas e, incluso, concentraciones callejeras. La primera pista es que los actos, al parecer de protesta, se producen en los barrios más acomodados de Madrid, donde pueden verse riadas de pijos envueltos en banderas y armando escándalo al paradójico grito de «libertad». La distancia de seguridad, recomendada por el Ministerio de Sanidad, para evitar el contagio del virus del facherío, no se respeta de modo alguno. Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, al parecer, han tenido que emplearse a fondo dada la peligrosidad de manifestantes y alborotadores. Sí, esto es sarcasmo, disculpad, al menos en su primera parte. No solo la capital, del inefable reino conocido como España, acoge estos actos, otras grandes ciudades de provincia se han visto sacudidas por marchas con vistosas enseñas rojigualdas y al son del himno nacional. No esperéis ver en estos casos a gente humilde en barrios populares, protestando contra los desmanes del sistema por sufrir todo tipo de penurias materiales, hoy más que nunca con la condenada crisis sanitaria y económica.
No, como he dicho, estas concentraciones de «patriotas», se producen en los barrios más ricos, como es el caso de El Viso, creo que el más acaudalado de los municipios madrileños. Si comparamos la renta per cápita de estos sitios, poblados por seres en cuyo imaginario la lucha de clases debe ser una entelequia, con los barrios más pobres de España, podemos echarnos a llorar. ¿Por qué diablos protesta esta gente que, intuyo, vive tan de puta madre? ¿No tienen suficiente espacio para moverse en sus casas durante el confinamiento? Sí, estoy siendo simplista y maniqueo, lo reconozco, pero es que el asunto tiene bemoles. Me parece maravilloso protestar contra el gobierno, contra cualquiera de ellos, es decir, contra la dominación en cualquiera de sus formas. No, no es el caso de semejante tropa, que sencillamente consideran que los suyos no están en el legítimo ejercicio de sus funciones como clase dirigente. No hablemos ya de la más mínima protesta contra un sistema económico asentado desde tiempo atrás en la historia en el privilegio más repulsivo. Sea como fuere, peculiares tiempos estos en los que el facherío asegura pedir mayores cotas de libertad. Libertad, ojo, que no libertinaje.